domingo, 12 de mayo de 2019

La jitanjáfora y la música

Hace unos días tuve la oportunidad de participar en un enriquecedor debate (bien mirado, 
decir eso es casi un pleonasmo; todos los debates son enriquecedores si están bien 
gestionados) a caballo entre el mero divertimento lingüístico y el propósito con vertiente 
profesional acerca del uso en logopedia de la música vocal como herramienta y su relación 
con la sonoridad de los fonemas,lo que conducía a la jitanjáfora. 
 
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Dejando ahora de lado la evolución y conclusiones del debate, lo cierto es que la pregunta 
más común al inicio fue la de ¿qué eso de la jitanjáfora?.

Pues veamos: la jitanjáfora es un texto o palabra carente de sentido pero con gran valor 
estético eufónico y poder evocador en la fonética y sonoridad de las palabras inventadas. Se 
atribuye la creación del término al escritor mexicano candidato al Nobel de Literatura Alfonso 
Reyes Ochoa (1889 – 1959) en su libro El libro de las jitanjáforas y otros papeles seguidos 
de retruécanos, sonetorpidos y porras deportivas (de gran influencia en Rayuela, de Julio 
Cortázar) , que lo tomó del poema "Leyenda", compuesto en su totalidad con palabras 
inventadas, entre las que está la de marras: 
 
Filiflama alabe cundreala 
olalúnea alífera 
alveola jitanjáfora 
liris salumba salífera.
Olivia óleo olorife
alalai cánfora sandra
milingítara girófora
zumbra ulalindre calandra.
La obra es del poeta cubano hijo de catalanes Mariano Brull (1891 - 1956), que fue el más destacado de los autores de su tiempo que escribieron poesía por amor a la poesía frente a la poesía centrada en cuestiones sociales o a la poesía que se inspiraba en la cultura de los cubanos de ascendencia africana, debido a su interés en los sonidos de las palabras, donde, llevado al extremo, las palabras virtualmente no tienen sentido pero dan mucha importancia a los sonidos. Este interés por el sonido se puede encontrar también en los romances populares de la tradición poética española, una fuente que atrajo a otros poetas más actuales que escribían en español, siendo los más famosos Federico García Lorca y Rafael Alberti. Ejemplos de ese ejercicio de despojar a las palabras de sus connotaciones conceptuales, los hay muy antiguos, y se encuentran incluso en venerados escritores de nuestro Siglo de Oro como Lope de Vega (Piraguamonte, piragua…) o Francisco de Quevedo (¿Qué captas nocturnal con tus canciones?, dedicado para variar, a su enemigo íntimo, Luis de Góngora), y no ceñidos a España, encontrándose en la obra del chileno Vicente Huidobro, el citado argentino-francés Julio Cortázar, etc.

Curiosamente el divorcio entre significado y sonido es un recurso habitual en la música, y en ese sentido podemos recordar el en su día popular "Aserejé" del grupo de chicas Las Ketchup, el "Prisencolinensinainciusol", de Adriano Celentano (como ya anticipa su nombrecito, no dice absolutamente nada pero "suena" a inglés), o la gran mayoría de las canciones de estilo new wave, encabezadas quizá por el “Adiemus” y las demás de Karl Jenkins que simplemente buscan un sonido armónico y agradable. Pero, puestos a buscar, parece que hay una fecha de nacimiento y un autor atribuido a ese triunfo en la música vocal del sonido sobre el concepto, y ese autor, autora en este caso, es la cantante francesa nacida en 1942 (algunas fuentes señalan el año 1943 para su nacimiento) Danielle Licari, popular por haber sido la voz de Catherine Deneuve en la película musical Los paraguas de Cherburgo, dirigida por Jacques Demy con música de Michel Legrand.

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Recordémosla en relación con lo que nos ocupa. Danielle Licari cantó con Paul Mauriat y Charles Aznavour pero usaba su voz como un instrumento, prácticamente sin letras lo que le dio gran popularidad los años 60 y 70 del pasado siglo en territorios de lengua no francesa. Para quienes no la conozcan, debido, en parte, a la decidida voluntad de la cantante de permanecer lejos de los focos y la farándula, decir que ha sido una artista revolucionaria, logrando una pureza estilística con una asombrosa técnica de canto que compite con una cantante de ópera, vocalizaciones que a veces abarcan un rango de más de tres octavas, y una increíble capacidad de alcanzar los supertonos (Whistle tones) incluso en presentaciones en vivo (una técnica sumamente peligrosa que puede poner en riesgo la carrera de un cantante profesional). Pese a haber cautivado y encantado generaciones, ha permanecido en misterio y ha desaparecido del mundo de la música que tanto la adora.

¿Y qué tiene que ver Danielle Licari con eso de las jitanjáforas? Pues que en 1969, justamente ahora hace cincuenta años, conoce en un estudio en el que estaba realizando una grabación a Christian Saint-Preux. En ese momento el joven compositor, de apenas 19 años, escucha las vocalizaciones de Danielle Licari y le pide cantar una pieza que se iba a grabar, originalmente escrita para trompeta. Danielle acepta y el compositor prefiere, al escucharla, la voz que la trompeta. La pieza se graba en la voz de Danielle e instantáneamente la grabación se vuelve un fenómeno musical. Concerto pour une voix, que es el título final de la pieza, se vende por millones desde su nativa Francia y el compositor escribiría otras obras exclusivamente para ella. Cabe mencionar que era la primera vez en la historia de la música que una pieza de esta naturaleza (solamente vocalizada sin utilizar palabras) se colocaría en las primeras listas de popularidad.


En la década de los 80 del pasado siglo, Danielle se retira de los escenarios y, debido a su gran notoriedad como figura musical, es invitada por el gobierno para instruir a las nuevas generaciones de cantantes de música Pop, en la primera institución de este tipo creada en Francia.

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