domingo, 18 de marzo de 2018

El abuelo Cebolleta.

Muchos de los que hoy ya peinan canas (por peinar algo) tendrán, seguramente, en su recuerdo la mítica Editorial Bruguera, fundada con ese nombre en Barcelona el mismo año que acababa nuestra guerra (in)civil, 1939, por los hermanos Bruguera, como continuación de la empresa creada por su padre en 1910 con el nombre de Editorial El gato negro, que se había especializado en folletines, libros de chistes y sobre todo revistas de historietas, de las que destacaba el semanario Pulgarcito, lanzado en el lejano año 1921, siguiendo la estela de la entonces joven revista TBO (nacida en 1917 y que dio nombre a todo un género).

Desde 1947, una vez empezadas a superar las dificultades de la inmediata posguerra, la editorial aumentó su negocio editando otros tebeos, colecciones de novelas de consumo popular (en las que editó la obra de autores paradigmáticos de la novela rosa como Corín Tellado o de la novela del oeste como Marcial Lafuente Estefanía), novelas cortas de temática variada dentro de la marca Bolsilibros donde se acogió a autores represaliados por el franquismo1 a los que se les cambiaba el nombre (por poner un ejemplo, el prolífico Silver Kane no era otro que Francisco González Ledesma2), y los entonces novedosos cuadernillos de historietas de aventuras de un solo personaje, como El Cachorro (Iranzo) o El Capitán Trueno (Ambrós).

En el campo de la historieta, el papel desempeñado por la editorial Bruguera en la posguerra española fue fundamental y el escritor Terenci Moix acuñó la expresión "escuela Bruguera" para referirse a la producción de historieta humorística de la editorial con un estilo fácilmente reconocible, a medio camino entre el entretenimiento infantil y el costumbrismo satírico. Antes del boom de Francisco Ibáñez con la creación en 1958 de Mortadelo y Filemón, hubo otros dibujantes que pusieron los cimientos de la "escuela", como Peñarroya, Cifré, Jorge (Bernet Toledano), Escobar, Conti, Vázquez, Martz Schmidt (Gustavo Martínez), Enrich, etc.
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Una muestra de los más de 1.000 títulos publicados por F.G.Ledesma como Silver Kane.
Pero dejemos Bruguera y su azarosa trayectoria hasta su desaparición en 2010, paradójicamente cuando su catálogo se nutría de más obras de literatura "culta" que de la "popular" de su época dorada, para fijarnos ahora en uno de los dibujantes citados como pioneros de la "escuela": Vázquez3, que firmaba con by Vázquez, y, en concreto, una de sus obras más conocidas, creada en 1951 y aparecida por primera vez en la revista DDT, La familia Cebolleta.

La familia Cebolleta, como otras de historieta nacidas o desarrolladas en la época, como las Gambérrez, Churumbel, Ulises, Trapisonda, Pepe, etc., responde a la consigna oficial de la sociedad de posguerra, que quiere intentar reinstaurar los viejos valores y la situación anterior a la II República. Las relaciones dentro del núcleo familiar van a quedar configuradas como una relación de sumisión y de dependencia de la mujer frente al marido. La mujer debe obediencia y está sometida primero al padre, y posteriormente, una vez que se haya casado, a su marido. La mujer tiene una función procreadora, y aún más,en la décadas de los 40 y los 50, debido a las bajas de la guerra y a la política demográfica franquista para aumentar la natalidad. Para ello la consigna se basaba en conceptos como autoridad, obediencia, sumisión, disciplina, feminidad y valores religiosos. La educación influenciada por el pensamiento católico, que diferenciaba el papel de cada sexo, favoreciendo el mantenimiento del sistema patriarcal familiar. Esta educación partía de la premisa de la inferioridad intelectual de la mujer frente al hombre, por lo tanto, se impone una
educación diferente para cada sexo, se suprime la coeducación, se impone una educación “especial” para las mujeres, se depuran las escuelas... Además, se intenta imponer un modelo de mujer basado en la moral católica que controlaba la familia, el modo de vestirse, el trabajo, la manera de divertirse....
Lo preocupante socialmente es que, en la regresión que estamos viviendo hoy, parecen recuperarse con fuerza estas consignas. Pero este es otro problema.

