jueves, 24 de julio de 2014

Una sociedad a dos velocidades

Acaban de darse a conocer los datos de la encuesta de población activa con la buena noticia, se mire como se mire, de la disminución de las cifra del paro. Tiempo habrá de practicar la celtibérica costumbre de tirarse los trastos a la cabeza y utilizar estas cosas como innoble arma política.
Paralelamente, se nos dice que el ahorro familiar registra un incremento importante, que las exportaciones aumentan, que la banca vuelve a dar beneficios, ...  junto a datos menores como que se observa un afianzamiento en el consumo, que en vacaciones ya se ve que el turista español vuelve a ser protagonista, que parece (sólo parece) que la industria inmobiliaria vuelve a remontar, ...
En fin, que los dirigentes políticos están que se salen disimulando a duras penas la euforia y tachando de agoreros poco menos que despreciables a quienes no coinciden en su análisis.
Pues verá usted: algo no cuadra, no en los datos sino en esa euforia, que se antoja políticamente sesgada. Porque, vamos a ver: un gobernante lo es para el ciudadano y no para la macroeconomía de los mercados, y en caso contrario no pasa de ser un  trepa politicastro a sueldo, precisamente de los mercados. Una persona con inteligencia media no deduce de esta afirmación que deban de abandonarse las obligaciones del país ante terceros, sino que (miren alrededor otros países, miren) la estabilidad y prosperidad de la ciudadanía que lidera el progreso nacional conlleva a ese cumplimiento desahogado. De otra forma, es difícil definir si hay más de ignorancia, estupidez o engaño en esa euforia.


Salvo que se aliente el establecimiento de dos sociedades en una: una próspera, ligada a sectores menos vapuleados por la crisis y en la que cada integrante es aún persona+salario y otra oculta, enquistada sin solución (es igual a estos efectos que los parados sean 5,8, 6 o 6,2 millones), sin posibilidad de salir del agujero, excluida de todo progreso o bienestar y, a juzgar por las decisiones recurrentes de quienes no viven ese problema salvo en molestas cifras estadísticas, sin ni siquiera derecho a protestar para implorar que la sociedad vuelva a contar con ellos mientras observan atónitos y dolidos cómo muchos responsables de la situación viven en obscena desfachatez con total impunidad por sus fechorías y acogidos a vericuetos legales de uso solo con la complacencia de los poderes.

Es urgente que la clase dirigente sepa de una vez cuál es la sociedad, cuáles son las necesidades globales y, sobre todo, qué país se quiere en el futuro, o simplemente qué futuro, y trabajar, ideologías aparte, por él. Y es tan fácil como interiorizar que la noticia no es que el paro baje hasta menos del 25 % de la población activa sino que el paro se mantiene en cifras escandalosamente inasumibles, que la pobreza no se arregla, que los servicios cada vez son más inalcanzables,...
En esta situación es absolutamente pertinente que el espectador de esas declaraciones llenas de euforia (máxime si es del segmento de los excluidos sociales o en camino de serlo) se pregunte: "Y éstos, ¿de qué carajo se ríen?"

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