domingo, 10 de enero de 2021

De las fake news a las trolas.


 En unos tiempos en los que algunos sostienen que el español, hablado por más de 500 millones de personas, “está en peligro, amenazado” por una lengua minoritaria, hablada por 7 millones de personas, como es bien sabido y en paralelo a esta insensatez con resabios de intolerancia, el idioma inglés sí que se ha convertido en la lingua franca o medio de comunicación más internacional, por lo que muchas sociedades occidentales están (ahora sí) expuestas al tremendo influjo de la lengua inglesa y España no es una excepción a esta influencia que se refleja de manera inequívoca, como se ha demostrado en diferentes estudios académicos relacionados con el anglicismo en el español en el nivel léxico, que se trata de la modalidad de anglicismo más perceptible y evidente. Conviene distinguir, no obstante y según los lingüistas, entre diferentes tipos de anglicismos:

 - Anglicismos crudos, que son voces que mantienen en español la grafía inglesa y un reflejo de la pronunciación originaria más o menos fonético: cruising, escort o petting. 

- Anglicismos en período de aclimatación, en los que unas veces la grafía y otras la pronunciación se han adaptado al español, por ejemplo bolliscout .

 - Anglicismos totalmente asimilados o términos que ya se han incorporado plenamente en la lengua española desde hace siglos bien directamente desde el inglés (chutar, túnel, suéter), bien a través del francés (norte, sur, babor). 

- Calcos. Adaptaciones que se refieren a conceptos desconocidos por el que adapta, como rascacielos (skyscraper) o perro caliente (hot dog).

 - Calcos semánticos, representados por voces españolas que, por su parecido formal con otras inglesas, reciben del inglés acepciones que no poseían en el español europeo como audiencia ('público') o romance ('amoríos').

 Que la subrepticia amenaza, la real sobre el castellano por el inglés, no la otra, la que cacarean algunos politicastros, es un hecho más grave de lo que parece lo corroboran, entre otras razones de carácter técnico, el paralelismo del uso del anglicismo de que se trate con la evolución y costumbres sociales a que se refiere y que dicte como anglicismo asumido las modas de expresión y uso del término entre nosotros. Respecto a la primera circunstancia, en España, allá por los 70s-80s nos dio por comenzar a salir a correr, y nos empezó a sonar bien la palabra “footing” (en realidad nadie que hable inglés se referirá al hecho de correr con la palabra “footing”), después lo cambiamos por “jogging” que, éste sí, el Oxford Dictionary lo describe como “la actividad de correr a un ritmo constante y suave como una forma de ejercicio físico.” y ahora, haciendo lo mismo, resulta que hacemos “running”, que es la mejor palabra del idioma inglés para identificar a todos aquellos que corren habitualmente, sea su motivación estar en forma, matar el tiempo o entrenar para batir sus marcas. Y la pregunta sigue en pie, la de para qué necesitamos una palabra en inglés para algo que podemos denominar en nuestro idioma. Sin entrar en matices, las razones de que se haya fomentado la palabra “running” como denominador de un fenómeno tienen como responsable fundamentalmente a la industria, a los fabricantes de prendas y utensilios para la práctica del deporte, en concreto. Casi todos los fabricantes de prendas deportivas vienen de fuera de España, y casi todas ellas son grandes marcas que tienen muchas líneas de producto para diferentes deportes o usos y, bien porque son de origen angloparlante o por dirigirse a un público global, usan la palabra “running” para diferenciarla de otras líneas de negocio. 


Para lo segundo, las modas, basta acudir a eso que se ha popularizado como “fake news”, término utilizado para conceptualizar la divulgación de noticias falsas como los Duros de Cádiz que provocan un peligroso círculo de desinformación. Siempre han existido las noticias engañosas, pero a partir de la emergencia de Internet y de las nuevas tecnologías de comunicación e información, las “fake news” han proliferado a lo largo y ancho del planeta. Las redes sociales permiten que los usuarios sean a la vez productores y consumidores de contenidos, y han facilitado la difusión de contenido engañoso, falso o fabricado. Así se genera un círculo vicioso, y una noticia falsa se replica miles de veces en cuestión de segundos, dándose la circunstancia de que los hechos objetivos son menos importantes a la hora de modelar la opinión pública que las apelaciones a la emoción o a las creencias personales. Un ejemplo clave para explicar esto, es la campaña presidencial de Donald Trump en 2016. Su victoria como nuevo presidente de los Estados Unidos fue posible gracias al tratamiento de manipulación de verdad. Según la web Politifact (sitio web de verificación de hechos que califica la exactitud de las afirmaciones de los funcionarios electos y otras personalidades públicas. Se trata de un proyecto en el que los periodistas y editores del Times y las declaraciones de los medios de comunicación afiliados comprueban las declaraciones de los miembros del Congreso, la Casa Blanca y grupos de interés) el 70% de las declaraciones electorales de Trump eran bastante falsas, enteramente falsas o grandes mentiras.
 

