domingo, 15 de junio de 2025

Los cómics y nuestra guerra.

 


Empecemos por el principio. No cabe duda de que los cómics y novelas gráficas que abordan la Guerra (in)Civil española han crecido en los últimos años; lo que sucede en el cómic español con el conflicto bélico no es exclusivo de España porque el valor de hacer vivir un proceso traumático se vive como una conmemoración dolorosa pero necesaria. Los autores vuelven a meditar sobre la cuestión de los vínculos que existen entre presente y pasado, pero se sirven de la creación artística con una finalidad que ya no es la de reconstruir objetivamente el curso de la historia. Al contrario, vuelven a interpretarla desde perspectivas originales, proporcionando a los lectores nuevas herramientas criticas útiles para individuar, descifrar y asimilar las consecuencias de los traumas del pasado aún vivas en la actualidad. De acuerdo con esta misma actitud, el evento traumático más frecuentemente retratado por los autores españoles es la Guerra civil. Hablar de cómic y Guerra Civil española obliga necesariamente a citar a Michel Matly, investigador francés, doctor en Estudios hispánicos que ha dedicado parte de su carrera investigadora a analizar este tema
y presenta un exhaustivo trabajo sobre la presencia de la Guerra Civil en el cómic, no solo español, sino internacional. De las obras publicadas en los últimos años es posible establecer una lista de características comunes que nos permiten entender mejor el papel que juega el cómic en la comprensión del conflicto bélico:

1. Mezclan el relato ficcional con la búsqueda de documentos. La mayoría de las historias remiten a una base de investigación histórica documental, así hay referencia a detalles geográficos, sociales o aparición de personajes históricos (como ejemplo la aparición de fotografías históricas icónicas dibujadas dentro de las viñetas).

2. Rasgos autobiográficos. Es una de las características más marcadas en muchas de las obras que recrean el conflicto bélico o de posguerra.

3. Trama generacional. Se trata de la posmemoria o memorias adquiridas. Se trata del rescate de la memoria de los protagonistas por parte de una generación que solo conocerá el relato.

4. El silencio de los vencidos. Es una constante en varias de las obras señaladas, es la cuestión del silencio de los protagonistas que les impone el recuerdo traumático del pasado.

5. Las temáticas. La mayoría de ellas se focalizan en la niñez, la violencia, la opresión, el hambre, la crueldad…

Frente al paradigma didáctico que entiende el aprendizaje de Historia como una acumulación de información, fechas, acontecimientos, datos, o personajes, y que tiene como eje vertebrador la cronología y presenta un discurso acabado, cerrado y certero de la Historia, se halla la convicción de algunos didactas y psicólogos de la educación de que enseñar historia es una vía de conocimiento que debe centrarse en la dimensión metodológica como forma de aprendizaje del conocimiento histórico.






