sábado, 5 de mayo de 2018

Emociones e ideologías.

Se atribuye a Víctor Hugo1 aquella frase de que “la melancolía es la felicidad de estar triste”. Lo cierto es que, paradójicamente, la melancolía suele asociarse a la tristeza, aunque lo que se esté evocando sean, contrariamente, buenos momentos del pasado. La melancolía sin memoria no es posible. Es un sentimiento que nos recuerda que nos falta algo o alguien, algo que estuvo ahí, algo que era bueno para nosotros, pero que ya no podemos recuperar. Rememoramos personas, lugares, momentos o experiencias que nos hacen pensar que cualquiera tiempo pasado fue mejor, como ya dejó escrito Jorge Manrique en sus archiconocidas Coplas a la muerte de su padre. Cuando alguien está melancólico, realmente está sufriendo por algo que ya no puede tener. Es un dolor permitido porque recordamos algo o a alguien que ya no está con nosotros, y eso nos duele, pero también nos hace pensar que es nuestro, que nos pertenece, aunque sólo sea por unos minutos en una evocación y sólo esté alojado en nuestro banco de recuerdos.
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La melancolía es también una manera de no aceptar el presente, de no estar contentos con lo que tenemos ahora. Porque cuando nos permitimos viajar con la mente a otros lugares, a otros espacios, a otros tiempos y buscamos una compañía irreal, inconscientemente creemos que es algo que poseemos y de lo que no podemos separarnos.

La melancolía se presenta en momentos puntuales, pero ¡cuidado! puede convertirse en un problema si se instala de manera permanente. Es normal sentirse melancólico, es normal incluso buscar ese sentimiento una tarde de lluvia y mirar fotografías antiguas; o escuchar una canción y recordar un momento agradable; o pensar en alguien con quien compartimos nuestra vida o parte de ella. Pero cuando esta conducta se repite frecuentemente, si no se trata correctamente, puede derivarse en una depresión. Los expertos aseguran que esta alteración saca a la luz una carencia que tenemos las personas, que es reflejo de que no estamos contentos con nuestra vida actual. Si nuestra vida es plena no sentimos la necesidad de aferrarnos al pasado para pensar que lo de antes era mejor que lo de ahora. Sentirse más o menos melancólico va a depender del grado de satisfacción que tengamos en nuestro presente. Cuando uno está feliz, no necesita evocar tiempos pasados, ni pensar que todo podía ser de otra manera. Anclarnos en el pasado es una manera de perdernos el presente.



La representación práctica de una de las más conocidas consecuencias de la melancolía es su transformación en nostalgia, con la que a veces se confunde, que es un deseo o anhelo de volver al pasado o de repetir aquél tiempo que ya ha sido vivido anteriormente; es el buscar recuperar como sea el tiempo que ya se ha perdido y a menudo se caracteriza y se identifica por un querer volver a la tierra de origen, al hogar, a reunirse con la familia, volver a los brazos de un amor perdido o a encontrarse con viejos amigos, al margen incluso de revivir las vivencias, no todas agradables, que rodeaban a todo lo añorado. En alguna ocasión, en este mismo blog, hemos reflexionado sobre lo pernicioso que puede resultar para la persona el dejarse dominar inconscientemente por la nostalgia  en su caminar hacia adelante, lo que se ha de combatir por uno mismo, pero otra cosa es ver cómo algunos (malos) políticos juegan con esos sentimientos profundos convirtiéndolos en el eje sobre el que gira una perversa política de confrontación que les da votos. Y, la verdad, es que no lo disimulan; basta que alguien o un colectivo (numeroso o no) plantee algo de futuro no recogido, obviamente, en la legislación del pasado (ya decía Aristóteles que "una ley, cuando nace, ya es vieja"), para que determinados gobernantes a los que les resulta ajena e incomprensible la propuesta, haciendo gala de que eso que habían dicho de "gobernar para el ciudadano" no pasa de ser un slogan de campaña, optan por contrarrestar la propuesta, sin conocerla realmente, con la prohibición y la represión, enmascarando su propia incapacidad, ignorancia y mala fe con la inmoral manipulación de sentimientos inducidos, en una calculada estrategia de crear crispación con el único argumento (asombrosamente eficaz) de que desoyendo la propuesta se recupera la normalidad (?) bañada en sensatez (?), apelando como arma a una resistencia generalizada al cambio basada en fabricar la nostalgia de un tiempo que, aseguran, fue mejor.
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Sin llegar a esos extremos, que serían tan ridículos si no tuvieran consecuencias tan dramáticas para la ciudadanía, es evidente que la política siempre ha interferido/manipulado las mentes. Si admitimos que personalidad, desde el punto de vista de la capacidad de razonar, es el modo de pensar o configuración mental de una persona, esto es, el conjunto de ideas fundamentales que configura el pensamiento de una persona (ampliable para el análisis a una colectividad o a una época), la ideología política2 también lo es, pero mientras la personalidad es esponjosa y, en mayor o menor medida, abierta, por estar impregnada de sensibilidad y percibir en general a "el otro" de forma horizontal, de igual a igual, la ideología es cerrada porque atiende sobre todo al interés personal, de partido o de clase, y si incluye sensibilidad es percibiendo a "el otro" de arriba abajo y, en definitiva, podría decirse que las personalidades se enfrentan a las ideologías; de aquí que hayan surgido partidos políticos y movimientos ciudadanos cuyo propósito es actuar sobre la raíz de los problemas para tratar de darles solución, ideologías aparte.