En el caso de los Cebolleta, se trata de un grupo integrado por el cabeza de familia, Rosendo Cebolleta, calvo, con bigote y pajarita; su esposa, el ama de casa Leonor (al principio, Laura); su pequeño hijo Diógenes, que cambiará radicalmente su aspecto, de calvito con gafas a travieso rubio; y Jeremías, un loro parlanchín algo cínico, que como el José Carioca de Disney, no se separa de su cigarro puro. También forma parte de la familia (y aparece en contadas ocasiones, hasta que se la cargó la censura, activa también en publicaciones infantiles) una hija mayor, Pocholita o Lolita, ejemplo de dibujo de joven atractiva de la editorial Bruguera. Pero sobre todo, destaca por su personalidad el recordado abuelo Cebolleta, padre de Leonor, con barba, bufanda, bastón y un pie vendado, cuyo único afán es relatar sus supuestas peripecias en batallas del pasado (ha pasado al imaginario colectivo y a la lengua común a través de la frase hecha: "Cuentas más batallitas que el abuelo Cebolleta"). El tiempo que ocupa el anciano en hablar de sus hazañas se alarga hasta el infinito en la historieta, y todos a su alrededor intentan escabullirse como pueden del torrente de palabras. Su deseo frustrado de ser escuchado se inscribe en los cánones más ortodoxos de motivaciones de personajes. Siempre desazonado por sus achaques cotidianos, la gota y el lumbago, la única satisfacción a que aspira el abuelo Cebolleta es relatar algún episodio bélico en el que participara, ya sea en una campaña de las guerras coloniales británicas al mando de un regimiento de cipayos (tropas indígenas bajo mando inglés) o en la Guerra de Cuba (circunstancia que nos permite, por cierto, establecer un mínimo de edad para el personaje de unos ochenta años en 1951, momento de iniciación de la serie, dado que en sus relatos siempre se coloca al mando, con lo que en 1898 debía tener, como oficial, por lo menos, cerca de 30 años), o en guerras y batallas de difícil identificación.
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El abuelo Cebolleta "en su salsa".
Más allá del tratamiento jocoso/costumbrista que le da Vázquez a las situaciones ficticias que narra en las historietas, la verdad es que el personaje del abuelo Cebolleta tiene más de real que de imaginado si nos atenemos a los rasgos anteriormente descritos de su perfil: desazonado por sus achaques cotidianos, anhela ser escuchado en algo que narra (inventado tal vez) que sólo él conoce. Esta, no nos engañemos, puede ser en la realidad una muestra del deterioro social que comportan los años en la medida que los recuerdos de uno cada vez son menos compartidos cuando, por esa llamada ley de vida, van desapareciendo las personas con las que se comparten.

Una de las características de la memoria es su subjetividad, de manera que sabemos que un mismo hecho vivido por varias personas queda (o no) archivado en la memoria de cada una de forma diferente según los puntos que cada cual, de forma íntima e instintiva, considere relevantes en el escenario creado; es por eso que, al evocar una vivencia con otra persona también partícipe de ella, la recreación resulta positiva siempre, al poder incorporar a las sensaciones del recuerdo propio las matizaciones enriquecedoras aportadas por otro. A medida que se van perdiendo las referencias comunes va cobrando valor el relato propio y puede llegar el momento en que no queda nadie para compartir el recuerdo de la vivencia y el abuelo Cebolleta de turno necesita imperiosamente que alguien sea capaz de escuchar algo que, comprensiblemente, le resulta completamente ajeno, paso previo a la etapa de tener que hacerse compañía uno mismo aunque esté rodeado de una multitud teóricamente cercana, eso que los ingleses llaman solitude, y que a veces desemboca en cuando uno se encuentra sólo, privado de compañía humana y también de la propia compañía, identificado como loneliness.
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No es un capricho, en este contexto de la reflexión, acudir a los matices del concepto de soledad en inglés, y es que, según publicó la BBC el pasado 18 de enero, "La primera ministra británica, Theresa May, anunció esta semana la creación de un Ministerio de la Soledad, al frente del que estará Tracey Crouch, quien deberá lidiar con una problemática que afecta a 9 millones de personas en ese país (el 13,7% de la población total)..."
Poca broma. En unos días en los que, casualmente, hemos de soportar la desvergüenza pública exhibida por nuestros políticos debatiendo acerca de la dignidad de los pensionistas (repugna que se admita con normalidad eso como tema de debate; y de los medios que lo corean, mejor no hablar) con variopintos argumentos, se agradece ver la sensibilidad de gobiernos (que no son ¡ay! el nuestro y, si me apuráis, ideologías aparte) que conocen la realidad social y la abordan sin complejos.

