lunes, 1 de octubre de 2018

Patria/s.

Es conocido que, en una Comisión Parlamentaria que, en teoría, investigaba la corrupción en nuestra 
clase política, compareció hace unos días como testigo (obligado legalmente, por tanto, a decir la 
verdad, pero ese es otro tema) el antiguo presidente del gobierno y del partido político definido como 
corrupto y como organización criminal en sentencia judicial. No entraremos a analizar el contenido de su 
comparecencia (aviso a navegantes: quien, sin haberla visto directamente, pretenda formarse una opinión 
objetiva de la misma, que compare informaciones de medios fiables, ya que, por las conclusiones 
publicadas por unos y otros, no queda claro si hablan de la misma comparecencia), no es nuestro 
propósito, pero es inevitable reparar en el mensaje final del compareciente, que, aparte de negarlo todo 
(incluso lo que consta en sentencias judiciales), manifestó sentirse orgulloso de su labor en el partido y 
en el gobierno, y no admitía críticas porque “yo soy España”. Bueno, ésto no lo dijo así de claro, con 
estas palabras, pero quedan pocas dudas de que el espíritu era éste. 
 
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¿Información fiable?
 
Por concatenación de ideas, me vino a la memoria una vivencia personal reciente, que me atrevo a 
compartir con vosotros. Resulta que en este embrollo de Catalunya (y lo que te rondaré) en lo que una 
irresponsable ineptitud política ha convertido el hallar la mejor para todos forma de encaje de Catalunya 
dentro de España (sólo dos apuntes de pura lógica: ¿estaríamos como estamos si cuando en mayo de 
2008 el entonces presidente Montilla, poco sospechoso de independentista, denunció en sede 
parlamentaria el desapego del catalán hacia la España que veía, alguien hubiera preguntado los motivos 
y se hubiera reconducido a tiempo trabajando juntas las dos partes? Pues no se hizo NADA. 
¿estaríamos como estamos si un partido político no hubiera impugnado dos años antes, por ganar votos, 
SÓLO el Estatuto de Catalunya y no otros de contenido similar… y el Tribunal Constitucional lo 
admitiera?), observé en Redes Sociales compartidas que una persona conocida desde hace años se solía 
hacer eco, seguramente sin malicia, de chanzas, menosprecio e incluso insultos emitidos, a veces como 
“ocurrencia” sólo por una de las partes. Ante ésto, consideré conveniente enviarle un mensaje personal 
en el que, desde el respeto escrupuloso de sus ideas, le sugería mi opinión de que, para llegar a 
conclusiones válidas (al margen de hacia dónde se decante uno después) hay que buscar y ponderar el 
valor de la información fiable, de todas las partes en discordia y, sobre todo, sin burlas, chanzas ni 
menosprecio a quien piensa diferente. Pues bien, la respuesta fue que “por mi podéis independizaros 
mañana mismo” (ignoro por qué esa personalización, y, además, ¿buscar información de todas las 
partes antes de tomar partido es querer la independencia?) porque, decía, “Yo soy y me siento ESPAÑOL” 
(las mayúsculas son del mensaje original) como si quien busca informarse de la realidad de los 
problemas que nos pueden afectar a todos dentro de esa España común (y no sólo lo que nos vende una 
parte, sea la que sea) no lo fuera. Claro, que con esto de la información se suele cumplir el llamado en 
psicología teorema de Thomas, que viene a decir que si las personas definen las situaciones como reales, 
éstas son reales en sus consecuencias, y eso se puede aplicar a todo lo que están presentando ahora 
como real sin serlo.  

Esta anécdota real, complementada ahora con el contenido de la comparecencia parlamentaria del ex 
presidente que aludíamos al principio, conduce a reflexionar serena pero seriamente sobre las diferentes 
formas en que se puede presentar el amor por tu país, eso tan respetable que llamamos patriotismo. En 
torno al patriotismo han hablado historiadores, políticos, sociólogos, intelectuales en general y otros 
muchos especialistas, que sería imposible citar en su totalidad. No seré yo quien les lleve la contraria a 
unos u otros, pero la verdad es que ante tanto adjetivo patriótico como se oye ahora, es inevitable acudir 
a los viejos temas de psicología. Y es que, en estos meses, la cuestión del patriota ha vuelto de la mano 
de la lealtad constitucional y se le ha relacionado con líderes, partidos, experiencias históricas y orígenes 
de muy diferente pelaje. 

