domingo, 23 de julio de 2017

Incompetencia y política y viceversa.

Estamos habituados a que cuando leemos "Érase una vez..." asumimos instintivamente que nos encontramos ante un relato de ficción en el que, como se suelen encargar de recordarlo los autores, "cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia". Pero, ¿cómo nos posicionamos ante relatos de hechos reales tan estrambóticos que le dan sopas con honda a los de ficción?

Viene esto a cuento porque, veréis: a mi buen y viejo amigo Manolo lo han convertido (no se ha convertido, ojo) en espectador de primera fila, privilegiado a la par que engañado, dolido y estupefacto de un espectáculo a medio camino entre el sainete político y el drama dickensiano en el que han querido que él sea protagonista casi único para disimular mejor lo que tiene todas las trazas de ser un cúmulo de torpeza, miopía e ineptitud colectiva.

Me explico. Sin entrar en excesivos detalles identificativos que no vienen al caso (¿para qué?), pues nos hemos informado de que la actuación que provoca estas reflexiones es más frecuente de lo que cabría esperar por lo que no es excesivo generalizar estas conclusiones, resulta que recientemente Manolo lideró una propuesta (en principio colectiva en la que él sólo era la cabeza visible) a la corporación municipal, de tipo social, de imagen y reputacional, alejada de las luchas partidistas y que no exigía ningún retoque presupuestario de las arcas públicas. Al parecer hubo una formación política que llevó al pleno una moción que recogía la propuesta que, incomprensiblemente, cayó de cuatro patas en la confrontación entre partidos y condujo a que se argumentara con razones de índole política el que no prosperara.

Si eso es así, el hecho es preocupante en sí porque demuestra que los representantes del pueblo no tienen la sensibilidad para serlo y que aún tienen mucho que aprender de lo que es y de lo que no es la política, porque, vamos a ver, señores munícipes, si, por ejemplo, se plantea la construcción de una rampa de acceso a la Catedral para que quien tiene que desplazarse en silla de ruedas no encuentre el insalvable obstáculo de las escaleras, se podrá cuestionar esta construcción por motivaciones económicas (no aplicables en el supuesto que comentamos), técnicas (tampoco), incluso estéticas (mejoradas en este caso), pero jamás por razones políticas o partidistas con las que lo único que se hace es una exhibición de incompetencia al elegir argumentos alejados del sentido común, del sentir de la comunidad y de la realidad. ¿O sólo va en silla de ruedas el rival político?

La cosa es que la moción no prosperó, quedando pospuesta sine die.

Y después, el silencio y el querer indignamente presentar a Manolo como culpable de la evolución negativa de la decisión, otra vez por razones políticas. Lo llamativo es que cuando se pedía conocer las razones para tomar su decisión (no responsabilidades que, a la vista de la situación era como mentar la soga en casa del ahorcado), las respuestas resultaban peregrinas, vanas, inconcretas, revestidas de tufillo político de sesgo partidista, Por cierto, si el caso fuera una serie de televisión, no extrañaría que un guionista avispado trabajara ya en un spin-off (secuela para nosotros) del relato principal que analizara la repentina desaparición del escenario como por ensalmo de la gran mayoría de aquellos que daban total apoyo a la propuesta. ¿Dónde están? ¿Suscriben el que no prospere? ¿Dónde y a quién se han quejado?.... Pero eso es otra historia, un spin-off...

Bien, olvidémonos del asunto, en el bien entendido que aquí olvidar debe de entenderse como dejemos de darle vueltas al pasado pero mantengámonos en seguimiento continuo. Será curioso ver lo que se tarda en recuperar la sensatez y quién lo hace, con o sin nueva propuesta formal.
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Hace unos años, antes del inicio de la crisis, en diversos estudios del mundo empresarial sobre la gestión de personas (eso que llaman Recursos Humanos) y su eficacia laboral, se puso de manifiesto que una buena relación entre los jefes y los empleados aumenta la productividad y los resultados de la compañía. No menos importante es saber que, aunque muchas empresas no presten la debida atención a este fenómeno, el estilo de liderazgo de los superiores afecta al bienestar de los empleados que también está íntimamente relacionado con los resultados de la empresa. Y por eso, las organizaciones deberían tener especial cuidado a la hora de valorar esta variable, porque el estrés y el malestar laboral, entre otras causas, pueden ser fruto de una relación tóxica entre jefes y empleados, empezándose a analizar la figura del jefe tóxico.
El paso siguiente, aún en el ámbito empresarial, fue el de certificar que no sólo existen jefes tóxicos, sino también empleados tóxicos que suelen convertirse en un quebradero de cabeza para los jefes, los compañeros, el bienestar cotidiano y hasta el futuro de la empresa1. Estaba cantado; una vez demostrado que esa toxicidad está asociada a rasgos de la personalidad, empezó a perder fuelle el enfatizar sobre jefes o empleados tóxicos y hablar simplemente de personas tóxicas. Pero ¿qué son las personas tóxicas? Desde el punto de vista de actitud (no confundir con actuación), un estudio reciente de la Universidad Friedrich Schiller, de Alemania, muestra cómo influyen las personas identificadas como tóxicas en el bienestar de los individuos que les rodean porque son capaces de absorber el tiempo y energía de los demás al ser una fuente de conflicto, crear malestar y estrés, entre muchos otros problemas.

