domingo, 26 de enero de 2020

El duelo, el luto y la filosofía.

La filosofía, la ética y esas cosillas no son meras asignaturas del curriculum académico y, 
como tales, susceptibles de poner y quitar alegremente de los planes de estudio según los 
gobernantes de turno se exhiban más o menos ignaros. Por pudor no nos referiremos a la 
ética y su clamorosa ausencia a la mayoría de niveles y en numerosos ámbitos, y en cuanto 
a la filosofía, recordar que, a grosso modo, es la ciencia que nos invita a pensar, ya que tiene 
como fin intentar responder a esos grandes interrogantes que cautivan al hombre (como por 
ejemplo el origen del universo, el origen del hombre,... ) para alcanzar el conocimiento. Por 
extensión, para cualquier cuestión, la filosofía nos enseña a poner en marcha un análisis 
coherente, así como racional para alcanzar un planteamiento correcto y una respuesta 
adecuada. Claro, que si algunos Poderes Públicos lo que hacen es abogar por eliminar de 
nosotros esa nefasta manía de pensar…1 
 
Imagen relacionada
Raffaello Sanzio - La escuela de Atenas (en el centro, Aristóteles y Platón)
 
Ya puestos, la filosofía (esa manía de pensar) es, lógicamente, tan antigua como la 
humanidad, pero, tal como la conocemos hoy, como “amor a la sabiduría”, que ese es el 
significado etimológico del vocablo, tiene sus orígenes en la Grecia del siglo VII antes de 
Cristo, y un filósofo es (pese a la coloquial carga negativa que a veces se le asigna a la 
expresión), simplemente, una persona corriente que busca el saber por el saber mismo; su 
motivación suele ser la curiosidad, que lo lleva a indagar acerca de los principios sobre la 
realidad y existencia humana. Luego, eso de “filosofar” es una condición característica del 
ser humano que no se refiere a un saber en concreto, sino que es una actitud natural y 
esperable del hombre en relación al universo, a su entorno y a sí mismo. El acto de filosofar 
se nutre de experiencias del contacto con el mundo que nos rodea (ya sea la vida, las 
personas, la naturaleza) para obtener respuestas a sus interrogantes.

Mal que les pese a algunos (malos) políticos, la filosofía occidental (por no hablar de la 
oriental) ha tenido una profunda influencia y a su vez se ha visto profundamente influida por 
la ciencia, el lenguaje, la naturaleza, la religión o la política, como demuestra que muchos 
filósofos importantes fueron a la vez grandes científicos, teólogos o políticos y algunas 
nociones fundamentales de estas disciplinas todavía son objeto de estudio filosófico. Por 
ejemplo, y sin meternos más en camisa de once varas, podemos encontrarnos con una 
filosofía del ser, que incluye a la metafísica, la ontología y la cosmología (entre tantas otras 
disciplinas) y, a su vez, podemos encontrarnos con una filosofía del conocimiento que 
comprende a la lógica y la epistemología. También, existe la filosofía del obrar que se ve 
inmensamente relacionada con cuestiones morales tales como la ética. 

Como es fácilmente comprensible, no hay un camino o secuencia única para estas 
cavilaciones, dependiendo, en último extremo, de la persona que lo transita y del objetivo 
que se busca; formalmente, los métodos más conocidos en la filosofía occidental son el 
razonamiento de pros y contras de una proposición, el experimento mental basado en la 
imaginación, la especulación, el descubrimiento del conocimiento a través de preguntas, la 
duda metódica  cartesiana y otros. Y no es inhabitual que con cualquiera de ellos se apliquen 
criterios o doctrinas diferentes, e incluso opuestas, para abordar una situación o idea. Algo 
de eso pasa en la estructura de las reflexiones de estas líneas.

A lo largo de nuestras vidas tenemos que enfrentarnos a situaciones bonitas, feas, tristes, 
alegres, agobiantes, relajantes y un largo etcétera que se reflejan en sentimientos que 
tenemos que aprender a gestionar, y si admitimos la verdad incuestionable de que la muerte 
forma parte de la vida, en un momento u otro, todas las personas tenemos que enfrentarnos 
en algún momento de nuestra vida a la muerte de un ser querido y pasar el proceso y período 
de duelo. Desde el punto de vista de la filosofía, la muerte debe encuadrarse dentro del 
objetivismo, es decir, que es algo que ocurre con independencia de quién y cómo piense 
sobre el hecho en sí. 
 
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Maurits Corneli Escher - Mano con esfera reflejante.

Sin embargo, el cómo se reacciona ante ella cae en el campo del relativismo, concepto 
empleado en filosofía para nombrar la manera de entender la realidad en que ésta no tiene 
una base permanente sino que se basa en los vínculos que existen entre los fenómenos, o 
sea, la verdad siempre está relacionada al sujeto que la piensa. No existen verdades 
objetivas ni que sean universales. A partir de esta idea, el relativismo aparece en diferentes 
ámbitos de la ciencia y del pensamiento2.

