viernes, 23 de febrero de 2024

Aquellos que no recuerdan el pasado...

 



Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla”, esta frase se atribuye en primera instancia a Napoleón Bonaparte pero también se dice que quien inició con esta evaluación del pasado el presente y el futuro fue el filósofo español Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana cuando dijo: “Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo” y encontramos también esta frase en polaco y en ingles escrita en las afueras de uno de los campos de concentración nazi de Auschwitz-Polonia, dando la bienvenida a los visitantes: “Kto nie pamięta historii, skazany jest na jej ponowne przeżycie” y “The one who does not remember history is bound to live through it again”. Al analizar este frase tan célebre, podemos concluir que aquellos países que no conocen su historia, están destinados a vivir día a día como lo han venido haciendo desde antes y la única solución para alejarse de esta realidad es tener ciudadanos informados, críticos, pensantes, que reflexionen sobre la situación actual que los ha llevado a estar en ese punto, para poder conjuntamente cambiar el país y no cometer los mismos errores. En estos días estoy releyendo, más de cuarenta años después de la primera vez, La guerra civil española, del historiador inglés Hugh Thomas y, paralelismos con la situación actual aparte, ha activado, sin duda, con el libro, la “máquina de recordar”. Oí hablar por vez primera de un libro llamado Spanish civil war (en inglés) a principios de los años setenta del siglo XX cuando yo estudiaba y después de las clases iba con frecuencia a visitar una librería pequeña, que ya no existe, que se convirtió en una institución de referencia porque de manera espontánea se formaban en su trastienda tertulias de profesionales prestigiosos. En mis visitas a la librería fui pegando el oído a lo que se hablaba allí y observé que, en un lenguaje cauto y de doble o triple sentido, se hablaba de política y los contertulios en su mayoría eran antiguos partidarios de la II República, algunos habían sido represaliados por la dictadura franquista y otros tenían familiares asesinados por Franco o en el exilio. En cuanto a libros, recuerdo especialmente los de las editoriales Losada de Buenos Aires (con, sobre todo, un desconocido Pablo Neruda), el Fondo de Cultura Económica de México y Ruedo Ibérico1, que editaba libros en español en París. Más tarde supe que Ruedo la creó y la regentaba un anarquista exiliado, José Martínez, y que llegó a editar casi 200 libros antifranquistas. En alguna de aquellas visitas oí hablar por primera vez del libro de Hugh Thomas, ya editado en inglés en el Reino Unido y los que ya lo conocían hablaban elogiosamente de él y se interesaban por adquirirlo y preguntaban si alguien sabía si se iba a editar en español. A las generaciones actuales quizás les resulte difícil comprender que ya en los setenta, pasados más de veinticinco años de la Guerra Civil, los españoles supieran tan poco de tan trascendental tragedia. Hay que explicarles que de la guerra no se hablaba casi nunca y sólo en ambientes muy privados y en cada familia a lo más que se llegaba era a contar sus propias experiencias personales o de su entorno, siempre que no supusiera relatar casos de represión que luego hemos sabido fue tan tremenda como prolongada. Pero una visión de conjunto no se tenía y la gente tenía un generalizado escepticismo a lo que en fechas determinadas (alrededor de los 18 de julio, sobre todo, fecha del inicio del golpe de Estado de Franco en 1936) los medios de comunicación franquistas, que eran todos los existentes, desplegaban una intensa propaganda con un relato univoco de la guerra. Los libros sobre la guerra eran en su mayoría obras propagandísticas de militares pertenecientes al ejército franquista y no tenían el menor prestigio ni la menor credibilidad.


