miércoles, 29 de mayo de 2019

Burnout, enfermedad reconocida.

Recientemente, en este mismo blog, nos permitimos reflexionar sobre algunos aspectos del 
síndrome del burnout o "estar quemado" sin sospechar que era un tema de plena actualidad, 
ya que,casualmente, menos de un mes después de publicarse esas reflexiones, se ha hecho 
público que en la Organización Mundial de la Salud (OMS), en su última asamblea celebrada el 
pasado 25 de mayo, los expertos sanitarios han acordado incluir por primera vez en la 
clasificación de enfermedades asociadas al trabajo y oficialmente reconocidas el síndrome del 
'burnout' o del “trabajador quemado” con efectos uno de enero de 2022. De hecho, este 
síndrome ya estaba incluido en el catálogo de 1990, que recoge más de 55.000 trastornos y 
causas de muerte, pero hasta ahora correspondía a una categoría más genérica que hacía 
referencia a "problemas relacionados con dificultad en el control de la vida". 
 
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Según la nota de la OMS, se trata de "un síndrome como resultado del estrés crónico en el 
lugar de trabajo", y puntualiza: "Se refiere específicamente a los fenómenos en el contexto 
laboral y no debe aplicarse para describir experiencias en otras áreas de la vida". En este 
sentido, describe tres síntomas reconocibles: agotamiento o falta de energía, "distanciamiento 
mental" del puesto de trabajo y disminución de la eficacia laboral. No en vano, el estrés 
laboral está considerado el segundo problema de salud laboral más frecuente de Europa. Su 
magnitud es tal que se le atribuyen entre el 50% y el 60% de los días que se pierden en el 
trabajo, aunque normalmente no surge por sí solo, sino que se relaciona con la precariedad 
(72%), la excesiva carga de trabajo (66%) o el acoso laboral (59%). Eurostat señala, también, 
que durante un periodo de nueve años el 28% de los trabajadores europeos se ha sentido 
expuesto a riesgos psicosociales que afectan a su bienestar mental. 

Profundizando en el tema algo más que en las anteriores reflexiones, el síndrome fue descrito 
por el psicoanalista Herbert Freudenberger en 1974 al observar en una clínica para 
desintoxicación de toxicómanos de Nueva York que en la mayoría de los voluntarios había 
una pérdida de energía progresiva hasta llegar al agotamiento, síntomas de ansiedad y 
depresión, así como desmotivación en el trabajo y agresividad hacia los pacientes al cabo de 
un año de estar trabajando en ella. En 1976 lo definió la psicóloga Cristina Maslach, quien lo 
caracteriza como productor de altos niveles de agotamiento emocional, despersonalización y 
una reducida capacidad de realización personal. 
 
 
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El síndrome se suele describir cronológicamente en fases. La primera, el agotamiento 
emocional, comienza con una ambición excesiva, y la persona, por ello, trabaja más duro, 
dando lugar a fatiga, pérdida progresiva de energía y abandono de la atención a las 
necesidades propias, lo que da paso a la segunda fase: la despersonalización experimentada 
por el trabajador como un escudo que lo protege de la desilusión y el agotamiento; esto 
implica actitudes y sentimientos cínicos y/o negativos sobre las propias personas, que se 
manifiestan con irritabilidad y respuestas impersonales. La última fase, el cinismo defensivo, 
se relaciona con cambios en el comportamiento, como reacciones psicológicas de 
despersonalización, pérdida de contacto con las necesidades personales, sensación de vacío, 
ansiedad y adicción, con lo que aumentan los sentimientos de desesperación y de no 
encontrarle sentido a la vida, lo cual lleva a los profesionales a un agotamiento que puede 
incluso amenazar la vida.

Síntomas de alerta son: aumento de compromiso para obtener las metas, exhaustividad, 
disminución del compromiso con los pacientes (en el caso de profesionales de la salud), 
reacciones emocionales de culpabilidad con depresión y agresión, disminución del desempeño 
cognitivo, alteración de la vida emocional, social e intelectual, reacciones psicosomáticas y 
desesperación.