Cuándo muere un ser querido tenemos que pasar por un periodo de ansiedad, miedo, 
tristeza y dolor en el que nos haremos mil preguntas de las que la más frecuente suele ser  
¿Cómo voy a superar YO su pérdida? ¿Cuánto tiempo voy a tardar en ello?, y hasta el 
momento en el que consigamos superar esa pérdida estaremos inmersos en el duelo. 
Hacernos a la idea de que no vamos a ver más a una persona el resto de nuestras vidas 
puede provocarnos un trauma para el que hemos de estar preparados. Lo cierto es que 
cuesta hacer frente a la muerte de un ser querido y, por lo tanto, vamos a tener que pasar 
por un periodo que llamaremos de duelo hasta que consigamos superar esta situación.  

Como todo proceso, el duelo tiene su tiempo. Cada persona es un mundo y cada uno 
necesitamos un proceso para superar esta tristeza (por llamarla de alguna forma) que nos 
invade. Por norma general, si no se trata de una muerte traumática, la persona comienza a 
sentir un pequeño cambio de este agudo sentimiento a los meses de la muerte del ser 
querido. Pero esto no significa que lo hayamos superado y vayamos a estar bien; sólo será 
el principio de esta superación del duelo. Pasados unos meses, se espacia la vuelta de esa 
sensación de tristeza, ansiedad, presión en el pecho. Incluso hay veces que creemos que ya 
ha pasado tiempo suficiente porque empezamos a sentirnos mejor, creemos haber dominado 
el florecimiento de esos sentimientos dolorosos y de repente volvemos a pasar una mala 
racha. Esto es muy normal. 

Otro hito importante cuando se trata de un duelo es cuando se presentan algunas fechas 
señaladas o aniversarios en las que sintamos un poco más de tristeza porque la muerte de 
un ser querido no hay tiempo que la cure (Navidad, cumpleaños, fechas importantes 
compartidas, día de la madre, día del padre, y sabemos cómo es echar de menos a esa 
persona. Superarla no quiere decir ni mucho menos que dejemos de sentir dolor, pero va a 
ser mucho más fácil que nuestra mente se sienta un poco más aliviada). Tenemos que 
aprender a vivir de nuevo sin esa persona, pero siempre la tendremos muy presente.  
 
M. C. Escher - Banda sin fin.

Y el luto es “la ex­presión cultural del duelo”, con dos funciones básicas, una de cara a los 
demás, como es mostrar tu estado de ánimo, y otra hacia uno mismo, recordarnos el 
momento por el que estamos pasando. El luto ha estado estrictamente reglamentado en 
prácticamente todas las sociedades, como parte inseparable de los ritos de la muerte con 
normas distintas en cada momento y lugar, que también dependían del grado de parentesco 
con el difunto. El color blanco fue, por mucho que nos pueda sorprender ahora, el más 
utilizado en el luto a partir del siglo II y el de las cortes de Francia y España hasta el siglo XV. 
Con reglamentos o sin ellos, el siglo pasado aún fue, al menos hasta los años sesenta-setenta, 
una época muy negra en la que los periodos de duelo estaban perfectamente establecidos 
en nuestro país: por viudedad, dos años3 y seis meses de alivio de luto4; por la pérdida de 
un hijo, otros dos años más seis meses de alivio; por padre o madre, un año y seis meses de 
alivio; por los abuelos o los hermanos, seis meses; por tíos o primos, etc.

Con luto exterior o sin él, hay algunos factores que pueden suponer que el duelo sea más 
largo o más corto, como:
- La relación con la persona fallecida. Cuánto más cercana la relación, más largo será el 
tiempo del duelo. 
- El trauma que haya supuesto la pérdida. No es lo mismo que muera una persona que 
estaba enferma y sabíamos que iba a morir, que una en un accidente repentino. 
- Los asuntos pendientes (incluyendo, claro está, los emocionales) con esa persona. Los 
asuntos que no hubiéramos resuelto con la persona que ha fallecido pueden ser 
determinantes a la hora de superar su muerte, porque ese desfase puede taladrarnos 
durante mucho tiempo. 
- La voluntad para superar el duelo, que va a ser crucial. 

