martes, 21 de noviembre de 2017

Mirando hacia atrás con...

John James Osborne, o, simplemente, John Osborne (1929 – 1994), nada que ver con los bodegueros andaluces, fue un dramaturgo, guionista y actor británico, muy crítico en su obra con el establishment, obra en la que exploró, en una vida productiva de más de 40 años, muchos temas y géneros, escribiendo para el teatro, el cine y la televisión. De vida extravagante e iconoclasta, a juzgar por sus biografías, es famoso por la ornamentada violencia de su lenguaje, que no sólo empleaba a favor de las causas políticas que apoyaba sino también, según se cuenta, contra su propia familia, incluyendo sus esposas e hijos, aunque, al parecer, ellos a menudo dieron como contrapartida lo que recibieron.

Llegó a la escena británica en una edad de oro de la misma, pese a que la mayoría de las grandes obras provenían de los Estados Unidos y Francia por una aparente ceguera de las obras británicas al tratamiento de las complejidades del período de posguerra. Precisamente Osborne fue uno de los primeros escritores en debatir acerca de los objetivos del Reino Unido en la época postimperial y el primero en cuestionarse sobre un escenario el sentido de la monarquía.

El abrumador éxito de su obra de 1956 Look Back in AngerMirando hacia atrás con ira») transformó el teatro inglés y, a raíz de ella, consiguió que el desprecio fuese admisible e incluso una emoción estereotipada en el escenario, argumentó en pro de la sabiduría limpiadora del mal comportamiento y del mal gusto, y combinó una incansable veracidad con un ingenio devastador.

El protagonista de esta obra (la primera del llamado "realismo de fregadero"), Jimmy Porter,sirvió para bautizar a los "jóvenes iracundos", esa generación de jóvenes británicos que no habían vivido la Segunda Guerra Mundial pero que tenían que sobrevivir a sus consecuencias sintiendo que ya no quedaban "causas valientes por las que luchar" (en palabras de Porter). Sin embargo, lo que no queda claro, incluso al llegar al final, es el motivo de esta ira devastadora: los terribles y continuos ataques verbales de Jimmy, aunque dirigidos a su esposa Alison y a su compañero de piso Cliff (además de al "establishment", por supuesto), no parecen tener unas motivaciones bien definidas. De hecho, aunque Porter profesa casi reverencia por la clase trabajadora, la obra ni siquiera parece aliarse claramente con la izquierda política.

Lo que provoca la ira de Jimmy, que es un hombre culto que, a pesar de su educación universitaria, apenas puede conseguir un trabajo en una tienda de caramelos, parece ser una enfermiza incapacidad de sentir, de conmoverse y, en suma, de sufrir. Alison, su esposa, proveniente de una familia de clase media-alta, representa todo lo que Porter desprecia (en pocas palabras, un "monumento al desapego"). Pero nada de lo que él diga o haga podrá "provocarla": Jimmy, que considera su vida personal y profesional muy frustrante, y vive, además, lleno de amargura a causa de la sociedad que le rodea, pronostica que sólo el dolor de la pérdida más íntima, la muerte de un hijo antes de haber nacido, podrá transformarla en un "ser humano de verdad".
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Con esta controvertida obra llevada también al cine, en película dirigida por Tony Richardson y con un soberbio Richard Burton en el papel de Jimmy Porter, John Osborne quiso rebelarse contra el servilismo e inacción política de la sociedad británica de la época, especialmente de los dramaturgos. Es curioso, por tanto, que Osborne se valiera precisamente del formato de la "obra bien escrita" en Mirando hacia atrás con ira: la obra no sorprende en cuanto a estructura dramática, y la verborrea de Jimmy chirría un poco en relación al realismo "de fregadero" de la escenografía. Pero asusta -y mucho- que, por los temas tratados, esta obra tenga vigencia más de sesenta años después. Sobre todo con la que está cayendo.

Aunque hay que reconocer que, si bien es verdad que, si se nos pregunta, cada uno de nosotros podría facilitar unos cuantos nombres de personas reales con una actitud similar a la de Jimmy Porter, y que el desencanto social y la indignación son como los de la obra de Osborne, si tomamos como referencia el título, seguramente cuadraría más el de Mirando hacia atrás con perplejidad. ¿O no causa perplejidad, entre otras muchísimas cosas, el ver, por ejemplo, con ira, que se está saqueando impune e irresponsablemente el fondo de pensiones, mirar atrás y comprobar que el fondo se creó coincidiendo con las penurias de la dura posguerra y que, incluso en crisis económicas anteriores ¡crecía! y, es más, ningún inepto indecente se hubiera atrevido a tocarlo?

Los vistazos de comparación de muchas situaciones del presente con las del pasado, suelen comportar frecuentemente esas incoherencias, a veces difíciles de justificar.

