domingo, 7 de junio de 2020

Y ¿quién lidera el sacarnos de la pandemia?

Con lo que estamos pasando con el Covid-19, a quienes tengan la tentación de tratar de 
imponernos la vuelta a la realidad o a la normalidad pre pandemia, incluyendo a los 
defensores interesados de su situación personal  dominante actual  y a los que abogan por el 
“virgencita que me quede como estoy”, que pueden ser muchos dada la añoranza de la 
situación anterior que los horrores y sufrimientos de la pandemia provoca, a todos ellos hay 
que responderles enérgicamente recordándoles las anomalías, incluso sistémicas, de la 
normalidad pre pandemia que la actual situación ha evidenciado y reforzado.
La pandemia del Covid-19 nos ha puesto, una vez más, como otras que no se recuerdan o no 
se quieren recordar, frente al espejo. Mostrándonos, en esta ocasión, de forma muy 
traumática, nuestra insostenible, vulnerable y poco resiliente normalidad, con anomalías a 
todos los niveles, sociales y económicos. Estas anomalías hay que reconocerlas, primero, y 
enfrentarse a ellas después con propuestas, conceptos y acciones definidas que deberán 
alinearse con la ruptura que significa la misma pandemia.

Partimos de la idea, generalmente asumida y recogida por los Objetivos de Desarrollo 
Sostenible de Naciones Unidas, de que el escenario de futuro deseable es el de un “progreso 
sostenible“ (permitidme la licencia de cambiar la palabra “desarrollo” por “progreso” que 
ahora parece más adecuada) entendiendo por tal una mayor calidad de vida ahora y en el 
futuro y para una mayoría creciente de la población. Y partimos de la idea de que no habrá 
sostenibilidad sin mejor Gobernabilidad, es decir, sin capacidad de organizarnos, lo que se 
traduce —no invento nada: está en la Comunicación de la Comisión Europea sobre 
Gobernanza del año 2000— en nuevas políticas (eficaces, para lo necesario, eficientes, con 
utilización de los menos recursos, y coherentes) y nuevas formas de hacer políticas 
(información y participación pública que podríamos traducir en “democracia prospectiva”).

Estamos ante una globalización desgobernada, como ya denunció Kofi Annan al dejar, a 
finales de 2004, la Secretaría General de Naciones Unidas (ONU), deficitaria en tres 
elementos básicos: 
 a) estrategias globales comunes; 
 b) capacidades comunes; y, sobre todo, 
 c) responsabilidades comunes, que se ejercerían, necesariamente, en una 
economía de mercado mediante impuestos globales, como la tantas veces invocada Tasa 
Tobin a las transacciones financieras, el impuesto al  CO2 que parecía más cercano a 
hacerse realidad o, por último, el más restringido al keroseno de aviación que ni siquiera fue 
posible a nivel de la Unión Europea.
Por norma general, los tiempos de crisis, sea cual sea su origen, sirven de examen de 
excelencia para el liderazgo. En estas circunstancias prima la incertidumbre y se van dando 
cambios día a día. Así pues, el devenir de un equipo u organización dependerá, en buena 
manera, de la gestión de sus líderes. Todo el mundo sabe que una crisis es una situación 
mala o difícil que produce un cambio profundo, con unas consecuencias apreciables y no es 
plato de buen gusto para nadie. Es en ese momento cuando, a todos los niveles, se debe 
contar con una persona líder, alguien que no se achante ante el cambio y que esté preparado 
para afrontarlo. Muchas crisis se dan de un momento a otro, sin aviso, como la que está 
desencadenando la propagación del coronavirus, Covid-19. En este contexto, de pronto hay 
empresas que se ven obligadas a cerrar o a cambiar el trabajador la oficina por su casa y 
llevar a cabo sus tareas desde el salón de su hogar. Algo para lo que muchas, a día de hoy, 
todavía no están preparadas. Pero, ante todo y frente a una circunstancia convulsa que 
surge como consecuencia de una crisis sanitaria, hay que tener en cuenta que el factor 
personal y el laboral confluyen. Son muchos los empleados que pueden tener familiares 
afectados o incluso los mismos trabajadores pueden encontrarse dentro de ese grupo, lo que 
obliga a estudiar cuidadosamente la figura de la persona responsable de liderar el cambio 
difuso en estas condiciones. Esta persona debe ser realista y mostrar las cosas tal y como 
son, solo así generará confianza y podrá establecer mayor vínculo y compromiso.