El síndrome es multifactorial, implica factores internos que dependen de la personalidad del 
individuo, como ocurre en personas  ambiciosas, perfeccionistas, que constantemente 
necesitan ser reconocidas, que quieren complacer a los demás, acuñan sentimientos de ser 
irreemplazables considerando el trabajo como su prioridad, que llega a sustituir la vida social y 
familiar, y factores externos dados por las circunstancias a las que se expone la persona, 
como altas demandas en el trabajo, problemas de liderazgo o jerarquías, presión de tiempo, 
mal ambiente laboral, falta de libertad para tomar decisiones, alteración en la comunicación y 
aumento de la responsabilidad con pobre organización, donde la retroalimentación positiva es 
poca y el trabajo en equipo es nulo. Estos factores se ven exacerbados directamente por la 
ausencia de soporte social y familiar del profesional. 

En resumen, el síndrome es el resultado de un proceso en el que el sujeto se ve expuesto a 
una situación de estrés laboral  crónico, con ineficaces estrategias para afrontarlo. Es decir que, 
en el ámbito individual, los sujetos, en su esfuerzo por adaptarse y responder eficazmente a 
las demandas y presiones laborales, pueden llegar a esforzarse en exceso y a largo plazo, lo 
que lleva a esa sensación descrita como “estoy quemado”, mientras, en el ámbito laboral, el 
rendimiento es bajo y conduce al deterioro en la calidad del servicio, absentismo laboral, alto 
número de rotaciones e incluso abandono del puesto de trabajo. El síndrome, aún antes de 
esta decisión de la OMS, se ha visto relacionado con enfermedades cardiovasculares, 
cutáneas, alérgicas y diabetes, lo cual se explica igual que cualquier otra condición de estrés 
crónico, postraumático o depresión 
 
 
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La OMS reconoce ahora este síndrome como exclusivamente aplicado al entorno laboral. La 
medida supone constatar su existencia como enfermedad de cara a ampliar la investigación 
sobre sus efectos y ayudar a diseñar programas para dar una respuesta a quienes sufren 
sus síntomas. "El síndrome de burnout", puntualiza, repetimos, la OMS, "se circunscribe al 
entorno laboral y no debe de servir para describir situaciones de estrés en otras áreas de la 
vida". Curiosamente, en España ya hace muchos años que se reconoce esta enfermedad 
como laboral. En una sentencia de 2005, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) 
reconocía el "síndrome del quemado" o "burnout" a una maestra de Barcelona, a la que 
confirmó su incapacidad permanente absoluta. El colegio en el que trabajaba la mujer no 
veía clara la relación causal de su situación con su enfermedad. Sin embargo el TSJC aclaró 
entonces que "este tipo de dolencias se gestan de una forma lenta y acumulativa" y "se 
relacionan directamente con el trabajo". El tribunal definió esta dolencia laboral como 
"agotamiento físico, emocional y mental", motivado por "un proceso en el que se acumula un 
estrés excesivo por una desproporción entre la responsabilidad y la capacidad de 
recuperación" del empleado.

Será interesante ver, en lo tres años que faltan para que el mandato de la OMS entre en 
vigor, las iniciativas que se toman y, en definitiva, lo que se hace (si es que se hace) para 
controlar, al menos, los factores externos desencadenantes del síndrome.

sábado, 25 de mayo de 2019

Argumentos (?) ad hominem

        "El insulto es el argumento de quien no tiene argumentos" (Garcilaso de la Vega). Los insultos son una mezcla de rabia y falta de argumentos” (Anónimo) Las injurias son los argumentos de los que no tienen razón” (Jean Jacques Rousseau)

La vida te da sorpresas. O no. Veréis: hace unos días, una persona con la que tengo una 
relación de cordialidad y respeto y que tiene la consideración de “amiga” en las Redes 
Sociales, con buena voluntad, se hizo eco de una noticia (?), que no viene al caso, 
claramente manipulada para inducir una determinada reacción al lector. Le facilité entonces 
el acceso a la fuente original documentando la falsedad de la interpretación sesgada del 
extracto que a esta persona había llegado y expuse mi parecer (que mantengo, claro) que 
únicamente tras conocer de fuentes solventes y contrastadas el hecho de que se trate y no 
sólo el titular que se divulga sobre él puede formarse una opinión (la que sea, y así lo dije) 
razonable que debe respetarse. 
 
