martes, 27 de diciembre de 2016

De Reyes Magos y Santa Claus

No es nuevo, no. De hecho, hace tiempo que se llama la atención, tanto por grupos cristianos de base como, curiosamente, por asociaciones nacionalistas (de Alemania, Austria, República Checa, España, etc.), de que la Navidad, como fecha que nos ha marcado a muchos (incluso dejando aparte las creencias), va perdiendo paulatinamente sus esencias y se va convirtiendo en una bacanal de consumo orquestada por las empresas y la sociedad estadounidense, usando, eso sí, los resortes sentimentales, tradicionalmente propios de estas fechas, para dar carta de naturaleza a lo que a la postre no es sino presión comercial inducida.

La última llamada (nos tememos que desatendida) a la cordura la ha lanzado el Papa Francisco en la homilía de la Misa del Gallo, en el Vaticano, en la que ha declarado sin tapujos que la Navidad ha sido "tomada como rehén" por un deslumbrante materialismo que deja en penumbra el sentimiento.

Vale la pena, aprovechando el momento, recordar algunas cosas de la homilía que ha dicho Francisco, de quien es sabido que, con independencia de lo que haga después la Curia, no se suele morder la lengua en sus mensajes:

"José y María encontraron las puertas (de la posada)1 cerradas y pusieron a Jesús en un pesebre, «porque no tenían sitio para ellos en la posada»: Jesús nace rechazado por algunos y en la indiferencia de la mayoría. También hoy puede darse la misma indiferencia, cuando Navidad es una fiesta donde los protagonistas somos nosotros en vez de él; cuando las luces del comercio arrinconan en la sombra la luz de Dios; cuando nos afanamos por los regalos y permanecemos insensibles ante quien está marginado.
Este materialismo ha tomado a la Navidad como rehén. Necesita ser liberada. Si queremos celebrar la verdadera Navidad, contemplemos este signo: la sencillez frágil de un niño recién nacido, la dulzura al verlo recostado, la ternura de los pañales que lo cubren. Allí está Dios"

Pero ¿cómo se ha producido ese sutil e imparable cambio? ¿es por su origen en los regalos a los niños, por una simple diferencia cultural entre los Reyes Magos y Papá Noel? Veamos las tradiciones.

De entrada hay que decir que todas las culturas beben de antiguos mitos, en este caso del mito solar del solsticio de invierno, de forma que, por ejemplo, en la antigua Roma precristiana se celebraban fiestas – a mediados de diciembre- en honor a Saturno (Cronos para los griegos), al final de las cuales los niños recibían obsequios de todos los mayores. Este viene a ser también el origen de tradiciones paganas muy nuestras de estas fechas como el Olentzero vasco, el Tió catalán o el Apalpador gallego (en vías de recuperación) entre otras. Es sabido que el cristianismo transformaba para sí los ritos paganos y éste lo sincretizó con la figura del obispo cristiano de origen griego llamado Nicolás (posteriormente conocido como "de Bari") cuya relación con los niños nace en una de las historias que indica que alguien acuchilló a varios niños, el santo rezó por ellos y obtuvo su curación casi inmediata, y su mítica fama de repartidor de obsequios se basa en otra historia, que cuenta que un empobrecido hombre padre de tres hijas no podía casarlas por no tener la dote necesaria. Al carecer las muchachas de la dote, parecían condenadas a ser "solteronas". Enterado de esto, Nicolás le entregó, al obtener la edad de casarse, una bolsa llena de monedas de oro a cada una de ellas. Se cuenta que todo esto fue hecho en secreto por el sacerdote, quien entraba por una ventana y ponía la bolsa de oro dentro de los calcetines de las niñas, que colgaban sobre la chimenea para secarlos. (¿os suena?) El camino de este original San Nicolás al actual Papá Noel o Santa Claus, es divertido:

Cuando los inmigrantes holandeses fundaron la actual Nueva York, obviamente llevaban con ellos sus costumbres y mitos, entre ellos el de Sinterklaas (san Nicolás), su patrono, nombre que se deformó en Santa Claus en pronunciación angloparlante, y se convierte en duende que regala juguetes a los niños en víspera de Navidad (la festividad de San Nicolás era a primeros de diciembre) y que se transporta en un trineo tirado por renos, en el último cuarto del sigo XIX adquirió la actual fisonomía de gordo barbudo bonachón con la que más se le conoce.Igualmente a fines del siglo XIX se crearía, a partir de un anuncio estadounidense, la tradición de que Papá Noel procedería del Polo Norte, y se popularizarían completamente los renos navideños como medio de transporte de Santa Claus. Posteriormente, el Santa Claus estadounidense pasó a Inglaterra y de allí a Francia, donde se fundió con Bonhomme Noël, el origen de nuestro Papá Noel.
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Y ya en el siglo XX, en 1931, la empresa Coca-Cola (se puede decir el nombre,¿no?) encargó la remodelación de la figura de Santa Claus/Papá Noel para hacerlo más humano y creíble aunque hay que aclarar que es solo una leyenda la creencia de que el color rojo y blanco del actual Santa Claus tenga su origen en los anuncios de Coca-Cola, pero es cierto que contribuyeron a la popularización de estos colores y del mito mismo, por lo que se considera que la campaña masiva de Coca-Cola fue una de las principales razones por las cuales Santa Claus terminó vestido de color rojo y blanco y se encargaba de hacer regalos a los niños antes de Navidad y, en resumen, el mito actual cuenta que Santa Claus viviría en las proximidades del Polo Norte junto a una gran cantidad de Duendes navideños, que le ayudan en la fabricación de los juguetes y otros regalos que le piden los niños a través de cartas. Para saber qué niños merecen regalos, Santa Claus dispone de un telescopio capaz de ver a todos los niños del mundo, además de la ayuda de otros seres mágicos que vigilarían el comportamiento de los niños. Así, si un niño se ha portado mal, se dice que quien lo vendría a visitar le regalaría solo carbón.

Con respecto a la tradición de los Reyes Magos, lo primero que hay que hacer notar es que si el cristianismo hizo coincidir el nacimiento de Jesús, por su relevancia, con los rituales del solsticio, necesariamente los regalos al niño habían de ser después de nacido (detalle nada trivial en la evolución comercial de la tradición).

Centrados ya en los personajes que traen los regalos a Jesús y, por extensión a todos los niños, los Evangelios solo hablan de «magos», en ninguna parte se indican sus nombres, ni que fuesen reyes, ni que fueran tres (número que posiblemente se deba a la cantidad de obsequios ofrecidos). Estas creencias fueron agregadas varios siglos después y se han mantenido en la tradición popular y según la creencia católica, estos magos eran representantes de religiones «paganas» de pueblos vecinos2, que los Evangelios ven como las primicias de las naciones que aceptarán la religión católica. La figura católica de los Reyes Magos tiene, pues, su origen en los relatos del nacimiento de Jesús, de los que algunos fueron integrados de los evangelios canónicos que hoy conforman el Nuevo testamento de la Biblia. Concretamente el Evangelio de Mateo es la única fuente bíblica que menciona a unos magos (aunque no especifica los nombres, el número ni el título de reyes) quienes, tras seguir una supuesta estrella, buscan al rey de los judíos que ha nacido en Jerusalén, guiándoles dicha estrella hasta Jesús nacido en Belén, y a quien presentan ofrendas de oro, incienso y mirra.

Los ya identificados como Reyes Magos, por tradiciones de algunos países, forman parte del pesebre junto a José, el niño Jesús y María, existiendo la tradición (normalmente en territorios hispanohablantes) de representarlos trayendo los regalos que los niños les han pedido en sus cartas durante la noche anterior a la Epifanía (entrega de los regalos a Jesús Niño).

