domingo, 9 de julio de 2017

Las trampas del "¿Cómo estás?"

Tengo un amigo, Rafael, chicharrero militante él (para ser exactos, tal vez sea más apropiado usar en esta frase el verbo "tener" en tiempo pretérito, toda vez que Rafael y yo hace años que parece que nos perdimos mutuamente la pista), que mantiene la idea de que, cuando uno está pachucho y alguien le pregunta "¿Cómo estás?", lo mejor siempre es responder "Bien", porque, dice, si quien lo pregunta es un amigo, se alegrará, y si no lo es, se fastidiará (la verdad es que él usa un verbo más contundente, lo que no desvirtúa el fondo del argumento).

Eso nos lleva a reflexionar, aunque solo sea para calibrar el alcance de ese "Bien", a veces esgrimido como mentira piadosa, sobre qué es en realidad eso de estar o sentirse bien, lo que conoce socialmente como bienestar.
De teorías...

Según los estudiosos del tema, el concepto de bienestar tiene cuatro principales componentes o ámbitos complementarios:

- físico, que puede definirse como la sensación de tener una buena salud general, o sea, poder satisfacer razonablemente bien las necesidades primordiales del cuerpo y de lo que con él se puede realizar.
- psicológico o mental, resultado de una percepción subjetiva provinente de aspectos diversos como financiero, profesional, sentimental, etc., pero también, naturalmente, en la percepción directa e indirecta que no se tienen disturbios mentales.
- emocional, que se refiere a la habilidad de manejar las emociones, (ojo, no reprimirlas sino saber manifestarlas de forma apropiada, a un tercero pero, sobre todo, a uno mismo) para tener suficiente flexibilidad de disfrutar más de la vida, con todos sus conflictos y tensiones.
- social,ámbito nuevo (desde el siglo XIX) nacido de la evidencia de que las condiciones laborales, sanitarias, e incluso económicas, repercuten mucho sobre la salud general de la población1:

La noción general de malestar con frecuencia es presentada como la situación opuesta a bienestar.

A la vista de lo expuesto, resulta obvio que lo que entendemos como bienestar se puede definir como la mezcla o combinación de situaciones de placer y de alegría con ausencia de penas y de situaciones incómodas, sea cual sea el ámbito concreto que tenga más influencia puntual, como si fuera (que no lo es) un sistema de vasos comunicantes.Y es por esa voluntad de lograr el equilibrio entre todas las fuerzas que influyen en el bienestar, realmente en cuestiones relativas al sentido de la vida planteadas ya por la filosofía y la religión, por la que se origina y va tomando forma una disciplina que hoy está popularizada como desarrollo personal, ya que con ella se asegura una respuesta a las problemáticas y dudas que se plantean en la mejora del bienestar. La noción de desarrollo personal tiene significaciones diferentes según sea expresado por psicoanalistas, por promotores de las novedosas técnicas New Age, por las llamadas corrientes coaching, por educadores o especialistas en cuestiones del trabajo, etc., y sus objetivos se suelen marcar en el conocimiento de uno mismo y la puesta en valor de los propios talentos y virtudes, en la mejora de la calidad de vida, en poder llegar a alcanzar las propias aspiraciones más sentidas, etc., es decir, lo que proclama la revista Sciences humaines:

Las técnicas de desarrollo personal se orientan a la transformación de la propia persona, ya sea para deshacerse o aminorar ciertos aspectos que pueden rozar lo patológico (fobias, ansiedad, depresión, timidez), ya sea para mejorar las propias performances (comunicarse mejor en público o en pequeñas reuniones, mejor gestionar el propio tiempo, afirmarse en ciertas habilidades y destrezas).
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Sin embargo, lo que suele ofrecerse (en el mercado de la formación) como desarrollo personal, es objeto de severas críticas por parte de sectores académicos, que consideran ese dominio de conocimientos y de reflexiones como una pseudo ciencia, pues dicen que así se promueven conceptos imaginarios o ilusorios, lo que incluso en ciertos casos puede ser hasta peligroso. Pues las generosas promesas de felicidad presentes en muchos de los métodos de « desarrollo personal », podrían llegar a abusar de la vulnerabilidad y credulidad de algunas personas, a tal punto que lo que pretende darles una solución se transforme en realidad en un problema y un peligro para la salud personal. Por ejemplo, ciertos grupos religioso/sectarios como la Cienciología han sido acusados reiteradamente de servirse de tácticas de desarrollo personal para reclutar nuevos adeptos.