 
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Aquí fue Troya, parafraseando a Cervantes en el Quijote (tomada la expresión, por cierto, de 
La Eneida); desmintiendo aquel dicho clásico de “los amigos de mis amigos son mis amigos”, 
personas que en la Red figuran como “amigos” del mío (a quien cabe respetar 
escrupulosamente su derecho a depositar sus afectos en quienes quiera, faltaría más), se 
dedicaron a desplegar un catálogo de insultos contra mi persona ya que, por lo que se vio, el 
simple hecho de manifestar la necesidad de acceder a información veraz sobre cualquier 
asunto para formarse una opinión sobre él, les había permitido adivinar lo que pienso en 
general (!!!) que, como, según ellos, es diferente de SU verdad (¿que no precisa información?), 
es directamente despreciable. Lo llamativo de la situación es que en ningún momento se 
cuestionaban o rebatían mis argumentos, no; más bien era un ejercicio de desahogo visceral 
con la forma de ataque personal (¿por decirles que es saludable pensar?).

En este punto, el recurso fácil es el de culpar al uso de las Redes Sociales para canalizar por 
ellas reacciones irreflexivas inapropiadas, ya que, como certifican estudios serios, es habitual 
que las Redes Sociales (con especial atención a Twitter) saquen el lado más visceral del 
usuario y, ante determinadas informaciones (que en muchas ocasiones son falsas o 
manipuladas) se activen los mecanismos de ira o repulsa sin detenernos a pensar si con ello 
perjudicamos a otros usuarios. Pero este recurso pierde toda validez cuando se comprueba, 
sin ir más lejos, que el Parlamento (que debería ser el templo del respeto por la palabra en 
tanto que herramienta para debatir ideas) se convierte a menudo en un ruidoso circo donde 
prima la descalificación, y casi la injuria, personal por encima de las ideas, llegando al absurdo 
de impedir, no ya defenderlas, sino simplemente expresarlas. 
 
 
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Hablando de este fenómeno en términos teóricos, en lógica filosófica se conoce como 
argumento ad hominem (del latín, “contra el hombre”) a un tipo de argumento, muy usual, por 
desgracia, en determinados miembros de nuestra clase política, que consiste en dar por 
sentada la falsedad de una afirmación tomando como argumento quién es el emisor de esta. 
Para utilizar esta falacia se intenta desacreditar como sea, incluso apelando a rasgos físicos, a 
la persona que defiende una postura señalando una característica o creencia impopular de esa 
persona1 pero es inapelable el hecho de que alguien que desacredite al adversario no prueba 
nada acerca de la falsedad o veracidad de lo que este diga. Es decir, se hace un ataque ad 
hominem cuando se busca invalidar una idea, no atacándola, sino yéndose en contra de quien 
la mantiene. Normalmente quienes utilizan este tipo de argumentos son individuos que al verse 
incompetentes para defender sus tesis, reveladas como inconsistentes, pero que, por encima 
de la verdad, aman la fama y el poder, embisten, cual bestias incivilizadas, contra aquellos que 
saben cómo demostrar y comprobar, las suyas. Por ello, es muy común ver a estos individuos 
llevar al plano de lo visceral lo que precisa racionalidad, o hacer de lo que debe ser un debate, 
más o menos complejo, una polémica irracional.  

En casos que nos resultan familiares, es por este tipo de gente por los que todo un Parlamento 
termina pareciéndose más a un mercado público que a un centro de reflexión profunda y 
tranquila. No obstante, todavía más antiético es el ataque ad hominem que se hace “tras 
bambalinas”: detrás de publicaciones y artículos, sin jamás dar la cara ni dar la oportunidad al 
injuriado de defenderse, en público, a través del debate, frecuentemente por parte de un 
“maestro” (pues cuenta con “discípulos”), que en vez de dedicarse al diálogo y al debate, se 
dedica a cortar cabezas a diestro y siniestro de todo aquel que le disienta a través del ataque 
de marras (llegando incluso a buscar la rama judicial del Estado para desacreditar aún más a 
sus adversarios). Y así, vemos a las turbas de “discípulos” desesperadas, maldiciendo y 
repitiendo como loros una serie de improperios y falacias ad hominem, que pretenden 
implantar un criterio que no son capaces de demostrar ni alcanzar por la vía democrática o del 
dialogo abierto. Respondiendo a los intereses de sus titiriteros que únicamente pretenden 
alcanzar un poder que no son capaces de ganar por la vía democrática en un proceso 
electoral abierto. 
 
