domingo, 29 de marzo de 2020

La gestión del COVID-19, una muestra más de la (des)Unión Europea.

Si hace sólo un par de meses, cuando ese vocablo que se haría familiar, de coronavirus sólo 
era motivo de bromas con sus “ocurrentes” variantes fonéticas como “el virus de la corona”, 
“corinnavirus” y otros así, o motivo de chanza por ser la causa de la cancelación de la edición 
de este año del Mobile World Congress de Barcelona, nos dicen que, desde casa y sin poder 
salir a la calle, como si fuésemos chinos, nos enteraremos de que las palomas se han 
enseñoreado de nuestras plazas públicas, que las ciudades parecen lugares fantasma, que 
se ha desplomado el consumo de gasolina, que los canales de Venecia ofrecen la imagen de 
sus limpias y transparentes aguas con peces o que se registran menos emisiones 
contaminantes en España, Italia o ¡China!, simplemente no lo hubiéramos creído. Pero ha 
pasado exactamente así, con consecuencias mucho peores que las anécdotas señaladas.
Todo empieza cuando se nos informa que en la ignota ciudad de Wuhan (capital de la 
provincia de Hubei, nada, una aldehuela de apenas once millones de habitantes) y su zona 
de influencia, en la lejana, exótica, hermética… y comunista China, se ha detectado el brote 
de un virus nuevo y desconocido, aunque de familia bien conocida, bautizado ya hoy como 
COVID-19 (CoronaVIrus Disease del año 2019), de rápida propagación, que está causando 
gran mortandad y que obliga a un severo confinamiento de más de sesenta millones de 
personas (aviso a navegantes: el confinamiento TOTAL Y ABSOLUTO de la ciudad de Wuhan 
está anunciado que acabará el próximo 8 de abril, con levantamiento gradual de restricciones 
desde el lunes 30-03, y habrán sido 76 días, no 15), aparte de otras medidas sanitarias y de 
estricto control de la población. Pero eso pasa en un sitio lejano y ajeno a nuestra opulenta 
sociedad occidental, aparentemente inmune a todo, que sigue viendo el “espectáculo” desde 
un confortable sillón de platea.

El problema inesperado es que en poco tiempo el virus se extiende por todo el mundo, con 
especial encarnizamiento en determinadas zonas “civilizadas” y causa un enorme cataclismo 
socio/económico/psicológico que, para abreviar, se traduce en:
 - a la convicción de que siempre hay vulnerabilidad personal ante lo desconocido se une 
el doloroso descubrimiento (que deja auténtica sensación de desprotección) de que la 
sociedad también es vulnerable, mucho más de lo que cabría suponer.
 - se pone de manifiesto que nuestros sistemas socio/políticos tienen unas prioridades de 
actuación cuestionables en el fondo, pues se comprueba que en todas las decisiones 
anteriores el foco de atención no han sido las personas, sus problemas y su bienestar, sino 
otras cosas.
 - el confinamiento (y no digamos la afectación por el virus, en su caso) ha hecho 
descubrir que, como persona, estamos sólos y la importancia de los demás en nuestra vida 
porque una palabra, un gesto, una sonrisa, un abrazo, todo eso que ahora médica y 
socialmente se nos prohibe, SON la vida.
 - en el plano de las consecuencias económicas, oyendo a los expertos, la crisis 
económica del 2008 que aún arrastramos es un juego de niños comparada con la que se nos 
viene ahora, tras el parón en la actividad en todo el mundo y el cansancio, confusión y 
perplejidad del personal, gobiernos incluidos.
 - con todo ello se instala la idea de que habrá un antes y un después de esta crisis, si bien 
eso se suele decir con el corazón encogido por ni siquiera poder imaginar cómo será realmente 
ese después.
Un mensaje de alerta muy difundido por las autoridades para llamar a la concienciación 
ciudadana ante el problema es que la propagación del virus no entiende de fronteras, pero, 
paradójicamente, una de las primeras medidas tomadas por los diferentes gobiernos ante la 
expansión descontrolada de la pandemia es, precisamente, el cierre de las fronteras y la 
drástica limitación de movimientos de personas (curiosamente, movimientos transfronterizos de 
entrada, como si se pretendiera exorcizar el MAL, que siempre viene de fuera) y, lo que resulta 
más llamativo, la aplicación en cada uno de esos ”compartimentos estancos” así creados, de 
diferentes “recetas” poco elaboradas, tomadas “en caliente”, exclusivamente ceñidas al 
territorio, ajenas a imprescindibles escenarios de colaboración en la lucha COMÚN frente a 
un problema COMÚN.