Theresa May define el problema de la soledad como la triste realidad de la vida moderna y, aunque ciertamente este fenómeno no distingue edades, los más afectados son las personas mayores, los abuelos Cebolleta protagonistas de esta reflexión, claramente más vulnerables precisamente porque son viejos, pobres, desdichados, fracasados o tímidos se ven abocados a ella contra su voluntad (cuando, a la vez,es posible que su espíritu sea jovial, generoso, emprendedor y afable, y eso aún les produce un mayor desasosiego); se estima que en Inglaterra, la mitad de los ancianos de 75 años viven solos, lo que equivale a unos 2 millones de personas y muchos de ellos dicen que pasan días, incluso semanas, sin ningún tipo de interacción social (según datos estadísticos de encuestas, más de 200.000 personas mayores en el Reino Unido no han hablado con nadie en más de un mes). Varios expertos afirman que la soledad, entendida como aislamiento social, puede ser una amenaza mayor para la salud que la obesidad y aseguran que sociabilizar puede reducir en un 50% la muerte prematura de quienes se sienten y están completamente solos.

Hay que decir que los responsables de la sanidad inglesa se han apresurado a elogiar la creación del Ministerio, no sólo porque “la soledad es psíquicamente dolorosa, sino por dar lugar a consecuencias médicas graves: enfermedades cardíacas, cáncer, depresión, diabetes y suicidio”. Así lo prueban abundantes estudios epidemiológicos y clínicos (que algunos, todo hay que decirlo, cuestionan). Es decir, que combatiendo la soledad podrían ahorrársele a las arcas públicas ingentes cantidades del dinero, destinadas ahora al tratamiento de esas enfermedades. El escritor Andrés Trapiello, en un comentario publicado sobre el tema, apunta que entre los estudios asociados, se menciona uno según el cual la soledad reduce la esperanza de vida tanto como fumar quince cigarrillos diarios, lo cual no debe importar gran cosa a los solitarios, pues muchos de ellos, para sobrellevar su soledad, son fumadores y alcohólicos.

¿Es éste el futuro final que queremos para nuestros abuelos Cebolleta que han contribuido con su esfuerzo a que estemos donde estamos y seamos quienes somos, precisamente cuando las expectativas de vida se han multiplicado por dos, al tiempo que ¡cuidado! las nuevas tecnologías y el entretenimiento enlatado (seriales, cine, videojuegos, móviles, tabletas, internet) propician la soledad.?

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1Bruguera (conocida como "los rojos" por las autoridades de la época) estaba, en el fondo, vinculada a la izquierda anarquista y republicana. La empresa responsable de la edición de Las hermanas Gilda, Carpanta o Mortadelo y Filemón y sus trabajadores estaban muy conectados con la izquierda -catalana sobre todo-; algunos estuvieron en campos de concentración y volvieron, o lucharon en la guerra (in)civil en el bando republicano. Bajo la aparente inocuidad de las viñetas juveniles de humor, dibujantes como Conti, Vázquez, Escobar, Schmidt o Cifré, retrataron de modo hiperbólico a una sociedad magullada y pobre recién salida de la guerra. Hay que fijarse que, en los tebeos de los comienzos, el hambre no sólo lo tiene Carpanta, que es el personaje que se ha mantenido, sino que casi todos los personajes de cómic de la posguerra pasaban penurias: Doña Urraca y Don Pío, por ejemplo, se quejaban siembre del hambre que tenían.

2Francisco González Ledesma (1927 - 2015) fue abogado, periodista, guionista de historietas y novelista, especializado en los últimos años en el género policíaco; fue considerado como uno de los principales impulsores de la novela negra de corte social en España, junto a Manuel Vázquez Montalbán. Utilizó varios seudónimos para su obra, el más popular, en la posguerra, el de Silver Kane, con el que publicó más de 1.000 novelas, la mayoría del oeste. En 1984 obtuvo el Premio Planeta por Crónica sentimental en rojo.

3Manuel Vázquez Gallego (1930 – 1995), que no debe confundirse con su casi homónimo Manuel Vázquez Montalbán, fue un historietista cómico español, uno de los autores más influyentes del mercado nacional junto con Francisco Ibáñez, autor de una ingente obra gráfica entre la que destacan sobre todo sus series Las hermanas Gilda, La familia Cebolleta y Anacleto, agente secreto. Vázquez fue siempre irreverente, marginal y bohemio.​ Su falta de disciplina le privó de lograr un mayor reconocimiento popular... y de una mayor libertad real (cuentan que se casó siete veces y fue encarcelado tres veces, una de ellas por bígamo). Siempre atravesó problemas económicos, de los que salía con un descomunal talento para el sablazo (Ibáñez ha confesado que su personaje del sablista en su serie 13, Rue del Percebe, está inspirado en Vázquez) y un ingenio fuera de lo común, de lo que siempre se sintió orgulloso.

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