lunes, 3 de marzo de 2014

Más coletazos del fraude

Es noticia estos días la desarticulación de "chiringuitos financieros" enfocados a estafar mediante inversiones ficticias, particularmente a ciudadanos británicos. La verdad es que, inmersos, como estamos, en la noria de los casos de corrupción generalizados de todos conocidos, este caso se ha tomado por los medios como "uno más" y no se le ha prestado demasiada atención, cuando reune elementos suficientes para detenerse en su análisis. Para empezar, la operación es fruto de la colaboración de la policía española, la de Londres, la también británica NCA (National crime agency - Agencia contra el crimen), el Servicio Secreto de Estados Unidos y la policía de Tampa (Florida), y en ella se han detenido a  108 estafadores, de los que 78 en España (75 británicos y 3 estadounidenses) En cuanto al alcance de la estafa, se reconocen en 2012 más de 5.000 víctimas, de ellas casi 1.000 británicas, en general personas de entre 60 y 70 años (hay noticia de algún suicidio entre los estafados) con unos montantes que oscilan entre 3.000 y 600.000 euros por persona aunque el temor de la policía es que todo lo descubierto sea sólo la punta de un iceberg de dimensiones aún por conocer.

El entramado conocido de estos chiringuitos (boiler rooms o "salas de calderas" en su acepción inglesa) es que se trata de oficinas pequeñas, sin actividad mercantil real, creadas por grupos de la delincuencia organizada transnacional para estafar a inversores mediante la captación de ahorro privado, bajo la oferta de atractivos productos que en realidad son falsos. En España se ubicaban en Barcelona, Málaga y Mallorca

Tras más de dos años de investigaciones se consiguió desmantelar 15 de estos chiringuitos y se intervino  numerosa documentación relacionada con las estafas, incluyendo guiones con instrucciones a seguir por los operadores para captar víctimas, listados de clientes, documentación bancaria relacionada con cuentas y sociedades establecidas en paraísos fiscales, y facturas comerciales de empresas vinculadas a la organización, así como numerosos dispositivos y equipos informáticos, teléfonos móviles y, por supuesto, joyas, dinero en efectivo, tarjetas de crédito de cuentas en el extranjero y varios vehículos de lujo.

Los grupos delictivos que actúan en torno a estos chiringuitos son organizaciones que se estructuran en unidades reducidas y actúan de manera independiente, pero relacionadas entre sí a través de alguno de sus componentes. Detrás de estas células autónomas se encuentran unos "líderes" que centralizan las bases de datos de potenciales víctimas, siendo además los responsables del blanqueo de los fondos obtenidos de manera fraudulenta, de la logística de la organización, de la creación de los productos ficticios utilizados para engañar  a los inversores y de la formación de los responsables de los grupos dedicados a captar a clientes para estafarlos. Además, se encargan de crear una estructura societaria amplia y difícil de desmontar para dar una apariencia legal a las operaciones y favorecer el blanqueo.
Los responsables de los grupos desarticulados se encargaban de conseguir los listados de potenciales clientes (en su mayoría elaborados por empresas de mercadeo contratadas por la organización), buscar las oficinas desde donde operar, contratar las líneas telefónicas, conseguir la documentación falsa para contratar cuentas en entidades bancarias, seleccionar el personal y buscar las viviendas donde se alojaban.

Como si de una película de intriga se tratara, los jefes de estas células gestionaban también el trabajo diario y el personal bajo su mando, estableciendo para ello una férrea disciplina con estrictas normas de convivencia (no permitiendo fumar, hacer fiestas, etc.) y evitando en todo momento llamar la atención de los vecinos, de los arrendadores de los locales .... o de la policía. En caso de incumplimiento de los horarios establecidos o de los objetivos fijados, aplicaban duras sanciones económicas.

Modus operandi
En cada lugar de actuación, los estafadores disponían de una base de datos facilitada por la organización. Con esta información realizaban una serie de llamadas presentándose como “brokers”, pertenecientes a alguna sociedad gestora de inversión. Este primer acercamiento tenía como objetivo tantear a los clientes interesados en invertir, incluso sobre qué cantidades se les podrían solicitar. Tras los primeros contactos realizaban un segundo acercamiento en el que ya exponían los diferentes tipos de productos financieros, siempre con un altísimo rendimiento, y hacían una propuesta clara de inversión. Una vez captado el cliente, le llamaban varias veces más proponiéndole otras inversiones o ampliar la inicial.
Cuando se alcanzaban los objetivos o se llevaba operando un tiempo de entre seis a doce meses con los nombres de una serie de "sociedades de inversión", éstas desaparecían, cerrando las oficinas donde operaban e iniciando las operaciones desde una nueva localización en la que se creaban o inventaban nuevas "sociedades", páginas web, direcciones de correo electrónico, teléfonos de contacto, etc. con las que actuar. Dicho sea de paso, el personal que opera en los chiringuitos no suele tener contrato de ningún tipo, ni estar dado de alta en ninguno de los regímenes de la Seguridad Social.

Operativa financiera
El dinero defraudado es controlado y gestionado en todo momento por los responsables de los grupos y, como es imaginable, queda fuera de todo control fiscal. Se abren cuentas en entidades financieras españolas "de renombre" a nombre de personas físicas testaferros o miembros de la organización bajo identidades falsas, o a  nombre de personas jurídicas, empresas creadas en España sin valor ni actividad mercantil. Una vez obtenido los fondos, se reintegran en efectivo o, por transferencia electrónica, se mueven de cuenta a cuenta en España, Reino Unido u otros países, incluidos paraísos fiscales. Este trasvase rápido del dinero se realiza para dificultar la localización de activos y/o el bloqueo preventivo por parte de las unidades de prevención del blanqueo de capitales de las propias entidades financieras, o de las autoridades judiciales.

Parte de estos fondos se reintegraban en el sistema legal mediante transferencias a cuentas contratadas a nombre de sociedades o personas que, en principio, no están relacionadas con la organización, logrando con ello dificultar extremadamente la localización de los activos defraudados.

La conclusión es que lo que antecede no es una nueva novela por entregas, sino la constatación, una vez más de que las normas existen, pero sigue existiendo también la idea de que estas cosas "le pasan a otro" y se revela relativamente fácil burlar los controles por quien dispone de un mínimo de medios.

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