¿A quién sorprende esa actitud cerrada, confusa, egoísta e insolidaria de los países de 
nuestro entorno? Ya hace cinco siglos, en 1517, en su escrito La queja de la paz (como parte 
de los famosos 95 postulados de quejas que clavó en la puerta de la iglesia de Wittenberg, 
por los que cuestionaba el poder de la Iglesia Católica), el fraile agustino alemán Martín 
Lutero, impulsor de la Reforma Protestante y uno de los padres de Europa (junto con su 
coetáneo y antagónico Erasmo de Rotterdam), aseguraba que los ingleses son hostiles con 
los franceses, por el simple motivo de que son franceses. A los escoceses no le gustan los 
británicos, sólo por ser escoceses. Los alemanes no están de acuerdo con los franceses, los 
españoles no lo están con ninguno de los dos. ¡Qué perversidad que el simple nombre de un 
lugar pueda dividir a la gente cuando hay tantas cosas que la podría unir! No, nada nuevo y 
no vale la pena traer a colación los numerosísimos ejemplos, tanto de ciudadanos de fuera 
como de dentro de Europa.

No se trata aquí, naturalmente, de hacerse eco o cuestionar la oportunidad, demora, rigor o 
eficacia de las iniciativas adoptadas en cada ámbito, de los palos de ciego dados (que 
también los hay), de la gestión de los recursos materiales, técnicos o humanos disponibles o 
del obsceno rifirrafe político por quién tiene o no competencias para hacer no sé qué 
imponiendo una “unidad de acción”1 que no existe ni puede existir más allá de la soflama de 
turno cuando se está hablando de salvar vidas. Llama la atención en este contexto que hoy 
la castigada Italia se siente desatendida por sus socios europeos y está recibiendo ayuda de 
China, Rusia y Cuba, lo que nos hace reflexionar, trascendiendo el problema global de salud 
que estamos viviendo, sobre la interdependencia de todos los países en su historia social, no 
siempre coincidente con la oficial. En palabras del historiador Boucheron2, ‘Si Europa no se 
reinventa en lo político, podría morir, y lo sabe’.

Boucheron está considerado uno de los máximos exponentes de la actual renovación 
historiográfica europea y el máximo exponente es la Histoire mondiale de la France, en la 
que plantea una historia de Francia, centrada en los contactos y las influencias con el resto 
de sociedades, más allá de las épicas gestas bélicas que nutren todas las historias oficiales, 
manteniendo que lo que somos hoy en cada sociedad no depende tanto de las gestas (que,
 seguramente, también) como de la pequeña historia del día a día, hecha de influencias que 
no recogen los libros de Historia; lo ilustra con una anécdota: el plato nacional de la cocina 
portuguesa es el bacalao, que no se da en sus aguas sino en las del Atlántico Norte, 
mientras el vino más apreciado por los ingleses es el de Oporto (el jerez/sherry es otra cosa), 
por lo que escribir la historia precisa tener en cuenta estas interacciones.  
Esa nueva manera de investigar y explicar la Historia se ha extendido por el momento a Italia, 
Portugal, España, Catalunya, Países Bajos y Estados Unidos, además de Francia, con 
diferentes grados de aceptación, y es que, según Boucheron, dudar de los hechos es la tarea 
primordial del historiador. La historia no ha de servir para dar lecciones a nadie ni para que 
un país dé lecciones al mundo; tampoco para que los intelectuales aleccionen a la sociedad y 
decirle cómo se ha de hacer para ser o dejar de ser francés, español, catalán, americano o lo 
que corresponda. Las discusiones son demasiado ideológicas, no históricas. Se ha de partir 
de lo que pasa y de cómo pasa porque la historia está en todos sitios, no sólo en la Escuela. 
Pero hay naciones, como Francia o España, que se creen autosuficientes y están cerradas 
en sí mismas para las que decir que su historia no es sólo lo que pasa en ellas, sino lo que 
pasa también en otros lugares y que se convierte en herencia es herir la identidad nacional. 
Al final no puede olvidarse que el desarrollo de la historia mundial es consecuencia de la 
mundialización de la historia.

