domingo, 19 de abril de 2020

Y después de la pandemia, ¿qué?

En 1995, el Premio Nobel portugués de Literatura José Saramago publicó su magnífica 
novela “Ensayo sobre la Ceguera” en la que daba cuenta de una extraña enfermedad que 
provocó una ceguera blanca a los habitantes de la ciudad. En la novela hay un pasaje 
revelador para tener en cuenta en esta actual pandemia que padecemos: “Un ciego se paró 
frente a un espejo, sabía que su imagen estaba ahí, aunque no pudiera verla, pero su imagen 
sí podía verlo y observar lo que hacía”. Saramago imaginaba la dificultad de imaginar el 
futuro en un contexto crítico, donde ese futuro depende de las decisiones en este presente. 

Para saber dónde estamos y de qué hablamos, puntualicemos: una epidemia es una 
enfermedad que afecta a un determinado grupo humano en un ámbito temporal concreto, 
una endemia es una enfermedad que se asienta de forma permanente en un grupo humano 
determinado, mientras que una pandemia (eso de ahora) es una epidemia que afecta a un 
área mucho mayor, como un continente o incluso el planeta entero, como puede ser el sida 
en nuestros días. Desde la peste de Atenas en plena guerra del Peloponeso hasta el cólera, 
el tifus o la malaria, muchas han sido las epidemias, endemias y pandemias que han asolado 
a los distintos pueblos a lo largo de la historia. 
La historia de la humanidad está llena de estas enfermedades, unas olvidadas y otras 
envueltas, incluso, en un halo de romanticismo. Sin ánimo de ser exhaustivo, estas son las 
principales:

- La peste de Atenas, la plaga más devastadora del mundo griego, documentada con 
detalle por el historiador Tucídides. Aquella peste – en la antigüedad todas las plagas se 
llamaban pestes – llegó desde Etiopía y según investigaciones actuales, pudo tratarse de 
fiebres tifoideas. Una de sus primeras víctimas fue el gran Pericles y en total pudo afectar a 
unas 50.000 personas, aunque algunos historiadores hablan de 300.000.

- La peste Antonina. Como Grecia, Roma también tuvo su gran plaga en el siglo II, en 
tiempos de Marco Aurelio, que fue además una de sus insignes víctimas. La peste Antonina 
– llamada así por el propio emperador, que pertenecía a la familia de los Antoninos – fue 
devastadora en la capital, Roma, y se extendió por toda Italia llegando incluso a las Galias. 
Entre otros síntomas, la peste causaba ardor en los ojos y en la boca, sed y abrasamiento 
interior, fetidez en el aliento, piel enrojecida, tos violenta, gangrenas, delirios y muerte a los 
nueve días.  

- La peste justiniana. El emperador Justiniano también padeció una terrible plaga que pudo 
originarse en Egipto, según la describe Procopio y que comenzaba por una fiebre súbita, 
seguida de hinchazones en las axilas, los muslos y detrás de las orejas. La peste justiniana, 
mezcla de varias plagas como la peste bubónica y quizás la viruela o el cólera, fue 
terriblemente letal, mató a más de 600.000 personas, a razón de unas 10.000 al día.  

-
La peste bubónica o peste negra. La gran epidemia de la Edad Media fue la peste negra, 
que asoló todo el continente europeo desde mediados del siglo XIV. La epidemia pudo llegar 
de la India y lo habría hecho a través de los comerciantes italianos que mantenían relaciones 
mercantiles con el continente asiático. La mortalidad de la peste fue terrible, en algunas 
zonas alcanzó a los dos tercios de la población y generó una gran despoblación que afectó 
principalmente al campo, que quedó vacío mientras las ciudades empezaban a llenarse.

- La viruela. Introducida por los conquistadores españoles en América, la viruela funcionó en 
el nuevo continente como una auténtica plaga y fue un aliado esencial de Hernán Cortés en 
la caída de Tenochtitlán. Se cree que tras la conquista, la viruela pudo esquilmar hasta a un 
tercio de la población indígena de América. No fue sino en 1796 que se encontraría una 
vacuna para la viruela.

- El cólera. Esta epidemia de origen asiático llegó a Europa en 1830 y causó 30.000 muertes 
en Londres en menos de dos décadas, hasta que el doctor John Snow descubrió que todas 
las muertes tenían en común el agua del pozo de Broad Street. La llegada del cólera a 
España fue aún más devastadora y los dos primeros brotes en 1843 y 1854 causaron más 
de 300.000 muertos. A partir del siglo XX esta enfermedad se trasladó a Asia y África, donde 
continúa en activo.