Pero el dolor emocional persiste en el tiempo y no parece acabar nunca. Es un duelo de 
duración excesiva que nunca llega a una conclusión satisfactoria, que se arrastra durante 
años. Las reacciones en los aniversarios o en las “fechas señaladas”, que  son  muy intensas, 
se  producen  incluso  varios  años  después  de  la  pérdida.  El  superviviente es  absorbido 
por constantes recuerdos y es incapaz de reinsertarse de nuevo en el tejido social. Los 
psicólogos proponen entonces el Olvidar recordando, invertir  la  energía emotiva  en  otras 
personas  y  relaciones. Por supuesto, el trabajo en esta etapa no va orientado a olvidar al 
ser querido sino a encontrarle un sitio en la vida emocional del superviviente que no 
entorpezca su funcionamiento eficaz. Uno nunca pierde los recuerdos de una relación 
significativa. Con la muerte de una persona no se ha perdido definitivamente el objeto amado. 
Se puede recuperar de otra forma, sin la necesidad de su presencia física, mediante la 
incorporación psicológica de los aspectos buenos de la persona perdida, a través del 
recuerdo y del afecto. Es encontrar un sitio para esa persona dentro de la nueva realidad. 
 
 
 
El proceso de duelo es una experiencia, no sólo íntima, sino que en realidad está tan 
reprimida socialmente en nuestra cultura occidental, que pese a ser tan común suele ser 
novedosa y desconocida, porque casi nunca se confía a nadie por completo. Y eso es así 
porque en el entorno, durante el proceso, emerge con gran intensidad un pensamiento 
mágico que únicamente trata de “re-ubicarte” en el mundo, al darle una nueva comprensión 
de los hechos. Paradójicamente, las personas en duelo se ven continuamente rodeadas por 
otras personas que viven “instaladas” en un pensamiento racional predominante, y que son 
incapaces de entender desde ese sistema de referencias, cuál es el mundo real de la 
persona en duelo.

Como conclusión (nunca definitiva ni única) a todo lo anterior, no puede olvidarse que uno 
no está solo en el mundo, por lo que no parece descabellado saber limitar el duelo al ámbito 
íntimo, sin exteriorizar ninguna expresión ni sentimiento que podrían influir en terceros, 
particularmente en aniversarios, cumpleaños y fechas señaladas. No es teoría ni aprensión, 
y si no, que se lo digan a los políticos, que arengan a sus huestes en las fechas de 
aniversario de la muerte de los suyos, especialmente si ésta fue violenta. No, el duelo es un 
conglomerado de sentimientos íntimo, con una duración indeterminada en cada caso 
(pueden solaparse sentires con distintos seres queridos fallecidos con mucha diferencia de 
tiempo) que se ha de aprender a gestionar sin ninguna exteriorización. ¿Es o no relativismo, 
filosofía pura en la vida real? 
 
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1Afortunadamente, la realidad parece ir por otros derroteros, a juzgar por el éxito de ventas hace unos años del libro Más Platón y menos prozac, de Lou Marinoff, que, con sencillez, nos acerca al pensamiento de grandes filósofos y demuestra que la filosofía puede ser una opción para lograr una vida más satisfactoria. Se trata, precisamente, de considerar la filosofía como una forma de vida más que como una disciplina, ya que, como dijo la malograda por el Alzheimer filósofa irlandesa Iris Mürdoch, “hacer filosofía es explorar el propio temperamento, pero al mismo tiempo, tratar de descubrir la verdad.
En esta línea de cosas, los ejecutivos de Silicon Valley buscan una filosofía que les permita aguantar y justificar la implacable presión de crear y dirigir empresas. En esta búsqueda, el estoicismo de Epicteto y Marco Aurelio ha encontrado nuevos valedores y seguidores para nuestro tiempo aunque ese estoicismo, representado por el eslogan El sufrimiento es el camino del éxito”, instaurado por el “apóstol” Ryan Holiday, discípulo del gurú de la década de los años noventa del pasado siglo Robert Greene, carece de la profundidad que tenían Cicerón, Séneca o Marco Aurelio y solamente interesa de él aquellas partes que nos permiten vivir mejor, optimizar nuestra vida y salud, y hacernos más felices sin poner en duda ni el sistema económico, laboral y político, ni la manera de trabajar ni la ética empresarial ni la desigualdad de la distribución de la riqueza que genera Silicon Valley, hasta el punto que el sesgo ideológico es muy claro y presente en Holiday. Los modelos de liderazgo propuestos son únicamente de la derecha, mientras que la izquierda es generalmente presentada como la antítesis del estoico. Se ha reducido en este caso lo que fue una de las escuelas filosóficas más importantes del mundo clásico a una optimización para vivir mejor. Como quien optimiza un software, el código de una aplicación, o el funcionamiento de una empresa, los ideólogos de Silicon Valley han resucitado el estoicismo para reducirlo a una expresión autojustificatoria de su estilo de vida y pensamiento político y social.
Pero por algo se empieza, por conocerlo...

2En honor a la verdad, hay que decir que tanto Sócrates como Platón se manifestaron totalmente en contra del relativismo. Lo hicieron porque consideraron que no sólo era un planteamiento absurdo sino también porque dificultaba sobremanera el poder llevar a cabo lo que es el conocimiento del mundo. Sin embargo, frente a ellos se encuentran los filósofos sofistas (término que ha evolucionado del original “el que enseña” al actual “el que usa argumentos falsos para llegar a la verdad”) que se considera que fueron los primeros pensadores en llevar a cabo el uso de determinados planteamientos relativistas.

