domingo, 17 de septiembre de 2017

El fin de la literatura epistolar

Visto lo visto estos primeros días post vacacionales, en los que se confirma que decir que nos espera un otoño caliente es quedarse corto, es saludable dosificar las lecturas de las páginas de política de los diarios para hacer caso a nuestro cardiólogo y evitar sobresaltos y crispaciones, que pueden resultar fatales (por cierto, en algún sitio he leído últimamente que algunos sociólogos están estudiando el protagonismo de las estrategias del PP en la sensación global de crispación ya que, como hoy nadie discute, la alentaban cuando estaban en la oposición y, al parecer, la siguen utilizando en el gobierno). Esa decisión de rebajar las lecturas sobre política nos conduce a incrementar nuestro consumo de páginas de deportes, economía, cultura, etc. Prescindimos de la primera, para evitar polémicas estériles, de la segunda, por tener un alto contenido político, y nos decantamos por dedicar más tiempo a la tercera, aunque, personalmente, sin incluir en ella ciertos festejos que oficialmente llaman cultura, e incluso arte.

Y, en esa línea, estos días hemos leído la noticia de que se han publicado en un libro monográfico las cartas que Frida Kahlo le escribió a su amante español, el catalán Josep Bartolí1. Se trata de 25 cartas de amor apasionado que van acompañadas de dibujos, fotos, frases sueltas escritas con distintas tintas y hasta en los bordes de las hojas de un amor de la artista mexicana del que se tenían referencias pero cuyo testimonio nunca se había podido concretar. El lote de cartas se subastó en 2015 por la sala Doyle de Nueva York y fue adquirido por 137.000 dólares por un millonario coleccionista que buscaba también, según sus declaraciones, las cartas de respuesta que escribió Bartolí.
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Una de las obras de Bartolí, de su paso por los campos de concentración franceses

La vida de Frida Kahlo, con casi 40 años de edad cuando conoce a Bartolí, discurría cuesta arriba. Recordemos de su historia, suficientemente divulgada, que de niña había sufrido una poliomielitis, que le dejó la pierna derecha más delgada que la izquierda. Y que, a los 18 años, un accidente en autobús deshizo la salud que le quedaba: el golpe quebró su columna y un hierro le atravesó la vagina. En estas condiciones, que la obligaron a someterse a un total de 32 operaciones quirúrgicas a lo largo de su vida, Frida había acudido en una ocasión a un centro médico neoyorquino, en Manhattan, para una de esas operaciones y en ese espacio de dolor, conoció, de la mano de Cristina, su hermana menor, a Bartolí, y surgió el idilio. Era junio de 1946 y Frida, en aquel momento casada por segunda vez con el muralista mexicano Diego Rivera, no le puso límites a aquel idilio. Frida le dice a Bartolí que se está recuperando en la Casa Azul, en Coyoacán, México, y que su hermana Cristina, que fue quien los presentó, acude a cuidarla, sugiriendo que él pueda pasar a visitarla. La primera carta de amor es la que le envía el 29 de agosto, después de "nuestra primera tarde solos" en México. "Anoche sentía como si muchas alas me acariciaran toda, como si en las yemas de tus dedos hubiera bocas que me besaran la piel. Los átomos de mi cuerpo son los tuyos y vibran juntos para querernos. Quiero vivir y ser fuerte, para amarte con toda la ternura que te mereces, para entregarte todo lo que de bueno haya en mí (...) Te escribiría horas y horas, aprenderé historias para contarte, inventaré nuevas palabras para decirte en todas que te quiero como a nadie".

A lo largo de las 100 páginas del libro que componen este archivo inédito desfila sin tapujos la pasión profunda y casi adolescente que la artista mexicana, un icono transgresor y feminista, sintió por Bartolí. Las cartas las firmaba como Mara (posible diminutivo del apelativo cariñoso Maravillosa) y las enviaba a la casa de Brooklyn de una confidente y amiga. Como medida de seguridad, Frida le pidió a su amado que firmase como Sonja. La estratagema iba destinada a evitar los celos de su marido, ya que Rivera, mujeriego empedernido por otra parte, toleró el amor de Frida y sus aventuras con las mujeres2, pero era tremendamente celoso de sus relaciones con los hombres.