Naturalmente, al tratarse de un problema de tanta complejidad asociado a la personalidad, es imposible que haya estándares aplicables a toda la gente tóxica; sin embargo, se han realizado documentados estudios como el capitaneado por la psicóloga colombiana Carolina Dulcey que permiten agrupar algunas claves para detectar a una persona tóxica.

1 No escucha: la clave para descubrir a una persona tóxica es que no escucha ni es capaz de dar la oportunidad al otro de explicar sus razones.
2 Siempre tienen la razón: no hay argumento que pueda ganarles, jamás reconocen que cometieron un error.
3 Son manipuladores ya que no admiten nunca lo que quieren en realidad y mueven los hilos de sus argumentos y acciones para que sean otras personas quienes realicen acciones extremas fruto del cansancio emocional que sienten.
4 Mienten y hacen melodrama por cualquier discusión. Además, son sarcásticos y no hay frase que se les pueda decir que no sea objeto de burla.
5 Son evasivos y posan siempre como la víctima, para ellos todo es complot en su contra orquestado por fuerzas malignas.
6 Se quejan y fomentan los chismes, nunca están contentos con nada y siempre son otros los que están haciendo algo malo.
7 Son dependientes y ansiosos, no dejan de darle vueltas a un tema, de acusar, de idear estrategias y de buscar la forma de que las situaciones se compliquen.

En las situaciones de la vida cotidiana podemos encontrarnos con personas que nos van a lastimar, y que por mucho que pongamos de nuestra parte, solo van a querer salirse con la suya pase lo que pase sin dar explicaciones razonadas que no suelen pasar de excusa y existen diferentes señales para detectar una personalidad tóxica, tampoco uniformes, como las siguientes:

- Al final te hace perder los papeles
- Te culpa a ti cuando él es el culpable
- Sientes malestar cuando lo has descubierto y has de estar con él
- No puedes estar relajado y calmado en su presencia
- Estás a la defensiva cuando se acerca
- ....

Ahora bien, llegados a este punto, hay que ir con cuidado a la hora de etiquetar a las personas. Si bien es cierto que hay individuos con una personalidad tóxica, en muchas ocasiones (no en todas), es posible hablar y solucionar los problemas. Todas las personas pueden cambiar, pero hace falta que ellos también pongan de su parte. No obstante, las personas tóxicas existen y pueden provocar problemas relacionales que a la larga afecten al bienestar y calidad de vida.

Para acabar esta somera reflexión, ya que estas líneas no pretenden convertirse en un vademecum sobre las personas tóxicas, una de Perogrullo: antes de culpar a nadie de los demás, resulta imprescindible saber mirarse a uno mismo, porque a veces podemos centrarnos en los demás para justificar nuestro propio comportamiento. A veces es la propia relación (en la que participamos cuando menos dos) la que lleva a que una persona se comporte de manera negativa hacia nosotros.
Los individuos con personalidades tóxicas, sin embargo, suelen comportarse igual con otras personas y en otras situaciones.
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Volviendo a casos (que se dan con profusión, esa es la verdad) como el de mi amigo Manolo, no es difícil observar que muchas decisiones se toman como se toman porque el asunto le viene grande a quien tiene que decidir, o lo que es lo mismo, supera su nivel de competencia, y la verdad es que personas incompetentes conocemos en todos los niveles, desde altos cargos en empresas o esferas políticas hasta la más pequeña de las organizaciones y, por supuesto, también están presentes en esos escenarios cotidianos en los cuales, nos vemos obligados a “lidiar” diariamente con personas que se ven muy competentes cuando no lo son.