Para empezar por el principio, se suele admitir como definición que el patriotismo es el sentimiento que 
tiene un ser humano por la tierra, natal o no, a la que se siente ligado por unos determinados valores, 
afectos, cultura e historia; es el equivalente colectivo al orgullo que siente una persona por pertenecer a 
una familia o también a una nación. Como tal sentimiento, el del patriotismo es uno de los más 
fácilmente manipulables, y es que nadie nace “patriota”, esta conducta se aprende o inculca generalmente 
en el entorno: familia, amigos, escuela, grupo social, trabajo, etc., sin descartar la influencia de lo que 
uno observa alrededor.  
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Quizá, desde la psicología, convenga ubicar el sentimiento del patriotismo en su lugar dentro de la 
Pirámide de jerarquía de necesidades que propuso Abraham Maslow (a la que, ya hace algún tiempo, le 
destinamos una entrada en este blog) para este análisis. Según esta pirámide de jerarquías, el 
patriotismo cabe ubicarlo en el tercer nivel de los cinco de que consta, el que busca cubrir las 
necesidades de aceptación social (amor, afecto y pertenencia), una vez satisfechas las de los dos niveles 
inferiores, las fisiológicas (nivel 1) y las de seguridad (nivel 2) teniendo muy en cuenta en esta 
aproximación 
 - que sólo las necesidades fisiológicas nacen con la persona, el resto de las necesidades surgen 
(o se crean artificialmente) con el transcurso del tiempo, 
 - que sólo las necesidades no satisfechas influyen en el comportamiento de las personas mientras 
que las satisfechas no genera comportamiento alguno, 
 - que a medida que la persona logra controlar sus necesidades básicas aparecen  gradualmente 
necesidades de orden superior y 
 - que las necesidades más elevadas no surgen SIEMPRE cuando las más bajas van siendo 
satisfechas sino que pueden ser concomitantes con ellas aunque las básicas predominarán  sobre las 
superiores ya que requieren para su satisfacción un ciclo motivacional relativamente corto en 
contraposición a las necesidades superiores que requieren un ciclo más largo.

Desde el punto de vista psicológico-teórico, pues, ¿es o no el patriotismo un sentimiento manipulable? 
Desde nuestro punto de vista, lo es claramente; basta, por ejemplo, con hacerlo asociar con 
necesidades más primigenias como la seguridad (a un nivel inferior, recordemos). Y esto es así porque 
los manipuladores saben que el sentimiento exacerbado del patriotismo resulta prácticamente 
irrompible. Lo que se presenta como amenazas externas a la patria lo alimentan y le dan fuerza y los 
desafíos internos, si los hay, no logran erosionarlo con una potencia suficiente como para que sus 
defensores disminuyan su pasión y abandonen su predisposición a acometer acciones extremas en 
defensa de su país. Detrás del fanatismo de hinchas violentos, bandas callejeras, incluso terroristas o 
sencillamente ciudadanos de a pie, se esconden unos mecanismos sociales y psicológicos complejos 
que tienen que ver tanto con los valores colectivos que se dicen defender como con las relaciones entre 
quienes lo integran. ¿Por qué se justifica, pues, lo injustificable dentro de un grupo? ¿Por qué los 
miembros de partidos políticos se mantienen incorregiblemente atados a sus siglas bajo toda 
circunstancia? ¿Por qué se defiende una bandera deportiva pese a que el club decepcione o sea corrupto? 
La respuesta, quizás, está más cerca del apego intergrupal que de los ideales, y la causa reside en el 
fenómeno llamado en psicología fusión de identidad, unión visceral y poco frecuente entre el individuo 
y su grupo. La fuerza recíproca, es decir, la sensación de que «tú haces más fuerte al grupo y el grupo te 
hace más fuerte a ti»; y la creencia en la unidad con el grupo, «en que el grupo y tú sois una misma cosa». 
En base a esos parámetros se pueden organizar y predecir comportamientos extremos pues las personas  
fusionadas están predispuestas a acometer actuaciones extraordinarias, aunque no ocurre lo mismo con 
quienes sienten una identificación menor.