Porque se comprueba que muchos de los problemas políticos y sociales proceden de la falta de entendimiento entre dos mentalidades que perciben de modo bien distinto el siguiente contraste reducido a términos económicos: una parte de la población vive de unos ingresos seguros que le permite calcular lo que puede y no debe gastar, otra parte no sabe qué será de su destino aunque ahora tenga empleo -tan en el aire está- y otra carece de todo recurso: tal es la incertidumbre de presente y de futuro tanto para los desempleados como para la mayoría de los empleados que viven temblando por el peligro de quedarse sin trabajo, aunque con exiguos salarios, y no volver a colocarse. En cuanto a la cuarta parte de esta clasificación, la clase de los excluidos, esos que además de despojados y de haber perdido la esperanza, aunque no hay estadísticas fiables, parece que significan en España un cuarto de su población. Así que si las clases sociales en un momento dado pudieron desaparecer del imaginario colectivo porque todo el mundo vivía a su manera los deleites de una orgía de gasto, han vuelto a aparecer diseñadas de otro modo.
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En este escenario, es perceptible, además, otro factor lamentable en la vida social, que si ha existido siempre, en estos tiempos se hace más abominable por el despertar de las masas: la idea de hacer ver sin rubor que ciertas ideologías con gran número de votantes (¿adeptos o incautos?) parten del supuesto de que pensar en los demás es signo de debilidad. Cuando es todo lo contrario y las sociedades más igualitarias, como las nórdicas, lo comprenden bien, que tener en cuenta la suerte ajena inmediatamente después de satisfacer nuestro interés, es signo de fortaleza e inteligencia. Fortaleza, porque hace más robusta la personalidad del poseedor; inteligencia, porque -cualquiera que ha vivido lo suficiente puede constatarlo- la generosidad y la magnanimidad son fuente de bienes para todos y propician nuestra buena estrella.

Creer en las ideologías fijadas apriorísticamente es confortable. Sin embargo, esta creencia tiene el problema de ser totalmente irreal. Pensar (y hacernos creer) que las personas tenemos conceptos, sistemas de categorías y “circuitos del pensamiento” fijados en el tiempo o incluso “propios de nuestro ser” es una forma de dualismo que va en contra de todo lo que sabemos acerca de la psicología. No existen maneras fijas de ver la realidad, y por lo tanto aún menos existen las maneras de pensar “propias de…” si tenemos en cuenta que éstas están en continuo cambio. De igual modo, tampoco las definiciones de ideologías políticas existen, al margen de quien interiorizará esas ideas bajo la luz de sus experiencias pasadas y presentes y que, además, orientará sus conclusiones de acuerdo a sus objetivos e intereses. Nuestro pensamiento, nuestra personalidad, no está por tanto guiado rígidamente por un solo principio integrador como el “ser de derechas” o “ser pacifista”, etc.

