viernes, 1 de mayo de 2020

La pandemia, hija de la globalización.


¡Cosas veredes, amigo Sancho, que farán fablar las pedras!”, que diría D. Alonso Quijano, más conocido como Don Quijote de La Mancha, aunque en realidad D. Miguel de Cervantes jamás escribiera eso, sino que es, al parecer, herencia de un romance del Cantar del Mío Cid con una expresión similar. ¡Cosas veredes! Como que con la gestión de esta pandemia del Covid-19, de repente, los líderes políticos de países que han defendido a capa y espada la globalización y el libre comercio hoy aparecen menos convencidos de sus beneficios. Originalmente, con el fin producir a menores costos y ser más competitivos, los gobiernos dejaron que sus empresas trasladaran las fábricas a regiones donde se pueda producir al menor costo posible, sin importar si eso significaba perder la soberanía que hoy están reclamando. Pero ahora, la situación puede llevar a que los países diseñen planes individuales o regionales y que las reglas del libre comercio cambien.

Por eso, cuando pase la crisis del Covid-19 y el mundo vuelva a una nueva normalidad, la pregunta es si la globalización que regía hasta el año pasado se mantendrá igual. O si emergerá un nuevo orden mundial, como ya ocurrió en 1945 tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, cuando aparecieron instituciones globales como las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y se sentaron las bases de lo que más tarde sería la Organización Mundial de Comercio (OMC). El debate sobre lo que ocurrirá con la globalización tomará al menos este año, en un escenario de desplome del comercio mundial y de una gran contracción de la economía, igual o más profunda que la registrada en la década de 1930.

La OMC ya presentó hace semanas sus proyecciones sobre el comercio para este y el próximo año y calcula que el comercio caerá abruptamente en todas las regiones del mundo y que en el mejor de los casos retrocederá 13%, aunque la caída podría ser de hasta un 32%. Pero las mismas fuerzas del mercado y las necesidades para luchar contra la pandemia pueden jugar a favor del libre comercio y de la globalización, ya que los gobiernos no pueden hacer lo suficiente actuando solos. A todos los países les interesa cooperar para mantener seguro el comercio de productos médicos porque, aunque la falta de producción por la cuarentena tuvo un tremendo impacto sobre la confianza en el proveedor externo en un mundo donde el 20% de los bienes intermedios que se producen en el mundo se originan en China, se reforzó la preferencia por “lo local” que ya expresaban muchos consumidores de Europa y los Estados Unidos, expandiéndose por otros eslabones de las cadenas productivas, y fortaleció las nuevas versiones del “vivir con lo nuestro” impulsadas por la actual administración norteamericana, capitaneada por Donald J Trump.
Pero ningún país es auto suficiente, no importa lo poderoso o avanzado que sea, de ahí que el 2021 se proyecta como un año de expansión, porque los países irán retomando paulatinamente sus actividades y las empresas volverán a operar con normalidad. La reactivación de la economía va en paralelo con el crecimiento del comercio. Las reacciones iniciales de los países han sido de defensa de la soberanía, al final se incentivará una nueva y más radical forma de globalización y los avances tecnológicos harán que sea posible, porque permitirán reducir el movimiento de personas por el mundo, que son las que propagan los contagios y las pandemias. La caída de costos a causa de la revolución tecnológica está impulsando el comercio de servicios. También ha permitido digitalizar bienes que antes eran físicos como libros o música. En la actualidad, los problemas tecnológicos ya se arreglan de forma remota. Reemplazar el trabajo presencial de las personas por el teletrabajo será masivo en las empresas. Y si hay menos personas moviéndose por el mundo se habrá encontrado un antídoto para el próximo coronavirus, que puede aparecer en cualquier parte del planeta.

Salvado el aspecto del futuro económico previsto, hoy los discursos “contraglobalización” se dirigen principalmente a tres sectores: seguridad; salud y alimentación.

- El primero tiene que ver especialmente con las potencias militares EEUU, China y Rusia y en menor medida Europa, con una visión amplia de la seguridad, que involucre al petróleo, los dos sectores mencionados arriba (salud y alimentación), pero también la internet, el desarrollo tecnológico, el transporte y la producción aeronáutica y espacial.
- En salud, las actividades de investigación y desarrollo deberían sufrir un impacto directo, empezando por una mayor dificultad en compartir información científica entre investigadores de distintos países. La producción de equipos y drogas básicas será otra actividad que tenderá a la “desglobalización” sobre todo en los países centrales como EEUU y UE. Aquí tanto China como India y en algún caso la misma UE pueden ser afectadas.
- Por último, los alimentos. Hoy las redes de abastecimiento están muy extendidas y operan en muchos casos casi just in time. El efecto de la pandemia será, seguramente, la vuelta a los stocks estratégicos, al rol del estado como gestor asegurando la seguridad (valga la redundancia) alimentaria, y a la promoción de producción local para asegurarse el abastecimiento de la población.

