domingo, 9 de febrero de 2020

“… para andar conmigo / me bastan mis pensamientos… “

Ya conté hace algún tiempo en este blog la anécdota de un compañero que tuve, chicharrero 
militante por más señas, que tenía un perfil, vocacional y trabajado, de “inasequible al 
desaliento”: Pues bien, en actitud coherente con ello, Rafael (que así se llamaba) mantenía 
que, cuando alguien, que no sea el médico, te pregunte “¿Cómo estás?”, la mejor respuesta 
siempre es “Bien” porque, decía, si quien lo pregunta es un amigo, se alegrará, y si es un 
enemigo, se fastidiará (bueno, en honor a la verdad, él usaba un verbo más corto, sonoro y 
contundente).

Pero, puestos a cavilar sobre el tema, ¿qué pasa cuando la respuesta va dirigida a uno 
mismo, que nunca se sabe bien si se es amigo o enemigo?. Por eso estas líneas están 
encabezadas por un fragmento de la conocida poesía de Lope de Vega, de nuestro "siglo del 
oro" literario, A mis soledades voy, para comprobar que, a veces, no bastan los pensamientos. 
Para reflexionar sobre ello tomaremos como referencia lo que sostienen los neurólogos y 
expertos psicólogos de que la respuesta del cerebro, lo que procesa, es distinto 
(¿complementario?) ante lo que se piensa que ante lo que entra por el oído.   
 
 
Hablar con uno mismo evidencia un alto funcionamiento cognitivo de la persona y le permite 
centrarse mejor en lo que hace. En un experimento realizado en la prestigiosa Universidad de 
Bangor, Gales, Reino Unido, por los neuropsicólogos Paloma Mari-Beffa y Alexander Kirkham 
se determinó que hablar con uno mismo desarrolla el monólogo interior lo cual permite 
perfeccionar los pensamientos, emociones y la memoria, lo que a su vez contribuye a 
planificar las acciones que llega a tener el ser humano. La mecánica del experimento fue que 
se le dieron a 28 participantes voluntarios determinadas instrucciones escritas y se les pidió 
que las leyeran a su elección, en silencio o en voz alta. Midieron la concentración y 
rendimiento en las tareas a hacer relacionadas, y ambos aspectos mejoraron en gran parte 
cuando fueron leídas en voz alta. El beneficio parece provenir de simplemente oírse a sí 
mismo, porque órdenes de ejecución auditivas parecen ser mejores controladores de 
comportamiento que las escritas. Así se explica por ejemplo, cuando jugadores de tenis se 
hablan a sí mismos durante la etapa crucial de un juego, expresando: “¡Vamos!” en voz alta, 
lo que les proporciona mejor control cognitivo y concentración.

A la vez, sin embargo, en un estudio fascinante1, los investigadores descubrieron que el 
cerebro humano puede funcionar como el de los monos si dejamos de hablar (con sentido) 
con nosotros mismos, ya sea en voz alta o interiormente. En el experimento, los expertos 
pidieron a los participantes que repitieran en voz alta sonidos sin sentido (tales como «bla, 
bla, bla») mientras llevaban a cabo tareas visuales y auditivas. Debido a que el cerebro nos 
impide realizar dos actividades al mismo tiempo (aunque esto sea objeto de numerosas 
bromas), murmurar estos sonidos hizo que los participantes no fueran capaces de decirse a sí 
mismos qué tenían que hacer en cada tarea. En estas circunstancias, los humanos se 
comportaron como los monos, activando de manera separada las áreas visuales y auditivas 
del cerebro para resolver cada tarea.