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Elbert Hubbard (1856 – 1915), escritor, artista y filósofo estadounidense, famoso sobre todo 
por su ensayo de autosuperación Un mensaje a García.o, simplemente, Carta a García, es el 
autor de la frase “Si no puedes responder al argumento de un adversario, no está todo perdido: 
puedes insultarle” Efectivamente, esta falacia se produce cuando el adversario, siendo 
consciente de que llevamos nosotros la razón pero carece de argumentos para refutarnos, en 
lugar de atacar nuestro razonamiento, intenta descalificarnos personalmente con comentarios 
ofensivos, malignos, insultantes o groseros.  Por lo tanto, el adversario se aleja del objetivo 
real del debate para centrarse en la persona del adversario.

De esta forma, quien insulta, ya sea ante la superioridad de la idea del adversario o por la 
imposibilidad de responder con argumentos, pretende, a través del recurso al insulto, que 
aquel guarde silencio o que pierda su credibilidad. Para ello, se recurre a cuestionar, en 
general, además, con malas artes, el físico, la inteligencia, el carácter, la condición, o la buena 
fe del oponente. Curiosamente, esta falacia tiene gran predicamento público por una sencilla 
razón, que es que cualquiera es capaz de utilizarla, y además, ante un público o auditorio 
proclive (amigos, familiares, etc.), causa un gran efecto, generando el desconcierto y la 
pérdida de control del adversario, quien ante el insulto gratuito e injustificado suele entrar en la 
batalla verbal, perdiendo toda su concentración.

Es una pena constatar que hay personas, sobre todo en el ámbito opinador, que no saben 
analizar y, por tanto, opinar, sólo saben insultar. Cuando hablan de las acciones o las 
opiniones de los demás, no valoran los pros y los contras de sus propuestas, sino que 
reaccionan como un caballo salvaje relinchando y dando coces al autor de la propuesta. 
Existen dos teorías sobre esto. La primera es que no han entendido nada. La segunda es que 
no lo han querido entender. La falta de argumentos es lo que deriva en un ataque a la persona. 
Cuando la crítica se limita a la grosería y la desconsideración personal, lo que luce es la falta 
de ideario propio. En los temas delicados que nos han tocado vivir y en los que aquí no 
entraremos,, si los que defienden esta SU España concedieran al resto de mortales los 
secretos de su iluminación sagrada, quizás sería posible debatir algo. Lamentablemente, 
parece que sólo queda discutir el grado y volumen del improperio. Los defensores de ese 
modelo de España (que muchas voces de variados ámbitos afirman que no es el real) lo 
tienen complicado cuando SU país de referencia genera tanta frustración que les empuja a 
ellos a reaccionar así. 
 
 
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Como dice el escritor italiano Umberto Eco (1932 -2016) al final de su libro El nombre de la 
rosa: “Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus" (“de lo que en un principio dijimos 
que llamaríamos rosa, sólo nos ha quedado el nombre”) . En el caso de determinados  
opinadores, sólo nos quedará el exabrupto. ¡Qué lástima!.

Para finalizar estas reflexiones, recordemos una anécdota de otro escritor, el erudito escritor 
argentino Jorge Luis Borges (1899 – 1986), de quien se cuenta que, en el curso de una 
acalorada discusión le lanzaron a la cara un vaso de whisky y dijo:

                    Eso es una digresión. Ahora espero su argumento”

Pero, ¿se puede hacer algo cuando uno es víctima de esta situación? Cierto que no es muy 
habitual (salvo en política), pero cuando estas situaciones se producen, quedamos tan 
asombrados y perdidos que estamos humanamente tentados a elegir la opción más 
peligrosa y poco recomendable, la del contraataque personal, entrando así en un círculo asa
vicioso de imprevisibles consecuencias. No, posiblemente la actitud más eficaz (y digna) 
ante este tipo de ataques reside en mantener la sangre fría y evitar la confrontación personal, 
volviendo enseguida al asunto debatido sin reparar en las ofensas; de este modo, haremos 
ver al contrario que estamos esperando su argumentación, pues el ataque personal carece 
de valor en esta confrontación y no nos afecta (por mucho que interiormente lo haga). De 
esta forma, desacreditaremos a la persona del adversario y a su capacidad de argumentar, 
pues desarmado, no encontrará lo que nunca construyó en su mente: un argumento.
 