Cuento todo esto para que el menos avisado o más joven se haga una idea del clima que imperaba en la dictadura: el miedo y el silencio dominaban todo lo demás. En ese contexto la publicación de La guerra civil española, en nuestro idioma, por parte de Ruedo Ibérico a mediados de los sesenta y la entrada clandestina de miles de ejemplares, traídos por centenares de manos, supuso un gran acontecimiento para esa minoría más informada y leída que tenía acceso a decenas de librerías familiares que existían en Madrid, Barcelona y en muchas capitales de provincia que vendían de tapadillo a sus clientes de confianza esas obras “prohibidas”. La lectura del libro produjo una gran impresión porque hablaba de multitud de cosas que se ignoraban y porque el autor lo hacía de una manera amena y atractiva y también porque irradiaba ponderación, equilibrio, mesura y verosimilitud. El libro no era/es neutral ni equidistante, defiende claramente la tesis de que los responsables de la Guerra Civil fueron en primerísimo lugar los militares golpistas y sus apoyos y cómplices, con la jerarquía eclesiástica de la Iglesia Católica al frente y como brazo armado la Falange Española, el partido fascista nacional; pero no deja de describir los errores y excesos del lado republicano y sus divisiones internas. Probablemente si su autor lo hubiera escrito ahora, a la luz de la multitud de investigaciones historiográficas que se han producido sobre el tema, el libro se habría enriquecido en cantidad y calidad, sobre todo por los 140.000 cadáveres de republicanos asesinados y hechos desaparecer por los franquistas entre 1936 y 1950 y cuyos restos buscan hasta hoy algunos de sus familiares.


El historiador y escritor británico Hugh Swynnerton Thomas, barón Thomas de Swynnerton (1931-2017) publicó su obra The Spanish Civil War en 1961, y pronto se convirtió en una de las referencias más importantes en el estudio del conflicto. Muchos autores han destacado el carácter imparcial de Thomas, así como su ideología liberal. Sin embargo, la objetividad y el rigor histórico del autor inglés representaban una amenaza para el régimen franquista, ya que en su obra los puntos de vista de ambos bandos eran tenidos en cuenta. En efecto, la influencia de Hugh Thomas era indiscutible y en ese sentido puede decirse que formaba parte de un selecto grupo de autores (entre los que se encontraban Gerald Brenan, Pierre Broué, Emile Témime, Herbert R. Southworth, Manuel Tuñón de Lara, Gabriel Jackson, Stanley G. Payne, Ramón Tamames y Max Gallo entre otros) cuyas obras provocaban una desmedida irritación en los medios políticos del franquismo hasta el punto de crear una sección «especial» dentro del Ministerio de Información y Turismo del que Manuel Fraga Iribarne era titular “para contrarrestar la influencia «ideológica» que […] pudiesen ejercer en las nuevas generaciones de españoles”. Tal reacción se debía a que las obras de estos autores, muchos de ellos historiadores, investigadores, universitarios y profesores, eran estudios serios y documentados, muy lejos de la propaganda antifranquista que reflejaba una realidad distorsionada, y de entre todos ellos destacaba la influencia que ejercían los estudios “provenientes del área cultural anglosajona”, es decir, los de Thomas, Brenan, Southworth, Jackson y Payne.