Pero sería un error centrarse para hablar de eso de las fake news sólo en las mentiras de Trump. La difusión de noticias falsas con el objeto de influir en las conductas de una comunidad tiene antecedentes desde la antigüedad: el incendio de Roma, sobre cuyo origen aún existen dudas, derivó en julio de 64 en una de las más recordadas persecuciones a los cristianos; según la versión más difundida, entre el pueblo de Roma corrieron rumores que afirmaban que el emperador Nerón había ordenado que se provocara el incendio; a fin de desviar las sospechas que caían sobre él, Nerón acusó a los cristianos. Durante la Edad Media se produjeron en Europa varios episodios violentos: en 1475 se difundió en Trento la acusación de un supuesto crimen ritual practicado por judíos del cual resultó víctima un niño de dos años llamado Simón y varios miembros de la comunidad judía fueron condenados a muerte mientras el niño fue canonizado como mártir (en 1965, revisado el caso, se comprobó que los judíos condenados eran inocentes y se suprimió el culto del niño pese a lo cual, algunos grupos antisemitas o de posturas radicales aún sostienen en la actualidad que Simón de Trento fue efectivamente un niño martirizado por los judíos). 


Tras el descubrimiento de América, se difundieron en Europa relatos acerca de sitios de inmensa riqueza, como los que dieron forma a la leyenda del País de Jauja, la Ciudad de los Césares o El Dorado. Más tarde, el periodismo amarillo alcanzó su punto máximo a mediados de la década de 1890, en la guerra de circulación entre el New York World de Joseph Pulitzer y el New York Journal de William Randolph Hearst. Pulitzer y otras editoriales de periodismo amarillo, mediante noticias falsas, incitaron a Estados Unidos a la Guerra Hispanoamericana, que se precipitó cuando el USS Maine explotó en el puerto de La Habana, Cuba. No es un fenómeno nuevo, no, se llame “noticias falsas” o “fake news”. Y, ¿qué decir de la situación delicada de hoy? En el marco de la emergencia global producida a raíz de la pandemia por el coronavirus Covid-19, diversas instituciones alertaron acerca de la reproducción de fake news, incluso la Organización Mundial de la Salud (OMS) acuñó la expresión "infodemia" para referirse a la sobreabundancia y multiplicación de información falsa en relación con el brote epidémico, lo que podría resultar un factor de riesgo adicional para la efectiva contención de la epidemia global.
 

Ya que hemos hablado de los judíos como chivo expiatorio y propiciatorio de “fake news”, no está de más recordar que la propaganda nazi incorporó las técnicas de comunicación de masas más avanzadas de su tiempo, como la radio, para distribuir sus mensajes atrayendo amplias capas sociales y que medios de prensa escrita afirmaban que los enemigos políticos del régimen, especialmente los judíos, eran responsables del malestar y las dificultades que enfrentaba la sociedad alemana en el período de entreguerras, logrando así el consenso, la aprobación y la colaboración con sus objetivos de miles de personas. 


Seguramente ninguna falsificación de la historia moderna ha demostrado ser más duradera que ese panfleto antisemita conocido como Los protocolos de los sabios de Sión. A principios del siglo XX fueron inventados por la policía zarista, conocida como Ojrana (“protección” en ruso, que trabajaba para lo que entonces era el régimen antisemita más poderoso de Europa). Su autor fue el jefe de la delegación de la policía secreta zarista en París en 1890 tomando como modelo un planfleto contrario a Napoleón III escrito por Maurice Joly (el libro de Joly nunca menciona a los judíos pero mucho del libro de los Protocolos serían fabricados sobre ideas contenidas allí dentro) y basándose en una oscura novela alemana de 1868, Biarritz, de Hermann Goedsche, en la que misteriosos líderes judíos se encuentran en un cementerio de Praga aspirando a apoderarse de naciones enteras a través de la manipulación de divisas, y buscando la dominación ideológica mediante, precisamente, la difusión de noticias falsas. En la novela, el Diablo escucha con simpatía los informes que le presentan los representantes de las tribus de Israel, describiendo el caos y la subversión que han causado y la destrucción que está por venir.
 

El escritor ruso Sergei Nilus incluye los Protocolos como apéndice a su libro El Grande en el Pequeño: El Advenimiento del Anticristo y el Dominio de Satán en la Tierra. Para 1917, Nilus publica cuatro ediciones de los Protocolos en Rusia. El documento se convirtió en un fenómeno mundial solo unas dos décadas después. La profusa publicación y sus reediciones coincidieron tanto con la pandemia de influenza de 1918-20, más conocida como “gripe española” (casualmente como ahora la difusión de noticias falsas coincidiendo con la pandemia del Covid-9), como con las secuelas de la Revolución Bolchevique de 1917. Los Protocolos llegaron también a Alemania, antes del ascenso de Hitler al poder. 

