domingo, 19 de julio de 2020

Para la post-pandemia.

En el lenguaje coloquial se utiliza la expresión de que algo es "como el Guadiana", cuando 
ocurre a intervalos, normalmente irregulares, o cuando alguien o algo desaparece de 
improviso y vuelve a aparecer sin avisar y sin saber por qué. Según la cultura popular, el río 
Guadiana aparece y desaparece en su nacimiento aunque técnicamente, en realidad, forma 
un gran acuífero subterráneo bajo la cervantina localidad manchega de Argamasilla de Alba y 
vuelve a la superficie en Villarrubia de los ojos, en lo que se conoce como Ojos del Guadiana. 
Entre medias, se manifiesta en lagunas o charcas distribuidas intermitentemente en una 
región muy árida. 
O sea que es un río que a la vez son varios, el más enigmático de Europa, el más recóndito 
y desconocido de los principales del país, el menos visitado y quizás, el menos recordado. 
¿Es posible que un río, después de más de mil años, aún no esté claro el lugar de su 
nacimiento? ¿Que sus aguas desaparezcan bajo tierra para volver a brotar, a nacer de nuevo, 
después de esconderse por una gran llanura? ¿Que sea el único de los grandes ríos de la 
península que comienza en un territorio llano, en la meseta, lejos de los principales sistemas 
montañosos? El  enigma empieza por su nombre, que desde bien antiguo ya fue objeto de 
discusión para científicos, lingüistas e historiadores (Plinio el Viejo, el naturalista romano que 
vivió en el siglo I de nuestra era, jugaba con Ana o Annas, un vocablo interpretado de 
muchas maneras: en hebreo significa ¿en dónde está?, pero, aparte del árabe "Guad"=río, 
hay quienes relacionan Ana con pato – ánade -, el ave que se mete en el agua y vuelve a 
salir, como el río que parece que se hunde en la tierra y reaparece más allá).

Ya puestos, hagamos turismo. A poco, al recién nacido río ya le llaman el viejo. Este tramo 
del Guadiana presenta su primera singularidad, las lagunas de Ruidera, para muchos, otro 
nuevo nacimiento de este río de cabecera múltiple. Quince son las lagunas que, unidas entre 
sí, forman un verdadero oasis en la estepa manchega. Sus aguas nos sorprenden en ese, 
definido como reseco ambiente, con una paleta de colores azules, aguamarinas y verdes, 
dependiendo de la intensidad de la luz y la hora del día.

El enigmático Guadiana tendrá una nueva cara cuando vuelva a aparecer a la vista, ya 
definitivamente, en los Ojos de Villarrubia (“de los ojos”, naturalmente), ya en plena llanura 
manchega. ¿Será otro río diferente al viejo pero con el mismo nombre? Las Tablas de 
Daimiel, los molinos hidráulicos harineros, pescadores y barqueros octogenarios serán 
protagonistas de este nuevo tramo del río que no se esconderá, que se mostrará, donde el 
sol y las gentes lo vean hasta que muera en aguas atlánticas.
Y se acabó el turismo porque el discurrir hasta la desembocadura está librado de esa pátina 
de misterio; salvando las distancias, la confusión en torno al nacimiento del Guadiana, es 
como la que sentimos (ampliada, no sólo relativa a su origen) todos frente a esta pandemia 
del Covid-19; es decir, que el virus está siempre ahí pero solo algunas veces se hace visible. 
Y le pasa, por tanto, como a la crisis. Nos dicen que lo peor de ella ha quedado atrás, pero 
eso no quiere decir ni mucho menos que esté superada, como demuestra el retorno cada 
cierto tiempo de algunos de sus elementos más notorios en forma de los temidos rebrotes. 