- El escorbuto. Esta enfermedad era endémica en los viajes transoceánicos y también en 
los países del Norte de Europa durante la Edad Media, de donde viene su nombre. El 
escorbuto acompañó a los marineros españoles y portugueses durante años, sufriéndola en 
sus viajes marinos tan ilustres como Vasco de Gama y Magallanes. Hasta mediados del siglo 
XVIII no se relacionó con la falta de vitamina C provocada por la carencia de frutas y 
verduras frescas en la dieta.

- Fiebre amarilla. Si los españoles llevaron a América la viruela, sucumbieron allí con 
frecuencia de fiebre amarilla. Con frecuencia se producían brotes en los meses de verano, 
desaparecía durante las estaciones frescas y reaparecía con toda su fuerza al verano 
siguiente, aunque los que ya habían sido contagiados eran mucho más resistentes a cogerla 
de nuevo. La enfermedad no brotó sólo en la época de la conquista, sino que se extendió 
hasta el siglo XIX.

- La sífilis. Sus primeras referencias se remontan al Renacimiento; la sífilis es una 
enfermedad exclusiva del hombre que llegó a Europa procedente de América. 
Probablemente se propagó por Europa tras el sitio de Nápoles en 1495. Fue contagiada por 
los españoles a las prostitutas italianas y tras aquello, se propagó por toda Europa como un 
estigma que se contagiaba con los placeres carnales. A comienzos del siglo XX, el 15% de 
la población europea la padecía, entre ellos Beethoven, Oscar Wilde, Colón, Baudelaire, Van 
Gogh, Nietzsche, James Joyce o Hitler.    

- La polio. La poliomielitis se conoce desde hace tres milenios, aunque su vacuna tenga 
poco más de medio siglo y hasta entonces se haya mostrado con persistencia en todos los 
continentes, sin distinción entre pobres y ricos. De hecho algunas de las epidemias más 
importantes se dieron en países como Suecia o Estados Unidos, siendo conocida la que se 
desarrolló en Nueva York en los años veinte y que contagiaría al presidente estadounidense 
Franklin Delano Roosevelt.
- La malaria o paludismo mata a día de hoy a más de medio millón de personas al año, 
principalmente en África. Gracias al DDT desapareció de Europa, donde era endémica en 
países como Grecia o Italia. En España pasó de 400.000 casos y más de 1.300 muertes en 
1943 a desaparecer por completo en la década de los sesenta.

- El sida. Comenzó oficialmente en junio de 1981 cuando se atribuyó a cinco casos de 
neumonía en Los Angeles y a otros casos de sarcoma de kaposi. La mayoría de los 
pacientes eran hombres homosexuales y sexualmente activos, muchos de los cuales sufrían, 
además, otras enfermedades crónicas. En 1982 la enfermedad, Virus de Inmunodeficiencia 
Humana (VIH), fue bautizada con el nombre de Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida 
(SIDA). En 1993, la película "Philadelphia", fue la primera de cultura de masas, de Hollywood, 
que trataba el tema del sida. 
 
 
 
Por ceñirnos sólo a los episodios del siglo XXI, cuando tenemos conciencia (equivocada) de 
invulnerabilidad ante las enfermedades,
    - 2005: La gripe aviaria  se convirtió en una amenaza de pandemia cuando se produjeron 
los primeros contagios en seres humanos.
    - 2009-2010: La pandemia de gripe A se cobró la vida de más de 18 000 personas en el 
mundo.
    - 2012-2015: El síndrome respiratorio de Oriente Medio fue detectado en el 2012 en 
Arabia Saudí En mayo de 2013 se habían producido casos en más de 7 países incluyendo 
Qatar, Reino Unido, Francia, Alemania y Túnez. El virus infectó a casi 1000 personas y mató 
más de 500.
    - 2014: El virus del Zika azotó toda Latinoamérica con varios millones de infectados y 
miles de bebés nacidos con Microcefalia (aunque no se ha podido relacionar fehacientemente 
la microcefalia con el virus del Zika) se calcula la cifra de muertos en 4030 casos.
    - 2019-2020: Y llegamos a la actual pandemia de COVID-19, un nuevo tipo de 
coronavirus (SARS-CoV-2) que fue detectado en el continente asiático a finales de 2019. 
Poco que añadir hoy aún salvo recordar que el virus produjo un brote epidémico de aquella 
enfermedad en la ciudad de Wuhan, capital de la provincia de Hubei, al oeste de Shanghái, 
China; el brote se expandió sin control y fue declarado pandemia el 11 de marzo de 2020. 
Hasta abril de 2020, había provocado más de 100 000 muertos en 185 países. Pese a todo, 
y lógicamente, el coronavirus no ha alcanzado la dimensión de epidemias históricas, porque 
la medicina y los sistemas sanitarios son mucho más avanzados que en épocas pasadas. 
No obstante, no se puede descartar que sí tenga un impacto en la sociedad al margen de la 
salud de la población. Por ejemplo, el hecho de que China haya, al menos en apariencia, 
logrado frenar la expansión de la enfermedad, ha abierto ya un debate sobre si las medidas 
adoptadas allí pueden ser trasladadas a otros países con regímenes políticos y derechos 
sociales completamente distintos.

