viernes, 9 de junio de 2023

Amigos y amigos.



La carne es débil… Hablando de Patxi Andion, ¿cómo prescindir de Rogelio (que después fue también conocida como Rogelio y yo), que abría su primer álbum, de 1969, Retratos, cuando se ha recordado El maestro? A ciertas canciones se llega y al regresar de ellas ya no se puede ser el mismo y, efectivamente, de ésas hay muchas: una es Rogelio. Si la escuchamos por primera vez comprendemos que ya ese personaje es nuestro, que lo hemos hecho nuestro; que hay un antes y un después. En su escritura no habrá concesiones ni cuando Patxi ensaye una canción de corte más intimista ni cuando se erija en un cantautor más social que no puede volver la espalda a la realidad del momento, al mundo de los demás, a los innumerables trasiegos de la gente de a pie. Patxi Andión irá muchas veces a donde la corriente del agua le lleve tal como confesará en A donde el agua” con un vocabulario rico en metáforas que revelará pronto una madurez de contenidos que lo situarán en un lugar de privilegio en la escena española, casi a la altura en aquel momento de lo que podía estar ofreciendo Joan Manuel Serrat. Hace tiempo Jordi Sierra i Fabra explicó muy bien la obra de Patxi Andión, en un capítulo de la Mitología pop española, del año 1973. Hablaba de Patxi, de su dimensión gigantesca, de la muerte de su padre, del duelo por la pérdida que queda balanceándose en el alma de quien la sufre, de quien debe aprender a vivir con el peso de la orfandad. Decía Sierra i Fabra que todas sus canciones tenían algo: aquellos versos a su muerte –treinta y tres, concretamente– el café donde aparece la Samaritana, la pena doliente, el temporal que asedia a los hombres que faenan en el mar, la canción de aniversario o aquella otra dedicada a Rogelio con aquella cantina del viejo Anselmo y su acordeón. Los cantautores surgieron en la década de los años sesenta del siglo pasado en una España sumida en el franquismo que manejaba conceptos nuevos como tecnocracia o desarrollismo. A la falta de libertad, de horizontes, los cantautores se arman con su guitarra, respiran por los poros de la piel canciones, razones extendidas en forma de versos. La palabra compromiso toma cuerpo en ellos, compromiso con la palabra, con la poesía cantada, con el aire de la calle que respiran y del que se sienten parte. Los cantautores representan por sí mismos una nueva forma de acercarse a la realidad pero más allá de los elementos comunes cada cantautor trata de elegir un camino, una expresión poética y musical que en algunos casos va más allá de una coyuntura determinada y que ante todo cree en la dignidad y en el valor de la canción. Habrá cantautores que faciliten en la obviedad de sus planteamientos cierta imagen que se tendrá de ellos y los mejores huirán de cualquier encorsetamiento y beberán de diversas fuentes. Para muchos de ellos será muy importante la canción francófona, aquella que podían representar Brel, Brassens y Ferré, tres iconos de la chanson. La pregunta queda en el aire: ¿quién es Rogelio? Malas lenguas lo identifican con Luis Eduardo Aute o con Joan Manuel Serrat, en ambos casos, desmentido con pruebas contundentes, pero la imaginación es libre...

 

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