lunes, 16 de julio de 2018

De Frankenstein a eso de "la manada".

Estos días del año en que se cumple el bicentenario de la novela Frankenstein o el moderno Prometeo1, de la escritora inglesa Mary Shelley, ha llegado a nuestras pantallas de cine la película "Mary Shelley", dirigida por Haifaa Al Mansour y con Elle Fanning en el papel protagonista. La película se centra en un pasaje de la vida de Mary, joven extrovertida de dieciocho años que se enamora a primera vista cuando conoce al poeta Percy Shelley, un hombre con ideas avanzadas para la época. A pesar de la diferencia de edad inician un romance, que se complica cuando la familia de Mary lo descubre, prohibiendo que ambos vuelvan a verse. Para escapar de los rumores constantes, los dos se van con Claire, la medio-hermana de Mary, a una casa que tiene el también escritor Lord Byron junto al lago Lemán, en Suiza, Allí, Byron popone como un juego que todos los presentes en la reunión, incluido su médico, el doctor Polidori, escriba un relato de fantasmas, vampiros o terror, y la joven concibe la idea de Frankenstein, escribiendo la novela realmente como una vía de escape. Pero, en una época en la que las escritoras no eran tenidas en cuenta, tendrá que proteger a su monstruo y forjar su propia identidad.

Vale la pena detenerse en este aspecto, común y admitido como "normal" en nuestra sociedad; Mary Wollstonecraft Shelley (de soltera Godwin, 1797 – 1851), hija de un político y de una filósofa feminista, se reconoce hoy como narradora, dramaturga, ensayista, filósofa y biógrafa británica, sobre todo por la autoría de la novela citada, Frankenstein o el moderno Prometeo, la cual sigue siendo ampliamente leída y ha inspirado varias adaptaciones en cine y teatro, aunque también editó y promocionó las obras de su esposo, el poeta romántico y filósofo Percy Bysshe Shelley. Hasta la década de 1970, Mary Shelley fue principalmente reconocida por sus esfuerzos para publicar las obras de Percy Shelley y sólo recientemente, los historiadores han comenzado a estudiar más detalladamente y han mostrado un interés creciente en su producción literaria, particularmente en sus novelas, libros de viajes y artículos biográficos, que apoyan el punto de vista de que Mary Shelley continuó siendo una política radical a lo largo de su vida pues sus obras argumentan a menudo que la cooperación y la compasión, particularmente las practicadas por las mujeres en sus familias, son las formas de reformar a la sociedad civil. Paradójicamente, esta visión constituyó un desafío directo al romanticismo individual promovido por su marido Percy Shelley y a las teorías políticas educativas articuladas por su padre, William Godwin.
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No es la primera vez que dejamos constancia en estas líneas de lo pernicioso que puede ser (y que, sin duda, define la talla moral de quien lo hace) esa necesidad de “catalogar” con “etiquetas” a personas o cosas para “aplicar” a la relación con ellas o a las conclusiones sobre ellas lo que dicta el “manual” al uso, SIEMPRE manipulador. Pero, ¿qué sucede cuando esas “etiquetas” se convierten con el paso del tiempo en estereotipos de tal potencia que, sin hacerse notar, influyen en los derroteros de la forma y trayectoria totales de nuestra sociedad? El de Mary Shelley (y tantas otras como ella, conocidas o, sobre todo, desconocidas) es un caso habitual: el del ninguneo de la valía de la persona que, por el simple hecho de ser mujer, se ve relegada, a lo sumo, a representante del trabajo del hombre “con el que se la relaciona”, en un nivel social claramente inferior.

Sin embargo, si hay un aspecto en cuyo nombre (y desde diferentes ámbitos: profesional, laboral, religioso, familiar, social,… ) se cometen auténticas tropelías contra la mujer como persona es cuando entra en escena el componente sexual. El compositor y cantante británico Donovan Leitch publicó en 1968 su canción Laléna (también conocida en los países de habla hispana como Laleña) cuya letra dice: When the sun goes to bed that's the time you raise your head. That's your lot in life, Laléna, can't blame ya, Laléna” (Cuando el sol se va a la cama, ese es el momento en que levantas la cabeza. Esa es tu suerte en la vida, Laleña, no puedo culparte, Laleña) que fue un éxito, pese a la letra, en Estados Unidos, Reino Unido, Francia y otros países. Donovan nunca reveló los orígenes de la canción hasta 2004, en que, en una entrevista con Jim Bessman para Entertainment News Wire, declaró que las letras de la canción, dirigidas a una mujer socialmente marginada, fueron la reacción de Donovan al personaje de Lenya en la versión cinematográfica de The Threepenny Opera2: "No es muy conocido, pero Laléna es un título inspirado en el nombre de la actriz alemana Lotte Lenya y su fascinante actuación en “The Threepenny Opera” como un musical con conciencia social, así que cuando vi la película con Lotte Lenya, pensé: "OK, es una prostituta, pero en la Historia del mundo, en todas las naciones, las mujeres han tenido que asumir variados roles, de sacerdotisa a puta, a madre, a doncella, a esposa para que las sociedades avancen". Esta apariencia de poder sexual y sus interpretaciones es muy prominente, y allí vi la difícil situación del personaje. Las mujeres tienen los roles que se les atribuyen y que desempeñan lo mejor que pueden, así que estoy describiendo el personaje que Lotte Lenya está representando, pero es un personaje formado por todas las mujeres que son realmente parias, en el límite de la sociedad”.