Extrapolando las palabras del prestigioso historiador y teniendo en cuenta que ya un tercio 
(repito, un tercio) de la humanidad, sin distingos de color, credo o ideología, y con una 
imprevisible rapidez de propagación del virus, está confinada, con medidas  más o menos 
estrictas, resulta estúpida y repugnante la postura petulante de algunos gobernantes, 
atacando, además, de forma hiriente a aquellos territorios más afectados por la pandemia, 
sin ver que ésta es un problema común que requiere iniciativas colectivas.

Crisis económica, refugiados, auge de la extrema derecha, coronavirus,… Quo vadis, Europa?

Acabaremos estas reflexiones escuchando la canción “Resistiré” del incombustible Dúo 
Dinámico, de 1988,que, durante la pandemia de enfermedad por coronavirus se ha 
popularizado entre la población confinada en sus domicilios para reducir la propagación del 
virus, siendo identificado por los medios de comunicación como un himno de resistencia ante 
la crisis. 
 
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1Cualquiera con dos dedos de frente y no obnubilado por las consignas de partido es capaz de entender que si la pandemia afecta a la zona A con una mortalidad de X % y a la vecina zona B con una mortalidad de 10X %, es ridículo, por decirlo en términos suaves, empeñarse en aplicar una pretendida “unidad de acción” (de perfil político, no sanitario) a ambas zonas y escudarse en temas competenciales para prohibir impunemente que, quien no goza de esas competencias, intente salvar vidas. No es una hipótesis teórica; recordemos que, en el primer foco en China, las medidas en Wuhan eran unas, las de su provincia Hubei otras y las del resto de provincias otras. No cabe aplicar “café para todos” (de nefasto recuerdo, por cierto) cuando se trata de vidas humanas.

2Patrick Boucheron es un historiador francés, profesor de historia medieval en la École normale supérieure, la Universidad de París y en el Collège de France. Es autor de 12 libros y / o editor de otros 5. Su primer libro, Le pouvoir de bâtir: urbanisme et politique édilitaire à Milan (XIVe-XVe siècles), fue su tesis doctoral. De los muchos libros que editó, Le mot qui tue. Une histoire des violences intellectuelles de l'Antiquité à nos jours, trata sobre el uso de palabras para herir a otros. Su discurso inaugural ante el Collège de France, Ce que peut l’histoire, se publicó como libro en 2016. Tiene parte de su obra publicada en castellano: Leonardo y Maquiavelo, Conjurar el miedo : ensayo sobre la fuerza política de las imágenes : Siena, 1338 , y alcanzó la popularidad con su libro de 2017, Histoire mondiale de la France, en el que compiló el trabajo de 122 historiadores y se convirtió en un éxito de ventas inesperado, con más de 110 000 copias vendidas. El libro presenta un relato de la historia francesa desde una perspectiva internacional; por ejemplo, incluye el golpe de estado chileno de 1973 como parte de la historia de Francia. Histoire mondiale de la France se convirtió en un best-seller, y fue revisado positivamente por medios de izquierda como Le Monde y Libération, mientras era atacado por medios de derecha e intelectuales conservadores, que lo criticaron por no definir a Francia dentro de sus fronteras y su prerrogativa soberana.

domingo, 22 de marzo de 2020

Hoy, "Tears in heaven".

" La primavera ha venido, nadie sabe cómo ha sido", que diría Antonio Machado. Y la 
pandemia del Covid-19 que nos obliga a estar confinados en casa como medida para evitar 
la propagación del virus, ni te cuento si alguien sabe cómo ha sido. Pensando en términos 
musicales, esta semana que acaba, en concreto el pasado 20 de marzo, día de cambio de 
estación climática, que viene a representar el fin de los fríos invernales y el comienzo de la 
sensación de alargamiento de las horas de luz en detrimento de las de oscuridad en las 
noches, suele asociarse con Vivaldi y su Primavera, dentro de Las cuatro estaciones, o con 
Joan Manuel Serrat y su Vint de març, o con Johann Strauss y su vals Voces de primavera
aparte de las innumerables tonadas que quieren comunicar la alegría por el equinoccio.