¿Y ahora, qué?
Una de las consecuencias sociales posteriores a esta pandemia será el incremento de la 
conciencia de vivir en la sociedad del riesgo (término acuñado por el sociólogo alemán Ulrich 
Beck, quien la define como “una forma sistemática de lidiar con peligros e inseguridades 
inducidos e introducidos por la propia modernización”), y entendida en este sentido de hoy 
por el cambio radical que supone imaginar el desarrollo y la seguridad que brindaba la 
medicina y la tecnología a una angustia permanente por las consecuencias que ese mismo 
desarrollo provocaba (medicinas que causan otras enfermedades, economías frágiles, 
cambio climático y epidemias). La conciencia de la fragilidad humana será memoria de las 
nuevas generaciones. Lo urgente se ha concentrado, obviamente, en resolver lo inmediato. 
Sin embargo, es necesario imaginar las consecuencias sociales y horizontes futuros que se 
perfilan a partir de lo que hoy se hace para enfrentar esta crisis sanitaria, social y financiera.

Otra consecuencia será una mayor desigualdad económica, de la que nos está dando sus 
"alegrías" el FMI prosticando para España una escalada del paro del 21 % en 2020, y una 
caída del 8 % en el PIB, "arreglada" con un repunte del 4 % en 2021 y la consecuente 
polarización social que generará mayores movimientos de protesta social a nivel global, 
aunado a la intensificación del estigma al extranjero o la discriminación al diferente por su 
condición racial, étnica o sexual, ejemplo actual es el estigma sobre China como origen del 
virus. Pero más allá de los macro-cambios sociales que habrán de ocurrir también es 
necesario imaginar la transformación cotidiana en la vida de las personas. Uno de ellos será 
el cambio entre lo publico y lo privado que generará el confinamiento en el hogar de los 
miembros de la familia. La fusión de las actividades laborales y sociales con los espacios 
privados derivará en tensiones y conflictos entre las personas que se sentirán exhibidas 
frente a los demás. Esto se intensificará cuando se opte por generalizar el trabajo en casa 
(home office) y por el uso cada vez más intensivo de las redes digitales y el internet en las 
interacciones sociales intimas y sociales que modificarán el concepto de hogar.

Otros dos cambios habrán de observarse con posterioridad a la pandemia. El primero será el 
tránsito de un individualismo acendrado hacia el fortalecimiento de redes de apoyo familiares 
y de solidaridad. Este será el mecanismo estratégico para hacer frente a la crisis económica 
y los conflictos sociales derivados de la pandemia. El segundo y último revelará un 
incremento de la espiritualidad íntima de las personas. No habrá un regreso a las iglesias o 
cultos. Por el contrario, las personas buscarán hacer frente a la angustia del riesgo social en 
la búsqueda de respuestas a formas de reflexión espiritual o de conexión consigo misma y 
no en las oraciones colectivas en los templos. De esta espiritualidad podemos comprender 
el porqué la obsesión de las personas por las profecías y las conspiraciones.
En síntesis, en medio de la gestión de esta pandemia el futuro se dibuja incierto y dependerá 
de las decisiones en este presente las que habrán de modificar o no esa imagen que se 
refleja en el espejo. En cualquier caso, de la misma manera que las epidemias han forjado la 
historia humana, también los humanos han dado forma a la extensión de estas enfermedades, 
pues no dependen de los humanos, pero las vulnerabilidades a través de las que estas nos 
atacan, sí, como cuando la Revolución Industrial llevó a la concentración de población en 
muy poco espacio, en las ciudades. La globalización explica que el coronavirus se esté 
expandiendo a una velocidad mucho más elevada que otras epidemias del pasado. ¿Tendrá 
esta enfermedad la misma capacidad de influir sobre la humanidad que en otros casos? 

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