Culpar a los judíos por enfermedades y disturbios políticos no era nada nuevo. Los judíos habían sido masacrados durante la Edad Media a raíz de acusaciones de haber envenenado pozos y propagado plagas y habían sido expulsados de media Europa. Volviendo al panfleto moderno, se sabía que el zar Nicolás II, el último de los Romanov, había leído los Protocolos antes de ser ejecutado por los bolcheviques en 1918 y que al año siguiente, Hitler pronunció su primer discurso grabado, en el que describió una conspiración internacional de judíos —de todos los judíos— para debilitar y envenenar a la raza aria y extinguir la cultura alemana, y aunque consta que el propio Hitler no estaba seguro de la autenticidad de los Protocolos, dijo a uno de sus primeros asociados que eran “inmensamente instructivos”, al exponer lo que los judíos podían lograr en términos de “intriga política” y al demostrar su habilidad para el “engaño y la organización”.

 Desde sus inicios, Adolf Hitler los utilizó en sus discursos para explicar los desastres de la derrota de la guerra, el hambre y la inflación destructiva justificando así el exterminio de millones de personas. Durante el Tercer Reich, este libro formó parte de la propaganda nazi para justificar el ataque y persecución de los judíos. Se utilizó como manual, mencionado en el Mein Kampf, del propio Hitler, obligatorio para los estudiantes alemanes. Los Protocolos fueron traducidos a diferentes idiomas y reutilizados en distintas oportunidades por grupos neonazis y de extrema derecha desde 1945 hasta la actualidad. 


Pero, ¿por qué este documento u otros infundios similares, generalmente referidos a minorías, que se ha comprobado que son falsos siguen prevaleciendo hoy? Quizá la explicación más simple sea la incultura y la irracionalidad humanas de sus seguidores, que ni la educación ni la ilustración han logrado derrotar. En concreto, en el caso de los Protocolos, el deseo de creer en la fantasía maligna de un subrepticio dominio judío sobre la economía internacional y los medios de comunicación, lo que también valida la visión del historiador de la Universidad de Columbia, de Estados Unidos, Richard Hofstadter1, que detectó en el extremismo político una tensión apocalíptica y la creencia en una inminente confrontación entre el bien y el mal absolutos. Las conspiraciones marcan los anales del pasado. Pero especialmente para aquellos ciudadanos que anhelan la seguridad de un estilo de vida estable, la paranoia política es tentadora, como la creencia de que “la historia es una conspiración” en la que fuerzas invisibles son los oscuros mecanismos impulsores del destino humano. Debido a que el antisemitismo ha sobrevivido casi un par de milenios, ninguna forma de prejuicio ha encontrado un lugar más vívido en la imaginación. Y el hecho de que jamás se haya podido comprobar una conspiración judía internacional no ha agotado el poder de los Protocolos para aprovechar las corrientes subterráneas de la demonización.
 

Lo que mantiene la influencia de los Protocolos entre los trastornados y los extremistas no es el contenido del texto en sí —que probablemente pocos de ellos hayan leído en sus diversas versiones—, sino lo que esta falsificación pretende subrayar, que es la influencia asombrosamente astuta de judíos, o de cualquier otro que convenga a sus fines: negro, extranjero, gay, mujer, etc., en la historia moderna. Por tanto, los Protocolos no tienen importancia en sí mismos puesto que ya se sabe que; son espurios. Pero otorgan soporte a los miedos apocalípticos, que no podrían sobrevivir sin algún ingrediente de plausibilidad por muy descabellado que sea 

O sea, las “fake news” de nunca acabar. O las noticias falsas, sin anglicismos.

------------------------------------------------ 

1Richard Hofstadter (1916 - 1970) fue un historiador e intelectual estadounidense que rechazó el enfoque “comunista” de la historia y, en la década de 1950, se acercó más al concepto de " historia del consenso ", por lo que algunos de sus admiradores lo personificaron como el "historiador icónico del consenso liberal de posguerra". Hofstadter fue igualmente crítico con los modelos socialistas y capitalistas de sociedad, y lamentó el "consenso" dentro de la sociedad como "limitado por los horizontes de la propiedad y el espíritu empresarial". criticando el concepto de"cultura capitalista liberal hegemónica a lo largo del curso de la historia estadounidense "

Sus obras más conocidas (algunas editadas en castellano) son Social Darwinism in American Thought, 1860-1915, La tradición política estadounidense, La era de la reforma, Anti-intelectualism in American Life y algunos ensayos recopilados en The Paranoid Style in American Politics.

No hay comentarios:

Publicar un comentario