Mirando hacia atrás, en cuestión de semanas, la pandemia del coronavirus Covid-19 ha 
pasado de ser un temor sanitario regional, a una crisis mundial que ha puesto patas arriba 
todo el mundo en una desigual ceremonia de la confusión, ha confinado en cuarentena a 
sociedades enteras y ha cerrado (¿temporalmente?) importantes sectores de la economía 
en muchas partes del mundo. Empresas y particulares se están encargando de gestionar el 
impacto del virus tanto en sus vidas personales como en el ámbito profesional. Desde la 
consolidación del teletrabajo, la equiparación (que solo se hacía para consolarse de que el 
Gordo de la lotería de Navidad había pasado de largo) de la salud con la riqueza, el 
fortalecimiento de los populismos (la inmigración, culpable de todo, por ejemplo) o la 
potenciación del aprendizaje online son algunos de los principales cambios sociales y 
culturales que, probablemente, se afianzarán tras la crisis del coronavirus. Mientras que la 
mayoría de las empresas e instituciones se centran hoy, con razón, en navegar por la 
realidad inmediata y las consecuencias a corto plazo de la crisis, es evidente que esta 
pandemia impulsará cambios a largo plazo en los ciudadanos como consumidores, 
empleados e incluso como votantes, que darán forma a una nueva realidad profesional y 
social en nuestro mundo durante los próximos años ya que un regreso a la normalidad de 
como era la vida a principios de 2020 todavía está, no nos engañemos, muy lejos; incluso 
cuando se alivien de forma continuada las asumidas como necesarias restricciones 
impuestas para hacer frente a la pandemia, el virus seguirá afectando nuestras vidas de 
muchas maneras. Y no olvidemos la importancia de observar el cumplimiento de lo único 
que queda al arbitrio de cada uno en tanto no hayan soluciones médicas, que es mantenerse, 
en beneficio mutuo, alejado físicamente del prójimo – eso que se dice de “mantener la 
distancia social” - , cuidar la higiene – particularmente de las manos, que “lo tocan todo” - y 
usar siempre la mascarilla, sobre todo ahora, que la Organización Mundial de la Salud 
anuncia que, según nuevas investigaciones, hay posibilidad de que el virus se transmita por 
el aire.
Se espera que el tradicional y espontáneo aplauso cotidiano de la ciudadanía a las 20:00 
horas para reconocer el trabajo y dedicación de los trabajadores clave sea el sonido de una 
comunidad redescubriéndose a sí misma y que, sin el lujo de la autocomplacencia, hayamos 
abierto los ojos a lo que verdaderamente importa. Se dice que el confinamiento ha desatado 
una emanación de buena vecindad que fluirá mucho después de que se levante la orden, 
pero las dificultades económicas pondrán presión a los vínculos sociales. Esa es la 
verdadera prueba para esta generación, no si "¿podremos mantener nuestro genio durante 
el confinamiento?", sino "¿podremos calladamente reparar el tejido social en tiempos difíciles?" 
la esperanza debe ser que nuestra sociedad, igual que un virus, esté mutando en algo más 
fuerte porque esta pandemia ha centrado el foco de atención en los ignorados y subvalorados 
recovecos de nuestra sociedad.

El filósofo danés Søren Kierkegaard dijo una vez: «La vida sólo puede entenderse mirando 
hacia atrás, pero debe vivirse mirando hacia adelante». Es más fácil entender lo que 
realmente sucedió cuando ha pasado suficiente tiempo para procesar la realidad de cómo 
esta pandemia ha dado forma a nuestro mundo. Pero no tenemos ese tiempo ahora. 
Tenemos que encontrar rápidamente un entendimiento común sobre la situación actual y 
acordar las medidas colectivas que debemos tomar hoy porque debemos concienciarnos de 
que el mundo después del Covid-19 se definirá por las acciones que tomemos hoy con la 
información que tenemos. Y ahí, aunque no debería ser así, pinchamos en hueso porque eso 
representa trabajar imaginando el futuro que queremos: en los mentideros globales figuran 
ya numerosos catálogos de recetas infalibles para la post-pandemia, cada uno de ellos 
barnizado con el correspondiente sesgo ideológico que prescinde, por cierto, de la cita de 
Kierkegaard y se suelen basar en repetir un pasado que, dicho sea de paso, nos ha 
conducido hasta donde estamos.
Más allá de recetas partidistas, vivir estos tiempos inusuales y difíciles invita a una seria 
reflexión sobre cuestiones importantes y existenciales. Todos nos estamos haciendo las 
mismas preguntas fundamentales: ¿cómo superaremos esto y cómo será el mundo después 
de la Covid-19? Resulta inevitable pensar en esta pandemia como un simulacro de incendio 
para los futuros desafíos globales. ¿Estaremos mejor preparados para responder a la 
emergencia climática y otros desafíos urgentes en materia de sostenibilidad como resultado 
de esta experiencia? El paso por el Covid-19 forzará, por ejemplo, decisiones incómodas y 
de asuntos, aparentemente, nimios sobre comportamientos ecológicos: a medida que los 
consumidores comiencen a priorizar entornos desinfectados, tanto empresas como usuarios 
pueden enfrentarse a una mayor confusión sobre las opciones relacionadas con los 
productos desechables, como los plásticos de un solo uso o como las bolsas de plástico. 

