domingo, 11 de octubre de 2020

Historias de película.


 El día que haya pasado (porque pasará aunque hoy no tengamos ni idea de cuándo ni de cómo) esta pesadilla de la pandemia por el Covid-19 y hagamos memoria y recuento de todos las personas que nos han dejado para siempre en ese tiempo, a consecuencia, o no, de ese virus extraño, y no las hemos podido despedir, caeremos en la cuenta de que, en otras circunstancias, algunas de las pérdidas se habrían sentido más y se habría difundido más la noticia de su marcha (incluyo aquí multitud de ciudadanos anónimos), condicionados, como estábamos, y cómo no, por el monotema.

 Es el caso, entre muchos otros (y otras, no lo olvidemos) de Ennio Morricone, figura representativa de una época del cine y la música, que acabó sus días el pasado mes de julio, pues fue un compositor y director de orquesta italiano conocido sobre todo por haber compuesto la banda sonora de más de quinientas películas y series de televisión entre las que destacan sus trabajos en películas del spaghetti western, de la mano de su amigo de la infancia Sergio Leone, director que crearía un punto de vista diferente del western tradicional en filmes como Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio, El bueno, el feo y el malo o Hasta que llegó su hora. 

Divagando para olvidar un poco esto del virus y hablando de ese tipo de películas, el spaghetti western, el imaginario popular las asocia a un paisaje árido, reseco, de poblados pequeños con casas de madera o adobe dispersas, identificado entre nosotros con el desierto de Tabernas, en Almería y sus decorados ad hoc. O no, porque la memoria dice otra cosa; si en los primeros años 70 del siglo pasado se usaba con el socorrido seiscientos o el “moderno” Simca 1000 la flamante autopista (se inauguró en 1969) Barcelona-Molins de Rei, primer tramo de todo lo que vendría después, yendo en dirección a Molins, se tenía a mano derecha una visión fugaz que muchos no la dejaban perder por nada del mundo, un solitario escenario con aquella típica calle de película con su cantina, el banco y los porches, donde el sheriff esperaba escondido que apareciesen los malos mientras una bola de hierba seca atravesaba la calle.


 Y es que no sólo de Almería vivía el spaghetti western español. En Catalunya también tuvo su pequeño plató, ubicado en plena primera corona metropolitana, aunque casi no haya quedado ni rastro de él, ni en el espacio físico ni en la memoria cultural colectiva. Pistoleros de Arizona, Crónica de un atraco o Le llamaban calamidad son algunas de las películas del oeste que se rodaron durante los años 60 y primeros 70 en el poblado conocido como Esplugues City (Esplugas City entonces), un gran plató que construyeron los Estudios Cinematográficos Balcázar de los hermanos Balcázar en Esplugues de Llobregat. La empresa, una de las más importantes de la época, ya tenía unos estudios de rodaje en la misma ciudad, tocando a la vecina Cornellà, y buscó un solar en el que poder grabar los exteriores.

Los más jóvenes de la ciudad puede que no lo sepan, pero en una época Esplugues de Llobregat fue un importante plató de cine donde se rodaron varios westerns y spaghetti westerns y mira por dónde, Esplugues City fue el segundo poblado para el rodaje de westerns con carácter permanente que se construyó en España, le precedía City instalado en Hoyo de Manzanares (Madrid), donde en septiembre de 1964 se rodó ‘Por un puñado de dólares’, del director Sergio Leone que le daba protagonismo a un aún desconocido Clint Eastwood. Después, entre 1965 y 1966, se sumaron a la moda, en el desierto almeriense de Tabernas, otros tres poblados: Fraile, Juan García y Tecisa (éste en la localidad de Gérgal), de los que sólo sobreviven dos que han sido bautizados como Mini Hollywood y Texas Hollywood. 


