miércoles, 10 de julio de 2019

La música popular siempre evoluciona.

Hace pocas fechas, en una de esas tertulias que espontáneamente se montan en cualquier 
balcón, patio o terraza estas sofocantes noches de verano con el propósito de capear de la 
mejor manera el bochorno que te hace sudar hasta por las uñas y en la que la bebida que 
más corre es el café, eso sí, descafeinado, con hielo (con mucho hielo, por favor), supongo 
que influidos por la música que se oía en los diferentes canales que llegaban hasta nosotros 
y que conformaban una suerte de “fondo musical” a nuestra reunión, alguien se preguntó por 
lo que se pensaría en el futuro del rap, el hip-hop, el reggaeton,… y si alguna de esas formas 
influiría en el futuro mismo de la música. 
 
 

Después de largo rato de debates que acabaron en algunas conclusiones, naturalmente 
inconclusas, flotando ya en el ambiente la pre-modorra indicativa de que el bochorno 
empezaba a amainar y se podía conciliar el sueño, la verdad es que el tema da lo suficiente 
de sí como para seguir cavilando sobre él. Y lo primero que se nos ocurre es que, si 
hablamos de influencias musicales, ¿a qué música nos referimos? Seguramente a la música 
popular que, en su sentido más amplio, se refiere a una serie de géneros musicales que 
tienen un gran atractivo y que generalmente son distribuidos a grandes audiencias a través 
de la industria de la música. Esto está en contraste tanto con la música llamada culta o 
clásica, como con la música tradicional, las cuales normalmente se difunden bien 
académicamente o bien por vía oral en su caso, a audiencias en general más pequeñas. 

Entrando en materia, esta dualidad, que no hacía sino reflejar la división cultural (¿y social?) 
del público, empezará a cambiar con el desarrollo de la Revolución Industrial. El crecimiento 
de las ciudades, la burguesía y el florecimiento de una clase media urbana interesada en la 
cultura, promueven la aparición de espectáculos músico-teatrales que serán el caldo de 
cultivo para la creación y divulgación de canciones y otras composiciones que irán 
conformando una nueva corriente, la música popular urbana. 

Junto a este desarrollo del mundo del espectáculo se produce también un progresivo 
acercamiento de la música a los hogares de la gente, basado por un lado en el abaratamiento 
de los instrumentos musicales, y por otro en una disponibilidad cada vez mayor de partituras 
creadas para el consumo doméstico. Paralelamente, desde los añorados discos de vinilo a 
los casetes (¿quién los recuerda?), CD, reproductores de MP3 y servicios de transmisión, la 
manera en la que escuchamos música ha evolucionado de manera rápida con el paso de los 
años. 
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La música está siempre estrechamente relacionada con otros aspectos de la cultura, como 
la organización económica, el desarrollo tecnológico, tradiciones, creencias religiosas, 
avatares políticos y/o sociales, etc., como resultado de lo que se ha demostrado, la íntima 
relación entre la especie humana y la música, y, por tanto, la evolución de la música abarca 
todas las sociedades y épocas pese a que, por esa manía tan nuestra de vivir mirándonos el 
ombligo, a menudo se utiliza la expresión «historia de la música» para referirse 
exclusivamente a la historia de la música europea (o estadounidense si acaso) y su evolución 
en el mundo occidental.  

No vamos (¡Dios nos libre!) ni a acercarnos a “pontificar” sobre la evolución musical, sobre la 
que hay publicados numerosos y magníficos análisis de reputados estudiosos, pero, 
acogiéndonos a los principales rasgos de la música actual, vamos a detenernos en un par de 
anécdotas indicativas de influencias culturales. El  marco actual es el derivado del rock and 
roll, que nació en Estados Unidos en los años 50 del pasado siglo como una música animada 
y de ritmo rápido que surgía fundamentalmente de un maridaje entre el rhythm and blues 
negro y el country blanco pero que tuvo que ceder protagonismo ante el avance de una 
nueva oleada de grupos británicos que habían recibido, precisamente, la influencia del rock 
and roll como The Beatles o The Rolling Stones, que contribuirían notablemente a la 
evolución del rock y al surgimiento de la nueva cara de la música popular blanca: la música 
pop, al tiempo que se consolidaron nuevas tendencias musicales contrapuestas entre los 
norteamericanos de color, como el soul y el funk.  
 
