miércoles, 21 de octubre de 2020

... hasta que el Covid-19 nos separe.

 Una de las consecuencias, en modo alguno menor en tanto que pone en duda el modelo de convivencia que "nos venden", que ha traído el primer (repito, el primero; no es en absoluto descartable que tenga que haber más) confinamiento a que nos ha obligado la pandemia por el virus Covid-19 es que a su finalización se han disparado las solicitudes de divorcio originada en gran parte porque durante ese tiempo había que convivir obligatoriamente las veinticuatro horas del día compartiendo el mismo espacio. Ciertamente esa circunstancia ha propiciado que, en unos casos, se fortalezca aún más la relación, descubriendo en la pareja, incluso, matices positivos ocultos o inadvertidos hasta ese momento, mientras que en otros casos se ha producido el batacazo de certificar que una cosa es el sentimiento sólido y otra el encaprichamiento, causado por la razón que sea, que precisa una espita exterior para mantenerlo como "complementario", que es, precismente, lo que "nos venden".

 Todos creemos que lo sabemos todo sobre esa pareja que, normalmente, además, hemos elegido, pero eta convicción puede irse al traste en el momento en que se decide por terceros que realmente se confirme el juramento-fórmula expresado en la ceremonia ritual de la unión y hay que convivir bajo el mismo techo, y, además, sin salir de ese ámbito durante un plazo de tiempo que se desconoce. Y convivir con nuestra pareja puede suponer un desafío ya en circunstancias normales porque implica dejar de pensar exclusivamente en lo que interesa a uno, madurar, compartir, ser cuidadoso, responsable, respetuoso,.., permanentemente y, además, convencido de todo ello. Supone, sin duda, una serie de cambios. Sin embargo, debemos hacer un cálculo coste-beneficio y pensar en qué nos compensa más, si una vida solos o una vida compartiendo tiempo y espacio con la persona que queremos. Y no, no hay respuestas correctas ni incorrectas.

En la convivencia, a veces damos por hecho que la otra persona sabe lo que pensamos, que ve las cosas igual que nosotros, porque eso es “lo evidente” pero esto no siempre es así, y menos tras las paredes del hogar, donde cada persona es un mundo; cada uno tiene su forma personal de comportarse en su casa y fuera de ella, y esta forma le parece la correcta y para compatibilizar ambas formas, cada uno deberá ceder un poco. El éxito o el fracaso de la convivencia, por otra parte, no dependen únicamente de lo bien o mal que se lleve la pareja; también hay otras circunstancias externas como la situación económica, familiar o laboral que afectan notablemente a la estabilidad que hay que considerar y que en esta pandemia se han visto en muchas ocasiones en primer plano. 

Dicen los manuales de autoayuda al uso que hay que procurar que la casa sea el hogar, un espacio relajante, un refugio del exterior, el lugar donde se pueden permitir momentos de tranquilidad compartida. pero eso se da de bofetadas con ese otro mantra de la autoayuda de que necesariamente se ha de destinar parte del tiempo a hacer planes, casi siempre externos a la pareja, "para evitar caer en la monotonía", como el dedicar tiempo a amigos y aficiones no compartidos. "Cuando ambos contamos con amigos y aficiones (fuera de la pareja) esto resulta muy sencillo, porque tenemos vías para dedicar tiempo a aquello que nos gusta hacer aunque no coincidamos con nuestra pareja", explican los "expertos", que añaden, curiosamente, que los problemas suelen aparecer cuando uno de los dos no cuenta con ese entorno o esas aficiones a las que dedicarse fuera de la pareja. El problema real es justamente el contrario, cuando todo se fía a lo que se vive fuera de la pareja, fuera del hogar, porque un confinamiento, una convivencia prolongada, lo envía a hacer gárgaras.

 

 

 

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