Paralelamente, el psicólogo suizo Jean Piaget, considerado el padre de la epistemología2, ya 
había observado cómo los niños van controlando mejor sus acciones tan pronto como 
empiezan a desarrollar el lenguaje. “Al acercarse a una superficie caliente, el niño dirá 
‘caliente, caliente’ en voz alta y comenzará a alejarse. Este tipo de comportamiento puede 
continuar en la edad adulta”, es decir que al hablar en voz alta un adulto, en lugar de ser un 
enfermo mental, lo puede hacer intelectualmente más competente. Según eso, “El estereotipo 
del científico loco hablando solo, perdido en su propio mundo interior, podría reflejar la realidad 
de un genio que utiliza todos los medios a su alcance para aumentar su capacidad cerebral”, 
señaló.  
 
 
Nuestros estados de ánimo están siempre ahí, cómo un ruido de fondo. Conviene que nos 
paremos de vez en cuando para escucharlos, para sentirlos. Es importante que los 
identifiquemos, que les pongamos nombre: (“me siento tenso, triste, enfadado, 
desesperanzado…”). Al principio, si no estamos entrenados, nos costará focalizar la atención 
en nuestro interior. Estamos acostumbrados a “tapar” nuestras sensaciones. Escucharse a si 
mismo significa conocerse, experimentar el misterio de lo que realmente se es. Supone un 
cierto dominio de los estados anímicos, de los pensamientos, deseos, sentimientos, 
aspiraciones y motivaciones.

Cuando te vuelves capaz de escucharte a ti mismo y entrenes a decir lo que piensas, tras 
cribarlo, en voz alta, para que el cerebro lo oiga desde fuera,  se hace posible la apertura al 
otro, su comprensión, su aceptación. Al tiempo que sepas escucharte bien a ti mismo, 
comprenderás un poco más a los demás, empezarás a ponerte en el lugar del otro, empezarás 
a comprender cómo se siente, todo ello, solo por el simple hecho de que te sabes escuchar 
de forma correcta.

Aprender a escucharse a uno mismo es el primer paso para identificar qué nos decimos, 
pero no es un proceso necesariamente fácil. Es cierto que no dejamos de hablarnos, de 
darnos mensajes, es cierto que nuestro diálogo interior es permanente, pero ¿Cómo 
podemos tener consciencia de nuestra voz interna, si para empezar, no sabemos 
escucharnos a nosotros mismos?. Tomar consciencia de nuestro diálogo interior es la base 
del cambio en nuestra comunicación, y hacerlo es algo que podemos hacer practicando. 
Pero para oírse desde fuera a uno mismo hay que partir de la base de que se habla en voz 
alta. ¿Hablar a uno mismo en voz alta? ¿Acaso eso no significa que estás mal de la azotea? 
¿Qué te estás volviendo loco? No, en absoluto. Esta práctica incluso puede resultar 
beneficiosa, como confirman los estudios de prestigiosos neuropsiquiatras, si se sabe cómo 
realizarla.  
 
 
La mayoría de los estudios al respecto suelen centrarse en niños pequeños, ya que hablar 
solos forma parte de su desarrollo normal. Los niños piensan más en voz alta que los adultos 
-esto seguramente no hace falta que ningún estudio nos los diga-. Cuando un niño aprende 
a hacer cosas, generalmente las narra en voz alta, y también se habla a sí mismo cuando 
tiene éxito o algo le parece muy difícil. Es quizás por esto que a muchos les parece que los 
niños nunca se callan. Al crecer, comenzamos a internalizar ese discurso y lo convertimos 
en pensamientos. Sin embargo, mantener todo dentro de nuestra cabeza y no decirlo en voz 
alta no es la mejor manera de aprender. Cuando hablamos con nosotros mismos nuestros 
procesos cognitivos mejoran significativamente. Seguramente alguna vez has encontrado 
que hablar solo te ayuda a recordar mejor algo, a tener más ideas, a concentrarte mejor en 
una tarea y hasta a convencerte de que puedes lograr algo.

Antes de continuar estas reflexiones conviene aclarar que en ciertas ocasiones, hablar uno 
solo, efectivamente, puede ser un signo de enfermedad mental (junto a otros indicadores, 
claro está), pero en dichos casos, el sujeto suele, además, escuchar voces a las que 
contesta. En otras palabras, la persona, por lo general, no dialoga consigo misma, sino que 
lo hace con un interlocutor que él considera real, pero que realmente no existe. Asimismo, 
estos mensajes suelen ser incomprensibles o bien presentan poca lógica.