Es verdad que, por el fondo de los "valores" supuestos de cada ideología, se asignan determinadas "etiquetas" a cada una, como puede ser, por ejemplo, que las izquierdas ganan en sensibilidad por ser las que tradicionalmente han defendido los derechos vulnerados de la persona, pero, de ninguna manera se puede pensar que sean clichés extrapolables a todas las personas de esa ideología olvidando la extensa gama de grises que pueden darse en múltiples personalidades diferentes ni afirmar que sea privativo de las izquierdas. El "etiquetar" a las personas siempre es pernicioso e ineficaz, y no habla bien de quien precisa "colgar" una "etiqueta" a los demás para tratarlos de acuerdo con esa clasificación que él ha decidido. Al final, lo importante es la persona y no su circunstancia, que diría Ortega. Veamos un supuesto: una cosa es desear que en el ordenamiento jurídico exista, para delitos muy determinados, la pena capital; otra muy diferente, propugnar (¡y legislar!) para que sea aplicable al adversario político, y otra, más diferente aún, el apuntarse como voluntario para formar parte del pelotón de ejecución de éste. Crear, entonces, una etiqueta de "partidario de la pena de muerte" y pretender catalogar por igual con ella a los protagonistas de los tres niveles citados (y a los innumerables matices intermedios) es simplista y, en el mejor de los casos, estúpido.
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Agustín de Foxá, taurófilo confeso, saludando al torero Manolete.
Hace muchos años, en las páginas de cultura de una publicación que entonces era un diario de información respetado y de referencia y que hoy, que se sigue publicando la cabecera, no pasa de ser un panfleto que a menudo confunde información con opinión en titulares sesgados, tergiversados o, llanamente, falsos, descubrí el poema que reproduzco a continuación y que me cautivó por su profunda sensibilidad y por su sencillez en la exposición. El poema se llama, enlazando en un bucle con el principio de estas reflexiones, Melancolía de desaparecer y pocas veces el alma poética ha tocado con más profundidad el temor a la incertidumbre y el dolor por la vida que se va, y dice así:

Y pensar que después de que yo me muera,
aún surgirán mañanas luminosas,
que bajo un cielo azul, la primavera,
indiferente a mi mansión postrera,
encarnará en la seda de las rosas.

Y pensar que, desnuda, azul, lasciva,
sobre mis huesos danzará la vida,
y que habrá nuevos cielos de escarlata,
bañados por la luz del sol poniente
y noches llenas de esa luz de plata,
que inundaban mi vieja serenata,
cuando aún cantaba Dios, bajo mi frente.

Y pensar que no puedo en mi egoísmo
llevarme al sol ni al cielo en mi mortaja,
que he de marchar ¡yo solo! hacia el abismo...
y que la luna brillará lo mismo
y ya no la veré desde mi caja.

El autor de esta pequeña joya, escrita en 1940, fue Agustín de Foxá Torroba3, conde de Foxá y marqués de Armendáriz, de cuya existencia confieso que yo entonces nada sabía, aunque es evidente a la luz de este poema y posterior acceso a su biografía, que se trataba de un intelectual nacido en época turbulenta y oscura para España, ninguneado como poeta y encasillado por su ideología política, autodefinido con humor por él mismo: "Bastante simpático, abúlico, viajero, desaliñado en el vestir, partidario del amor, taurófilo, madrileño con sangre catalana, soy aristócrata, soy conde, soy rico, soy embajador, soy gordo, y todavía me preguntan por qué soy de derechas. ¿Pues qué coño puedo ser?; en mis años mozos yo me adherí a la trilogía falangista que hablaba de patria, pan y justicia. Ahora, instalado en mi madurez, proclamo otra: café, copa y puro". Posiblemente este ninguneo empezó a raíz de su sinceridadpor encima de consignas, ya que, siendo diplomático con el franquismo decía que, como embajador de una dictadura en democracias, podía disfrutar de lo mejor de los dos sistemas; y del Frente de Juventudes soltó (él, que había sido falangista de primera hornada y casi creador de la Falange): "Son unos niños vestidos de gilipollas mandados por un gilipollas vestido de niño". Foxá, adscrito por todos a las derechas aunque incómodo para ellas, no tenía la menor inquietud política. No hizo el menor esfuerzo por labrarse una carrera en el régimen. Su mundo seguía siendo otro: el de las palabras y los conceptos, una visión esencialmente estética de la vida y del mundo.