En el bando franquista estaban
las historietas Flecha, Pelayos, Flechas y Pelayos o Chicos. Y en el republicano, el Soldado Canuto, el Pionero Rojo o Pocholo, tan graciosos todos ellos en medio de la tragedia. Porque cuando España saltó por los aires aquel 18 de julio de 1936, hasta los personajes de cómic se atrincheraron con sus colores y sus viñetas para combatir en la Guerra Civil. Y eso que, no parecía, a priori, el tema ideal para protagonizar estas historietas con los vecinos enfrentados, las divisiones entre los amigos, el exilio de familiares, las ejecuciones en ambos bandos, los chivatazos, el hambre y las diferencias políticas y económicas. No estaba el país para chistes, pero allí estaba una de las primeras viñetas en blanco y negro de «Flecha», uno de los cómics favoritos de los sublevados, creado en 1937, en la que aparecía representado un camión repleto de simpatizantes republicanos con la bandera de la hoz y el martillo y el epígrafe: «Marchan a España los rojos con un poco de canguelo, presintiendo los pobretes que les van a dar pal pelo»; su director, Avelino de Aróztegui, ridiculizaba al adversario republicano, sacando partido a la estupidez o la embriaguez de los milicianos, simbolizados por personajes como «Paco el Tuerto», con el personaje de un joven falangista llamado Edmundo Vence Siempre a Todo el Mundo. O el número 25 de «Pelayos», que estuvo en los quioscos desde las Navidades del 36, que incluía una historieta titulada «Un miliciano rojo», en la que el dibujante Valentí Castanys (bajo el seudónimo “As”) caricaturizaba casi como un monstruo en las viñetas de la revista infantil y que presentaba el protagonista cual bruto comunista, animal cruel y sanguinario que torturaba a sus oponentes y asesinaba a mujeres y ancianos: Tengo sed de robar y asesinar. Por algo soy rojo”. Estos tebeos surgieron tras la conquista de San Sebastián, donde los franquistas pudieron hacerse con mejores imprentas para sacar a la luz estos y otros personajes defensores de ideas como la resurrección de España bajo la dirección de Franco, que criticaban los ataques contra la unidad de España y las misiones de los republicanos como supuestos agentes de Moscú. Armas, en definitiva, que no mataban, pero que entretenían y convencían en un país que tenía una tasa de analfabetismo por encima del 30%. Era evidente que los mensajes entraban mejor con las viñetas que con extensos y farragosos textos políticos, algo que ya los republicanos sabían muy bien, puesto que las imágenes tuvieron ya una importancia considerable como herramienta de propaganda antes de la guerra por influencia de la URSS. Por eso, nada más producirse el levantamiento, surgieron historietas como «El Pueblo en Armas» (1937), considerada por los críticos como uno de los mejores tebeos políticos de la República durante la Guerra o el «Pionerín», un cómic en el que colaboraron niños que, mediante viñetas sencillas, daban rienda suelta a su percepción de la guerra. Eso sí, siempre contraria a la sublevación. Una mirada por los más de setenta años y varios cientos de tebeos y cómics sobre la guerra recuerda cómo este periodo histórico ha estado y sigue estando presente en el corazón de muchos, en España y fuera de ella; también cómo la rememoran diversas sociedades, países en distintas épocas y la enorme variedad de sus recuerdos. Cada historieta habla de la contienda pero también, según el momento de escritura, de la España de la Transición o de la España de hoy o de la identidad de los descendientes de los exiliados en Francia. Unas historietas pretenden solo contarnos la guerra y otras, a través de su evocación, hacernos reflexionar, emocionarnos o movilizarnos. Algunas consideran su combate legítimo y otras la ven como un desastre que ninguna razón puede justificar. Algunas buscan ante todo cerrar las heridas del pasado y otras consideran que las fracturas de la guerra se prolongan en otras contemporáneas.


Eran publicaciones “virulentas y propagandísticas” que entre 1936 y 1938 fueron armas de apoyo del bando nacional para anatemizar al enemigo. A diferencia de ellas (que acabarían fusionándose en ‘
Flechas y Pelayos’), los cientos de tiras de corta vida de las llamadas revistas de trinchera, en las filas de la República, pretendían educar y entretener al combatiente, expresar la solidaridad entre el frente y la retaguardia y llamar la atención de las potencias extranjeras. Un buen ejemplo fue el «Pionero Rojo: semanario de los niños obreros y campesinos». Se trataba de una historieta con un valor artístico menor, pero que contaba con un carácter político mucho más pronunciado. En su número 6 se podía leer el siguiente episodio con dibujos llenos de acción y un tono mucho más serio: «¡Los fascistas atacan! Las fuerzas del ejército proletario se aprestan a la lucha. Marco recorría la carretera a toda velocidad, cuando observó a sus espaldas un auto más veloz que le perseguía. Viéndose perdido, no vaciló: frenó y sobrevino el choque. Marco resultó mortalmente herido. Al despertar se vio rodeado de dos amigos y, antes de morir, les confío un mensaje: los dos pioneros pudieron burlar la vigilancia de los fascistas y llegaron a un buque de guerra. Gracias a su valor, la aviación roja se elevó para dar su merecido a los fascistas, vengando a Marco y a tantos otros». Los nacionales fueron quienes utilizaron mejor y mayormente las “armas de papel”, con y sobre los niños, hasta alcanzar altos niveles de eficacia sobre la moral de la propia retaguardia y en el ataque virulento al enemigo. Mientras que los republicanos, aparte de casos concretos y sin continuidad, cuidaron y respetaron a la infancia, siempre dentro de la relatividad que imponía la guerra, pues los cómics editados en la zona republicana se esforzaron, principalmente, en luchar con sus viñetas por las malas costumbres de los combatientes, por criticar la falta de higiene y el alcoholismo de éstos y por enseñarles el respeto por las armas y la disciplina. Sin embargo, no fueron todo buenas maneras por parte de las revistas republicanos y algunas echaron mano de la violencia hasta límites muy poco ejemplarizantes: en una historieta titulada «Relato del frente», publicada en abril de 1937, la revista infantil «Mirbal» incluía una viñeta en la que podía verse a un niño satisfecho al presenciar cómo fusilaban a un «fascista», mientras que el cómic de «Pocholo» se esforzaba por tratar de la manera más realista posible los primeros meses de la guerra, en series como «El pueblo en armas: escenas de la revolución y la lucha antifascista».