La lectura de las misivas permite poner el ojo en la cerradura y ver en primera fila el volcán sentimental al que se lanzaron los amantes. La propia Frida admite que siente por Bartolí algo que jamás ha experimentado. Hay pasión, pero también la soledad que caracterizó a la pintora y que, por obra del amor, se tornó en espera, pero, junto a los meandros de la pasión, las cartas ofrecen nuevas claves sobre su trabajo artístico. Frida gestó un mundo de gran complejidad; sus cuadros forman un espejo de su atormentada existencia, de su lucha constante contra el dolor, de la superación de los prejuicios. En ellos, la artista también abre las puertas al crisol cultural mexicano. En esta urdimbre participa ella casi constantemente, con el ejercicio del autorretrato y también el cultivo de una imagen, cambiante y transgresora, que aún genera una atracción universal. Entre sus obras punteras figura el doble autorretrato Árbol de la esperanza, un compendio de sus demonios personales pintado, precisamente, durante el romance con Bartolí. Un periodo donde el dolor apenas la dejaba trabajar. "Me acordé de tus últimas palabras y empecé a pintar. Trabajé toda la mañana y después de comer hasta que no hubo más luz. Pero luego me sentí extenuada y todo me dolía (...) Por ti he vuelto a pintar, a vivir, a ser feliz. Eres mi árbol de la esperanza".
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"El árbol de la esperanza", de Frida Kahlo

Las cartas fueron escritas, claro, a escondidas de Diego Rivera, cuya presencia aparece una y otra vez en los textos como una sombra oscura, opresiva. En ese ambiente de soledad, el declive físico de la artista avanza. En enero de 1949 le cuenta que la depresión le empuja a beber. La angustia la cerca. “No te olvides de mí. No me dejes sola”. Bartolí ha dejado de escribirla. Ella lo sigue intentando. “Pinto poco, apenas tengo fuerzas para vivir”. En la última misiva, escrita desde la cama, Frida Kahlo, enferma, lanza una desesperada llamada: “Aún soy tu Mara, tu compañera. Tu amor es mi árbol de la esperanza. Te esperaré siempre. ¿Volverás?”

Las respuestas de Bartolí, definitivamente, no han sido halladas. Posiblemente, la pintora las destruyó. No se conoce, por tanto, su contenido, sin embargo, en una que él envió a un amigo le comentó: "Frida (que maldigo no haberla conocido antes) es una de las mujeres más inteligentes, leales, sensibles y valientes que he visto en mi vida", pero las 25 cartas de ella, las que ahora se publican, fueron guardadas amorosamente por Bartolí dentro de sus sobres, junto con los pequeños objetos y fotos que jalonaron tres años de relación (1946-1949). La causa del fin de la misma se desconoce. La distancia y el deterioro de la salud de Frida, seguramente jugaron su baza. La artista, con una pierna amputada e incontables intentos de suicidio, murió el 13 de julio de 1954.
Josep Bartolí, con extraña fidelidad, nunca hizo exhibición de este amor. Calló incluso cuando algunos biógrafos consideraron que él era tan solo uno más en el florido árbol de relaciones de la pintora. Muerto en 1995, su secreto pasó, en perfecto estado, a sus familiares. Ahora, ese vínculo entre dos seres que ya solo viven en el pasado ha quedado expuesto a la luz.