 El western era un género cinematográfico genuinamente americano, pero los Balcázar tuvieron vista y detectaron que el género crecería en Europa. Los responsables de Producciones Cinematográficas Balcázar detectaron la importancia que podría tener contar con un escenario para rodar películas de las conocidas como spaghetti western, ambientadas en el Lejano Oeste pero rodadas en Europa, ya que abarataría los costes de grabación. Los hermanos Alfonso, Francisco y Jaime Jesús Balcázar no tenían ninguna relación con Esplugues pero el incendio de las instalaciones que utilizaban en la montaña de Montjuïc de Barcelona y la imposibilidad de restaurarlas les hizo buscar un nuevo espacio en el área de Barcelona. El lugar elegido fue Esplugues donde colocaron los estudios, con más de 5.500 metros cuadrados de platós, y los decorados en los que se grababan los exteriores, con más de 10.000 metros cuadrados que antes eran unos campos de cultivo. No hubo un poblado, sino dos. El primero, de 10.000 metros cuadrados, solo duró hasta 1.967 y tuvo que ser trasladado por la construcción de la autopista y la expropiación de los terrenos. El nuevo, más pequeño, se levantó donde ahora está el Instituto de enseñanza “La Mallola”. En Esplugues City se recrearon más de cuarenta edificios y la villa tenía 3 calles con casas distribuidas por temas: las de madera del oeste minero, las de piedra de los poblados prósperos y las mexicanas, de materiales más pobres. También había un saloon, el despacho del sheriff, una barbería, un almacén, el banco y la iglesia del pueblo. La mayoría de estos edificios eran corpóreos, sólo algunos tenían construida la fachada sin interior detrás.

 A pesar de que el poblado estaba en el centro de la población, era un espacio cerrado al que no podían acceder los vecinos. Los actores y trabajadores tampoco se relacionaban con ellos. El funcionamiento de la instalación sí que supuso una cierta relación con alguna empresa de la ciudad, como la pastelería que hacía el caramelo con el que se construían las ventanas del salón para que se pudieran romper sin que sufrieran daño los actores y algunos vecinos también habían colaborado como extras en alguna de las producciones. El director artístico del poblado también tuvo que buscar recursos para evitar que la realidad de la ciudad se colase en los rodajes de forma que si había algún elemento anacrónico que pudiera distorsionar la visión del poblado, se camuflaba con piezas de atrezzo; para ello, por ejemplo, colocó una torre con un gran depósito de agua para tapar las antenas en lo alto de los edificios o una chimenea de dos metros de altura para dar sentido al humo que salía de la cercana fábrica de cerámica que tenía dos chimeneas que funcionaban de manera alternativa.

 


Esplug
ues City, entre 1964 y 1972 acogió decenas de rodajes, pricipalmente del género spaghetti western y por sus escenarios cabalgaron personajes como Klaus Kinski, Charles Boyer, George Martin, Christopher Lee, Robert Taylor, Lex Barker, Giuliano Gemma, Jack Elam o Fernando Sancho, icono del spaghetti western español, entre otros actores estadounidenses, italianos, franceses y alemanes. Una actividad frenética mantenía los escenarios de Esplugues City en constante movimiento hasta que en los inicios de los 70 se ve afectado por la decadencia del western europeo. Los Balcázar quieren mantener vivo el poblado y su leyenda convirtiéndolo en el que hubiese sido el primer parque temático del género en Europa. Tras varios intentos, finalmente consiguen las autorizaciones necesarias para convertir el poblado del Oeste en una atracción turística. 

Pero Esplugues City tuvo la mala suerte de ser visible desde la autopista y que Alfredo Sánchez Bella, a la sazón ministro franquista de Información y Turismo entre 1969 y 1973, tras sustituir en el cargo a Manuel Fraga Iribarne, y miembro activo del Opus Dei, lo viera en su traslado en coche oficial (nada de seiscientos o Simca) del aeropuerto de El Prat a Barcelona. 


Si un incendio se llevó los estudios de los Balcázar en Barcelona, otro lo hizo con los de Esplugues, aunque por motivos diferentes. El ministro consideró que el escenario y el poblado "daban mala imagen" a los accesos a una ciudad que se pretendía moderna como Barcelona y toda España y decretó su desmantelamiento con fecha límite fijada. Ante el elevado coste de derribar el poblado, los responsables de la empresa decidieron reservar lo mejor para el final. En agosto de 1972 (sólo días antes de que venciera el plazo dado por el ministro) Alfonso Balcázar prepara el rodaje del último western que se rodará en el poblado, titulado “Le llamaban Calamidad” (parodia de la entonces popular Le llamaban Trinidad) y en el que hará coincidir el final en la ficción con el final real del poblado: unos bandoleros dinamitan el pueblo, que queda reducido a cenizas. Las imágenes del poblado en llamas, grabadas con tres cámaras porque no había opción de repetir escenas, fueron tan espectaculares que se vendieron para su utilización en otras películas y sirvieron para obtener los últimos beneficios, dando de esta manera una salida digna a Esplugues City.

No hay comentarios:

Publicar un comentario