Seguramente hay muchos Foxá, quizá no tan llamativos, es decir, personas identificadas con un cliché que las encorseta y prejuzga a ojos de terceros, sin advertir que la persona, sus sentires y querencias, que diría el olvidado escritor Manuel Andújar, está por encima de consignas, símbolos y doctrinas políticas. Se ha de tener en cuenta, además, para analizar estos hechos, que vivimos en una época en la que va calando la idea (con penas y trabajos, eso sí, muy lentamente en algunos ámbitos) en prácticamente todo el mundo de que las legislaciones fundamentales de los países se han de basar en el respeto a los Derechos Humanos (en mayúscula siempre), a pesar de que haya formaciones políticas, e incluso gobiernos, que se jactan en remar ostensiblemente en dirección contraria, presentando usualmente a la ciudadanía ese retroceso como "lo sensato", "la vuelta a la normalidad" u otras lindezas retóricas por el estilo. Que la ciudadanía lo crea a pie juntillas formaría parte de otro análisis, no de éste.
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Esta circunstancia hace que los esquemas y las estrategias de las derechas e izquierdas tradicionales tiendan a la convergencia (no en todo, naturalmente) como dicen constatar no pocos politólogos y poco a poco se vaya poniendo de manifiesto y consolidando en la ciudadanía que, más allá de las ideologías, está la ética, honradez y sentido de responsabilidad de las personas, lo que se comprueba fácilmente contraponiendo dos supuestos (reales, seguramente) antagónicos: el partido más honesto y transparente puede tener en su seno manzanas podridas a la vez que el más cerrado y corrupto puede tener auténticos "ángeles" en sus filas. Cómo las formaciones gestionan internamente estas contradiciones cuando se le presentan también formaría parte de otro análisis.

Si hubiera que elaborar un corolario a estas reflexiones, todo apunta a que hemos de esforzarnos en deslindar todo aquello ligado a la condición humana, representado en este caso por emociones tales como la melancolía, la nostalgia, la sensibilidad,.. de los instrumentos utilizados en la política para marcar la ideología, recordar que la persona es, ante todo, persona, y no dejarnos seducir por malvados cantos de sirena de incompetentes que pretenden que identifiquemos nuestra fibra sensible con SUS objetivos políticos y aprovecharse de ello. Y, lamentablemente, estos personajes, parafraseando lo de las meigas (brujas) gallegas, haberlos, haylos.