Si nos ceñimos al hecho de hablar con uno mismo como muestra de la externalización de 
ese consciente y necesario diálogo interior, el fenómeno tiene ventajas evidentes:

Mejora la memoria ("Es más fácil recordar algo que dijimos, que algo que solo pensamos").- 
Cuando estudiamos en voz alta tendemos a recordar mucho más lo estudiado; cuando 
repetimos las palabras en voz alta el proceso para internalizar la información parece ser más 
efectivo (algunos estudios han observado el efecto separando grupos de personas que leen 
en silencio y otros que leen en voz alta, y las palabras que se leyeron en alto fueron mucho 
mejor recordadas que las demás. Este efecto no tiene simplemente que ver con el sonido al 
hablar, sino que al traducir el discurso en palabras habladas, el cerebro tendrá no solo la 
información de escucharlas sino de producirlas, lo que hace más intenso y distintivo el 
recuerdo de aquello que se dijo en voz alta. Es decir, no solo se recuerda lo que se leyó, 
sino a uno mismo diciendo las palabras en voz alta y escuchándolas)

Mejora la concentración.- Si se habla con uno mismo y además se dan instrucciones en 
voz alta, la capacidad de concentración mejora y ayuda a evitar distracciones, haciendo más 
sencillo el proceso de toma de decisiones cuando se es capaz de visualizar lass opciones al 
repetir las palabras y escucharlas.

No es de locos, es de mentes sanas.- Hablar solo en voz alta puede ser estigmatizante; ya 
hemos apuntado que mucha gente lo asocia con estar loco y con la esquizofrenia, en cuyo 
caso sería sólo un síntoma entre muchos otros, que juntos hacen el diagnostico de una 
patología psiquiátrica que, por cierto, es tratable.  
 
 
Hablar contigo mismo es excelente para mantener una mente sana, puede hacer que alivie 
la soledad que sientes cuando pasas días sin compartir tiempo con alguien más, y hasta 
puede hacerte más inteligente cuando hablas contigo mismo en voz alta de forma positiva. 
En especial, cuando necesitas tomar decisiones importantes.

Hablar con uno mismo en voz alta no solo alivia la sensación de soledad, sino que también 
permite desahogarse y ordenar las ideas; muy simple: ayuda a aclarar los pensamientos, a 
tomar decisiones o a reafirmar las que ya se han tomado.

En la práctica, según los neuropsicólogos que han estudiado el tema, existen cuatro 
modalidades para hablar con uno mismo que ayudan a sentirse mucho mejor:

1. Pensar sobre tus opciones en voz alta.- Esto es útil, especialmente si te está costando 
tomar alguna decisión, cuando te encuentras en una encrucijada y te resulta difícil el proceso 
de elección. Si puedes escuchar lo que piensas, pondrás tus ideas en orden fácilmente, 
podrás ver con más claridad las alternativas posibles y podrás tomar la decisión que te haga 
sentir mejor.

2. Motivarte.- Es una buena manera para alentarte a hacer cosas que tal vez no tienes 
muchas ganas de hacer, pero que son necesarias. Puedes decirte (y oírlo), por ejemplo, 
Buenos días, Hoy es un día magnífico para aprovecharlo en ordenar la casa”. También 
«Hola, hoy sin falta tienes que ponerte al día con el papeleo, antes de que multen”. 
Igualmente, del tipo «¡Ánimo! Puedes hacer eso porque te has preparado para este 
momento y saldrá bien». 