Pero, si hay hoy una situación que nos descoloca y que, mirando hacia atrás, nos causa cada vez más perplejidad en su gestión es lo que se ha dado en llamar "el tema catalán". Para empezar, ¿cómo es posible que un contencioso iniciado hace sólo 7 años (ojo, no nos confundamos, hay un sentimiento, seguramente minoritario, muchísimo más antiguo) como la reivindicación del derecho a opinar sobre el encaje de Catalunya dentro del Estado español se haya convertido en el marasmo actual en el que lo que se debate es la independencia de Catalunya? Un inciso de contenido exclusivamente psicológico: aplicando principios conductuales, el independentismo está ganando por goleada toda vez que ya todos los ámbitos sociales hablan con normalidad de la independencia de Catalunya (a favor o en contra, naturalmente, con más pasión que argumentos o viceversa, de forma agresiva o sosegada,...), lo que era del todo inimaginable hace unos pocos años, lo que se traduce en que se debate algo que, psicológicamente hablando, se considera posible.

Resulta evidente que, en todo este tiempo, las dos partes en litigio han cometido errores, pero, sin entrar en vericuetos políticos e intentando analizar objetivamente sólo la gestión del problema, ciertamente se observa un mayor número de fallos, algunos clamorosos, precisamente en la parte de cuyo lado está el poder y, por tanto, la capacidad de conducir el litigio a buen puerto.

Veamos algunos, sin mencionar antecedentes (pese a que tienen su importancia) de denuncias de desapego popular en sede parlamentaria por parte de ¡dos! Presidentes de la Generalitat, la recogida de firmas "contra los catalanes", el recurso del PP sólo al nuevo estatuto catalán, y no a otros con articulado similar, el recorte e impugnación del mismo por el Tribunal Constitucional (TC), los recurrentes ataques a la lengua, etc., todo ello caído en oídos sordos, como quien oye llover.

Y llega el fallo del TC sobre el Estatut y la primera manifestación multitudinaria (que se hará anual, siempre con participación masiva) de una ciudadanía descontenta a la que, prescindiendo de si son o no mayoría, nunca desde entonces se ha escuchado y atendido, queriéndola tratar oficialmente como si fuera una acción meramente folklórica. Un detalle comprobable en las imágenes: en esos años NO se veía prácticamente ninguna "estelada", bandera independentista. Visto el poco caso que las instituciones estatales hacen de las demandas ciudadanas (insisto, sean o no mayoritarias), el gobierno catalán asume la responsabilidad de plantearlas con el nombre de "derecho a decidir" la forma de estar dentro del Estado español (ver hemeroteca) como un referéndum en Catalunya, lo que ofrecería información para gestionar adecuadamente el resultado.
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Sorpresivamente, la respuesta fue un NO cerrado a la autorización de la consulta o a dialogar sobre ella rubricado con un "Porque yo no quiero" repetido con profusión por el Presidente del Gobierno dentro y fuera del Parlamento, en una actitud que define a un gobernante, dispuesto a hacer prevalecer sus opciones personales antes que conocer la opinión de la ciudadanía (¿porque el conocerla le obligaría a tomar decisiones para gestionar lo que él mismo define como el primer problema de España?), ajeno a las consecuencias que tal actitud puede provocar para todos. Lo preocupante es que ese aserto fuera jaleado por los suyos, la mayoría de medios y parte del tejido social como una demostración de fuerza, cuando realmente acredita la debilidad de quien no tiene argumentos, aunque sí la razón de la fuerza.

Formalmente, la negativa a la celebración de la consulta se fundamentan en:
1) Incumple la ley
2) Ataca a la convivencia
3) No todo el pueblo catalán es partidario de la consulta
4) La decisión en todo caso, afecta a la soberanía de toda España


1) Aparte de que numerosos juristas aseguraron que lo que se pedía entonces era perfectamente legal y constitucional (hemeroteca), la situación era calcada a la del referéndum para entrar en la OTAN, que SÍ se celebró y se aceptó su resultado. Pero, es más, respecto del valor relativo de algunas leyes, recordemos una anécdota real: el Capitán William Kidd (cuya leyenda dio lugar a varias obras literarias entre las que destaca La isla del tesoro, de Robert L. Stevenson), fue un marino escocés al servicio, a finales del siglo XVII, del holandés rey Guillermo, III de Inglaterra y II de Escocia, quien se dice que le concedió patente para sus actos, que se dedicaba a saquear y hundir las naves con bandera de países enemigos de la patria, cumpliendo una ley que se promulgó para amparar, justamente, estas acciones. Eso sí, en una prueba de coherencia política, Kidd se convirtió en un instrumento de la guerra entre Tories y Whigs, porque al asaltar un barco con bandera francesa (amparado por la ley) pero que no era francés (quedaba fuera de esa ley), fue encarcelado, juzgado en el Parlamento de Londres, condenado a muerte y ejecutado. Por cierto, se sabe que todas sus cartas enviadas desde prisión al rey Guillermo, para quien trabajaba, solicitando clemencia fueron rechazadas. En este caso, queda patente que lo relevante es la interpretación de la ley, el fondo y significado de ella y no solo su literalidad.