3El luto siempre ha tenido género; los períodos “oficiales” se llevaban a rajatabla para las mujeres y con mucha elasticidad para los hombres y los períodos del luto y de exclusión social se aplicaban también rigurosamente a la novia del fallecido, cosa que no ocurría a la inversa. El extremo en el género de los ritos funerarios está, posiblemente, en la antigua cultura de la India donde, hasta su prohibición por los británicos en 1829, era una práctica aceptada que la viuda ardiera en la pira funeraria de su marido, ceremonia conocida como Sati, porque, se suponía, que en esta vida ya no iba a encontrar felicidad; también se consideraba que la unión matrimonial era perpetua, y que al arder juntos también podrían renacer en un mundo divino. Interesante, porque a la inversa no funcionaba y no se quemaba al viudo…
Pero el luto, de vuelta entre nosotros, incluso en épocas más recientes, no se limitaba sólo a la ropa y a los colores, sino también y muy especialmente a la vida social. La gran escritora Carmen Martín Gaite retrata perfectamente esas normas no escritas que mantuvieron años encerradas en sus casas a las mujeres de la España de la posguerra en su novela Entre visillos : “Elvira se levantó a echar las persianas y se acordó de que pasaría por lo menos año y medio sin ir al cine. Para marzo del año que viene, no, para el otro. Eran plazos consabidos, marcados automáticamente con anticipación y exactitud, como si se tratase del vencimiento de una letra. Con las medias grises, la primera película. Es lo que se llamaba alivio de luto”. Y que, insistimos en ello, se aplicaba básicamente a las mujeres, aunque la prohibición de asistir a bailes o festejos era extensiva todos los familiares del/la difunta, especialmente en el medio rural. Es en ese medio donde aún hoy se mantienen estas tradiciones, en parte porque estas poblaciones están muy envejecidas y se muestran más resistentes a los cambios.

4Las ropas se teñían de negro una vez pero luego otra, por el llamado alivio de luto porque, claro, pasar del negro azabache al rojo chillón pongamos por caso, resultaba demasiado brusco, así que estaba todo previsto: antes de volver a la vida en colores, tocaba pasar por un combinado de negros y blancos, morados, grises y lilas

domingo, 19 de enero de 2020

Dependencia ¿funcional vs. emocional?

En épocas de gazmoñería casi institucional en lo que se ha convertido, año tras año, 
mayoritariamente por indisimuladas razones comerciales, ese período de días navideños, 
resulta particularmente dolorosa cualquier circunstancia que haga reflexionar sobre lo 
inexacto (por no decir directamente falso) del almibarado montaje sentimental en el que, 
además, parece mal visto desviarse un milímetro del guión oficial. Coincidiendo con esas 
fechas, en una página de Internet en la que intercambian  opiniones, experiencias e ideas 
para contribuir a una suerte de apoyo mutuo las personas afectadas por una de esas 
enfermedades raras que, entre otros efectos, incapacita poco a poco y convierte a la persona 
en dependiente de terceros para sus actos, uno de sus miembros tenía la valentía de contar 
públicamente que, en su caso, la experiencia de pareja teniendo la enfermedad había sido 
descorazonadora, desde el abandono de una persona en la que confiaba hasta la confesión 
de otra de que si estaba allí era “por pena”. No me diréis que leer esto manda al garete todo 
el sentimentalismo azucarado que se nos impone.  
 
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Es un tema muy delicado, extremadamente sensible, sobre el que no se puede (ni se debe) 
generalizar y al que hay que acercarse con exquisita cautela y total respeto, la conexión entre 
la dependencia física funcional y la emocional. Es evidente que quien se ve abocado a ser 
protagonista de un proceso de deterioro funcional conducente a una discapacidad en grado 
tal que al final necesite depender de otras personas para la realización de sus actos 
cotidianos, y ese proceso pasa por fases difusas que van desde la pérdida de autonomía 
hasta la desaparición de la intimidad, tiende a identificar y casi unificar a la persona que lo 
ayuda en la dependencia funcional con la persona en la que debe confiar en todos los 
ámbitos, también en el sentimental.

Aplaudiendo/reconociendo la valiosa y, a menudo, poco valorada labor de los/las terapeutas 
que vuelcan sus conocimientos, esfuerzo y cariño en el cuidado de estas situaciones de 
dependencia mencionadas, los utilizaremos en estas reflexiones porque está claro, cavilando 
sobre ellos/ellas y su dedicación, que en modo alguno debe confundirse la dependencia 
funcional con la emocional, la que hacía sufrir a quien escribió el mensaje aludido en esa 
página de Internet. No cabe duda de que, anímicamente, la situación ideal para todos es la 
convergencia entre la persona que las representa a ambas, pero no es menos cierto que, a 
veces, eso entra en el terreno de la utopía y no es inusual el divorcio entre ellas, y tal divorcio 
provoca, si no se está preparado, un desequilibrio psíquico importante.