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1Por ejemplo:
• A: «El Estado no está garantizando las necesidades básicas de todos los individuos».
• B: «Usted nunca tuvo necesidades, no puede hablar sobre lo que hace el Estado».
En este caso se dice que el argumento usado por B es una falacia, porque no prueba falsedad, sino que intenta generar la sensación de falsedad.
• A:” los triángulos tienen cuatro lados”
• B: “usted nunca estudió geometría, luego no tiene razón en lo que dice
Efectivamente la proposición de A es falsa, pero no porque no haya estudiado geometría, sino porque el triángulo tiene tres lados.

domingo, 19 de mayo de 2019

Héroes sin laureles.

Dentro de la familia de las ataxias, ya sabéis, esa enfermedad rara neurodegenerativa poco 
conocida de la que existen (para “facilitar” la investigación sobre ella) varias decenas de tipos, 
quizá la más popular en el conocimiento e imaginario públicos sea la Ataxia de Friedreich, una 
de las variedades que se manifiestan a más temprana edad y una de las más agresivas con la 
persona afectada y, como ocurre en todo este tipo de dolencias, con su entorno.

 
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Recordemos de forma muy resumida: la Ataxia de Friedreich es una enfermedad de las 
catalogadas como “raras” que ocasiona daño progresivo al sistema nervioso y se caracteriza 
por la destrucción de ciertas células que controlan los movimientos musculares. Aunque no 
pueden darse cifras muy precisas, la Ataxia de Friedreich es la ataxia hereditaria más frecuente. 
La enfermedad normalmente aparece entre los cinco y los quince años de edad, pero se han 
registrado edades de inicio de la enfermedad desde los 18 meses a los 30 años, afectando 
por igual a hombres y mujeres. 

El primer síntoma en aparecer es, generalmente, la carencia de la coordinación de 
movimientos musculares que, en un principio, solo afecta a la marcha, pero, más tarde se 
extiende a los brazos, manos y tronco. Otros síntomas, y no es una relación exhaustiva, son  
problemas cardíacos, deformidades en los pies, escoliosis vertebral, debilidad y atrofia de los 
músculos, pérdida de reflejos en rodillas, muñecas y tobillos, pérdida de sensibilidad en las 
extremidades, movimientos rítmicos, rápidos e involuntarios en los ojos y dificultad y lentitud 
en el habla. El diagnóstico debe incluir una minuciosa exploración con la realización de 
numerosas pruebas por parte del/de los especialista/s (debe tenerse en cuenta la 
colaboración en equipo del neurólogo, endocrino, otorrino, etc.). 

Al tratarse de una enfermedad degenerativa, dentro de la familia de las ataxias, a medida que 
pasa el tiempo progresa el deterioro físico, de forma que la mayoría de los pacientes con  
Ataxia de Friedreich necesitan, en algún momento de la evolución de su enfermedad, ayuda 
para caminar. Dicho de otra manera,los afectados por esta enfermedad, en un tiempo más o 
menos corto, se ven obligados a utilizar una silla de ruedas y, progresivamente, cada día más, 
a depender de la atenciones y cuidados de sus, generalmente, familiares, pues acaban 
perdiendo toda autonomía personal. La progresión es variable de un individuo a otro 
estadísticamente, en general, fallecen debido a los problemas cardíacos. 

No existe un tratamiento curativo especifico de las ataxias y el objetivo del tratamiento para 
ellas es mantener el mejor estado físico posible durante el máximo tiempo. De esta manera, 
 la rehabilitación continuada es imprescindible (entendiéndola, no como herramienta de 
mejora y recuperación de facultades, sino como barrera al progreso del deterioro funcional 
que provoca la enfermedad), tanto en su vertiente de fisioterapia para una mejor movilidad y 
equilibrio, y logopedia para el habla.  
 