Nos cuenta el eminente paleontólogo y arqueólogo Eudald Carbonell que, ante un 
desplazamiento provocado por una situación de crisis, las manadas de elefantes siguen a un 
líder (generalmente hembra, casualmente) que no es el más viejo, ni el más fuerte, ni el más 
aguerrido, sino el que más sabe cómo llegar al objetivo común (por ejemplo, conocer la 
localización de balsas de agua y el camino a seguir para alcanzarlas).
 
Es posible que para analizar lo que se espera del líder post pandemia (político o no) resulte 
más eficaz detenerse en lo que NO debe hacer, o sea, en mostrar el perfil del llamado “líder 
tóxico” que no conviene, auténtico quebradero de cabeza para todas las organizaciones de 
todo tipo. El Army Doctrine Publication – ADP (Publicaciones de la Doctrina del Ejército)1, de 
2012, del Ejército de los Estados Unidos, definió descriptivamente que se entendía por líder 
tóxico, concepto que por primera vez se le daba atención como conocimiento institucional 
también en una organización militar, y lo define como sigue: “El líder tóxico es una 
combinación de actitudes, motivaciones y comportamientos egocéntricos que tiene efecto 
adverso en los subordinados, la organización y el desempeño laboral. Este líder carece de 
preocupación por los demás y el clima de la organización, que conduce a efectos negativos a 
corto y largo plazo”. Aunque la expresión “líder tóxico” es más antigua, pues se empezó a 
usar en los estudios de comportamiento organizacional y liderazgo a partir de 1996, año en 
que se publicó el libro Toxic Leadership: When Organizations Go Bad (Liderazgo tóxico: 
Cuando las organizaciones van mal), de la Dra. Marcia Lynn Whicker, directora que fue del 
departamento de Administración Pública de la Universidad Rutgers en Newark, la mayor 
institución de educación superior en Nueva Jersey (Estados Unidos). 
Es en realidad un tema que admite poca broma; ya hace algún tiempo que el psicólogo, 
investigador y ensayista Iñaki Piñuel avisó de que las organizaciones albergan "una nueva 
raza" de directivos en una sociedad de “creciente amoralidad”, presiones y competitividad. 
"Alpinistas organizacionales, maquiavelos a sueldo o narcisistas envidiosos", como los definió, 
que no dudan en utilizar los medios necesarios para justificar el fin. Lo argumentó en Mi jefe 
es un psicópata (Por qué la gente normal se vuelve perversa al alcanzar el poder), y otros 
expertos corroboran el auge en estas líneas. Los Gordon Gekko, aquel “tiburón” de los 
negocios recreado por Michael Douglas en las películas Wall Street I y II, de Oliver Stone, y 
similares de menor rango son una especie en expansión ya que las relaciones profesionales 
en tiempos de crisis se han deteriorado: aumentan el estrés, los trastornos y desórdenes 
mentales, y con ello los jefes tóxicos. 
 
Este tipo de líderes abusan del poder por carecer de las competencias necesarias para el puesto, por una salud mental insuficiente o por desajustes emocionales. Y campan a sus anchas porque, astutos ellos, suelen mostrarse tiranos hacia el equipo y receptivos y serviciales hacia la dirección. Una ecuación perfecta porque es difícil que sus superiores los detecten pues practican la técnica de “beso hacia arriba, patada hacia abajo”. Ajenos a los principios éticos, sin empatía y muy seguros de sí mismos, les resulta relativamente fácil escalar puestos de poder y son capaces de "hacer cualquier cosa para lograr sus objetivos”. Ellos no van a consulta del psicólogo, pero sí sus víctimas, que cursan cuadros de gran ansiedad y depresión.



Las organizaciones, y más si hablamos de épocas convulsas, tendrían que preocuparse por formar, o asegurarse que se poseen, en ética, honestidad, responsabilidad y sentido del mando a todos aquellos que van a ser a mandos. Ganarían las organizaciones y las personas. Pero frecuentemente priman los resultados (o los votos) y se toleran a esos jefes dañinos que crean un clima de miedo, rabia y frustración, aquellos que extreman sus rasgos psicopáticos, narcisistas y paranoicos, resultando psicológicamente normal hallar estos rasgos mezclados2. Según la profesora de la cátedra Thornton F. Bradshaw de Políticas Públicas y profesora de comportamiento organizacional de la Escuela de Posgrado en Administración en la Universidad de Harvard, Dra. Jean Lipman-Blumen, los líderes tóxicos trabajan para sus fines personales, tienen comportamientos destructivos y características personales disfuncionales de consecuencias devastadoras en las personas, familias, organizaciones, comunidades y aún a la sociedad en general.