Cae por su peso que, del estudio de un personaje tan poliédrico3 como Frida Kahlo, se pueden obtener múltiples enseñanzas y anti-enseñanzas que orbitarían en lo trágico de su vida, su voluntad de vivir, la opresión de su entorno, las pasiones que despertó pese a todo, el arte que la rodeaba, etc., en un recorrido que siempre resultaría incompleto acerca de los detalles que pueden captar nuestra atención. Pero no es menos cierto que cualquier conclusión en este caso vendría condicionada por la fuerza del personaje, difícil de aislar en un análisis, aún somero y, en general, adquirirían un tinte trágico o, cuando menos, trascendente.

Hay, sin embargo, una forma de desdramatizar que es fácilmente extrapolable a otros supuestos, y es ejercitarse, cuando es necesario, en desbrozar y sacarle la punta a los hechos intentando prescindir de identificarlos (aunque sea de lejos) con sus protagonistas. Por ejemplo, fijémonos en el pequeño detalle que representa que el propietario de las cartas que escribió Frida tenía la aspiración de publicarlas junto con las que escribió Bartolí, caso de haberse encontrado. Si hubiera podido ser así, ¿hubiéramos conocido mejor los pensamientos y sentimientos de la artista mejicana? Es difícil afirmarlo, tanto en sentido afirmativo como negativo, pero cabe pensar que posiblemente no hubiera ampliado el abanico de nuestro conocimiento sobre ella reflejado en sus propias cartas. Y eso es así porque en la rica, antigua y variada tradición de la literatura epistolar (en la que cabe incluir ¿por qué no? a estos efectos las Epístolas contenidas en la Biblia), se conjugan dos premisas fundamentales: tener algo que decir y saber expresarlo, y no tanto las posibles matizaciones del destinatario en sus respuestas, salvo si lo que se está valorando es la postura de ambos interlocutores sobre un tema concreto4 y su evolución con los aportes en cada misiva.
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Ciertamente, las nuevas tecnologías casi que se puede afirmar que están acabando con esta rama literaria, particularmente por la popularización del uso de mensajes cortos. Y es que si encontramos mensajes del tipo "Luis, sé fuerte" o "Hacemos lo que podemos", por citar ejemplos conocidos, es de todo punto imposible conocer su significado exacto si no se sabe a qué contesta. Eso parece confirmar la sospecha de que los avances en las tecnologías de la comunicación personal no conllevan per se una mejora en la expresión del pensamiento. Desde el punto de vista estrictamente literario, los mensajes cortos no dan ninguna pista acerca de los pensamientos o sentimientos del emisor ya que, realmente son una secuencia de transacciones, quasi comerciales; tampoco permite presuponer lo que tiene por decir (si lo tiene) el emisor ni si sabe comunicarlo adecuadamente. 

Pero eso es salir del tema que nos ha inspirado Frida Kahlo.

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1Josep Bartolí i Guiu , pintor, escenógrafo, dibujante y escritor barcelonés (con parte de su obra, particularmente la realizada a su paso por los campos de concentración, donada al Arxiu Històric de la Ciutat de Barcelona) nacido en 1910, de espíritu libertario, muy joven comenzó a trabajar como dibujante en la prensa y se implicó en el sindicalismo de la Barcelona de la época; durante la Guerra civil se comprometió con los comité revolucionarios y alternó su paso por el frente con sus viajes a Barcelona donde colaboraba con el Sindicat de Dibuixants Professionals. Fue de los últimos en pasar la frontera en febrero de 1939 y acabó en los campos de concentración del Rosellón. A lo largo de dos años, pasaría por siete campos de concentración, el último de ellos el de Bram, de donde se evadió. Detenido por la Gestapo, fue enviado al campo de Dachau, pero en el camino huyó saltando del tren y, tras un largo periplo siguiendo una de las "rutas de los exiliados republicanos", llegó a México vía París y Casablanca. Allí, en México, retomó su actividad pictórica, y entró en contacto con el entorno de Diego Rivera y Frida Kahlo. En 1946 se establece en Estados Unidos, donde encontrará cierta estabilidad con la creación de escenografías y como ilustrador de la nueva revista Holiday. No volvió a Catalunya hasta 1977 y no quiso quedarse aunque se empadronó en Terrassa. Volvió a los Estados Unidos, donde murió, en New York, en 1995. Las cartas de Frida pasaron, a su muerte, a un familiar, que fue quien las subastó en 2015 pese a que en el 2000 Sotheby's ya vendió varios objetos (libros, un reloj, dibujos) que le había regalado Frida