Ciertamente, desde que Jung, hace ya un siglo, planteó que la individuación es el proceso de diferenciación psicológica, destinado a armonizar la relación del consciente con el inconsciente, y que tiene por objetivo el desarrollo de la personalidad del individuo hasta que la psicología positiva de 1998 consagró el paso del desarrollo personal de un tema secundario de la psicología a una posición central, mucho ha llovido y muchos enfoques (¿ensayo-error?) han tenido los intentos de mejora del bienestar. Sin ánimo de ser exhaustivo, y por orden cronológico, los estudios de Jung citados, la psicoterapia cognitivo-comportamental, el método Coué de autosugestión consciente, la psicología humanista representada por Abraham Maslow y Carl Rogers, el pensamiento positivo, el análisis transaccional (AT), el coaching o mentorización, la programación neurolingüística (PNL), la psico-sociología de los estados de vida o la psicología positiva, por no hablar de las estrategias nebulosas del New Age desde que se inició como técnica hace un siglo y que, a lo largo del tiempo ha usado diferentes herramientas como el análisis bioenergético, la hipnosis, la relajación, la sofrología, el yoga y un largo etcétera.
Pero fue el psicólogo canadiense Albert Bandura quien concluyó que ciertas fuerzas humanas más que otras, ayudan a fortalecer el desarrollo personal, y mostró que la confianza en sí mismo es uno de los factores que explica mejor el por qué individuos que tienen un mismo nivel de conocimientos y de competencias, pueden llegar a tener resultados, en todo, muy diferentes. Este matiz es capital si tenemos en cuenta que todos los marcos de actuación para la mejora del bienestar "se olvidan" del bienestar físico, cuando, en palabras del humanista franco-norteamericano René Dubos la salud es justamente el punto de convergencia de los conceptos de autonomía y bienestar. No hay duda acerca de que la referencia principal para la evaluación del mejoramiento global de un individuo es la propia persona en sí misma, lo que puede apreciarse de forma empírica realizando (y los programas serios de desarrollo personal lo suelen hacer) un test de auto-evaluación, que ayuda a determinar si ha habido algún progreso o si incluso eventualmente el individuo ha pasado a un nuevo estado en el desarrollo de su personalidad pivotando sobre todos sus ámbitos y gestionándolos en una suerte, como decíamos, de sistema de vasos comunicantes.

Anímicamente, todos partimos (consciente o inconscientemente) de un estándar de bienestar subjetivo, que suponemos con capacidad de mejora, y en cuyos componentes admitimos variaciones temporales: una enfermedad, un bache financiero, un conflicto de pareja, etc., cuya adecuada gestión equilibrada y potenciada con los ámbitos no afectados nos permite mantener ese standard global subjetivo y confortable mientras dura la incidencia. Pero, ¿qué pasa cuando la incidencia desequilibrante no es temporal? ¿cómo enfocar ese, ahora sí, imprescindible desarrollo personal ante la adversidad (reglado o instintivamente autónomo)? Son situaciones que se presentan a menudo: la desaparición de un ser querido, una catástrofe natural, un crack financiero generalizado, la aparición de una enfermedad irreversible...

No pretendemos, ni mucho menos (ya nos gustaría), ofrecer soluciones de cómo gestionar estos desequilibrios, sino simplemente reflexionar sobre alguno de ellos. No se trata de frivolizar aplicando el viejo proverbio (dicen que árabe) de que si tienes un problema que sabes que tiene solución, no te has de preocupar y si sabes que no la tiene, ¿para qué preocuparte?, sino de ver si hay forma de abordarlos. De todas formas, a un observador objetivo no se le escapa que el único desequilibrio de los irreversibles que el individuo puede gestionar es, precisamente, el que no contempla ningún programa de desarrollo personal, el que se refiere al bienestar físico, a la salud en definitiva. Todos los demás son exógenos.

