domingo, 4 de mayo de 2025

Mucho antes de la IA.



Hay muchos dichos y versiones sobre la razón de presentar el nuevo disco de Kraftwerk en
París, en la primavera de 1978
llevando hasta las últimas consecuencias el concepto techno pop. Después de la reacción en cadena tras la primera gira, sorprendentemente triunfal, en Estados Unidos, replicada en Londres, después en Alemania misma, para los cuatro de Düsseldorf era la oportunidad de dejar claro de una vez por todas que no habría concesión alguna en su visión de una música creada enteramente por máquinas. Las camisas de Ralf, Florian, Karl y Wolfgang, tan rojas como las que vestían cuatro maniquíes mecánicos de tamaño real, apostados en el escenario, ante cientos de franceses atónitos. Los cuatro maniquíes, con camisas rojas, labios rojos, corbatas negras, de apariencia andrógina, iluminados por unas pequeñas luces también rojas, parpadean estroboscópicamente y se activa el Showroom dummies. ¡Bienvenidos al futuro! No dejaba de llamar la atención por su semejanza con la estética totalitaria soviética y nazi pero con una pátina de humor pop. Kraftwerk dejó atrás definitivamente las reminiscencias del romántico laboratorio analógico, para abrazar la revolución digital en ciernes y la cultura de la computadora personal, que explotaría en los años 80, en una onda expansiva que no se detiene, con androides de bolsillo. Para 1977 los robots se habían integrado a la cultura popular de masas gracias al inicio de la saga Star Wars y sus carismáticos R2-D2 y C-3PO; los robots habían llegado para quedarse, atravesar innumerables aventuras en la imaginación de los seres humanos, películas, prototipos, experimentos que finalmente llegan en los años 20 del siglo 21, la inteligencia artificial y la cómoda automatización del internet de las cosas. Como dijo con claridad Florian Schneider, de Kraftwerk, en una entrevista en octubre de 1978 para la revista Starlog: “Se trata de una interacción por ambos lados. La máquina ayuda al humano y el humano admira la máquina. En cuanto a nosotros, amamos nuestras máquinas. Tenemos una relación erótica con ellas”.¿Realmente se trataba de colocar al sintetizador y a la computadora como los mejores amigos del hombre? Más que el perro y la esposa, ni siquiera el automóvil, la computadora ha sido el hilo conductor en la cultura popular hasta la glorificación y fetichización de la laptop y más recientemente del teléfono móvil, para muchos una compañía indispensable, literalmente parte de sus vidas, un pequeño exocerebro conectado globalmente. El uso de tecnologías musicales y la indumentaria de alguna manera anti-rock, se montan en un look corporal muy delgado, de apariencia fresca, cabellos cortos o esculturales, colores exaltados o eléctricos, de empatía con el futuro. El cambio de paradigma cultural-musical significó también reiniciar la máquina del pop para mostrar contundentemente su potencial electrónico, pero a cambio de un rompimiento de moldes que en su momento no se entendió cabalmente: la transición del héroe deidad del rockstar system al científico del sonido, se aceleró en el momento en que se masificó la producción de sintetizadores y cajas de ritmos. La idea y concepto de máquinas “tocando” instrumentos se remontan al siglo XVIII y los autómatas, con sus maquinarias de relojería y dispositivos mecánicos que buscaban de alguna manera reemplazar al ejecutante hasta dominar el oficio y crear autómatas increíblemente realistas a principios de ese siglo. Hay una leyenda urbana sobre Kraftwerk, cuando se dice que la futura estrella del pop, Michael Jackson, se obsesionó y se afanó en buscar al grupo para concertar una cita e incluso platicar de una posible colaboración. El siempre hermético, Ralf Hütter, alguna vez escapó de sus labios un bizarro relato sobre haberse reunido con el atribulado Jackson en un edificio en Nueva York repleto de asistentes “clones” de Jackson, pero años después negó que dicho encuentro hubiera sucedido.


Versión musical de El Quijote



La obra de Cervantes, y en particular el Quijote, ha servido como tema de inspiración en la creación musical europea y americana prácticamente desde la publicación de la primera parte de la novela en 1605; su recepción se produjo con asombrosa rapidez en los países europeos colindantes a medida que se fueron realizando las sucesivas traducciones y Francia en primer lugar, Inglaterra, Italia o Alemania acogieron con prontitud en su lengua la novela del famoso hidalgo, facilitando su rápida difusión y, en consonancia, estimulando el interés de los compositores que encontraron en la obra cervantina fuente inagotable de inspiración para la realización de creaciones en muy diferentes formatos. Inicialmente será el teatro lírico, en particular la ópera junto con el ballet, los ámbitos de preferencia de los creadores para reflejar las andanzas y aventuras quijotescas, relegando en sus orígenes la música de cámara a un plano secundario cuya presencia no se dejaría sentir hasta las primeras décadas del siglo XVIII. La primera obra importante de estas características se debe al compositor alemán Georg Philipp Telemann (1681-1767, que trabajaba en la ciudad portuaria del norte de Alemania, Hamburgo, y era más cosmopolita en su perspectiva musical, absorbiendo influencias de toda Europa en lo que era una de las voces musicales más originales e imaginativas de la época. Telemann también era muy leído y su conocimiento de la poesía alemana le llevó a un compromiso de por vida con la composición de palabras, y el compositor continuó produciendo obras maestras vocales hasta los ochenta años). La Ouverture burlesque sur Don Quichotte para orquesta de cuerda y clavicémbalo de Telemann es la primera obra en formato de cámara escrita sobre la novela de Cervantes, compuesta por una obertura y siete secciones cuyo nombre va acorde con el episodio de la novela en la que se fundamenta. Debe ser considerada como una de las composiciones más logradas del siglo XVIII, y en la que se mantiene de forma bastante fidedigna la estructura de la novela. Musicalmente conserva características propias del barroco tardío con algunos avances del estilo galante. En el caso del burlesque, la principal influencia musical es francesa, clara porque inmediatamente después de la construcción de la obertura, con su sección rítmica lenta y punteada que contrasta con un alegre allegro, el despertar del Quijote está representado en un minué, danza cortesana de origen francés, que contrasta muy bien con su animado ataque a los molinos de viento. Telemann era un maestro de la escritura onomatopéyica, como lo demuestran ampliamente los suspiros de los violines en los dos movimientos siguientes, que representan el anhelo del Quijote de que la princesa Dulcinea (en realidad una campesina) y Sancho Panza sean lanzados al aire (por no pagar su estancia en una posada). Los dos movimientos siguientes ponen en música el andar cansado del viejo jamelgo del Quijote y el jaleo del burro de Sancho Panza. La suite termina con más de los sueños del Quijote, esta vez de nuevas aventuras.