No es difícil colegir de todo lo anterior que la exposición a la manipulación y su intensidad quedan en 
paralelo a lo que cada uno entiende que es la patria, y aquí empieza la bruma y la confusión, toda vez que 
si ciertamente hay un cierto consenso en definir patriotismo, hay un total desacuerdo, a veces oposición 
frontal, en los criterios al definir patria. Sin decantarnos en estas líneas por cuál debe ser la definición 
correcta (si es que hubiere alguna), sí que es necesario hacer hincapié para el análisis en estas reflexiones, 
en el aspecto de que el patriotismo es un sentimiento elaborado, no natural, influido por la historia 
contada, la cultura, el entorno, las vivencias personales, etc. 

En definitiva, cuando se habla del patriotismo no se hace otra cosa más que hablar de los afectos y, en ese 
sentido, queda descartado de este análisis ese patriotismo que ya definió George Bernard Shaw: 
“Patriotismo es tu convencimiento de que este país es superior a todos los demás porque tú naciste en él.” 
y sus variaciones, que son el creer que patriotismo sólo es enorgullecerse de las batallas ganadas o de los 
pueblos sometidos por los anteriores habitantes de la tierra en la que tú habitas ahora, como resumen del 
sentimiento de amor y dedicación que sí es el patriotismo. 
 
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En Estados Unidos se han realizado y publicado recientemente (en la era pre-Trump, para ser exactos) 
una interesante serie de trabajos psicológicos con el fin de analizar el comportamiento y las actitudes 
visibles del americano medio para, llegado el caso, estudiar cómo mejorar la imagen que se tiene desde 
fuera del país en base a esos comportamientos. En lo tocante al personal que representa al país 
(diplomáticos, militares, funcionarios,…), la sensibilidad se traducía en hallar, si los había, para poder 
reconducirlos, ese tipo de “patriotas” que definió sin pelos en la lengua Schopenhauer: “Todo imbécil 
execrable, que no tiene en el mundo nada de que pueda enorgullecerse, se refugia en este último recurso, 
de vanagloriarse de la nación a que pertenece por casualidad.”. 

En este sentido, acompañamos unos extractos (pocos) del ensayo que con el revelador título de  
¿Patriotismo o fanatismo? Publicó M. A. Fiallo Chamah, doctor en medicina, psicólogo, 
conferenciante, experto Compliance y profesor en Pittsburg: 
El fanatismo por antonomasia es una conducta eminentemente irracional, como ya indicó Friedric 
Schiller, de naturaleza puramente emocional, cuya ceguera intelectual produce unas explosiones 
furibundas con un alto contenido de agresividad ante los conceptos opuestos. El fanático, busca 
oposición aún en las ideas similares, porque la confrontación es una de las metas que su inmadurez 
intelectual busca como manera de expresarse. No tiende puentes, rastrea brechas.
En el fanático hay una condición sine qua non: pérdida del contacto íntimo con la realidad y obnubilación con bloqueo del flujo perceptivo. Dentro del fanático mora una idea fija, cristalizada; obsesiva y compulsiva. Hasta cierto punto hay cierta “abulia y haraganería mental”, pues no se detiene a evaluar las ideas predeterminadas. Si lee un libro que considera sagrado, no interpreta, sigue a pie juntillas lo expresado y ni siquiera se detiene en el contexto histórico, psicológico y conceptual de la idea envuelta en el precepto sagrado que enarbola como un demente.
¿Puede un fanático ser un buen “patriota”? Lo dudamos, porque para realizar y experimentar “Patria”, se necesita una fría retracción de los sentidos externos; un contacto con el corazón donde Ella reside. El fanático carece de ese solemne sosiego, requisito para admirarla, quererla y protegerla…

Lo que queda claro, fanatismos patológicos personales aparte, es que en todos los países del mundo, desde muy pequeños, se inculca a los ciudadanos —consciente e inconscientemente— el amor a la patria (de la que se impone cuál debe ser), se obliga a memorizar himnos nacionales, símbolos patrios (que ¡ojo! pueden cambiar; no sería el primer país que cambia su himno o su bandera), costumbres declaradas autóctonas aunque sean minoritarias y en general, se hace pensar que es un orgullo pertenecer a una nación, servirla, sacrificarse por ella y cuidarla. El patriotismo/nacionalismo es una sensación —e ideología determinada— tan arraigada que son muy pocos los que se aventuran a cuestionar su origen. Puede afirmarse que realmente no es más que una herramienta de control social utilizada para separar a las personas, haciéndolas creer que son diferentes, únicas, especiales o, en el peor de los casos, superiores, simplemente por haber nacido casualmente en un pedazo de tierra que tiene determinada ubicación geográfica.