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Desde el punto de vista cultural (contracultural dirán algunos), desde la segunda mitad de la 
década de 1950, escritores de la llamada Generación Beat como William Burroughs, Jack 
Kerouac y Allen Ginsberg escribieron sobre sus experiencias psicodélicas: sinestesia, 
alteración de la percepción del tiempo y del sentido de la identidad, empatía, etc. causadas, 
en general, por el consumo de productos alucinógenos, concienciando sobre ellos y ayudando 
a popularizar su uso. Sin entrar en detalles prolijos y volviendo a la música, los conocidos y 
respetadísimos The Beatles introdujeron muchos de los principales elementos del sonido 
psicodélico a un público mayoritario a mediados de la década de 1960, por ejemplo, con el 
álbum Rubber Soul y otras canciones, más o menos explícitas con el consumo de droga, 
que aparecieron en su álbum Revolver y posteriores.

Pero veamos la influencia de la psicodelia en el devenir de la música. Iron Butterfly 
(Mariposa de hierro, toma ya nombrecito, un nombre que trataba de definir el sonido de la 
banda, lo liviano en el vuelo de una mariposa, y lo pesado a través del hierro. Pocos nombres 
podrían definir el sonido de un grupo de esta manera para un disco que consiguió algo 
impensable en los tiempos actuales; lograr un disco de platino. El primer disco de platino de 
la historia. No está mal para una banda psicodélica) fue un grupo californiano de rock de 
existencia azarosa, recordados hoy, casi exclusivamente por su canción de 1968 In-A-Gadda-
Da-Vida, tema de rock de ¡diecisiete minutos! (algo impensable entonces), incluido dentro 
del álbum del mismo título. Musicalmente hablando, la canción incluye un memorable fraseo 
musical de guitarra y bajo, lo sostiene durante más o menos toda la duración del tema y sirve 
como base para los largos solos de órgano y guitarra, que son interrumpidos a la mitad por 
un largo solo de batería, uno de los primeros solos en una grabación de rock y probablemente 
uno de los más famosos en este género. Cuenta la leyenda que el nombre original de la 
canción era In the Garden of Eden (En el jardín del Edén), pero durante los ensayos de 
grabación, estando los integrantes de Iron Butterfly “colocados” bajos los efectos del LSD, el 
batería preguntó el titulo de la canción desde lejos al vocalista quien, en respuesta, balbuceó 
algo inteligible que fue anotado por el batería en un papel como In-A-Gadda-Da-Vida. Más 
tarde, y más sobrio, el vocalista leyó aquel galimatías y le pareció buena idea usarlo como 
título. Y así se quedó.