 
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Con este sombrío panorama, lo humanamente difícil es tener la fortaleza de afrontar la 
situación, aunque sólo sea pensando en el bienestar del entorno y, para poder sobrellevar 
este tipo de patologías, el enfermo debe contar con una explicación de su dolencia y saber 
cómo interpretarla sin caer en el negativo “¿Por qué yo?”, el paso siguiente es la alianza 
terapéutica (el médico aporta su saber y el paciente su forma de abordar la enfermedad) pero, 
como en estas enfermedades, una vez que la idea de cura se ha eliminado, la estrategia es  
luchar por mantener una calidad de vida que haga pensar que vivir vale la pena, pensando 
que ese proceso, el conseguir bienestar, sentirnos satisfechos, al final pasa por las relaciones 
con tenemos con los demás, luego el promover las relaciones afectivas es una forma de 
positivismo frente a la enfermedad. Trabajar, mantenerse activo física, mental y socialmente 
es otro arma para convivir con la enfermedad (siempre y cuando no sea incapacitante). Por 
otro lado, tengamos en cuenta que el miedo es un compañero de viaje del enfermo pero e
adulto (los enfermos niños o adolescentes son otra cosa) mira al miedo de frente sobre todo 
porque entiende la relación que tiene el tratamiento anímico con una calidad de vida buscada 
y lucha por priorizarlo.

Según ese esquema, se ha de convenir que hay muchos “héroes anónimos” inmersos en una 
lucha cuyo objetivo no es el final del camino sino el propio camino, sea marcado por una 
u otra enfermedad, y que, a veces, alguno de esos “héroes” sale a la luz pública; uno de ellos 
es Stephen Hawking, con una enfermedad que no era ataxia y convertido en modelo de 
muchas cosas. Contaba Stephen Hawking que cuando estaba en su tercer año de universidad, 
en Oxford, se dio cuenta de que se estaba volviendo más torpe: “Me tropecé y me caí dos o 
tres veces sin motivo alguno”. No le dio importancia, pero su padre sí, y le llevó a un 
especialista. Le ingresaron durante dos semanas y le sometieron a varias pruebas. “Después 
de todo aquello no me dijeron qué tenía, excepto que yo era un caso atípico. Entendí, 
sin embargo, que esperaban que siguiese empeorando y que no había nada que pudiesen 
hacer, excepto administrarme vitaminas. Se notaba que no esperaban que eso tuviese 
demasiado efecto. No quise pedir más detalles porque obviamente eran graves”. Los “detalles” 
correspondían a las siglas ELA, esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad degenerativa 
que destruye las neuronas motoras. Hawking fue diagnosticado a los 21 años y avisado de 
que la esperanza de vida media de las personas con ELA es de entre cuatro y cinco años. 
Difícilmente superaría los 25 años y pocas probabilidades había de que llegase a los 27. Pero 
Hawking llego a los 27 y los sobrepasó con creces. Falleció en marzo de 2018 tras cumplir los  
76 años. ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo pudo Hawking, u otros en situación similar, superar las 
previsiones más optimistas sobre su esperanza de vida?.

La respuesta es compleja y, desde luego, sobrepasa con mucho los límites y el propósito de 
estas líneas, que es sólo el de reflexionar sobre el problema y no el de aventurar hipótesis 
acerca de un tema tan delicado y espinoso. El caso de Hawking es muy excepcional y la 
mayoría de los neurólogos están de acuerdo en este punto, médicamente, cuando la ELA 
comienza por la médula espinal y avanza despacio, como ocurrió con él, tarda mucho en 
afectar a los músculos necesarios para sobrevivir y, además, su salud, aunque deteriorada 
progresivamente en general, nunca tuvo un empeoramiento brusco por otras causas y, al 
parecer de los expertos, la edad de los pacientes en el momento de manifestarse la 
enfermedad parece ser la clave: cuanto más jóvenes son, más despacio parece avanzar la 
enfermedad, lo que también encaja con el caso de Hawking, que fue diagnosticado muy joven. 
 