¿Las tenemos que considerar también personas tóxicas? Desde luego porque en el momento en que se tiene cerca una persona que vulnera tu integridad personal con esta distorsión cognitiva (vulgo, ignorancia), hemos de considerar su influencia claramente dañina.
Pensemos por ejemplo en esos altos cargos que presumen de sus capacidades organizativas, cuando en realidad, no solo atacan los derechos de sus colaboradores, sino que su proyecto es incapaz de mantenerse por su clara ineptitud como profesional desarrollando modelos que generan una clara inestabilidad e inmadurez en todos. Seguro que lo hemos visto alguna vez. Este comportamiento es en realidad, técnicamente, un sesgo cognitivo de ahí donde la persona tiene una imagen de sí misma completamente errónea. Una persona que no es eficaz en lo que hace, que no tiene conocimientos, que comete errores, o que sencillamente no es apto para lo que quiere “vendernos”… Y sin embargo, gusta de exaltar sus virtudes. A este sesgo se le conoce también como “efecto Dunning-Kruger”.

La base esencial del efecto Dunning-Kruger, donde el incompetente se ve a sí mismo como competente, es una inhabilidad meta-cognitiva donde el sujeto no ve su propia falta de competencia ya que, si llegaran a verla, sería como atentar a su propia confianza, y ello les debilitaría totalmente (que es lo que instintivamente deben evitar. Es decir, lo que en un principio surge para proteger su baja autoestima, se acaba convirtiendo en una auténtica coraza que ellos mismos se creen con total naturalidad), estaría sujeto en estos pilares:

- Falta de realismo sobre la competencia y habilidades de uno mismo.
- Efecto de superioridad ilusorio, que debe mantener a toda y costa.
- Una baja autoestima. Así es, aunque parezca sorprendente la base de todo esto es una clara baja autoestima que les obliga a crear estas “ilusiones” con el objeto de defenderse, para auto-protegerse y aparentar. Y aún más, al defenderlas férreamente hasta que al final, se pierde claramente el equilibrio personal y esa falta de realismo sobre la propia incompetencia.

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El efecto Dunning-Kruger fue acuñado por dos psicólogos de la Universidad de Cornell, de Nueva York, Justin Kruger y David Dunning, tras realizar varios experimentos e investigaciones publicados en "The Journal of Personality and Social Psychology" de diciembre de 1999. Kruger y Dunning simplemente realizaron un experimento consistente en medir las habilidades intelectuales y sociales de una serie de estudiantes y pedirles una auto-evaluación posterior. Los resultados fueron sorprendentes y reveladores: los más brillantes estimaban que estaban por debajo de la media; los mediocres se consideraban por encima de la media, y los menos dotados y más inútiles estaban convencidos de estar entre los mejores. Así vemos por ejemplo la diferencia entre las personas competentes e incompetentes:

- Competentes: Son personas que ven su rendimiento o su capacidad como dentro de la media. Es más, es habitual que duden de sí mismos y se interesen por aprender con la idea de mejorar en las áreas que sean. Saben que siempre es posible mejorar y superarse. Reconocen también los logros de otras personas y están dispuestas a enfocar varias opciones.

- Incompetentes: Piensan que sus capacidades están por encima de la media, son incapaces de ver sus fallos o su falta de eficacia, e incluso no pueden admitir que otros hagan las cosas mejor que ellos.

Como dijo una vez Charles Darwin, la ignorancia suele proporcionar más confianza que el conocimiento. Curioso, ¿no? pero es así, como lo demuestra el hecho de que en más de una ocasión hemos encontrado personas, "profesionales de prestigio" absolutamente incapaces de ir más allá de sus propios esquemas y creencias. Y, como decía el escritor Francisco Ayala, la incompetencia es más dañina en el momento en el que incompetente, tenga más poder.

Dicho sea de paso, en la actualidad estos parámetros vienen al pelo para catalogar e interpretar muchas de las decisiones y desaciertos de tantos pretendidos “expertos”, particularmente en economía y política, que nos han llevado a donde estamos. Y lo que te rondaré, morena.

Y dejémoslo ahí.

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1La consultora Otto Walter (ottowalter.com) publicó en 2007 un informe con el revelador título de ¿Cuáles son las conductas más desquiciantes de los empleados tóxicos?, como resultado de una encuesta realizada a empresas de toda España, que aún hoy es libro de cabecera para expertos y estudiosos del tema.

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