Resultado de imagen de nacionalismo y patriotismo


Y, en el uso de esa herramienta de control, se “ordena” qué debe de entenderse por “patria”; hay un hecho indiscutible y es que el concepto de país, nación o patria ha variado considerablemente a lo largo del tiempo y del espacio desde la prehistoria, en que simplemente no existía, hasta hoy, pasando por las polis, las ciudades-estado, los burgos, las sociedades feudales, etc., y la evolución del sentido de pertenencia vinculado a cada una de esas formas de organización social. En la actualidad hay quien define “patria” como lugar de procedencia, como si fuera una etiqueta. Craso error; hemos citado que la definición generalmente admitida del patriotismo es la de que es el sentimiento que tiene un ser humano por la tierra, natal o no, a la que se siente ligado por unos determinados valores, afectos, cultura e historia; es el equivalente colectivo al orgullo que siente una persona por pertenecer a una familia o también a una nación, es decir, que al tratarse de un sentimiento, no puede imponerse que vaya artificialmente ligado a nada. Es más, llegado al extremo y comparando con el orgullo de pertenecer a una familia, ¿qué pasa si la actitud de la familia en lugar de enorgullecer avergüenza? El identificar la patria con el lugar de nacimiento porque sí no se sostiene: ¿no es rabiosamente americano Henry Kissinger, nacido en Alemania? ¿no se considera, pues, español el rey emérito Juan Carlos, nacido en Roma? Curiosamente, eso de identificar patria con lugar de nacimiento se usa según convenga políticamente, de forma que los mismos que imponen esta idea son los que tildan de acendrados patriotas españoles, por ejemplo, a los colonos que vinieron a repoblar Sierra Morena en tiempos de Carlos III desde su Alemania natal. Y a sus descendientes, claro, mientras que en otras ocasiones similares de diferente signo político no tienen reparos en acusarlos de “renegados” (¡a sus descendientes!) Consecuencias similares, aunque con matices diferentes, tiene la equiparación de “patria” con la tierra donde se ha crecido, donde se han producido las vivencias que mayor marca dejan; decía Borges que “yo soy la suma de los innumerables antepasados que confluyen en mí”, y canta Raimon que “qui perd els origens, perd identitat” (quien pierde los orígenes, pierde identidad), y ambas son rigurosamente ciertas, pero ambas se basan en el pasado, y el futuro es otra cosa. ¿cuántas veces hemos oído algo parecido a “yo soy de X, donde vuelvo con frecuencia, donde conservo amigos y de donde guardo un recuerdo imborrable, pero… reconozco que hoy no sabría vivir allí”? El pasado no vuelve, aunque la nostalgia y la añoranza puedan seducirnos de que sí. Pero, ¿patria? Se comprende el hecho de que haya cierto aprecio, cariño o buenos recuerdos del lugar de crianza, pero de eso a morir por él hay una gran diferencia, porque, ¿exactamente, qué es lo que se está defendiendo tan fervientemente al morir por la patria? ¿serán valores, costumbres o tradiciones? Pero resulta que éstos no dependen de la nacionalidad para ser adoptados, sino de la consciencia de la gente. ¿serán, pues, los habitantes? Pero los habitantes pueden vivir igualmente en otra localización geográfica, ya que no están formalmente atados a un sitio. ¿Serán los bienes materiales o recursos naturales? Puede ser, aunque morir por objetos físicos, la verdad, no es muy honorable. ¿por qué, entonces, se pelea realmente al defender a la patria?

