sábado, 23 de noviembre de 2013

Ley de la selva vs. decencia

Encaramos ya el tramo final del año y se empiezan a advertir en muchas empresas, como siempre, los típicos movimientos estratégicos encaminados a maquillar aceptablemente las cuentas para que los socios estén satisfechos con los resultados económicos y, consecuentemente, con los dividendos a percibir.
Nada que decir: es comprensible que sea así de forma que la continuidad de los negocios no se vea en peligro y que los socios encuentren atractivo mantener su inversión.

Mucho que decir, en cambio, de algunos métodos que proliferan para realizar ese maquillaje, desde la utilización de la frecuentemente llamativa "contabilidad creativa" (a la que hoy no nos referimos) hasta el manejo indiscriminado de la tijera para recortar todo tipo de gastos en estos últimos meses. Y uno de los "gastos" que se recortan de manera más recurrente es el de personal, eterno chivo expiatorio de erráticas políticas empresariales para la que la salida a sus desatinos es prescindir de mano de obra.

A nadie debe extrañar que se confronten, con el fin de mejorar el análisis, dos hechos aparentemente inconexos, como puede ser que cada año se hable, en el terreno laboral, de "otoño caliente" y no, por ejemplo, de primavera o verano calientes, y que el gobierno anuncie a bombo y platillo el inicio de la recuperación económica a la vez que declara esperar un incremento de la cifra de parados en 100.000 personas en el último trimestre del año, reconociendo así que eso lo consideraban como una normal fatalidad.Y aquí viene el tema: el "fatal" incremento del paro ¿es una fatalidad contra la que no se puede luchar o es una ficción acomodaticia para contentar a "los mercados"?

No basta con intuir lo segundo. No es sólo intuición. Hay que recordar que, recientemente, Joan Rosell, presidente de los empresarios españoles lanzó la propuesta de acabar con el paro en toda Europa por el sencillo método de que cada empresa europea contratara un único parado; como quiera que el número de empresas en funcionamiento y el de parados es similar, asunto resuelto.  El asunto no mereció más atención que la de cualquiera de las astracanadas a las que últimamente nos tiene acostumbrados, pero, puestos a pensar, resulta que Rosell tiene mente y madera de empresario (radical, si se quiere) y lo que cabe deducir es que está admitiendo que la solución al paro está más en la mano de las empresas de lo que se dice.

No nos engañemos, tanto el amable lector de estas líneas como yo mismo sabemos que hay muchas empresas y negocios que sobreviven como pueden y que bastante hacen con mantener le exigua plantilla que tienen, pagar impuestos y luchar contra un mercado cada vez más raro en sus decisiones. No es en ellas, además, en las que piensa Rosell, sino en otras de otro tipo y sí, ellas podrían colaborar en arreglar parcialmente la situación. Supongamos (a criterio del lector queda que esta situación sea fruto de una elucubración teórica o, por el contrario, se le podría poner más de un nombre) que ahora, para maquillar las cuentas de fin de año, una empresa lleva a cabo el "ajuste de plantilla" con el que venía flirteando con los sindicatos desde meses atrás y que, al final, después de muchos debates, afecta a la mitad del personal inicialmente propuesto, para alegría de la parte social.
Un inciso: una de las bases de la negociación en cualquier ámbito es la dosificación entre lo que pretendo y lo que obtengo. Me explico. Si yo quiero vender mi coche y quiero obtener 10.000 € por él, en cualquier escuela  de negocios me instruirán para que lo ponga a la venta por 25.000 y, si es necesario, rebaje mis pretensiones poco a poco, con lo que hay incluso la posibilidad de que obtenga más de los 10.000 € que me marcaba como límite. De la misma forma, si quiero prescindir de 500 personas, lanzo la sonda de que me sobran 2.000, despido al final a 800, y todos contentos ¿no? Fin del inciso.
Seguimos. Al cabo de pocos meses, esa empresa anuncia que, gracias a esos ajustes, los beneficios que ha obtenido son escandalosamente abundantes, podrán doblar el dividendo, sube la Bolsa y la "estabilidad" campa a sus anchas.

Sin embargo, otra lectura es que la empresa declara sin rubor que ha dejado a X personas sin medios de subsistencia para engordar los bolsillos de los socios y de, sobre todo, el consejo de administración.
¿No sería mejor para todos, manteniendo el principio de que la empresa ha de tener beneficios y los socios han de ver satisfecho su riesgo en la inversión, plantear en la realidad esa figura tan manida de que la empresa es "una barca en la que todos remamos"? Es decir, pensar en destinar parte de los beneficios a mantener la indiscutible paz social interna necesaria, pensando que eso de la Responsabilidad social de las empresas no es un slogan que se publica en la memoria y nada más, lo cual no quiere decir que una empresa no se vea en el trance ajustar plantilla, pero nunca por mero incremento de beneficios.

¿Ideas socializantes?  Quizá se interpreten así, pero no son más que ideas que piensan en el futuro, una vez demostrado que el sistema actual hace aguas. Empresarios habrá siempre, y se ha de ponderar positivamente que los haya, pero los poderes públicos deben velar por que el sistema sea en beneficio de las personas (y también, lógicamente de empresas y negocios) y no de "los mercados" a los que se plegan. Si fuera socializante el gobierno debería legislar (que no lo hará) para controlar que un porcentaje determinado de los beneficios empresariales se destinaran a fines sociales y/o luchar contra el paro. Pero si el gobierno no se atreve a atacar el reconocido fraude fiscal de las empresas, hablarle de algo parecido a control de beneficios es una utopía y hay que recordar a Saramago: "Al mundo lo transforma la necesidad. No esperemos la utopía"

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