martes, 18 de abril de 2023

Música del otro John Williams.



Cuando escuchamos el nombre de John Williams la mayoría piensa inevitablemente en el célebre compositor de bandas sonoras ”alter ego” musical de Steven Spielberg, pero en esta ocasión nos referimos al «otro» Williams, homónimo del anterior, al
australiano guitarrista clásico sin duda uno de los más destacados intérpretes de su generación, que, por cierto, entre 1957 y 1959 fue discípulo del maestro de Linares Andrés Segovia quien, al parecer, reconociendo la depurada técnica de Williams, le calificó como el «Príncipe de la Guitarra». John Williams, el guitarrista, es un artista muy versátil. Intérprete, compositor y arreglista, no ha querido encasillarse sólo en la música clásica, (memorable su interpretación de Asturias, de Isaac Albéniz) sino que su «curiosidad» le ha conducido a la búsqueda de la experimentación y a la inmersión en otros estilos musicales; alcanzó la popularidad en 1979 cuando interpretó el tema Cavatina para la película El Cazador (The deer hunter) de Michael Cimino. Cavatina es una pieza de guitarra clásica (originalmente fue escrita para piano pero por sugerencia, precisamente, de Williams, el compositor la reescribió para guitarra) compuesta por Stanley Myers. La pieza musical fue grabada mucho antes de la película que le dio fama, primero para la película The Walking Stick (1970). La dulzura y la delicadeza de esta pieza es indudable y nos demuestra una vez más que la figura del compositor es un valor al alza, particularmente cuando es capaz, como en este caso, la dureza de la trama: cinco amigos trabajan en los altos hornos de Pennsylvania, en un pueblo de emigrantes lituanos, cuando en 1968 la guerra del Vietnam llega a su punto más trágico y sangriento. Es entonces cuando tres de ellos se alistan, perdiendo el contacto, para recuperarlo dos años más tarde en Vietnam, cuando se produce la invasión del Vietcong. Es allí donde son capturados y obligados a participar en el sádico juego de la ruleta rusa (metáfora de la actitud estadounidense en el conflicto, tratada con realismo y crudeza, siendo destacable, por supuesto, el último duelo en el que no se sabe si el premio es la vida o es la muerte), sirviendo como conejillos de indias para aquellos que no tienen reparo en apostar por su vida. o su muerte. Se trata de una película especial. Un hábil guión deliberadamente descompensado provoca en el espectador un fortísimo sentimiento de nostalgia y amargura como pocas películas lo han conseguido antes o después. El contraste entre la paz de las escenas de caza que dan nombre a la película, la alegría de la escena de la boda y el espanto de la guerra en la que se ven metidos los mismos que antes cazaban, cantaban y bailaban, encoge el espíritu. Uno puede llegar a sentir en su propio ánimo cómo se les rompe algo por dentro a los personajes de este film. La escena de la boda se prolonga aparentemente más allá de lo razonable, pero finalmente cumple su misión en el conjunto de la película, misión que no es otra que la de conseguir que el espectador se empape de sentimiento como condición para lograr la reacción de desolación que produce el conjunto. Al margen de virtudes técnicas e interpretativas, que las tiene todas, la película logra depositar un poso de amargura en el alma de quien la ve que se renueva cada vez que se recuerda este maravilloso título .La guerra de Vietnam terminó en 1975 y esta película se rodó en 1978, por lo que en su estreno fue una de las primeras que mostraba la brutalidad del conflicto y las secuelas en los soldados que fueron a la misma. La película supera las tres horas de duración y salvo la escena inicial con la boda que dura casi una hora, el resto mantiene muy bien el interés. La banda sonora es de Stanley Myers, con temas rusos y tiene una especial aparición el tema “Can’t take my eyes of you” que popularizase Frankie Vallie de los Four Seasons.

 

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