Si el patriotismo es, sin lugar a dudas, un sentimiento, puede ser conveniente ver, más allá de 
definiciones oficiales casi bélicas, del concepto “patria” impuesto, cómo diversos personajes históricos 
conocidos, lo han visto. Para pensar.
- “Mi patria es mi hijo y mi biblioteca”. Roberto Bolaño, escritor chileno exiliado en España.
- “No he nacido para un solo rincón. Mi patria es todo el mundo”. Lucio Anneo Séneca, filósofo y 
político romano nacido en Córdoba.
- “Donde quiera que se esté bien, allí está la patria”. Marco Tulio Cicerón, jurista romano.
- “Uno es de donde se siente feliz y libre”. François-Marie Arouet (Voltaire) escritor y filósofo francés.
- “La patria es espíritu. Ello dice que el ser de la patria se funda en un valor o en una 
acumulación de valores, con los que se enlaza a los hijos de un territorio en el suelo que habitan”. 
Ramiro de Maeztu, ensayista y político vasco, primero republicano y después conservador.
- “El amor a la patria siempre daña a la persona”. Francisco de Quevedo, escritor español del Siglo 
de Oro.
- “Sólo el egoísmo y el odio tienen patria. ¡La fraternidad no la tiene!”. Alphonse de Lamartine, 
escritor romántico y político francés.
- “La patria es donde crecen los hijos”. Anónimo. Oído a un emigrante español a México cuando 
volvió a España y sus hijos se quedaron en México.
- …

Como se ve, hay múltiples definiciones o acercamientos al tema, según sea la sensibilidad y trayectoria 
personal del autor. Una anécdota, para algunos chocante, que evidencia la dificultad de definir 
oficialmente algo con un elevado componente sentimental y vinculado a diferentes sensibilidades, la 
encontramos repasando la actividad política de Cánovas del Castillo.
Antonio Cánovas del Castillo fue un historiador que vivió la segunda mitad del siglo XIX y que, como 
político, accedió a la Presidencia del Consejo de Ministros en seis ocasiones, siendo precursor de lo 
que hoy conocemos como bipartidismo al alternarse esta Presidencia con su rival político Práxedes 
Mateo Sagasta. Durante sus gobiernos se redactó y aprobó la Constitución de 1876 que contribuyó al 
sistema de turno pacífico de gobierno, creando una apariencia de democracia que ponía fin a la 
inestabilidad política que arrastraba el país desde décadas anteriores.
Se cuenta que, en los trabajos de elaboración de esa Constitución, cuando ya se veía venir la 
problemática de Cuba y, dentro de la península se mascaban los movimientos independentistas del arco 
mediterráneo, de Catalunya a Cartagena, sus redactores se encontraron un problema muy importante, 
para ellos, insoluble:¿cómo debían definir a los españoles en la Constitución? ¿qué era ser español? 
Esta trascendental cuestión se la plantearon a Cánovas del Castillo, y se dice que éste, quitándose y 
poniéndose los lentes, con aquel guiño característico que expresaba su mal humor ante toda 
impertinencia, contestó de esta guisa, con su ceceo malagueño:

«Pongan ustedes que son españoles… los que no pueden ser otra cosa1»

Abundando en la misma cuestión, en otra ocasión, reunido con el, en ese momento, ex-presidente de la 
República, Emilio Castelar, y otras personalidades, surgió un curioso tema de conversación: cuál era el 
país donde cada uno hubiera querido nacer. Castelar, que a españolísimo y mata-repúblicas no le 
ganaba nadie, respondió muy convencido algo parecido a esto: “Yo, de no ser español, querría ser 
¡español!”. Cánovas, que no desaprovechaba la ocasión, le dijo: “La verdad, Emilio, no te creía tan 
modesto”. 
 
Ver las imágenes de origen

 
Con estos conceptos se ve la doble cara de la política, direccionando a su antojo la interpretación de 
unos sentimientos para, como en una mala película de serie B, mostrar quién decide que sean “los 
buenos” y “los malos” manejando así la reacción del publico, que es quien paga, y así reserva el 
nombre de”patriotismo” al sentimiento referido a las naciones-estado y destina el de “nacionalismo” a 
las naciones-sin-estado, ubicadas, lógicamente, dentro de las naciones-estado. Habitualmente, sin 
embargo, patriotismo y nacionalismo van juntos como en el caso Rusia o de Norteamérica, queridas 
por la mayor parte de sus ciudadanos y pensadas como la mejor del mundo. En otras ocasiones, sea o 
no nación-estado, la historia impone sus propios traumas, como sucedió en el desarrollo alemán.