 
 
Pero todas las monedas tienen dos caras y un 20 de marzo es también para la música el día 
que ocurren las cosas, más bien trágicas, que dan lugar a la composición de uno de los 
temas de más éxito de Eric Clapton, que alcanzó el número 2 en la lista de popularidad 
Billboard Hot 100 de Estados Unidos y que en el año 1993 ganó tres premios Grammy  en 
las categorías "Canción del año", "Grabación del año" y "Mejor interpretación vocal pop 
masculina". La canción ocupa el puesto 353 de las 500 mejores canciones de todos los 
tiempos según la revista especializada Rolling Stone. Nos estamos refiriendo a la balada  
Tears in Heaven (Lágrimas en el cielo), que tiene una desgarradora historia detrás que nos 
atrevemos a resumir.

Corría la década de los años 80 del siglo pasado. El primer matrimonio del músico, con la 
modelo Pattie Boyd, de quien Clapton se enamoró cuando ella estaba casada con su amigo, 
el exbeatle George Harrison, estuvo envuelto en problemas por las constantes infidelidades 
de él. En los estertores de su matrimonio con Pattie, el exguitarrista del grupo Cream conoció 
a la modelo italiana Lory Del Santo, con quien inició una relación que, a la postre, resultó 
muy difícil para ambos. Eric Clapton estaba en pleno proceso de divorcio y se recuperaba de 
su adicción a las drogas y Lory Del Santo pudo darse cuenta que el genio de la música, si 
era alcohólico, lo era debido a problemas mentales y emocionales. El músico incluso pasaba 
días en los que no quería que hubiera ningún ruido en casa y hablaba muy poco con su 
pareja. Luego volvía todo a la normalidad. Fue en uno de estos últimos periodos de calma en 
el que ambos hablaron de tener un niño pues una de las razones del divorcio de Pattie Boyd 
fue que no lograron tener descendencia. Eric Clapton, según Lory Del Santo, aceptó tener un 
hijo, pero cuando Lory le comunicó que estaba embarazada, Eric reaccionó fatal porque, al 
parecer, odiaba los cambios y prefería una vida simple y organizada, y tener un bebé 
afectaba a eso. 
 
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Los meses siguientes fueron duros. Eric se alejó de Lory y apenas si se comunicaban. 
Incluso el mánager del músico le pidió a ella que abortara, pero ella continuó adelante con 
su decisión de traer al mundo a su pequeño. Cuando la modelo decidió dar a luz en Londres, 
Eric Clapton se opuso en un principio. Luego aceptó hacerse cargo de su hijo, al que 
bautizaron como Conor. Los tres comenzaron a vivir como una familia y todo parecía felicidad. 
Lamentablemente, el caracter del músico volvió a emerger y no entendió que las necesidades 
de un niño son primero que todo. Cuando Conor tenía 3 años, sus padres se separaron, 
aunque la modelo decidió que Clapton viera cuando quisiera a su pequeño.

En marzo de 1991, Lory Del Santo y el pequeño Conor, de 4 años, viajaron a Nueva York para 
pasar la Semana Santa con el artista inglés, que vivía allí mientras durara la gira que estaba 
haciendo por Estados Unidos. El día 19, Eric paseó todo el día con su hijo y con su  expareja. 
Llevaron al niño al circo en Long Island y los tres pasaron “el día más feliz de sus vidas”, 
según recuerda la modelo en una entrevista 15 años después. Eric Clapton le dijo que había 
decidido hacerse cargo de su hijo porque ahora entendía lo que significaba tener un niño. En 
palabras de Lory al recordarlo en la entrevista citada, "Lo pasaron realmente bien. Cuando 
Eric regresó, me miró y me dijo que por fin entendía lo que significaba tener un hijo y ser 
padre. Estaba muy feliz. Era la primera vez que Eric había pasado unas horas a solas con 
nuestro hijo. Conor, por su parte, estaba muy emocionado por el día tan maravilloso que 
había pasado con su padre"

 
 
20 de marzo de 1991. Conor se levantó muy contento por el día que había pasado junto a 
su “papito”. Eric los iba a llevar al zoológico por la mañana y el niño aún estaba en pijama 
jugando con su niñera. Su madre había terminado de bañarse, estaba preparándose para la 
salida y le pidió que se diera prisa en dejar de jugar y prepararse.

