lunes, 16 de diciembre de 2013

Turismo y futuro

Para evitar malentendidos, siempre enojosos, debe puntualizarse que la reflexión que proponemos en esta ocasión no se refiere al turismo DEL futuro, en cuyo análisis confluyen aspectos que exceden con mucho estas líneas y que hacen referencia a cambios previsibles en los medios globales de transporte, en los modos de convivencia social, en las fuentes de energía, y otras fruslerías menores, sino a lo que nos encontramos ya en muchos entornos que han sido hasta hoy de turismo masivo y que se antojan de difícil reconversión en un marco eficaz como destino turístico.
Me explico: estos días he tenido oportunidad de participar (como mero observador, todo sea dicho) en unas jornadas de debate acerca de la importancia que en la deseada recuperación económica se atribuye al sector turístico. Cierto: por razones que ahora no vienen al caso (o sí: las inseguridades del Mediterráneo Sur y cosas así) , se ha mantenido en cifras razonablemente positivas el número de turistas que nos visitan, lo que ha permitido echar las campanas al vuelo sobre las previsiones, a poco que se hagan bien las cosas. Y aquí es donde los expertos no acaban de coincidir, porque hacer bien las cosas ¿quiere decir hacerlas como hasta ahora, dado que nos ha ido bien, o replantear el modelo?

Sin detallar lugares concretos citados en las jornadas,que podría interpretarse malévolamente como ataques a la comunidad respectiva o al sitio en particular, el detonante de la necesidad del cambio lo dio un ponente cuando citó que, en su comunidad, se han puesto la venta numerosos inmuebles turísticos, no por la crisis económica, sino por el hecho de que el lugar en que se ubican, ha pasado a ser de un paraíso cuando se compró la finca a un infierno de cemento en el momento actual, y ello no por una evolución urbanística coherente en el tiempo; más bien por un desaforada codicia que ha conducido, llanamente, a la destrucción de todo cuanto proporcionaba calidad de vida en el entorno, alternando la naturaleza con el urbanismo.

Otro ponente fue más allá y trajo a colación el fantasma de Detroit y lugares similares, como mal augurio de en lo que pueden convertirse urbanizaciones concebidas como exponentes de una idea del lujo y hoy cementerios vacíos, cerrados y en venta. El experto pensaba en voz alta del previsible futuro inmediato de estos complejos, siguiendo esta línea argumental:
"Muchas de estas viviendas se adquirieron como inversión en una época de la que todos ahora  abominamos; muchas ni siquiera se han estrenado, y fueron edificadas, frecuentemente, destrozando el paraje natural idílico que decían fomentar. Por otra parte, muchos compradores se han visto afectados por la crisis y no pueden, ya no mantenerlas, sino acabar de pagarla, con lo que los carteles de SE VENDE menudean y se enseñoran de gran cantidad de urbanizaciones. Pero ¿quién puede comprarlas ahora, sobre todo a medida que avanza su inevitable deterioro, en entornos desangelados y sin vida?"

Un ejemplo entre muchos

Hay que reconocer que el negro panorama descrito sobrevoló espeso la audiencia, que, integrada por profesionales conocedores del sector, se reveló incapaz de encontrar argumentos sólidos para embellecer al panorama. Una idea quedó: lo hecho, hecho está, los destrozos son, en general, irreversibles, pero será bueno en el futuro pensar calmadamente en qué turismo queremos, qué busca ese usuario y trabajar en ese sentido ofreciendo soluciones que alternen naturaleza, ocio, y ¿por qué no? también negocio, ero sin caer nuevamente en alentar burbujas fáciles,,, que siempre acaban estallando.


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