Llega, entonces, la pregunta del millón: ¿qué fue antes, el huevo o la gallina?. Es decir, ¿es 
la situación de dependencia emocional inadecuada el origen de un desequilibro psíquico o es 
un desequilibrio íntimo previo el desencadenante de una dependencia emocional maligna? 
Es obvio que una persona dependiente funcional tiene un grado de vulnerabilidad anímica 
mayor que una persona autónoma, por la sencilla razón de que necesita confiar plenamente 
en alguien, generalmente representado por la persona de quien depende para la realización 
de todo lo que compone su día a día, y de ahí a la posibilidad de formar un batiburrillo con 
los sentimientos, un paso. Por eso, para reflexionar sobre los peligros de la dependencia 
emocional y no ligarla a la física (que sería un error), intentaremos abrir el abanico a la 
mayor parte de la gente, no sólo el/la dependiente funcional. 
 
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La dependencia emocional es una necesidad afectiva extrema y continua, que obliga a las 
personas que la padecen a satisfacerla en el ámbito, habitualmente, de las relaciones de 
pareja; pero, aunque este fenómeno puede aparecer puntualmente en la vida de un individuo 
(es decir, sólo en una de sus relaciones), lo más normal es que sea una constante en él; por 
lo tanto, la mayor parte de sus (quizá sucesivas) relaciones de pareja presentarán siempre 
un patrón característico regido por la mencionada necesidad afectiva extrema. Es importante 
destacar en el análisis que esta dependencia o necesidad no debe ser de tipo material, 
económico o fundamentada en una discapacidad o en algún tipo de indefensión personal del 
sujeto, sino que tiene que ser específicamente emocional.

La dependencia emocional es un problema tan frecuente como desconocido, y no sólo entre 
la población en general, sino también entre psicólogos, psiquiatras, etc., de forma que, 
inexplicablemente, no ha encontrado ubicación entre las diferentes clasificaciones 
internacionales de trastornos mentales y de la personalidad. En principio, puede parecer que, 
aunque haya una necesidad amorosa mucho más fuerte de lo normal, la dependencia 
emocional buscada no debería ser motivo de inadaptación, sufrimiento o insatisfacción. Nada 
más lejos de la realidad. Los dependientes emocionales no dirigen sus demandas hacia 
cualquier persona, sino que se fijan en determinadas características que les resultan 
atractivas. En concreto, buscan personas peculiares, con un perfil de seguras de sí mismas, 
dominantes y realmente poco afectuosas para emparejarse con ellas. Puede llamar la 
atención que justamente este tipo de individuos sean los predilectos para unas personas que 
tienen unas demandas afectivas descomunales, pero es que precisamente se fijan en ellos 
porque los idealizan, los encumbran hasta extremos difíciles de imaginar, viendo 
prácticamente dioses o seres excepcionales donde sólo hay sujetos que, muchas de las 
veces, hacen la vida imposible a sus parejas, todo lo contrario que los dependientes 
emocionales, al menos en lo que a autoestima y valoración de sí mismos se refiere, de ahí la 
idealización incondicional que efectúan las personas con dependencia emocional.Y todo esto 
queda claramente relacionado con una de las características fundamentales que se observa 
en las personas que padecen este problema, y es que no sólo no se quieren prácticamente 
nada a sí mismas, sino que se critican, atacan y desprecian. Quizá no llegan al extremo de 
las personas que sufren trastorno límite de la personalidad pero su relación consigo mismas 
es tan deplorable que no soportan ningún tipo de soledad (no sólo afectiva) y que sólo se 
imaginan su vida al lado de alguien idealizado, de un salvador alrededor del cual centrar su 
existencia.

La vida para el dependiente emocional será así un calvario buscado que puede llegar a 
límites extremos según el carácter de su pareja, que, en muchas ocasiones, puede tener
trastornos de la personalidad. Si la persona tiene una dependencia emocional grave, 
aceptará lo que sea con tal de no romper su relación de pareja. Es más, si por cualquier 
motivo se rompe la relación, la echará de menos intentando reanudarla (por el síndrome de 
abstinencia que sufrirá el dependiente, similar al de las toxicomanías) o bien comenzará 
otra similar para evitar el miedo y la angustia de la soledad, y se inicia un bucle recurrente. 
Como ocurre con otras dependencias, como en la adicción al consumo de sustancias tóxicas, 
la dependencia emocional opera mediante mecanismos de refuerzo positivo, que acaba 
generando dependencia psicológica en el sujeto.  
 