Dice Sally Goddard Blythe, directora del Instituto de Psicología Neurofisiológica de Chester, en el Reino Unido, que el equilibrio nos permite tener los necesarios sentimientos de seguridad y estabilidad, que se transfiere de lo físico a lo emocional, de forma que el desequilibrio físico afecta negativamente a todas las facetas del desarrollo personal. Y la cosa se complica, porque, en palabras del escritor keniata eterno candidato al Nobel Thiong'o, en la búsqueda del equilibrio (armonía dice él) hemos de ser conscientes de que estamos siempre conectados con nuestro entorno, o lo que es lo mismo, que se origina un efecto similar al de la matemática Teoría del Caos (ya sabéis, aquello tan desasosegante de que el aleteo de una mariposa en Canadá puede provocar un terremoto en Japón) porque nuestro equilibrio o desequilibrio influye en el de nuestro entorno y al revés.
Hay un conocido juego de mesa, encuadrado dentro de los "de habilidad" consistente en que apilando un número determinado de piezas, generalmente de madera, se construye una torre y, después, los jugadores, en un orden establecido, van intentando sacar piezas de la estructura para llevarlas a la parte superior y seguir haciendo crecer la torre... sin que se derrumbe todo lo construido al quitar la pieza elegida.
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En la búsqueda del crecimiento personal (que no debe limitarse en este aspecto a las etapas clásicas de aprendizaje de infancia y adolescencia) coordinado con el mantenimiento del equilibrio en que se funda el bienestar, el quehacer es parecido al del juego de la torre de piezas de madera, con la gran diferencia de que no es uno mismo quien elige la pieza desequilibrante, pese a que el objetivo coincide con el que persigue el juego: evitar el fatal e irreparable derrumbe. Cobra fuerza entonces la idea de Bandura de la importancia capital que tiene la confianza en uno mismo para encarar un proceso de este tipo, sin que haya que deducir por ello que deban rechazarse todas las posibles ayudas externas. Y es que, en el proceso de la búsqueda del necesario reequilibrio, es conveniente tener al alcance o poder disponer de alguna forma de ayuda... ¿externa? Pensemos que se debe asumir que la ayuda externa, por definición, es temporal (salvo que existan patologías psíquicas insuperables, pero eso, si se da, entra en territorio exclusivamente médico) por lo que, para poder calificarla y potenciar su eficacia, es imprescindible determinar qué pilar de la estabilidad, de los citados al principio, se desequilibra e identificar el alcance estimado del desequilibrio.
... y de prácticas.
En definitiva podemos afirmar que el objetivo es conseguir mantener lo menos maltrecho posible el pilar que hemos definido más arriba como (copiamos) emocional, que se refiere a la habilidad de manejar las emociones, (ojo, no reprimirlas sino saber manifestarlas de forma apropiada, a un tercero pero, sobre todo, a uno mismo) para tener suficiente flexibilidad de disfrutar más de la vida, con todos sus conflictos y tensiones. Parece evidente que la tarea es hallar la llave secreta para dominar los efectos del bamboleo de los otros pilares. Y al final, siempre se acaba en Bandura: lo más importante es la acción interna de uno mismo, lo que corrobora la evidencia de que a medida que aumenta el desequilibrio, mayor es el grado de introspección personal para asumirlo, se cuente o no con ayuda externa.