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Tanto en el caso de la ELA de Hawking como, en general, en todas las enfermedades 
neurodegenerativas, los enfermos necesitan atención especializada, pero también 
investigación básica que desvele qué desencadena la enfermedad, por qué a veces es una 
asesina rápida y otras veces se toma su tiempo, y qué podemos hacer para detenerla; 
neurólogos, enfermeros, fisioterapeutas, logopedas, psicólogos, asistentes sociales, cuidados 
paliativos, ayuda técnica y recursos económicos son necesarios porque los cuidados y la 
terapia no detienen la enfermedad, pero son fundamentales para mejorar la calidad de vida 
del enfermo, sobre todo teniendo en cuenta (digamos la verdad, por crudo que resulte) que 
nos encontramos ante enfermedades especialmente crueles porque las capacidades 
mentales nunca se pierden y el paciente es consciente en todo momento de todo lo que le 
ocurre mientras se va quedando atrapado en su propio cuerpo cada vez menos controlable, 
con todo lo que comporta el ser testigo/protagonista del doloroso y fatídico proceso de pérdida 
de autonomía-independencia-privacidad-intimidad. 
En este aspecto es particularmente lacerante, indignante y preocupante que en España 
muchas unidades clínicas no cuentan con los recursos necesarios y que enfermos denuncian 
que les han llegado a retirar la fisioterapia porque decían que no iban a mejorar, en lo que 
puede interpretarse como un ejercicio de "derroche de sensibilidad y comprensión" ante estos 
enfermos. 

¿Puede hacerse algo aquí? Partiendo de la base de los enunciados sociales estándar que 
rodean al enfermo que le hacen buscar consuelo en la pena social que desprende diciéndole 
que, comoesclavo de tus patologías, tú ya no eres tú, eres tu enfermedad, sus miedos,....”,  
pero la clave de fuerza contra esa pena está en no luchar contra la enfermedad sino con ella 
porque, en este proceso soy sujeto de estudio y el sujeto que estudia, una terapia para 
aceptar la enfermedad entendida como potencia que ata a la vida en un juego a ciegas con 
el azar. No nos engañemos, el proceso emocional es complicado dado que al principio se 
acepta el discurso de la pena poniendo la enfermedad como escudo hasta que llega un 
momento que se intenta encajarla en la vida. Los discursos sociales sobre el enfermo pesan 
más de lo que parece pues lo sitúan en un espectro de la sociedad del que es difícil salir. 
Cuesta luchar contra el encasillamiento, no hacerle caso, pero se ha de conseguir, coger las 
riendas de la propia vida y que no sea la enfermedad la que la guía. 

Volviendo en concreto a la Ataxia de Friedreich, y hablando de qué se puede hacer para 
evitar ese nocivo encasillamiento/aislamiento del enfermo, la propagación de Internet ha 
propiciado la aparición de blogs, páginas web, contactos en las Redes Sociales,… que se 
han erigido en eficaz punto de encuentro en el que los afectados y sus entornos tomen 
conciencia de que no están solos, que su mundo no se ciñe a su entorno y ni siquiera a su 
ciudad o su país, comparten experiencias e, incluso, sean capaces de evadirse anímicamente 
 (cuidado con “endiosar la Red, pero esa es otra historia). Aprovechando ésto, acabaremos 
estas reflexiones ofreciendo la traducción de un artículo, a medio camino entre la evasión y la 
confesión, publicado hace pocos días originalmente en inglés en uno de los muchos sitios de 
Internet que se dedican hoy al tema, la página web Friedreich’s Ataxia News, dedicada a 
publicar lo último en ciencia e investigación relacionadas con la enfermedad para que los 
pacientes (y sus entornos) puedan acceder y entenderlo, escrito por Matthewt Lafleur, 
diagnosticado con Ataxia de Friedreich a los 11 años de edad y actualmente profesor de 
inglés y con un máster como asesor en salud mental, con el sugestivo título de Planificación 
para mi futuro impredecible.