 
Resultado de imagen de dependencia emocional

¿Y por qué considerar la dependencia emocional como un trastorno de la personalidad? 
Porque la dependencia emocional conforma “un patrón permanente de experiencia interna y 
de comportamiento que se aparta acusadamente de las expectativas de la cultura del sujeto, 
patrón que también se manifiesta en el área cognitiva, afectiva, interpersonal y del control de 
los impulsos, es persistente e inflexible y provoca malestar clínicamente significativo tanto en 
el sujeto como en su entorno. Comienza aproximadamente en la adolescencia o principios 
de la edad adulta y no es atribuible a otro trastorno mental, una enfermedad física o el 
consumo de sustancias1. Todos estos son los requisitos que se exigen para poder efectuar 
un diagnóstico de “trastorno de la personalidad”, y la dependencia emocional los cumple 
todos.

La dependencia emocional se evita cultivando el autoconocimiento y, en base a él, la 
autoconfianza (normalmente, el fondo del problema de la dependencia se encuentra en una 
pobre autoestima, que conduce al dependiente emocional a desvalorizarse sistemáticamente. 
Se muestran críticos consigo mismos y con su forma de ser, hasta el punto de sentirse 
inferiores y culpables, incluso, del menosprecio que puedan recibir por parte de los demás). 
Ésta es la clave para generar relaciones saludables, empezar con uno mismo y, después, 
con los demás. Por supuesto que cruzarse en ese proceso con la persona adecuada supone 
también para uno mismo prepararse para una relación.

La dependencia emocional afecta por igual a mujeres y hombres aunque en la forma, que 
podríamos calificar como “estándar”, es más habitual en mujeres mientras que los hombres 
suelen ocultar este problema pues se sienten menos capaces de reconocer que están 
“atados emocionalmente” a otra persona (eso conduce, por contra, a que algunos hombres 
presentan psicológicamente cuadros de dependencia más severos), por lo que suelen 
observarse en ellos otras formas atípicas en las que se combinan otros aspectos como la 
posesividad y la dominación, pero eso ya pertenece a otro análisis. 
 
 
"...  No need to run and hide / It's a wonderful, wonderful life / No need to laugh and cry / It's 
a wonderful, wonderful life... "
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1Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, 4ª edición (DSM-IV). American Psychiatric Association. Barcelona: Masson; 1995.

domingo, 12 de enero de 2020

Banalización de los propósitos.

Recientemente, todos hemos dado por acabada esa época anual de vivencias confusas y 
contrapuestas, mezcla para muchos de vorágine comercial, sensiblería manipulada, 
recogimiento religioso (que también), y no sé qué más, formando una amalgama de acciones 
y sentimientos que a más de uno dejan descolocado. Una de las señas de identidad de esa 
época es la de repartir regalos (que se corresponde con la vertiente comercial aludida, 
faltaría más), complementada con la petición, en nuestra cultura, a Sus Egregias Majestades, 
los Reyes Magos, de casi todo aquello que trasciende los límites del regalo físico o de valor 
cuantificable, y que se suele resumir en ese estándar de deseos de “paz, amor y prosperidad 
para todos”. 
Resultado de imagen de regalos de reyes magos

En el fondo, a poco que se rasque la superficie, y excluyendo los regalos físicos, esas 
peticiones que se concentran en esta época del año, reflejan un estado de suma 
insatisfacción/disconformidad con razones claramente identificadas, o así lo parece, que se 
presta a un análisis (que no pretende sentar cátedra, que nadie se asuste; sólo como 
divertimento): para las insatisfacciones, reclamaciones, quejas,… que exceden el ámbito 
personal se recurre a la consabida “Carta a los Reyes Magos” para ver si ellos pueden “echar 
una mano” a quien corresponda en la mejora de la situación que preocupa.
 
Pero no nos engañemos. Somos plenamente conscientes de que parte de esa insatisfacción 
que nos perturba, en general por motivos realmente nimios pero que incluso nos arrastran a 
veces a un prolongado estado de susceptible irritabilidad, es causada por nosotros mismos, 
por nuestras propias actitudes y actuaciones, y queda descartada la Carta a los Reyes para 
reconducirlo, porque es algo íntimo. Nace así esa maldición (sí, sí, maldición a la postre) 
anual que nos martiriza en su diseño pero, sobre todo, en su seguimiento, y que conocemos 
como propósitos de año nuevo (por la época en la que se suelen hacer). 
 