3. Felicitarte.- ¿Por qué esperar cumplidos de los demás? Si te los mereces, siempre 
puedes brindártelos tú mismo. Además, la mayoría de las personas no son conscientes o ni 
siquiera caen en los pequeños logros que van alcanzando. Por ejemplo, cuando pasan ante 
la pastelería sin comprar nada, porque han decidido bajar de peso, o cuando finalmente 
lograron terminar esa tarea que hace tanto tiempo querían finalizar y que les ha costado 
noches y noches en vela. ¿Acaso eso no se merece un “¡Buen trabajo!”? Claro que sí, los 
niños escuchan este tipo de cosas todo el tiempo, y los adultos casi nunca. ¡Corrijamos eso 
ahora!

4. Establecer objetivos.- Supongamos que estás tratando de planificar tus vacaciones. 
Establecer un objetivo y hacer un plan (dónde ir, cuándo ir, etc.) puede ser de gran ayuda. 
Claro que simplemente podrías hacer una lista con esas cosas, pero decirlo en voz alta 
puede ayudarte a concentrar tu atención, a reforzar el mensaje, a controlar tus emociones y 
a eliminar las distracciones.  
 
 
Hay que tener en cuenta, con todo, un detalle: hablar en voz alta a uno mismo solo es 
positivo y favorece cuando se hace con respeto y sensatez, sabiendo qué ayuda y qué no y 
practicando, por tanto, sólo aquello que beneficia, porque hay que saber que no siempre es 
bueno para uno (hacemos abstracción de lo que piense un tercero, testigo de ese discurso 
privado) ¿Cuándo es malo hablar solo?

Cuando hablas contigo mismo en voz alta para criticarte, es en ese entonces que deberías 
darte cuenta y detenerte. El discurso privado negativo, como cuando gritas "¡Soy un idiota  
por no haber visto...!" no es nada bueno para ti. Cuando hables solo, trata de conversar 
contigo mismo como si fueses tu propio mejor amigo, di cosas que te ayuden a pensar que 
todo estará mejor, y visualiza como puedes lograr tus metas mientras lo traduces en palabras 
que escuches. Decirte a ti mismo en voz alta que eres estúpido tiene un efecto tanto o más 
negativo que cuando otra persona te lo dice. El discurso privado es poderoso y se queda 
clavado en tu mente, por eso es importante usarlo siempre de forma positiva. Se amable 
contigo mismo como serías con otros.

Lamentablemente, hay personas que constantemente, a sí mismas y a su entorno, se 
reprochan cosas y se tratan mal a sí mismas alimentando la creación y mantenimiento de un 
estado de ánimo siempre negativo. Se dicen cosas “inocuas” (con la mejor voluntad, por 
descontado) tales como: “Debiste haberte dado cuenta antes de eso” o “Deberías haber 
hecho/dicho eso de esta manera tal o cual cosa” contribuyendo a crear un ambiente 
difícilmente armónico. Suele ser el mismo perfil que habla en voz alta sólo de lo que le 
provoca crítica o rechazo (¿para apuntalar su opinión al oír otro rechazo?) y nunca de lo que 
le satisface o agrada. Hablarte de esta manera es peor que el silencio total. De modo que si 
éste es tu estilo, haz el esfuerzo para dejar de hablarte así inmediatamente. Dirígete a ti 
mismo como si fueras tu mejor amigo, pues lo eres. Perdónate, repétate, entiéndete y confia 
en ti mismo. 
 
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1Con un título no menos fascinante: Domain-specific distribution of working memory processes along human prefrontal and parietal cortices: a functional magnetic resonance imaging study (Distribución específica del dominio de los procesos de memoria de trabajo a lo largo de las cortezas prefrontales y parietales humanas: un estudio de resonancia magnética funcional), publicado en el número 297 de la revista Neuroscience Letters, el 5 de enero de 2001.

2Jean William Fritz Piaget (1896-1980) fue un psicólogo y biólogo reconocido por sus aportes al estudio de la infancia y por su teoría constructivista del desarrollo de habilidades y la inteligencia. Se conoce como epistemología genética la generación de nuevos atributos fruto del desarrollo de funciones establecidas genéticamente, que solo requieren de estimulación o ejercitación.

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