Casualmente, en esa misma fecha, el conserje del edificio hacía trabajos de limpieza en el 
apartamento, por lo que Lory ordenó a la niñera y la sirvienta  no dejar al niño solo ni un 
segundo. Cuando Lory salía del baño, escuchó su fax sonar y se detuvo a ver el mensaje. 
En ese momento oyó que Conor salía de su cuarto a toda velocidad para jugar al escondite 
con la niñera. El pequeño se metió al cuarto donde el conserje estaba limpiando un gran 
ventanal y, sin darse cuenta, Conor atravesó el ventanal abierto del apartamento, ubicado en 
el piso 53 de un rascacielos en la calle 57 de Manhattan y cayó al vacío. Murió 
instantáneamente al impactar en la terraza de los bajos del edificio contiguo1. "Escuché un 
grito desgarrado que no era de Conor. Era la niñera. Corrí a la habitación gritando de forma 
histérica: '¿Dónde está Conor, dónde está Conor?'. Entonces vi la ventana abierta y 
comprendí lo que acababa de ocurrir. Sentí que me quedaba sin fuerza y me desmayé", 
relata Lory. A los 5 minutos, Eric Clapton llegó al apartamento, sin saber que su hijo había 
fallecido de forma tan trágica. “Lory me gritó: 'Está muerto'. No sabía de qué me hablaba. 
Entonces dijo: 'Se ha caído por la ventana", explica Eric Clapton "Sentí como si yo saliera de 
mí mismo, no podía entenderlo, no podía asumirlo. Fui con él hacia el hospital más cercano 
y me despedí de él. Perdí la fe”.

La gran tragedia es que Eric Clapton se dio cuenta de todo lo que Conor significaba para él 
justo el día antes de que su hijo muriera. "Conor fue lo primero que me pasó en la vida que 
realmente me llegó al corazón y me hizo pensar: 'Es hora de madurar”, recuerda el músico, 
ya de por sí con agitada vida personal. Su adicción a las drogas y al alcohol y una situación 
familiar cuando menos llamativa por lo desconcertante - quien creía que era su madre era en 
realidad su abuela y a quien consideraba su hermana era su madre - le llevaron a pasar por 
peligrosos periodos de autodestrucción que minaron muchas de sus relaciones personales. 
Si algo ha ido asociado a la imagen del músico es un aura de tristeza que alcanzó su máximo 
exponente con la dolorosa Tears in heaven.. La fatídica mañana de marzo en la que perdieron 
a su hijo, Lory confiesa que quiso matar al conserje al que acusaba de falta de sentido común 
por haber quitado los cristales en un apartamento donde correteaba un niño pequeño. "El 
conserje jamás nos pidió perdón y yo dejé de vivir a partir de ese momento. Cuando Conor 
cayó, el conserje llamó a la ambulancia, pero obviamente ya no había ninguna esperanza. 
Eric fue a ver a Conor en la morgue, pero yo no pude", señala.

Ya de vuelta en Londres, donde se celebró el funeral del niño, Lory recuerda esos momentos 
como irreales. "La gente me apoyó, pero no había nada que pudieran hacer. Durante cuatro 
años lloré todos los días y actualmente no pasa un día sin que piense, hable o rece por 
Conor". Lory asegura que nunca vio llorar a Clapton. "Cada uno lleva el duelo a su manera. 
Sé que Eric es una persona muy introspectiva. Nunca hemos hablado sobre lo que le 
sucedió a Conor. No lo necesitamos porque no hay palabras, y ambos lo sabemos”. Y
 cuenta Clapton: "Estábamos sólo yo y mis pensamientos. Empecé a abrir las cartas de 
condolencia, que eran miles, y entre ellas se coló una de Conor. La había enviado unas 
semanas antes, cuando estaba en Milán con su madre. Decía: ‘Te quiero. Un beso’2. En ese 
momento me di cuenta de que si podía pasar por superar aquello sin beber, podría hacer 
cualquier cosa", “Fui consciente de que podía hacer de esa tragedia algo positivo y dediqué 
mi vida a honrar a mi hijo. Cogí una guitarra española y durante meses la toqué y toqué para 
intentar afrontar la situación. La música me salvó, se llevó el dolor... Escribí Tears in heaven 
para mí porque me sentía terriblemente mal". 
 