Resultado de imagen de propositos de año nuevo
 
Y es que “Año nuevo, vida nueva””, o al menos eso es lo que se dice y nos recuerda que el 
cambio de año puede llevar implícitos cambios en la vida, que coincide con lo que se 
proclama anhelar todas las nocheviejas. Para conseguirlo, hacemos una lista de propósitos 
que queremos lograr durante el año (bajar de peso, dejar de fumar, ir al gimnasio, encontrar un 
trabajo mejor, organizar nuestro tiempo, leer más y ahorrar más dinero, son algunos de los 
más comunes, en el fondo, y ya nos avanzamos, la mayoría tratan de hábitos a cambiar o 
hábitos saludables a incorporar), aunque técnicamente, según constató una investigación del 
psicólogo inglés, investigador y profesor de Psicología en la Universidad de Hertfordshire en el 
Reino Unido, Richard Wiseman, más del 20 % de las personas abandona la primera semana y 
cerca del 90 % lo hace en el primer mes pese a que la mitad de los participantes en el estudio 
creían firmemente que conseguirían sus propósitos. Existen varias y variadas razones que 
explican por qué se abandonan esos propósitos de Año Nuevo en los meses inmediatamente 
siguientes sin haberlos conseguido. Desde la falta de fuerza de voluntad que impide ser 
perseverantes en el logro de los objetivos a la falta de motivación real por alcanzar la meta o 
la fijación de propósitos demasiado ambiciosos. Además, precisamente el hecho de plantear 
los propósitos como una meta tiene también consecuencias negativas, porque una vez 
conseguido, si se consigue, se tiende a abandonar el esfuerzo hecho para lograrlo y hacer que 
permanezca el logro.

Por ejemplo, si el propósito es perder peso (algo en lo que piensa casi todo el mundo después 
de los excesos de las comidas navideñas), hacemos dieta durante varias semanas hasta 
conseguir el peso que nos hemos marcado como ideal. El problema es que al ver el objetivo 
cumplido, dejamos de controlar la alimentación y como consecuencia engordamos de nuevo.

Parece, pues, más recomendable al diseñar la lista de propósitos el conseguir cambiar los 
objetivos por los que esforzarse por adquirir hábitos saludables que, sin duda, lleva implícita la 
consecución de los objetivos. Es decir, pensar realmente, y llevarlo a cabo, que la forma de 
conseguir los propósitos es sencilla porque en el fondo se trata de cambiar las metas u 
objetivos que nos fijamos por hábitos, es decir, en vez de poner el foco en el logro del 
propósito como meta, concentrar los esfuerzos en desarrollar hábitos; más concretamente, 
trabajar en identificar los hábitos que permitirán alcanzar el objetivo.

Según los resultados de un estudio, las personas renuncian a sus propósitos de año nuevo 
debido a la falta de autocontrol, el exceso de estrés y las emociones negativas y aunque 
estas son razones suficientes para fracasar, en realidad son las consecuencias y no las 
causas. Es decir, el verdadero motivo de por qué la mayoría de las personas renuncia a sus 
propósitos de año nuevo es mucho más simple y conlleva justamente, eso sí, la aparición de 
altos niveles de estrés, de emociones negativas como remordimiento o culpa y a la falta de 
autocontrol, y suele ser que los propósitos marcados son muuuuuy grandes y poco realistas. 
El agobio de ver lo difícil que se vuelve sobre el tiempo cumplir la meta (recordemos esa 
costumbre de diseñar los propósitos como metas), obliga a renunciar y volver a la rutina de 
toda la vida. Además, es muy difícil mantener metas tan ambiciosas durante todo el año. La 
motivación inicial disminuye conforme pasa el tiempo y tu fuerza de voluntad no es suficiente 
para continuar con este gran propósito. 
 
 
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Decía el olvidado escritor alicantino (de Monóvar) de la Generación del 98 José Martínez Ruiz, 
“Azorín”, que la vida está hecha de pequeñas cosas, lo que viene como anillo al dedo en 
nuestras reflexiones de hoy, y es que asusta acometer un cambio de hábitos del que resulte 
un aparente otro yo, diferente al que siempre he sido como quien le da la vuelta a un calcetín. 
No, es conveniente establecer y trabajar hábitos pequeños que sirvan de entrenamiento e ir 
paso a paso para que los cambios conseguidos se integren de forma natural en nuestro 
comportamiento pues, ya se sabe, los hábitos (buenos o malos) son automáticos cuando se 
arraigan en el cerebro.

Este principio, a efectos prácticos, se traduce en que posiblemente, y dependiendo del tesón 
y la fuerza de voluntad de cada uno, sea bueno empezar con un solo propósito a la vez; 
quizás en lugar de elegir 12 propósitos y fracasar 12 veces, es mejor elegir 1 solo propósito, 
lo que no quiere decir que no se pueda lograr más de un propósito por año, esto sólo significa 
que es mejor centrarse en uno cada vez.

El problema es que cuando se acerca nuevamente la víspera de año nuevo, la ilusión por 
cambiar y retomar el propósito olvidado aumenta y el ciclo se repite nuevamente hasta el 
punto de que se considera normal escuchar que “Mi propósito de año nuevo es lograr los 
propósitos no cumplidos acumulados de años anteriores”. Pero un propósito sólo dice lo que 
se desea, «qué hacer», pero no «cómo lograrlo«, no da la secuencia de actuación en el 
plano diario, que es lo más importante. Y si, como es habitual, el propósito se refiere a 
hábitos, para lograr construir un nuevo hábito, es necesario tomar decisiones conscientes a 
lo largo del tiempo.