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1Victor Marie Hugo (1802 - 1885), fue un poeta, dramaturgo y novelista romántico francés, considerado como uno de los más importantes en lengua francesa. También fue un político e intelectual comprometido e influyente en la historia de su país, destacando por sus posiciones muy determinadas sobre la lucha social (su obra maestra, Los Miserables es un himno contra la miseria y en favor de los más desfavorecidos), por alzar la voz (en aquella época) defendiendo los derechos de las mujeres y por exponer y mantener con frecuencia la idea de la creación de los Estados Unidos de Europa. Como anécdota que nos toca de cerca cabe recordar que en 1843 tuvo una corta estancia en una casa del pequeño casco urbano antiguo del donostiarra puerto de Pasai Donibane (Pasajes de San Juan), casa situada en el segundo arco de la “calle única, que siempre te lleva a donde quieras ir", convertida hoy en museo como homenaje al dramaturgo. Pese a que la estancia  no llegó a las dos semanas, puede decirse que entre Hugo y Pasai hubo un "amor a primera vista" que marcó profundamente al escritor, como él mismo reconoció: "Este pequeño edén resplandeciente adonde llegué por azar, y sin saber dónde estaba, se llama en español Pasajes y en francés Le Passage", describiéndolo con precisión: "(...)De pronto, como por encanto, el decorado cambió y apareció ante mí un espectáculo maravilloso. Una cortina de altas montañas verdes recortando sus cimas sobre un cielo resplandeciente. Al pie de las montañas, una fila de casas estrechamente yuxtapuestas (...). Una vida, un movimiento, un sol, un azul, un aire y una alegría inexpresables. He aquí lo que tenía delante (...). La bahía se alegra con las navecillas de las barqueras que van y vienen sin cesar y se dan voces de un extremo al otro del golfo con gritos que se asemejan al canto del gallo. Una vez en tierra, tomé la primera calle que se me presentó. Aquí, una nueva sorpresa. Nada es más risueño y más fresco que el Pasaje visto desde el lado del mar. Nada es más severo y más oscuro que el Pasaje visto desde el lado de la montaña"

2Una ideología es un conjunto normativo de emociones, ideas y creencias colectivas que son compatibles entre sí y están especialmente referidas a la conducta social humana, y que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc. Las ideologías describen y postulan modos de actuar sobre la realidad colectiva, ya sea sobre el sistema general de la sociedad o sobre uno o varios de sus sistemas específicos, como son el económico, social, científico-tecnológico, político, cultural, moral, religioso, medioambiental u otros relacionados al bien común. Hay ideologías que pretenden la conservación del sistema - conservadoras-, su transformación radical y súbita -revolucionarias-, el cambio gradual -reformistas–, o la readopción de un sistema previamente existente -restaurativas-. Merece atención detenerse en la definición del concepto de ideología que hizo Karl Marx (de quien, mira por donde, casualmente, hoy se cumplen 200 años justos de su nacimiento) en el prólogo a su libro Contribución a la crítica de la economía política, en el que la ideología es el conjunto de las ideas que explican el mundo en cada sociedad en función de sus modos de producción, relacionando los conocimientos prácticos necesarios para la vida con el sistema de relaciones sociales; la relación con la realidad es tan importante como mantener esas relaciones sociales, y en los sistemas sociales en los que se da alguna clase de explotación, evitar que los oprimidos perciban su estado de opresión: "El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia"

3Agustín de Foxá y Torroba (1906 – 1959), poeta, novelista, periodista y diplomático español. Cultivó gran número de géneros literarios: el relato de ciencia ficción (un par de los que escribió se cuentan entre los mejores de la literatura especulativa española: Viaje a los efímeros y Hans y los insectos), poesía como La niña del caracol, El toro, la muerte y el agua, El almendro y la espada, Poemas a Italia o El gallo y la muerte, teatro (escrito a veces en verso como Cui-Ping-Sing o El beso a la bella durmiente) como el drama Baile en capitanía o la comedia Gente que pasa. Sin embargo, el reconocimiento del gran público le llegó precisamente con su novela sobre la Guerra (in)civil, en la estela literaria de los Episodios Nacionales de Pérez Galdós y con una muy marcada imitación en ella del expresionismo de Valle-Inclán, en especial en la primera parte de las tres que consta, En la segunda parte, «Himno de Riego», el propio autor se retrata en el momento en que, junto a otros intelectuales falangistas como Rafael Sánchez Mazas, Dionisio Ridruejo o el propio José Antonio Primo de Rivera, se redacta el himno de Falange, el Cara al sol. En la novela hay retratos de políticos y de escritores como Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, Federico García Lorca, Ernesto Giménez Caballero, Ramón Gómez de la Serna y alusiones al cine de Luis Buñuel, las caricaturas de Luis Bagaría y la pintura de Manuel Ángeles Ortiz.

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