2Es famosa la relación de Frida Kahlo y la conocida cantante costarricense-mexicana Chavela Vargas; durante el tiempo que pasaron juntas, se amaron, se desearon, se necesitaron a su manera. En más de una oportunidad, Chavela reveló que amaba a la mujer y no a la artista: “Frida esparcía ternura como flores, sí, como flores. Una gran ternura, una ternura infinita.” En el año 2012, antes de su muerte a los 93 años, Chavela recordaba su vida junto a Frida. Decía que se la habían presentado como la noche de los sueños, y como el premio más grande que le había dado la vida: tan hermosa, que nadie ha podido pintarla como realmente era; contaba que le cantaba al oído mientras Frida estaba postrada en una cama, invadida por dolores, haciendo a la artista ser parte de sus canciones para siempre, en donde su lujuria por la vida permearon la nuestra. Una de sus frases más célebres dice así: “¿Adiós? No, nunca se dice adiós. Se dice ‘te amo’.”

3Confieso que el uso aquí de esta palabra encierra un reconocimiento a las ideas, que comparto, de mi buena amiga psicóloga Susi, que mantiene que a veces una expresión o palabra "se pone de moda", vete a saber por qué (¿son articulistas de lectura endogámica y se van copiando unos  a otros?), y te la encuentras en los medios hasta en la sopa, venga o no a cuento, como pasa ahora con el dichoso poliédrico. Y, repito, coincido.

4Quizá no esté de más, con la que nos está cayendo, poner en valor la literatura epistolar auténtica y recordar que entre 1900 y 1911, año de la muerte del poeta catalán, Joan Maragall y Miguel de Unamuno se intercambiaron cartas, libros, ideas y afecto (Unamuno y Maragall - Epistolario y escritos complementarios, Distribuciones Catalonia, Barcelona, 1976). En sus cartas debatieron sobre lengua, cultura y sobre un aspecto hoy apenas existente en el diálogo (¿existe?) entre Catalunya y Castilla/España: la búsqueda de un espacio para transitar unidos hacia un futuro, si es posible, común. Si Maragall y Unamuno, tan antagónicos, pudieron hablar e intercambiarse libros, poemas, ejemplares de periódicos, notas en revistas y direcciones de escritores a los que admiraban por igual, esto demuestra que comunicarse no debe ser tan difícil: si un catalanista como Maragall podía encontrar firmes y afectuosos espacios comunes con el centralista y conservador Unamuno, entonces el problema no es tan gravísimo, ni antes ni ahora. Unamuno y Maragall compartían no el estar afectados por lo que se anunciaba de manera apocalíptica como la ruptura del estado, sino estar francamente decepcionado por lo mal que lo hace el personal en todas partes. En ese aspecto, las cartas de ambos escritores se leen como el desahogo o confesión de cada uno sobre un hombro amigo de la frustración por ver cómo, por un lado, aún hay demasiadas actitudes trogloditas que condenan al pueblo a un retraso en la llegada del estadio más avanzado de la civilización/pensamiento, alejado de la perniciosa visceralidad , y cómo por el otro se tiende hacia el egoísmo en lugar de apostar por la colaboración y la hermandad, que tan beneficiosa suele resultar. Unamuno se ganó el respeto de Maragall,entre otras cosas, al leer el catalán casi tan bien como leía el inglés y el alemán, hasta el punto de traducir al castellano La vaca cega. Maragall, entonces, comprendió que no había una España hostil, sino españoles cretinos sueltos, como siempre. Lo que es aplicable en ambos sentidos y en todos los ámbitos.

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