2) En un peligrosísimo ejercicio de provocación, los contrarios a la consulta y al diálogo se dedicaron a sembrar la idea (que ha calado) de que mantener ideas políticas diferentes, que la consulta que se planteaba (no la independencia, ojo, que vino después) convierte per se, cualquier relación personal en un infierno, que la política es algo de "buenos y malos", que las personas de diferentes territorios sólo pueden ser enemigos o que el lugar de nacimiento de padres o abuelos marca indefectiblemente la actitud de la persona de hoy ante el futuro. Como decía un pensador madrileño finisecular, hay mucha gente que vive en nuestro país cultivando su odio. El cainismo sigue dominando la política y la convivencia, lo cual no es precisamente una novedad porque España está fracturada desde el retorno de Fernando VII tras su forzado exilio en Francia. En estos dos últimos siglos hemos sufrido guerras civiles, asonadas y crueles enfrentamientos en una nación partida en dos. Los españoles siempre hemos buscado cualquier pretexto para matarnos. Cualquiera con dos dedos de frente que sea capaz de pensar en las próximas generaciones en lugar de en las próximas elecciones sabe que la convivencia y las relaciones personales han de seguir sea cual sea el resultado del litigio y que, por tanto, es irresponsable y peligroso azuzar enfrentamientos artificiales que, además, no son ciertos. Y respecto a la actitud de los descendientes de emigrantes, ¿calificarían de renegada a Anne Hidalgo (alcaldesa de París, española de nacimiento), a Donald Trump (presidente de EEUU, hijo de inmigrantes alemanes)... o a Juan Carlos I (nacido en Italia)?

3) En España, no todos los aficionados al fútbol son hinchas del Real Madrid, ni todos los ciudadanos son católicos, ni toda la ciudadanía tiene la misma opción política, luego extraer y difundir la idea de que la opción separatista pacífica conduce necesariamente al caos es pueril y manipulador; si eso fuera así, los nuevos países (una treintena en el mundo desde 1990) nacidos a través de un referéndum estarían en guerra civil continua ya que en ninguno de ellos hubo un 100% a favor; al contrario, cuando, como recientemente en Guinea Ecuatorial, el presidente del gobierno es reelegido en una votación con un 98% de votos favorables, algo huele mal.
Diálogo y respeto si se buscan soluciones estables. Lo demás es intoxicar.
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El diálogo SIEMPRE se basa en las diferencias,
4) Todo apunta que apelar en estas cuestiones (no en otras) a la soberanía es una burda manipulación engañando con un ataque al patriotismo que no es tal, sino la certificación de la incapacidad de gestionar un problema y el buscar excusas para ello, Vamos a ver: si una Comunidad Autónoma (la que queráis) plantea unos agravios al Gobierno Central, entre ellos deben solucionarlo y, en todo caso, a mí, en otra comunidad, sólo me ha de preocupar cómo el Gobierno Central ha pensado que no me afecte ese contencioso, y en modo alguno debo permitir que ese Gobierno Central me diga que yo debo impedir que la Comunidad Autónoma presente sus agravios. Es doctrina del Derecho Internacional que la solución a estos contenciosos ha de ser escrupulosamente bilateral, como bien sabe el gobierno español, ¿o acaso votó un murciano, pongamos por caso, en el referéndum de 1968 para la independencia de Guinea ESPAÑOLA? ¿o se apeló a la soberanía para abandonar a su suerte a los ciudadanos ESPAÑOLES del Sahara ESPAÑOL? ¿o cuando se cedieron los territorios del antiguo Protectorado de Marruecos? Y si vamos a la escena internacional, ¿votó Gales en el referéndum de Escocia? ¿ha votado España, miembro de la UE, en el Brexit, para salir el Reino Unido de ella? No, apelar a la soberanía en asuntos como éste es manipular y engañar a la gente, predisponiéndola, manejando sus sentimientos, contra el "diferente".

Resumiendo, y huyendo, repito, de vericuetos políticos, sí que parece desprenderse que, aplicando modelos de gestión empresarial de discrepancias entre filiales (que son normales y, a veces, sonadas), se ha errado en el caso actual el planteamiento inicial al no querer conocer el motivo, origen y alcance de la discrepancia y se han sembrado excusas y responsabilidades de terceros, cuando menos, cuestionables, buscando una complicidad en la no-gestión del problema. Tal visión no puede dar jamás una solución estable y duradera a la discrepancia sino, como mucho, que quede acallada un tiempo con el riesgo de que rebrote con mayor dimensión y virulencia. Mirando hacia atrás, no muy lejos, la verdad, ya es perceptible que el diseñar un planteamiento posiblemente erróneo (y el sostenello y no enmendallo, quizá por aquello de la captación de unos votos) condiciona la política o no-política a aplicar y el que sea imposible vislumbrar un desenlace razonablemente satisfactorio para todas las partes, que es el objetivo que se busca cuando en el mundo empresarial se ha de gestionar una discrepancia, por incómoda que resulte.

Remedando lo que nos dice la Biblia, dad al César lo que es del César... y lo que es política sólo a los políticos, rogando sobremanera que éstos sean honestos, sepan qué es la política y sus responsabilidades en democracia y, ya puestos a pedir, que sean un poco (sólo un poco) inteligentes y abiertos.

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