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"No puedo creer que hayamos encontrado esto", le dije a mi amiga Jennifer, sosteniendo la carpeta de tejidos vegetales sobre mi regazo. "¿Crees que deberíamos abrirlo?"
El sol brillaba intensamente este día de primavera de 2010, pero ni Jen ni yo podíamos verlo. Estábamos trabajando en nuestras becas de posgrado enclaustrados en la oficina del consejero de educación. Cada uno de nuestros tres profesores principales tenía una oficina conectada a la oficina principal, donde contestábamos el teléfono haciendo el trabajo básico de oficina.
Ese día, todos nuestros profesores se habían ido, cada uno a una reunión diferente. Jen y yo nos quedamos solos en la oficina. Encontramos una nota en la parte superior de nuestro escritorio, que nos dio nuestra tarea del día:
Por favor, revisad todos los papeles viejos almacenados en la recepción y poned todos los papeles de antigüedad superior a un año en las cajas de archivo en la habitación de atrás.
Unas horas más tarde, casi habíamos terminado. La mayoría de los documentos que descubrimos eran obsoletos y no merecían una segunda revisión.
Pero luego encontramos aquella carpeta forrada de tejidos vegetales con la etiqueta "Entrevistas de las solicitudes: otoño de 2008".
Ese era el año en que Jen y yo solicitamos y fuimos aceptados en este programa de consejería.
La carpeta estaba llena de las notas de los profesores sobre nuestras entrevistas.
Solo fingimos seriedad y vacilación antes de decidirnos a sacar y ver las notas de nuestras propias entrevistas.
Leer sobre la entrevista desde una perspectiva distinta a la mía fue ... bastante chocante. Romper mi propia memoria y ver un evento desde el punto de vista de otra persona es sinceramente aterrador, pero necesario.
La pregunta escrita en la parte inferior de la hoja: “¿Cuáles son sus planes para el futuro?”, destacaba por lo que el profesor había escrito debajo: “Objetivos poco claros. Puede que tenga que programar una entrevista de seguimiento ".
Esa entrevista de seguimiento nunca sucedió. Por alguna razón, probablemente por falta de tiempo, fui aceptado de todos modos en el programa de posgrado.
Ese día, afronté una nueva verdad sobre mí mismo, algo que siempre había sabido, pero no me di cuenta de que otros también lo notaban: evitaba hacer planes para el futuro. También me di cuenta de que a veces esto no es tanto un capricho como un problema. Casi me cuesta mi admisión a la escuela de posgrado. Cerré la carpeta, la puse de nuevo en mi regazo y giré mi silla de ruedas eléctrica hacia la siguiente habitación para colocar la carpeta en el armario de archivo.
*****
Yo era un niño bastante imaginativo. He escrito acerca de perderme en mis fantasías en el pasado. Cuando se me preguntó sobre la cuestión clásica a los niños de lo que quería ser cuando fuera mayor, normalmente respondía con algo muy llamativo. Quería ser un actor o un doble de escenas de acción. A veces quería ser un agente secreto o un espía. Incluso jugué con la idea de ser un famoso cantante o guitarrista, aunque tampoco había aprendido nunca a tocarla.
Entonces la Ataxia de Friedreich (FA) se asomó con su fea cabeza y, de repente, mis planes para el futuro se hicieron imposibles. FA fue la piedra arrojada a esa imagen como de vidriera de mi futuro. No estaba aún preparado para mirar los fragmentos de esa rotura, para aceptar el futuro alternativo – el de alguien con una discapacidad - cuando estaba en la escuela secundaria.
Como las notas de mi entrevista sugerían entonces, tal vez aún me resista a hacerlo. Establecer una meta en la vida no es fácil para mí. Estoy acostumbrado a problemas inesperados que me impiden encontrar mi destino. Estoy montando un teleférico que está saliendo lentamente de las vías.
En cierto modo, estoy orgulloso de esto. Lo veo como adaptación: vivir en el presente, sin pensar en el futuro. Pero, como sucede con la mayoría de las cosas, si se lleva eso al extremo, se convierte en un problema.
Debe haber un equilibrio entre la valoración del presente y la planificación para el futuro. Lo sé y lo entiendo, pero no siempre encuentro ese equilibrio.
Mi futuro tiene que ser planeado alrededor de FA, como un árbol que crece alrededor de una farola. El árbol se adapta a su entorno, pero sigue creciendo.
Entonces, aunque el futuro a veces da miedo, sigue creciendo. Prometo que yo también lo haré.

(Hemos respetado en la traducción las palabras o frases remarcadas en el texto original)