Está claro que, visto el entrañable fondo de ambas tradiciones, parece que la discordia entre ellas resulte excesiva, si bien en ambos casos es comprensible la actitud de denuncia del Papa, ya que ambas se prestan a manipular sentimientos para disfrazar con ello la consecución de determinados fines, ajenos realmente al altruismo que predican. Tal vez la diferencia entre ellas se deba, en principio, a razones técnicas que van ensanchando la brecha; en efecto, los regalos de los Reyes tienen lugar días después del solsticio, amparados en la Epifanía, es decir, con un trasfondo netamente religioso, mientras que la actuación de Santa Claus, coincidente con el solsticio (con más tiempo por delante, por lo tanto, para el disfrute de los regalos), se ha convertido en una fiesta totalmente pagana, como lo demuestra el hecho de que está implantada también en sociedades no cristianas. Así incluso los"regalos" excesivos y estrambóticos tienen cabida con Santa Claus y no con los Reyes: ¿alguien vería normal regalar a los tiernos infantes un viaje de placer al convulso Oriente de hoy, de donde vienen los Reyes? Pues a la "casa de Santa Claus" en Laponia, sí (Ojo, no confundir con los viajes culturales/religiosos a lugares sagrados de todas las religiones, que son otra cosa totalmente ajena a la fiebre de estos días). En este aspecto, los Reyes tienen las de perder por goleada.
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Otra cosa muy diferente es la base de la denuncia del Papa. Ciertamente, con los Reyes también campa a sus anchas el materialismo, pero permanecen vivos unos sentimientos de unión, solidaridad, afecto,... que en el caso de Santa Claus han volado, si no fuera por el recordatorio machacón de que no deben olvidarse (no sea que baje el porcentaje de la venta de artículos de regalo relacionados, que ya no se limitan a los niños) para seguir la sensiblería impuesta por los agentes económicos y amplificada, en particular, por cientos de películas a lo largo del tiempo que se encargan de alimentar esa forma especial de "espíritu navideño".

Estudios serios apuntan que esta forma de entender la Navidad responde a un plan comercial anual perfectamente diseñado y que empieza por Halloween, sigue con el entorno del Día de Acción de Gracias, el Black Friday (en el que ese "black" significa que, con las ventas masivas con descuento de ese día, las cuentas de resultados de los comercios pasan de estar en rojo al negro de los beneficios), el Ciber Monday y, finalmente, la orgía consumista navideña, todo ello en Estados Unidos, pero que con eso de la globalización...

En cualquier caso, tiene toda la razón Su Santidad en su denuncia, que nos debería hacer reflexionar en el plano individual y colectivo: El materialismo ha tomado a la Navidad como rehén. Necesita ser liberada. Si queremos celebrar la verdadera Navidad, contemplemos este signo: la sencillez frágil de un niño recién nacido, la dulzura al verlo recostado, la ternura de los pañales que lo cubren.

Nos tememos que estas palabras queden como "una rareza" (una más) "de las que nos tiene acostumbrados este Papa". Y de los refugiados... ¿ha dicho algo? Pues eso.

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1Bien es verdad que el Papa se extendió, mencionándolo expresamente, con el drama de los refugiados y el tratamiento que reciben de la oronda e insensible Europa, pero basta esta frase de la homilía para que quede clara la analogía: no hay sitio en la posada/Europa para los que vienen huyendo y se ven obligados a vivir en un pesebre ante la indiferencia general. Dicho sea de paso, es sangrante que esto lo afirme el jefe de una Iglesia cuyos representantes en países como Hungría o Polonia (patria, por cierto, de un reciente Papa católico de discutido, y en ocasiones incómodo, legado) aplauden con entusiasmo las decisiones de sus gobiernos de NO aceptar refugiados, contraviniendo impunemente las directrices de la UE.

2¿Y si los Reyes Magos fueran andaluces? No es broma; las tradiciones antiguas no recogidas en la Biblia ―como por ejemplo el llamado Evangelio del Pseudo Tomás (o Evangelio de la infancia) del siglo II― son más ricas en detalles que los Evangelios "oficiales" como el llamar a los Magos por un nombre. En el evangelio apócrifo citado se dice que tenían algún vínculo familiar, y también que llegaron con tres legiones de soldados: una de Persia, otra de Babilonia y otra de Asia. Pero en el último libro escrito por el papa Benedicto XVI (Papa Ratzinger) sobre Jesús de Nazaret, «La infancia de Jesús», se menciona de tal modo a los Reyes Magos que algunos han sostenido que probablemente no venían de Oriente, sino de Tartessos, una zona que los historiadores ubican entre Huelva, Cádiz y Sevilla (Andalucía, España). El texto dice: «La promesa contenida en estos textos extiende la proveniencia de estos hombres hasta el extremo Occidente (Tarsis, Tartessos, en España), pero la tradición ha desarrollado ulteriormente este anuncio de la universalidad de los reinos de aquellos soberanos, interpretándolos como reyes de los tres continentes entonces conocidos: África, Asia y Europa» y, al mencionar a Tartessos, Benedicto XVI se refiere a este límite geográfico que tenía el mundo en el siglo I a. C.

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