La guerra civil y sus antecedentes inmediatos, es decir, la época de la Segunda República, fueron tiempos muy duros, convulsos, aunque también inigualablemente ricos desde el punto de vista de las ideas y de la cultura; quizá el problema fue que España no estaba preparada para esa eclosión política, y la brutal irrupción del siglo XX en una sociedad empobrecida y arcaica fue demasiado para que el invento pudiera resistir. La sublevación del 18 de julio provocó la liberación de fuerzas centrífugas que, desde los más extremos fanatismos, iban a llevar al país al desastre, se inició así una carrera enloquecida, guiada por odios ancestrales, intereses de clase, elementos religiosos, rencillas personales y delirios políticos. Llegado el momento de tomar partido, el país entero se vio abocado a decidir en definitiva, entre matar y morir, a uno o a otro lado. Porque eso es, sin más tapujos, una guerra civil, algo que impregna a un país hasta sus propios cimientos. Thomas relata el proceso con claridad y lógica expositiva, y muy pegado al suelo, es decir, a los hechos, resulta incluso más asequible que por ejemplo los excelentes trabajos de Tuñón de Lara. Lo cual tiene un mérito sobresaliente, si se tiene en cuenta la enorme profusión de datos y detalles, muchos de los cuales descarga el autor con acierto en las numerosísimas notas al pie2. Naturalmente, tratándose de una obra de investigación histórica, no se pone en duda su rigor, pero sí hay que destacar que el libro transmite la sensación de ser resultado de un muy profundo trabajo de documentación que, a base de citas y pormenores de todo género, impregna el relato de credibilidad. Quizá parte de la frescura de la obra proviene de la distancia física del autor con los hechos analizados. Con frecuencia se hace patente que estamos leyendo el relato de un extranjero (y probablemente, escrito para extranjeros), desprovisto de apasionamiento y dominado por la curiosidad histórica y no por las ganas de saldar cuentas. Esta peculiar perspectiva facilita la objetividad y la comprensión de los hechos, más que su asunción emocional. Se agradece igualmente la visión panorámica del conflicto en todo el Estado, así como un enfoque exhaustivo e interesantísimo de su implicación internacional. El libro circuló clandestinamente en España durante la dictadura y tuvo una amplia repercusión durante la llamada Transición, y sin lugar a dudas merece ser calificado de imprescindible para hacernos una idea sólida y coherente sobre este terrible y a la vez apasionante trozo de nuestra historia reciente. En palabras de Guillermo Sanz Gallego, de la Universidad de Gante, Bélgica, "no se deben restar méritos al Thomas investigador, pionero en la narración de la Guerra Civil en una época caracterizada por la censura, la opacidad, la manipulación franquista, la falta de recursos o de acceso a archivos. También es necesario reconocer la labor y la valentía de Ruedo ibérico durante la dictadura franquista”

-----------------------------------------------

1Ruedo Ibérico fue una editorial que fundaron en París cinco exiliados políticos cuyo perfil ideológico era muy similar: todos ellos antifranquistas, cuatro de los cinco habían sido encarcelados antes del exilio y tres se convirtieron en prófugos del régimen franquista. El objetivo principal era publicar obras censuradas por el régimen y proporcionar una salida en el exilio a la autocensura de algunos autores que no se atrevían a publicar en España. Fue perseguida por el franquismo e incluso fue objeto de un atentado terrorista en su sede de París poco antes de la muerte de Franco; la autoría se atribuyó a ATE (Antiterrorismo contra ETA) aunque su editor acusó directamente al Gobierno español en un artículo que publicó en Cuadernos de Ruedo Ibérico. Para ese propósito, el libro de Hugh Thomas, con su objetividad y desapego (de cada hecho incierto se exponen y se juzgan razonablemente las versiones opuestas), era una herramienta muy valiosa.

2La profusión de datos permite, por ejemplo, que Hugh Thomas responda en una entrevista a propósito de las tesis desafiantemente y vehementementre revisionistas del antiguo miembro del GRAPO Pío Moa (presupone que a la verdad se accede automáticamente a través de la deconstrucción sistemática de las interpretaciones establecidas, pero una cosa es entrar en discusión con determinadas interpretaciones o estereotipos presentes -incluso, si se quiere, demasiado presentes en por lo menos parte de la historiografía contemporánea española- aportando pruebas documentales u otras evidencias que demuestren hasta qué extremo se trata de valoraciones arbitrarias, forzadas o simplemente infundadas; otra cosa muy distinta de la anterior es contribuir al conocimiento de cómo fueron en realidad las cosas): «Lo que dijo Pío Moa sobre la revolución de 1934 es muy interesante y pienso que dijo la verdad. ¡Pero no fue muy original! Él me acusa en su libro, pero yo dije casi lo mismo: la revolución de 1934 inició la Guerra Civil, y fue culpa de la izquierda. Existe una conferencia dada por Indalecio Prieto en México diciendo exactamente eso, aceptando su culpabilidad» (El Cultural, 23-X-2003)

No hay comentarios:

Publicar un comentario