jueves, 20 de marzo de 2014

Pandemonium



Hace algún tiempo, una escritora mediática (buena escritora, para más señas) tuvo el desliz de afirmar sin rubor que nuestro idioma está formado sobre todo por palabras cortas, de forma que las palabras de más de tres silabas ya son escasas en nuestro vocabulario, y el indicador que expuso de su razonamiento es que palabras que contengan las cinco vocales son tan poquitas que sólo hay una: murciélago.

Llovieron las lógicas críticas. En nuestro idioma abundan las palabras pentavocálicas (o panvocálicas) fonéticamente puras, y no digamos las impuras, considerando como tales a estos efectos las que incluyen la letra "u" muda en las sílabas gue, gui, que o qui. (por ejemplo, una palabra pentavocálica pura podría ser acuífero y una impura sería palitroque, en la que la "u" figura pero no se pronuncia)

Sin otro ánimo que el de pasar el rato, en el siguiente relato podemos encontrar unos cuantos ejemplos que servirían para rebatir la osada afirmación de la escritora. Eso sí, se ha de admitir ciertas licencias en el estilo literario para primar el uso de pentavocálicas.

Junto al eucalipto que hay en el estuario que forma un riachuelo conocido como Guadelmino, cerca del barrio de Humilladero, Aurelio instaló una buñolería, sociedad unipersonal según documento escriturado ante el Notario de Fuengirola, Eufrasio Mirabueno.

Su bisabuelo, ahora reumático, había vivido en Orihuela, pero se había refugiado en Humilladero cuando su progenitura adquirió tonos de nebulosidad por un adulterio denunciado en el cuartelillo por una encubridora bribonzuela e impetuosa que necesitó recusación del poder gubernativo: el bisabuelo era republicano pero no rufianesco, y la menstruación de la encubridora dio al traste, con auténtico entusiasmo, del saduceismo de la comunicante al devolverle la reputación..

Llegó Aurelio al autocine, donde una elevada concurrencia de un entorno interurbano, variopinto como si compusieran un centrifugado de estilos en un cruzamiento estimulador, se estaba aburriendo mientras esperaba  ver a una Julia-Roberts, llena de sensualismo, en una película sobre Julio-César (¿o era de feudalismo?). Se entretuvo la espera anotando de forma concienzuda, por duodécima vez consecutiva, en un cuadernillo desdibujado, una ecuación sobre la hipotenusa. Al alzar la vista, vio a su amigo Laurentino, acompañado de una contertulia gesticulosa, espantando con el cable del audímetro un murciélago que había salido del invernáculo....

A su salud.

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