Los psicólogos (generalmente cuando analizan desde el estado-nación) utilizan la emoción y el 
pensamiento para distinguir entre patriotismo y nacionalismo de forma que al primero lo sitúan en el 
plano de la afectividad y al segundo en el ángulo del cálculo y de la comparación racional. Patriota es 
el que ama a su país, se siente orgulloso de él, lo cree por encima de los demás, está dispuesto a 
defenderlo (?) y poco más. El nacionalismo, según esta lógica, se mueve en el ámbito de la razón, en el 
esquema lógico de ordenar las cosas por su importancia y también otorga a la propia nación el 
escalafón más elevado. La nación a la que uno pertenece, sea cual sea, en ambos casos es vista como 
superior a las demás, es mejor que las otras y, a veces, hasta se le concede una misión, un papel 
primordial en el juego de naciones. Puestas así las cosas, estamos hablando simplemente de 
pensamiento y de emoción en ambos casos. Y es aquí donde todo se vuelve más complicado. Y no vale 
recurrir, como propone el filósofo alemán Jürgen Habermas a una suerte de “patriotismo constitucional” 
(así lo llama)  porque puede provocar auténticos estados de confusión, ya que depende de la 
constitución que se tome como referente del patriotismo y de cómo se interprete. 
 
Para luchar contra esta confusión, sería conveniente proporcionar al ciudadano unos cuantos indicadores 
que le permitan saber los rasgos comunes del individuo, lo llamen patriota, nacionalista, cosmopolita o 
las tres cosas al tiempo, si es que eso fuera posible. Desde las tradicionales escalas de actitudes 
psicológicas, se puede estar de acuerdo con afirmaciones como 'amo a mi país', 'estoy orgulloso de 
pertenecer a él y estoy comprometido con su futuro aunque no estoy de acuerdo con algunas acciones 
del gobierno', 'pertenecer a mi país es una parte importante de mí mismo', 'es importante para un 
ciudadano servir a su país', etc., comunes al sentimiento, se le llame como se le llame. La clave de la 
manipulación reside en que cuando el nacionalista-sin-estado reivindica su derecho a ser diferente (en 
historia, cultura, lengua…), esta reivindicación de la diferencia se vende al patriota-con-estado como 
que está proclamando que es un ser superior y que, por ello, trata de obtener ventajas sobre los otros.

A veces, el sólo hecho de pretender plantear esas diferencias hace a alguien ser identificado alegremente 
como “peligroso separatista” cuando lo único que desea es ser reconocido como diferente dentro de la 
nación-estado. Eso le pasó al político, médico, escritor y dibujante, uno de los padres del nacionalismo 
gallego Alfonso Daniel Rodríguez Castelao (más conocido simplemente como Castelao) al publicar que  
«Los catalanes, los gallegos y los vascos serían antiespañoles si quisieran imponer su modo de hablar 
a la gente de Castilla; pero son patriotas cuando aman su lengua y no se avienen a cambiarla por otra. 
Nosotros comprendemos que a un gallego, a un vasco o a un catalán que no quiera ser español se le 
llame separatista; pero yo pregunto cómo debe llamársele a un gallego que no quiera ser gallego, a un 
vasco que no quiera ser vasco, a un catalán que no quiera ser catalán. Estoy seguro de que en Castilla, 
a estos compatriotas les llaman "buenos españoles", "modelo de patriotas", cuando en realidad son 
traidores a sí mismos y a la tierra que les dio el ser. ¡Estos si que son separatistas!» 
  
Y hay que decir que el estigma de separatista (nacionalista, no patriota) sobrepasa incluso la vida del 
afectado; cuando Castelao murió en el exilio, en Buenos Aires, la Dirección General de Prensa del 
Gobierno de España despachó las siguientes instrucciones a los medios acerca de cómo tratar la noticia:

    «Habiendo fallecido en Buenos Aires el político republicano y separatista gallego Alfonso 
Rodríguez Castelao se advierte lo siguiente:

    La noticia de su muerte se dará en páginas interiores y a una columna. Caso de insertar fotografía, 
esta no deberá ser de ningún acto político. Se elogiarán únicamente del fallecido sus características de 
humorista, literato y caricaturista. Se podrá destacar su personalidad política, siempre y cuando se 
mencione que aquella fue errada y que se espera de la misericordia de Dios el perdón de sus pecados. 
De su actividad literaria y artística no se hará mención alguna del libro "Sempre en Galiza" ni de los 
álbumes de dibujos de la guerra civil.