Llegados a este punto, hay publicados infinidad de guías, tutoriales e incluso cursos de larga 
duración sobre multitud de sistemas que se presentan todos como infalibles para conseguir 
cumplir los propósitos, pero, resulta evidente que todos tienen un pecado original
Recordemos el planteamiento inicial usual: cuando en estas fechas las peticiones 
(recordemos también que no de regalos físicos o cuantificables) de aspectos que nos 
benefician exceden el ámbito personal, se cursa la petición, en nuestra cultura, a los Reyes 
Magos, mientras que si se detecta que esos puntos de mejora se circunscriben al núcleo 
íntimo se suele asumir que mediante el esfuerzo personal pueden rectificarse, a lo que se da 
forma con el nombre de propósitos. Es preciso recordar que esos propósitos, reflejo 
evaluable de un compromiso personal, han sido (son) uno de los pilares más sólidos de la 
evolución, del crecimiento personal y colectivo en todos los ámbitos  fijémonos que, incluso, 
en la vertiente íntima religiosa. En efecto, en un país aconfesional como el nuestro (al menos 
eso dice la Constitución, esa que está en boca de todos sin ni siquiera haberla leído por 
encima) de larga tradición católica, es normal que muchos detalles de ella se vean 
incorporados a la cultura general; es lo que pasa con el propósito de enmienda, ritual católico 
de cuando el sacerdote absuelve o perdona los pecados confesados y dice al pecador que 
haga eso, propósito de enmienda, es decir, que varíe y mejore sus actos, y lo cumpla, como 
medio de expiar esa conducta inadecuada.   
 
 
Resultado de imagen de proposito de enmienda
2013 originalmente, pero sigue valiendo.

Resulta llamativo, entonces, que con esa tradición cultural de asunción y cumplimiento de 
propósitos (aquí se ha recordado uno de carácter religioso, pero hay de todos los ámbitos: 
personal, familiar, profesional, etc.), sea tan generalmente aceptado el incumplimiento de los  
propósitos de año nuevo, y la verdad es que hay muchas hipótesis para intentar explicarlo, 
de las que aquí sólo citaremos una. Dice una canción de Joaquín Sabina que “… tenemos el 
lujo de no tener hambre ...” y, revisando el tipo de propósitos de esos del año nuevo (bajar de 
peso, dejar de fumar, ir al gimnasio, leer más,… ), ninguno de ellos puede considerarse de 
vida o muerte y es fácil banalizarlos, y eso se hace y admite.

Pero, veámoslo desde otro punto de vista. Esos propósitos marcados, pequeños o grandes, 
obedecen al deseo de solucionar con íntimo esfuerzo un sentimiento arrastrado en el tiempo 
de insatisfacción con uno mismo, luego, sobre el papel, no vale la infantil autoexcusa, para 
justificar el incumplimiento, de decir (en voz alta, además, para que el cerebro lo oiga desde 
fuera) “es que yo soy así y no puedo cambiar” ¿”Así”? ¿Ahora? ¿No se sabía cuando se 
marcaron los propósitos? ¿No eran éstos, precisamente, para esforzarse en el cambio de 
algo que causaba insatisfacción? A no ser que se elija la “comodidad” de la insatisfacción 
consciente y la irritabilidad y susceptibilidad permanentes…

Parece oportuno acabar estas reflexiones recordando el final de  esa película de 1964, 
“Zorba El Griego”, auténtico canto a la vida y a como afrontar nuestras circunstancias 
(especialmente las que no nos gustan) con buen humor, con alegría y con aceptación. Hay 
una filosofía conductual que consiste en estar atento de manera consciente a todo lo que se 
hace, sin juzgar, apegarse, o rechazar en alguna forma la experiencia llamada mindfulness
pues bien, el considerado mayor experto en ella, profesor emérito de Medicina en la 
Massachusetts University Medical School, Jon Kabat-Zinn, pone siempre de ejemplo al 
misterioso Alexis Zorba (dotado de una característica peculiar: ser absorbido en lo que está 
haciendo o con quien está en ese momento) y su extraordinaria capacidad de aceptar la 
“catástrofe total” de la vida, así que no se puede pedir más de un personaje mítico del que 
podemos aprender tanto. Algo tiene que ver, seguramente, la fuerza de la interpretación de 
Anthony Quinn, ese portentoso todoterreno de la escena, actor mexicano (sí, sí, mexicano, 
mal que le pese a los Trump de turno, Antonio Rodolfo Quinn, de Chihuahua, hijo de padre 
irlandés llegado a México para integrarse en su revolución y de madre indígena azteca; tenía 
más de treinta años cuando adquirió la nacionalidad estadounidense) para darle total 
credibilidad al personaje.