Por el contrario, Daniel Goleman, autor del conocido libro Inteligencia emocional y sus secuelas, señala que los lideres eficaces se distinguen por su alto grado de inteligencia emocional, lo que incluye la auto concienciación, auto regulación, motivación, empatía y destreza social. Otros autores indican que la inteligencia emocional es protagonista fundamental en el liderazgo, ya que al lidiar e interactuar con otros seres humanos, demanda una serie de elecciones y decisiones arbitrarias que diferenciaran un buen líder de un mal líder; la inteligencia emocional, como otras herramientas similares, puede ser enseñada y aprendida, beneficiando el clima laboral en el lugar de trabajo, en cuanto a la capacidad de adaptarse positivamente a distintas situaciones, fomenta las relaciones públicas, se conoce mejor el equipo de trabajo y por ende facilita la eficiencia.



Veremos en qué perfil se deposita la responsabilidad de liderar la post pandemia.

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1Como parte de la iniciativa Doctrinal 2015 del Ejército, las Publicaciones de Doctrina del Ejército (ADP) se desarrollaron para proporcionar información extremadamente concisa (generalmente no más de 10-15 páginas). Doctrine 2015 fue una reestructuración fundamental, para crear unas instrucciones más cortas, más accesibles y más colaborativas para el Ejército.

2No me resisto a reproducir cómo describe las actitudes ligadas a estas patologías (en el fondo lo son) la psicóloga y fundadora del Centro de Terapia Estratégica de Barcelona, Júlia Pascual:
LÍDER PSICOPÁTICO.- Son sujetos seductores, encantadores para conseguir que les sirvas para lograr sus objetivos y de amabilidad cambiante. Se detectan al ver que no les interesan las opiniones ni la vida de sus empleados, y que carecen totalmente de empatía. No sienten remordimientos, son egocéntricos y tienen escasa inteligencia emocional. Usan todo tipo de manipulaciones, mentiras, amenazas... para alcanzar lo que quieren.
LÍDER NARCISISTA.- Suelen ser unos monstruos comunicativos y usan muy bien el lenguaje contradictorio y paradójico para dejar a sus empleados confusos. Son unos encantadores de serpientes y te pueden llevar adonde ellos quieran. Con aparente exceso de autoestima, suelen tener miedo a no estar a la altura y al rechazo de los demás. Así que no toleran equivocarse y de esta forma no aceptarán jamás su error buscando siempre culpables. Prefieren rodearse de personas 'mediocres', sumisas y dependientes para sentirse admirados..
LÍDER PARANOICO.- Suelen pensar mal de los empleados y creen que los demás hablan mal de ellos, los critican y les van a fastidiar. Por ello son extremadamente controladores. Son capaces de manipular a algún empleado para que se convierta en detective de compañeros. Es extremadamente competitivo por su miedo a no estar a la altura y es capaz de criticar y destruir al compañero para escalar posiciones.

2 comentarios:

  1. Hola Miguel, buena reflexión pero como contrapunto al liderazgo, hace tiempo leí un libro, no recuerdo su título, de Noam Chomsky y me llamo la atención una frase:
    "Cuando un cambio se produce se oculta interesadamente qué tal cambio fue posible gracias al esfuerzo de las personas de base y se entroniza un Gran Hombre como elemento catalizador y líder del cambio desempoderando así a los verdaderos agentes del cambio que fueron los que le prepararon el camino. Así se genera la sensación y lo que es peor la desesperanza de que sin un Gran Hombre que lidere un cambio tal cambio no es posible".
    Quizás es un extremo un tanto libertario, pero desde que la leí trato de descubrir la entronización del líder correspondiente a cada cambio para tratar de verificarla.
    A lo peor la mayoría de los liderazgos son aprovechados y por tanto algo tóxicos.
    Un abrazo.

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    1. La reflexión de Chomsky, como suele pasar, es oportuna, creo, porque el perfil que se alienta y que se nos "vende" de líder, particularmente en tiempos difíciles, tiene muchos puntos en común (aunque no se acepte) con el tóxico.

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