Tras la guerra, la dictadura estuvo marcada por “el silencio” y una producción pobre (muchos autores acabaron en el exilio, represaliados o fusilados); el silencio volvería en los 90 (con la crisis de las revistas del ‘boom’ de los 80) pero antes, en los 70 y 80, con la rehabilitación de la memoria republicana, el cómic, en línea con la transición, aborda el tema intentando no poner en peligro la nueva sociedad democrática y con voluntad de mantener la paz social. Los 70-80, junto con los años 2000, fueron las grandes épocas de reflejo de la guerra. Con el cambio de milenio, los autores no temen evocar los abusos y la represión, hay una necesidad de colmar las lagunas de la memoria y de reivindicar un trato más justo para los vencidos y las fracturas internas del bando republicano ya no son tabú. Hasta los años 2000 el cómic español no empezará a abordar este tema de manera frecuente. Ya tras la muerte de Franco, la violencia es vista como un hecho deleznable, con la republicana prolijamente documentada por la dictadura mientras que la franquista es meramente genérica; ambas partes van a recibir críticas por parte de los cómics de la democracia pero, por ser la que ganó, la represión de los nacionales continuará mucho después del fin de la propia guerra y gracias a los cómics podemos ver que las heridas no se cerraron y que los traumas son transmitidos de padres a hijos. Es especialmente interesante el caso de la violencia aplicada sobre las mujeres en todo su horror (humillaciones a republicanas, rapadas y desnudadas, y cómo la miseria obliga a las mujeres a prostituirse, mostrando una cruda secuencia en una historieta -?- donde una niña ofrece su cuerpo a cambio de un poco de sopa). “A pesar de los esfuerzos reales por relegar la guerra civil al pasado y al olvido, su memoria permanece viva, y conflictiva, en España, por supuesto, donde casi no hay familia que no conserve las heridas, pero también entre los descendientes del exilio republicano”, constata Matly, quien además del recorrido cronológico dedica atención a tres temas sensibles: la violencia contra civiles, y contra mujeres en particular, la Iglesia católica -en “su doble dimensión de violencias perpetradas contra ella y de su alianza y complicidad con el franquismo”- y el exilio y la cárcel. Remontándose a aquellos años empieza el francés Michel Matly el completo, riguroso y profusamente ilustrado ensayo ‘El cómic sobre la guerra civil’. Matly, ingeniero químico y amante de la viñeta, ya dedicó al tema su tesis doctoral y numerosos artículos. Él, que alcanzó "la edad adulta en los 70" y no pisó la España de la dictadura, se casó con una española. Ahora documenta y analiza cómo, desde el inicio de la contienda hasta prácticamente hoy, 500 obras han abordado la guerra civil en los últimos 80 años. Desde los 70, estima que han sido 350 (8.000 páginas; 150 álbumes y 200 historias cortas) de 250 autores. Aunque el 60% de las que estudia son españolas, no olvida las publicadas en otros 14 países, principalmente en Francia, Argentina, Italia y Estados Unidos.


Actualmente, la guerra sigue molestando, pero el cómic burla las derivas revisionistas y demuestra la solidez de la transmisión generacional basándose en testimonios de padres y abuelos.