Hasta ahora hemos aprendido, nos guste o no, una importante lección sobre nosotros 
mismos como comunidad humana: estamos interconectados y somos interdependientes los 
unos de los otros en formas en las que nunca nos habíamos planteado. La salud y el 
bienestar de uno mismo depende de la salud y el bienestar de todos, y el mismo principio se 
aplica más allá de las fronteras y regiones. De hecho, nuestra salud colectiva define la salud 
de las empresas y las economías dentro y a través de las naciones. Esta nueva conciencia 
ha dado lugar a un sentido de solidaridad e interdependencia que llega a conmover porque 
claramente se ha puesto de manifiesto que sin solidaridad, especialmente con los más 
vulnerables, todos perderemos. Nadie ha quedado al margen de la pandemia durante las 
últimas semanas, lo que ilustra de manera muy concreta e inmediata cómo los desafíos 
mundiales como el cambio climático o la desigualdad entre los géneros nos afectarán a 
todos, aunque parezcan menos concretos o apremiantes en este momento.

Reflexionemos también, sin embargo, un momento sobre los elementos más preocupantes 
de la lucha contra la pandemia en todo el mundo; es cierto que, por un lado, nos ha reunido 
para apoyar a los necesitados en nuestros propios barrios y comunidades, también nos ha 
demostrado cómo los grupos más vulnerables son olvidados con demasiada frecuencia y 
dejados atrás ¿para que se valgan por sí mismos?. 
Uno es el de nuestros mayores, abandonados (sí, abandonados en muchos casos) en, a 
veces, lujosas y carísimas residencias que se han revelado meros almacenes de personas, 
frecuentemente dependientes en alto grado y para las que eso de la salud era un derecho 
que acabó con la vida laboral con la connivencia de casi todos y las muertes de miles de 
ancianos que no están siendo contabilizadas en las estadísticas de los fallecidos por 
coronavirus en Europa. Las dificultades de encontrar equipo de protección personal y la 
lentitud en realizar pruebas en las residencias se han vuelto síntomas de sus necesidades. 
Se cuestionará el aparente fracaso en darle apoyo prioritario a las primeras líneas de 
cuidados y todas las vidas que eso pudo haber cobrado. Entonces, tendremos que tomar 
una decisión. ¿Reconoceremos, valoraremos y financiaremos apropiadamente a un sistema 
integrado que provee apoyo a la comunidad? O, a medida que nuestros recuerdos se 
desvanecen y prima el abandono, ¿permitiremos otra vez que la importancia de este tipo de 
cuidados se pierda en el trasfondo?

Otro de los aspectos más preocupantes de los efectos de esta pandemia es el aumento del 
desempleo y de los desequilibrios sociales. En este sentido, la Organización Internacional 
del Trabajo ha estimado que, desde su primer informe del 18 de marzo sobre los efectos 
de la pandemia, las medidas de bloqueo y confinamiento adoptadas en prácticamente todos 
los países para contener la propagación del virus y la enfermedad han afectado ya a unos 
2.700 millones de trabajadores, provocando que millones de ellos se queden sin trabajo. En 
un reciente informe de la ONG Intermon Oxfam se asegura que, como consecuencia de los 
efectos económicos de autoprotección originados por las medidas en torno a los intentos de 
control de la pandemia, habrá en el mundo más muertes por hambre que por el virus.

El tercer factor de importancia es que esta anunciada crisis de desempleo golpeará más 
duramente a las mujeres, que a menudo tienen trabajos vulnerables y precarios. Las mujeres, 
de hecho, han sido las primeras afectadas por la crisis económica ya que, con ella, las 
mujeres marginadas se desplazaron aún más. En concreto, las mujeres siguen soportando 
una carga doméstica adicional, a menudo como cuidadoras informales en la primera línea 
doméstica o profesional de la infección, y el confinamiento también ha aumentado 
considerablemente el riesgo de este colectivo a sufrir violencia doméstica ante las 
dificultades económicas, la pérdida de los sistemas de apoyo y el encierro en el hogar. Si la 
igualdad de género no era más que una visión lejana antes de la pandemia, ya no se puede 
seguir ignorando la difícil situación en las que se encuentran las mujeres vulnerables de todo 
el mundo. Tenemos una misión muy importante por delante para asegurar que las mujeres y 
las niñas reciban apoyo durante y después de esta crisis. 
Y podríamos seguir, por supuesto, pero todas las respuestas giran alrededor de una única 
pregunta: ¿cómo es el futuro que quiero?. Pensemos en él.

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