Se dice que perder a un hijo es lo más doloroso que puede pasar un ser humano ya que va 
contra la lógica de la vida misma: son los hijos quienes entierran a los padres. Los que somos 
padres y madres sabemos el amor inmenso que se siente por una hija o un hijo, y no 
podemos ni imaginar el dolor que se debe sentir ante la muerte de tu propia criatura. Pero a 
Eric Clapton sí que le pasó eso, y supo sublimar esa desgracia componiendo la emocionante 
elegía “Tears in Heaven”, compuesta solo unos meses después de aquel desgraciado 
accidente. Eric Clapton se hundió con el accidente del crío, como es lógico, pero hizo lo que 
mejor sabía hacer: componer música. Y nueve meses después del accidente le salió de 
aquel dolor una canción redonda, en la que él se pregunta una y otra vez si volverá a ver a 
su hijo. Se imagina una conversación con él en el cielo, se pregunta si el hijo recordaría su 
nombre, si le cogería la mano, si sería lo mismo. Sabe que él no está en el cielo, que está 
aquí en la tierra sufriendo, que tiene que ser fuerte y continuar… Un chorro de sentimientos 
duros y bellamente expresados: el dolor, el desgarro, la ausencia, la melancolía, la 
incomunicación, la resignación, la lucha, la supervivencia. La travesía por el sufrimiento de un 
padre cualquiera, estrellas del rock incluidas. Cuenta Clapton en su autobiografía que, al 
menos, la dura experiencia le sirvió para abandonar definitivamente el alcohol, una fuerte 
adicción a la que había estado enganchado durante décadas. Tears in Heaven fue a la postre 
uno de los éxitos más grandes de la carrera de Eric Clapton y ha quedado como un clásico 
inmortal.
Como es comprensible, los sentimientos que despierta una canción que ha tenido un origen así no son universales ni siquiera para sus protagonistas y casi una década después de la tragedia, Lory Del Santo no había podido escuchar todavía Tears in Heaven. "Una vez, en Amsterdam, la estaban poniendo en la radio y sonaron los primeros acordes, pero me fui corriendo para no escucharla", aseguró Del Santo en una entrevista que concedió en 1999.

Alejado de esa especie de optimismo religioso que promete el reencuentro después de la 
muerte, Eric Clapton fue consciente de que no volvería a ver jamás a Conor, una certeza que 
expresó en las tres primeras líneas de la canción: “¿Sabrías mi nombre si te viese en el cielo? 
¿Sería lo mismo si te viese en el cielo? Debo ser fuerte y seguir adelante, porque sé que mi 
lugar no está en el cielo…” Desgarradora y llena de melancolía, la dureza de su letra no 
esconde, sin embargo, el intento de Clapton por resarcirse del peor momento de su vida y de 
emerger como el ave fénix de entre las cuerdas de su guitarra. Porque todo lo que no pudo 
llorar más lo depositó en el fondo de esta canción, en el alma de Tears in Heaven. 
 
 
 
La letra de la canción dice lo siguiente (traducido del original inglés):

¿Sabrías mi nombre

si te viese en el cielo?

¿Sería lo mismo

si te viese en el cielo? 
Debo ser fuerte,

y seguir adelante,

porque sé que no encajo 

aquí en el cielo.
¿Me tomarías de la mano

si te viese en el cielo?

¿Me ayudarías a mantenerme en pie

si te viese en el cielo?
Encontraré mi camino

cruzando la noche y el día,

porque sé que no puedo quedarme

aquí en el cielo.
El tiempo puede hacerte caer,

el tiempo puede hacer que te arrodilles,

el tiempo puede romperte el corazón,

tenerte suplicando por favor,

suplicando por favor.
Más allá de la puerta,

hay paz, estoy seguro,

y sé que no habrá más 

lágrimas en el cielo.
¿Sabrías mi nombre

si te viese en el cielo?

¿Sería lo mismo

si te viese en el cielo?
Debo ser fuerte,

y seguir adelante,

porque sé que no encajo 

aquí en el cielo. 


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1Este nivel de detalle está extraido del informe policial y de los recuerdos publicados de Lory Del Santo.

2Cuenta Lory: "El pequeño había aprendido a escribir algunas palabras y me dijo:" Oh, mami, quiero escribirle una carta a papá, ¿qué debo escribir? "Le dije:" Bueno, escribe, <te quiero> ". Escribió eso y lo enviamos como una carta normal a la dirección de Clapton en Londres, donde la recibió justo después del funeral"