    Cualquier omisión de estas instrucciones dará lugar al correspondiente expediente»

Como reflexión final, pensemos que sin la manipulación del sentimiento del patriotismo/nacionalismo, 
no habría forma de que las autoridades y grupos de poder lograran convencer a los ciudadanos para que 
voluntariamente se ofrecieran a acabar con otros seres humanos y exponerse a sí mismos a la muerte, 
sólo para defender una idea abstracta que en realidad no significa nada. El patriotismo/nacionalismo es, 
entonces, clave para las guerras, y las guerras son claves para los negocios. Hay dinero de por medio en 
el patriotismo, claro que sí. 
 
 
Si los humanos lográramos borrar esa barrera artificial de la nacionalidad, eliminando las fronteras 
territoriales concebidas como elemento separador y nos apreciáramos por lo que somos, simples 
personas habitantes de la Tierra común, unidos por un vínculo natural, conscientes de que somos 
interdependientes, no habría forma alguna de que pudiéramos ser manipulados para aplastar a nuestro 
prójimo por el simple hecho de ser originario de un sitio distinto. En una época en la que está 
ocurriendo la vergüenza de los refugiados, no habría forma alguna de que nos tragáramos el cuento 
xenófobo de que los extranjeros representan un peligro para nuestro modo de vida y nuestras 
costumbres, y por lo tanto hay que combatirlos —hasta la muerte en muchos casos aunque, eso sí, 
disimulando las formas y culpando siempre a otros—
Paul Valèry una vez dijo: “La guerra es una masacre entre personas que no se conocen para el 
beneficio de personas que sí se conocen pero no se masacran”. 
Otro francés, Jean Paul Sartre, mencionó que “cuando los ricos se declaran la guerra son los pobres 
los que mueren”. Ambos no podrían haber estado más acertados. Los pobres patriotas son los que 
derraman la sangre en los campos de batalla, mientras los ricos, más fieles al oro que a la bandera, se 
sientan cómodamente a observar desde una distancia segura todo lo que sucede, esperando que el 
conflicto termine para recolectar los frutos. 

Pero las guerras sólo son un aspecto. La desunión también es un interés fundamental de los 
manipuladores para los que su fin último es la perpetuación del poder. Es rotundamente necesario para 
ellos que nos veamos los unos a los otros como alienígenas, sin objetivos de futuro en común, sin 
organización social para que la estructura de poder se pueda mantener. El statu quo dejaría de 
preservarse si repentinamente todos nos diéramos cuenta que somos iguales y que nuestras necesidades 
son las mismas por lo que colaborando entre nosotros podemos lograr más cosas que individualmente. 
No dejemos que nos dividan, no dejemos que nos venzan. El famoso divide y vencerás de Maquiavelo. 
Los beneficios de la colaboración superan abrumadoramente a los de la competencia, de eso no hay 
duda. Veámonos a todos como las personas que somos, no como europeos, africanos, asiáticos, negros, 
blancos, ricos, pobres, de izquierdas, de derechas, cristianos, musulmanes, creyentes, escépticos, 
jóvenes, viejos, mujeres, hombres, etc. Llamémonos humanos. 
Nunca se tendrá un mundo tranquilo hasta que se extirpe el patriotismo en la raza humana.” – George Bernard Shaw.
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1Según El porqué de los dichos, de José María Iribarren, ésta fue una frase privada de Cánovas a Manuel Alonso Martínez, presidente de la comisión encargada de elaborar la Constitución, quien se lo contó al escritor Luis Díaz Cobeña, y éste al historiador Agustín González de Amezúa, quien la incluyó en su libro Un modelo de estadistas: el marqués de la Ensenada. Enseñanzas y comentarios, de 1917.
Finalmente, en la Constitución de 1876 se dice: Artículo 1º.
Son españoles:
Primero. Las personas nacidas en territorio español.
Segundo. Los hijos de padre o madre españoles, aunque hayan nacido fuera de España.
Tercero. Los extranjeros que hayan obtenido carta de naturaleza.
Cuarto. Los que sin ella hayan ganado vecindad en cualquier pueblo de la Monarquía.

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