jueves, 16 de mayo de 2013

Las estadísticas y el rostro humano

A uno le gustaría pensar que nuestros gobernantes tienen claros los objetivos sociales y de futuro del país, pero la realidad cotidiana es tozuda y parece evidenciar, no solo que las decisiones (en su aspecto social) son veletas sujetas a la dirección del viento sino que quien las toma ni se ha parado a pensar en las consecuencias ni en el impacto futuro.
Llama la atención, curiosamente el mismo día, la denegación de una beca en España al español que ha sido declarado el mejor físico europeo joven o la participación en el exitoso programa de la clonación de células madre con fines terapéuticos, llevada a cabo en EEUU, de una investigadora valenciana afectada por un ERE en España ¿"Clarividencia" o simple ignorancia de recortar de donde sea sin ni siquiera evaluar qué se recorta? De ahí a la frialdad (por insensibilidad) exhibida en la aplicación de políticas con trasfondo social, va un paso sin percatarse que el tratamiento de la crisis está originando un problema social grave. Cuando el presidente del gobierno pide paciencia y anuncia que, en el mejor de los casos, han de pasar cinco largos años antes de poder ver si la tasa de paro se sitúa en un 15 % (!), sin que, paralelamente no se anuncia ni una sola medida para la reactivación, queda claro que se legisla de espaldas al drama real.

No se entiende, de manera amplia, que cuando está estadísticamente demostrado que la riqueza de España es de las más altas de la UE y que ha crecido espectacularmente en los últimos años, tengamos que vivir estas penurias y el Gobierno sea incapaz de dar una respuesta creíble más allá de su obediencia a "los mercados" y a los países que llevan la batuta actualmente en Europa.

Pero hablamos de dramas. Se recuerda con frecuencia (y con razón) el escandalosos porcentaje de paro juvenil, superior al 50 %, lo que significa toda una generación desaprovechada en términos de desarrollo y toda una generación de miseria en proyección de futuro. Se corre un pudoroso velo, sin embargo, sobre el drama, ya actual, de los desempleados mayores de unos jóvenes cuarenta años.
Es evidente que las causas por las que una persona de 45 años pasa a engrosar las listas del paro son variadas desde vicisitudes de su ex-empresa a insanos recortes, pero lo importante es pensar que ir a buscar trabajo con esa edad es un drama porque tanto la Administración como la mayoría de empresas pasando por las agencias de colocación, consideran que esa persona es "vieja" cuando las expectativas de vida saludable (y las leyes laborales en esa dirección lo confirman) auguran más de veinte años de capacidad de trabajo. Y, de golpe, esa persona inicia un auténtico via crucis en el que comprueba que se le cierran todas las puertas por la edad; no importa experiencia, conocimientos ni ningún otro factor, lo que le puede abocar a una exclusión social que, seguramente, no merece, en un punto en el que se pone de manifiesto la vulnerabilidad de quien ha trabajado toda su vida para nada, y que de nada ha servido su aportación a un sistema que se presumía garantista y que se ha revelado como un simple juego numérico y estadístico para quienes lo gestionan.


Lo peor del caso es que, si no se toman decisiones urgentemente para este segmento de población (junto con acometer soluciones para el paro juvenil, no lo olvidemos), corre el riesgo de caer en la invisibilidad dentro del marasmo de la ausencia de sensibilidad humana en el tratamiento de las estadísticas, ya de por sí inaguantables, del paro. Y no basta con medidas económicas en las cotizaciones de los contratos (que también, indudablemente) sino por pedagogía social para que un trabajador no quede fuera del circuito laboral por el simple hecho de que su edad sea la que es.

Otro día habrá que hablar de la situación, de cara a las pensiones, del colectivo que, a partir de los 45 años de edad, no encuentra ningún tipo de trabajo que le permita cotizar al sistema de la Seguridad Social.

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