Desde un punto de vista exclusivamente musical, la canción ha sido grabada, además del propio Donovan (sólo o acompañado por Marc Bolan, Paul McCartney, etc.), entre otros, por Deep Purple, Jane Olivor, o Trini López (con un solo de guitarra en el intermedio que hace perdonar la traducción macarrónica al castellano en que convierte la segunda parte de la interpretación), pero aquí, para dar el reivindicado y merecido protagonismo a la mujer, recordaremos la versión que grabó en checo en 1970 Helena Vondráčková, absolutamente desconocida para nosotros pero toda una figura en su país.
 

Uno tiende, sin quitarles importancia, a considerar casos como los vistos de Mary Shelley o de Laleña como anecdóticos y no representativos de la realidad y es cierto que no son representativos, pero por motivos, precisamente, opuestos a las que se dan como razonables, es decir que la situación del colectivo femenino es mucho peor de lo que cabría deducir por estas anécdotas.

Sin entrar a fondo en la materia, para lo que esta entrada (y, seguramente, este blog) quedaría corta, sólo unas reflexiones a vuela pluma. Si, a pesar de la antigüedad de la Declaración de los Derechos Humanos, que consagra, entre otras, la no discriminación de las personas por razón de sexo, aún son (y se ven) normales las reivindicaciones en ese sentido, queda de manifiesto que, para las autoridades, una cosa es predicar y otra muy diferente dar trigo. Hay detalles que hacen pensar que las autoridades no parecen dar al colectivo de las mujeres la importancia que tiene porque no se ven avances reales en las soluciones a sus fundadas quejas y en ese sentido podemos pensar que la violencia de género ha acabado ya con la vida de más mujeres que el total de asesinados por ETA en toda su historia, y mientras ante ésta se activaron rápida y progresivamente todos los mecanismos necesarios y la sociedad respondió, como no podía ser de otro modo, en el primer caso es mucho más pausado y, aparentemente, menos decidido el timing. (¡Ojo! Que nadie se llame a engaño; no se trata de comparar ETA con la violencia de género, que pertenecen a órbitas diferentes, sino, simplemente, poner sobre la mesa lo que se ve como diferente grado de interés de los legisladores ante ambas problemáticas y que, quien corresponda, argumente los motivos).

Apuntamos más arriba la respuesta social ante la situación de la mujer... En los años 80 y 90 del pasado siglo fue muy popular en nuestro país un duo (inicialmente, un trío) de humoristas con sketches ajustados a la realidad social, alguno de ellos, francamente, de gran calidad a la vez que crítico; pero, lamentablemente, uno de los que obtuvo mayor fortuna en su aceptación pública consistía en uno de los miembros del duo caracterizado de mujer, magullada y temblorosa, que proclamaba: "Mi marido me pega... lo normal" Evidentemente, cabe la posibilidad de que el gag fuera creado para "despertar conciencias", pero, si treinta años después de su creación se repone y sigue levantando carcajadas (¡también en mujeres!), algo muy serio está por resolver en nuestra sociedad. Se sigue admitiendo que la mujer, por el hecho de serlo, debe estar a otro nivel, inferior, al del hombre. Una constatación en lógica cartesiana: si se necesita promulgar leyes encaminadas a conseguir la igualdad de personas, este hecho indica que una de las fuentes del derecho, la costumbre, va por otros derroteros, y se acepta socialmente algo lejano a esa nueva ley.
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Lo trágico cuando se desea vislumbrar un futuro de auténtica igualdad es observar que muchas mujeres reivindican con ardor (actitud respetable, por supuesto) la continuidad de roles sociales, profesionales, familares,... diferentes e inalterables para cada sexo. Más allá de esa ñoñería de "yo ayudo en las tareas de casa", que suele esconder la evidencia asumida por todos de que eso sigue siendo responsabilidad de la mujer, a la que, para que no proteste, se le hace el pregonado favor de ayudarla "en lo que a mí me guste"; más allá, decimos, se encuentran actitudes auténticamente sangrantes para una convivencia armónica en igualdad. Un ejemplo actual: se ha publicado estos días que uno de los condenados por el repugnante y controvertido mediáticamente caso conocido por el de "la manada", en libertad provisional (?), se ufanaba de tener un club de fans en las Redes Sociales en el que también habían mujeres (!!!). Sin comentarios.