Si nos atenemos a los pilares de bienestar que hemos identificado más arriba, resulta obvio que pueden darse (y coincidir, a veces) diferentes causas de desequilibrio, como el quedarse sin trabajo, la pérdida de un ser querido, sufrir un accidente de tráfico, divorciarse, etc, y que alguno puede ser temporal y otro irreversible, pero, en resumen, el esfuerzo más importante a hacer es el de asumir su realidad para poder afrontarlo. Vayamos, por ejemplo, a uno de los casos más desequilibrantes que existen, que es la pérdida imprevista de un ser querido (obviamente, las pérdidas por ley de vida, también duelen lo suyo, pero se acaban asumiendo con un menor trauma emocional). Puede ser conveniente acudir a ayuda externa, casi siempre a alguien que ha pasado, y superado, un trance similar (un inciso: con contadísimas excepciones, acudir a expertos gurús no solamente no ayuda, sino que suelen incrementar la confusión pues suelen aportar recetas estándar, iguales para un desequilibrio emocional, financiero, social o del tipo que sea. Otro tanto puede decirse de la mayoría de libros de "autoayuda", en el fondo bestsellers que, con un objetivo puramente comercial dicen en sus páginas lo que el confuso lector espera leer, entre otras cosas porque si no, no se vendería) pero esta ayuda externa, para que sea eficaz ha de ser necesariamente temporal, sólo del tiempo imprescindible para entender cómo asumir el desequilibrio a través del análisis de lo que otros han hecho en situaciones similares. El esfuerzo, pues, es íntimo, y por eso es tan pernicioso que la presunta ayuda se fundamente en "Has de... ", "Tienes que... " y similares, condicionando decisiones que sólo corresponden a la persona que ha de salvar el bache.

Curiosamente, cuando el bache se origina en el primer pilar de la estabilidad, en el pilar físico, aquel que definíamos como la sensación de tener una buena salud general, o sea, poder satisfacer razonablemente bien las necesidades primordiales del cuerpo y de lo que con él se puede realizar, nunca se piensa en ayuda externa para superarlo emocionalmente (excepción hecha de la ayuda médica o clínica, naturalmente, que se encuadran en otro ámbito), lo que demuestra que el mayor esfuerzo siempre es el íntimo. Además, nadie mejor que uno mismo para evaluar la intensidad y duración de ese esfuerzo para el reequilibrio potenciando en ese tiempo de enfermedad otros pilares hasta que se recupera la normalidad. Pero, ¿y si se sabe que nunca se recuperará? Por ejemplo, ante la amputación de un miembro, que es irreversible y obliga a buscar un sustituto emocional permanente o, un caso especial, la presencia inopinada de una dolencia neurodegenerativa, en general poco conocidas y de las que se sabe el final pero no la forma y duración del proceso para llegar a ese final.

Detengámonos en ellas, sin morbo añadido pero sí con objetividad, para intentar analizar si realmente se puede lograr el reequilibrio del bienestar incluso en las situaciones más difíciles. Hay una corriente de pensamiento filosófico que dice que la vida es la capacidad de decidir. Efectivamente, cada día tomamos decisiones. A cada momento. A veces somos más conscientes de ello, otras ni nos damos cuenta; unas son más banales, otras más trascendentales. Pero siempre estamos tomando decisiones. Sin dejar el plano teórico, parece evidente que una enfermedad que tiene un progreso conocido de antemano de que se va mermando y condicionando inexorablemente la capacidad de decidir da validez al título de la novela de Milan Kundera (de cuando Kundera no era aún el Kundera que hoy conocemos, y de lectura recomendable, dicho sea de paso) La vida está en otra parte, a la vez que hace recordar la idea citada del escritor Thiong'o, de que en la búsqueda del equilibrio hemos de ser conscientes de que estamos siempre conectados con nuestro entorno. ¿Qué hacer? ¿Seguir tomando de referencia el cambiante pilar físico? ¿Hay otro método?