En este panorama surge una pregunta que es en cuanto tiempo se notarán estos efectos, o si la potencia de los factores pro globalización (por ejemplo, la elevada interconexión de datos y comunicaciones) logrará reconstruir los pilares de la globalización (cuando ya algunos de ellos estaban empezando se ser cuestionados antes de la pandemia) y dar paso a una mejor versión de la misma (una versión mundial del “volvimos, pero mejores”). Es claro que no todos los países pueden producir lo que necesitan para alimentar a sus poblaciones, pero es probable que los que puedan empiecen a reestructurar sus sistemas de abastecimiento teniendo en cuenta la seguridad alimentaria. Esto implicaría una vuelta al fomento de la producción local y al aseguramiento de las estructuras logísticas de aprovisionamiento incluyendo los stocks de seguridad e intervención. Conviene notar que, al menos en el mundo desarrollado, muchos consumidores estaban ya priorizando el consumo local (el movimiento de “kilómetro cero”). Estos consumidores aceptarían, hasta cierto punto, un aumento de los precios internos de los alimentos si los mismos son producidos localmente.

En este contexto, un escenario de precios a la baja y mayores dificultades de colocar en el exterior productos alimenticios nacionales tiene una probabilidad no menor de materializarse. De este modo, no es un escenario improbable que en el período post pandemia – y por varios años – nuestra sociedad tenga que lidiar no solo con los costos humanos de la misma, con un sector productivo muy golpeado por la interrupción de la actividad, con los efectos de un estancamiento que lleva años golpeando el país, con una negociación de la nueva deuda pública que genere pesadas cargas sino también con un mundo donde los países se cierran en sí mismos, quedando nosotros afuera. Sería conveniente comenzar a pensar cómo transitar ese escenario.

Las crisis no hay que verlas siempre catastróficas, pues la mayoría de las veces se convierten en una oportunidad para reflexionar sobre cómo hemos debilitado al planeta y a sus habitantes y cómo corregir el curso depredador buscando el interés colectivo. Pese al rastro de dolor que dejan las pandemias, no es menos cierto que históricamente han contribuido a mejorar la salubridad pública e impulsar avances de la ciencia y de la medicina; como fue el caso de la peste negra del siglo XIV, que mató a un tercio de la población europea, dando origen al concepto de salud pública que se enfoca en la calidad del aire y el manejo de excrementos y basuras.

Estos retos le han permitido a las sociedades superar las crisis con avances científicos de vacunas sin recurrir a las ‘teorías de la conspiración’, propias de la actual polarización política para buscar un culpable. En la coyuntura actual se habla del ‘coronavirus chino’ buscando un impacto xenófobo que cierra fronteras y exacerba nacionalismos, muy del corte populista de Trump (entre otros), para ocultar el pulso perdido en la ‘guerra comercial’ con el gigante asiático. Con Trump, Estados Unidos está perdiendo la partida, no solo contra China, sino contra otros bloques que no se subordinan a la ‘ley del garrote’. Entre las dos pesas está la Comunidad Económica Europea, ante todo con una Alemania mejor amparada por los sistemas públicos de educación y salud y su alta inversión en ciencia y tecnología. Se tomarán medidas de emergencia a corto plazo, las nuevas tecnologías hacen viable el teletrabajo y permiten vigilar a los pacientes impidiendo así la propagación del virus, pero, ¿quiénes piensan en el largo plazo y evalúan críticamente el modelo económico que privilegia el interés de unos pocos, si los avances científicos y tecnológicos deben servir al interés colectivo, o estar al servicio del mercado?

Más que erradicar el virus, los sistemas sanitarios tendrán que enfocarse en observar la evolución de la enfermedad, gobernar su presencia y orientar comportamientos colectivos que reduzcan sus efectos nocivos. Por lo demás, la humanidad siempre ha convivido con virus y bacterias, y deberá seguir haciéndolo, solo que ahora la dimensión global de los intercambios sociales exige de más ciencia y conocimiento para interactuar con ellos, de más solidaridad y capacidad de acuerdos en el interior de los estados y entre estados, para potenciar verdaderos sistemas de gobernanza regional y global.

Nadie duda hoy de que esta pandemia, (recordemos que está reconocida como tal por la Organización Mundial de la Salud el 11 de marzo de 2020), es un producto de la globalización. Sin los flujos inéditos hasta ahora de personas, mercancías e información que caracterizan a esta nuestra era, sería imposible un brote de estas proporciones. El rasgo más distintivo de esta pandemia es que la conexión digital la convierte en una experiencia compartida en tiempo real en todo el mundo. La epidemia de “gripe española” de hace un siglo afectó a muchas partes del mundo simultáneamente, pero este conocimiento vino después. Lo concreto de este tipo de experiencia globalizada es que es también diferenciadora; sabemos de amigos, vecinos... y famosos que son víctimas del virus, y podemos sentir espasmos de empatía. La incógnita que se abre es si las secuelas de la crisis sanitaria, y de la crisis económica inducida para acotarla, van a llevar a una mayor cooperación internacional o, por el contrario, a un mundo más cerrado y menos cooperativo. Ambas son respuestas posibles para evitar que vuelva a producirse un brote como este en el futuro. Las consecuencias de seguir uno u otro camino serán dramáticamente diferentes.

En definitiva, la pandemia de Covid-19 es hija de la globalización: ¿será su salvadora o su sepulturera?

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