Ya que hablamos del caso de "la manada", y sin entrar en él, sólo un par de apuntes: ¿qué confianza y credibilidad puede pedir una institución que repone en su puesto como servidores públicos a algunos condenados en la sentencia? Se dirá, claro, como en el tema de la libertad provisional, que la ley lo permite, y es verdad; lo que duele es que las instituciones se amparen para casi todo, si políticamente les conviene, en ese mantra del imperio de la ley (con minúscula), aparentemente inmutable para ellos, sin dar muestras de que verdaderamente les preocupe que haya el debido paralelismo entre Ley (ahora con mayúscula) y Justicia, desoyendo tranquilamente las quejas, el desamparo y el clamor popular.

Volvamos al principio, con Mary Shelley; el público suele identificar como Frankenstein al monstruo cuando es su creador (que, bien mirado, también es un monstruo); en el caso que comentamos, el de la situación social de la mujer, en un sistema que se va retroalimentando para seguir la doctrina del escritor Giuseppe Tomasi di Lampedusa, de que todo cambie para que todo siga igual, ¿quién es Frankenstein? ¿quién el monstruo? Ahí lo dejamos. Se admiten apuestas.

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1Frankenstein o el moderno Prometeo, o simplemente Frankenstein (título original en inglés: Frankenstein; or the modern Prometheus), es una obra literaria que habla de temas tales como la moral científica, la creación y destrucción de vida y el atrevimiento de la humanidad en su relación con Dios. De ahí, el subtítulo de la obra: el protagonista intenta rivalizar en poder con Dios, como una suerte de Prometeo moderno que arrebata el fuego sagrado de la vida a la divinidad.
Hay que decir que el personaje del doctor Frankenstein está basado en el científico amateur Andrew Crosse, que solía experimentar con cadáveres y electricidad (en aquel entonces una energía apenas estudiada y rodeada de un halo de misterio y omnipotencia).
La novela narra la historia de Víctor Frankenstein, un joven suizo, estudiante de medicina en Ingolstadt, obsesionado por conocer "los secretos del cielo y la tierra". En su afán por desentrañar "la misteriosa alma del hombre", Víctor crea un cuerpo, una criatura de 2,44 metros de altura, a partir de la unión de distintas partes de cadáveres diseccionados y animada mediante electricidad. Víctor Frankenstein comprende en ese momento el horror que ha creado, rechaza con espanto el resultado de su experimento y huye de su laboratorio. Al volver, el monstruo ha desaparecido y él cree que todo ha concluido. Pero la sombra de su pecado le persigue: el monstruo tras huir del laboratorio, siente el rechazo de la humanidad y se despierta en él el odio y la sed de venganza. Tras un período de convalecencia debido al exceso de trabajo, y después de enterarse del asesinato de su hermano menor William, Víctor regresa a su Ginebra natal con su familia y su prometida, solo para descubrir que detrás del crimen está el furor de la criatura que él ha traído a la vida. La culpa de Víctor se hace mayor cuando permite que una sirvienta de la familia -Justine Moritz- sea condenada a muerte y ejecutada, acusada del crimen.
No desmenuzaremos más la novela, en atención a quien aún no la haya leído, y sólo diremos que, al final, es la propia criatura la que pondrá fin a su miserable existencia lo que comunica así al que a la postre es el narrador: «No tema usted, no cometeré más crímenes. Mi tarea ha terminado. Ni su vida ni la de ningún otro ser humano son necesarias ya para que se cumpla lo que debe cumplirse. Bastará con una sola existencia: la mía. Y no tardaré en efectuar esta inmolación; me dirigiré al más alejado y septentrional lugar del hemisferio; allí recogeré todo cuanto pueda arder para construir una pira en la que pueda consumirse mi mísero cuerpo». 

2The Threepenny Opera (originalmente en alemán: Die 3 Groschen-Oper y para nosotros La ópera de los 3 peniques) es una película musical alemana de 1931 basada libremente en el éxito de igual título del teatro musical de 1928, de Bertolt Brecht y Kurt Weill.
El argumento es que, a finales de la época victoriana de Londres, Mackie Messer ("Mack the Knife") es un pandillero cuya amante es Jenny, una prostituta en un burdel pero al ver a Polly por primera vez, la convence de que se case con él.
El padre de Polly controla a los mendigos de la ciudad y está furioso por perder a su hija a manos de un criminal rival y denuncia a Mackie como un asesino; Mackie va al burdel, donde la celosa Jenny traiciona su presencia a la policía y después de una dramática escapada a la azotea, es arrestado y encarcelado.
Mientras tanto, Polly compra un banco con los secuaces de Mackie, nombrando a este director, lo que causa un cambio de actitud de sus padres. Jenny visita la prisión y, al prometer sus favores al carcelero, éste permite a Mackie escapar; se dirige al banco, donde descubre su nuevo estado. Polly también llega al banco y acuerdan unir sus fuerzas ya que, como dice Brecht, la banca es una forma de crimen más segura y más rentable.

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