Hace un tiempo asistí en el Auditorio de Barcelona a una actuación de la Banda de Música de la Guardia Urbana, en cuyo programa figuraba la conocida suite sinfónica Scheherezade, del compositor ruso Nikolái Rimski-Kórsakov, caracterizada, como se sabe, por una deslumbrante y colorida orquestación con un acusado protagonismo de los instrumentos de cuerda... precisamente de los que no dispone una banda de música, limitada a los de viento y percusión.
Confieso que estaba intrigado por escuchar la solución dada por el arreglista al primer solo de violín en el primer movimiento; en el segundo ya no se echaban de menos los violines y, al finalizar la interpretación, quedaba en el aire la sensación de que Rimski había compuesto la obra sólo para instrumentos de viento. Es decir, se había conseguido un alto equilibrio armónico prescindiendo de un pilar que se consideraba básico en la armonía de conjunto.


Pues algo parecido puede suceder con el mantenimiento del equilibrio del bienestar ante situaciones difíciles como la que analizamos, focalizando, posiblemente, el esfuerzo, no en asumir la dolencia física y lo que ella representa, sino en el esfuerzo de mantener el bienestar del entorno como si no existiera en él el pilar del propio bienestar físico. Pero no debe de ser fácil, y nadie pretende que lo sea, entre otras cosas porque para ello se ha de cambiar conscientemente el orden de prioridad instintivo del equilibrio y lograr ver el pilar físico propio desde fuera, como un factor que no afecta al bienestar (imprescindible) de todo el entorno, desdramatizando, en lo posible, cualquier pensamiento o sentimiento que se desvíe de lo que marca el estándar del bienestar y ensayando hasta dominarlo el exhibir como natural la clásica cara de poker, inexpresiva ante lo no positivo.

Quede claro que estas líneas no son recetas (ya nos gustaría) sino simples reflexiones fruto de la observación, que pueden estar equivocadas. No se trata, en modo alguno, de permanecer inconscientemente ajeno al deterioro que produce este tipo de enfermedades, al que se ha de estar, al contrario, muy atento, sino variar la forma de verlo y exteriorizar sus efectos; la respuesta que citaba al principio de mi amigo Rafael es un buen inicio, mejorada a veces en "Bien, si no entramos en detalles" dicha con la mejor de las sonrisas. Otra buena respuesta es la de "Hoy estoy como nunca", también expresada con una sonrisa, que tranquiliza y desarma al interlocutor a pesar de que, en el fondo, encierra la cruel realidad de que cada día que pase, el estado será peor. Es eso, la comparación de la situación con el paso del tiempo, lo que constituye a la postre, uno de los principales enemigos a esa decisión de mirarse desde fuera. Y es inevitable. Porque siempre habrá (afortunadamente, por otra parte) personas bienintencionadas que, con su mejor voluntad, se interesarán por saber "¿Cómo estás hoy?¿Se te ha pasado el malestar que me comentaste la última vez?", lo que te transporta, sin querer, a establecer secuencias temporales para la respuesta (positiva y con sonriente cara de poker, no lo olvidemos) y a recordar que hace un par de años programabas las etapas del Camino de Santiago y hoy te es imposible bajar sin ayuda el bordillo de la acera de tu casa, pongamos por caso.

No es fácil, no, pero tampoco debe abordarse como una heroicidad, que no lo es; simplemente cabe ser consciente de que cada caso es un mundo, como se suele decir, y que para conseguir el bienestar auténtico a veces hay que esforzarse en trabajar en un cambio radical y consciente de prioridades y prescindir, si es necesario (para uno mismo y para el entorno) de referencias que, en otros supuestos, resultan indispensables.

Nada más (y nada menos).

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1El ámbito "social" del bienestar es producto de la llamada “cuestión social”, iniciada efectivamente en el siglo XIX, por los sufrimientos de la clase trabajadora a consecuencia de la revolución industrial y de la que se hicieron eco intelectuales, políticos y religiosos. En concreto, la Iglesia abordó de lleno esta cuestión a partir de León XIII y su encíclica “Rerum Novarum” (1891), y Pío XI y sus encíclicas "Quadragesimo Anno" (1931) y "Divini Redemptoris" (1937), con las que se establecieron los principios rectores del enfoque cristiano en relación a lo social, lo que incluye la dignidad de la persona por encima de cualquier otro aspecto, y la necesidad de reforzar el bien común.

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