Con In-A-Gadda-Da-Vida, estamos posiblemente ante el tema más oscuro de la música de la 
época. Los coloridos florares de la California hippie (el flower power) se trasmutan en una 
larga composición, en la que el órgano barroco crea una ambiente pastoral. Las tinieblas 
arropan la composición, en los 17 minutos hay margen para que cada miembro de la banda 
demuestre sus habilidades con su instrumento. Poderosos y pesados fraseos de guitarra, con 
un hipnótico bajo, quizás no suficientemente valorado, ya que su peso en el tema es evidente, 
y con un solo de batería a la altura de los más grandes de la historia. Los rasgueos de guitarra 
aparecen chirriantes sobre el letargo de un órgano que parece haberse quedado atrapado en 
sí mismo. Tras el solo de batería, el órgano devuelve majestuoso a la letanía. Todo un 
aquelarre que culmina en la parte más lúdica del tema. La canción es importante en la 
historia del rock porque, junto con las obras de Blue Cheer (Summertime blues) y  
Steppenwolf (Born to be wild), marcó el punto en el cual la música psicodélica produjo heavy 
metal. En los siguientes años setenta artistas de heavy metal y de rock progresivo como 
Deep Purple y Led Zeppelin le debieron mucho de su sonido y, más incluso de sus 
actuaciones en directo, a esta grabación.  
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Todo un incunable sonoro, que más de 50 años después sigue vigente para deleite de 
nuevos adeptos o para la revisión de los viejos, y que ha tenido múltiples reediciones 
incluyendo distintos bonus con variadas versiones del tema principal. La estética también 
cuenta: la apoteósica portada del disco, en la que aparece la banda sobre un escenario 
presidido por los audiovisuales lisérgicos de la época, hace que los músicos se vean 
minúsculos ante la grandilocuente estampa que tienen a sus espaldas. Lo importante no son 
ellos, sino la música que destilan y las sensaciones ácidas que tratan de transmitir. Desde 
luego, es el claro reflejo de un momento de la historia en el que la cultura del rock, a partir 
de ahí, ya no tuvo freno. ampliando sus horizontes musicales, y pasando a crear e influir 
muchos nuevos géneros musicales incluyendo el rock progresivo, krautrock, rock electrónico
jazz rock, heavy metal, trash metal, glam rock, funk, electro,,...La música psicodélica fue 
revivida en la década de 1980, en el hip hop psicodélico y reapareció en la música electrónica 
en géneros como el acid house, trance y new rave. 

 
La siguiente anécdota, casi coincidente en el tiempo con la de Iron Butterfly, rompe los 
esquemas usuales de identificar la llamada música negra sólo con cantantes de color y no 
blancos, pese a haber excepciones más que conocidas: Joe Cocker, Rod Stewart, Bobby 
Hattfield de Righteous Brothers, Jökull Júlíusson de Kaleo y un largo etcétera.

En 1961, en la ciudad estadounidense de Detroit, se formó un  grupo musical con el nombre 
de The Sunliners y durante varios años, se movieron en el terreno de la música conocida 
como “negra”, el soul y blues. En 1968 cambian el nombre por Rare Earth y, después de un 
primer álbum que pasa desapercibido, firman con la discográfica Motown Records (también 
conocida como Tamla-Motown, especialmente dedicada a la música afroamericana) - ¿un 
grupo de blancos en la Motown? - Realmente no directamente, pues la Motown crea un sello 
sólo para ellos, y lo llama igual que la banda, Rare Earth. Para el primer disco que publican 
con el sello recién creado, utilizan en parte material que ya tenían previsto para su antigua 
discográfica y, como queda una cara vacía entera, la rellenan con una versión extensísima 
de Get Ready, de The Temptations, tema meloso compuesto en 1966 por Smokey Robinson 
y que no tiene el éxito esperado. Hasta 1970, bastantes artistas la versionan, The Supremes, 
Dusty Springfied, The Miracles y finalmente Ella Fitzgerald. En 1970 (algunas fuentes citan el 
1969), Rare Earth se hace con la canción, y saca una versión “live”, de cerca de veintidós 
(¡¡22!!) minutos de duración, en la que cada músico tiene su momento de gloria e interpreta a 
su manera la canción en distintos solos. Luego se supo que los gritos del público que se 
oyen en la grabación se añadieron después, y que no fue una versión en público, sino en un 
trabajo de estudio en toda regla. Da igual, el resultado es una enorme mezcla de soul y rock 
que no aburre en ningún momento a pesar de su duración. Añadiendo más carga de rock and 
roll pero conservando el resto de estilos (soul, rhythm and blues, funk etc), se dió la anécdota 
de que el, gratamente sorprendido, público blanco creyó que los Rare Earth eran negros, 
resultando así éste el único grupo de “white men” que alcanzaría un éxito masivo con la 
propia discográfica de Detroit. 
 
 

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