miércoles, 17 de agosto de 2016

Las circunstancias y el yo difuso


José Ortega y Gasset (Madrid, 1883 – Madrid, 1955) fue un filósofo, ensayista y político español cuyo pensamiento, plasmado en numerosos ensayos, ejerció una gran influencia en varias generaciones de intelectuales y sigue considerándose figura de referencia tanto en España como fuera de ella.

Quizá ayude a estudiar la evolución de su obra la constatación de que, durante toda su vida, se suceden en España diferentes formas de Estado. Nace durante el reinado de Alfonso XII, en plena restauración borbónica pero muy pronto muere el rey y comienza la etapa de regencia de su segunda esposa, María Cristina de Habsburgo-Lorena o María Cristina de Austria (recordemos que la primera esposa fue María Mercedes de Orleans, la de la copla/romance) durante la que se mantiene el sistema "de turno político" propuesto años atrás por el incombustible Cánovas del Castillo, sistema que, todo sea dicho, permitió una etapa de crecimiento y desarrollo al país,... pero significaba una gran corrupción política que aceleraría la crisis. Para colmo, en 1898 se produce el llamado "desastre del 98", es decir, la pérdida de las colonias españolas de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Esto, junto a la crisis política interna, pondrá en marcha un movimiento, el regeneracionismo1 que propone un renacer ideológico y político del país para una posterior reforma económica. Y no hay que ser un lince para advertir ciertos paralelismos entre esta época y la actual. Será por eso que dicen de que la Historia siempre se repite. Y no aprendemos...

Aunque Ortega no es propiamente regeneracionista, sino que cabe definirse como novecentista, con un punto de vista más positivo que el de sus antecedentes del 98.

Durante la II República, Ortega es elegido diputado por la Agrupación al Servicio de la República, interviniendo como portavoz en el debate sobre el proyecto de la Comisión de Constitución para decir que nuestro grupo siente una alta estimación por el proyecto que esa Comisión ha redactado pero esa tan certera Constitución ha sido mechada con unos cuantos cartuchos detonantes, introducidos arbitrariamente por el espíritu de propaganda o por la incontinencia del utopismo. Entre esos «cartuchos detonantes» destacó dos, la forma como se había resuelto la cuestión regional ("el problema catalán, como todos los parejos a él, que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar") y la cuestión religiosa.
No obstante, y sin seguir ya con su historia (su exilio tras la Guerra Civil, su vuelta a España, las dificultades que tuvo como docente y su muerte en Madrid en 1955), como denominador común de su pensamiento puede señalarse el perspectivismo, según el cual las distintas concepciones del mundo dependen del punto de vista y las circunstancias de cada individuo, y la razón vital es el intento de superación de la razón pura y la razón práctica de idealistas y racionalistas. Para Ortega, la verdad surge de la yuxtaposición de visiones parciales, en la que es fundamental el constante diálogo entre el hombre y su entorno cambiante. Dicho de otra forma, la perspectiva es la forma que adopta la realidad para el individuo; cada sujeto tiene su propia forma de acceder a la realidad, su propia parte de verdad, que puede ser incluso contradictoria con la de los demás.

La verdad absoluta, omnímoda, pues, puede ser en esta hipótesis la suma de las perspectivas individuales o de éstas más una parte fuera de la perspectiva (no vista por el individuo), que, por eso mismo, son verdaderas parcialmente.

Toda esta teoría se resume en la frase (que ya es slogan) «Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo», aparecida en su libro Meditaciones del Quijote (escrito en el fondo para divulgar sus ideas opuestas a la forma de preocuparse por España del Unamuno de Vida de Don Quijote y Sancho, publicada pocos años antes), con la que Ortega insiste en la influencia en la persona de todo lo que está en torno a ella, no sólo lo inmediato, sino lo remoto; no sólo lo físico, sino lo histórico, lo espiritual. El hombre, según Ortega, es el problema de la vida, y entiende por vida algo concreto, incomparable, único: «la vida es lo individual»; es decir, yo en el mundo; y ese mundo no es propiamente una cosa o una suma de ellas, sino un escenario, porque la vida es tragedia o drama, algo que el hombre hace y le pasa con las cosas. Vivir es tratar con el mundo, dirigirse a él, actuar en él, ocuparse de él. En otros términos, la realidad circundante «forma la otra mitad de la persona», que le presenta distintas concepciones de su estado físico y mental. Por tanto, deja al hombre la misión de satisfacerlas. Ortega y Gasset, en definitiva, definía al hombre como un «ser compuesto de realidades circunstanciales creadas por la opacidad en la forma de pensar y en el sedentarismo como fuente inspiradora de las culturas neopensantes incapaces de olvidar la tirantez que usurpa el conjunto de la sabiduría».

Las Meditaciones del Quijote se publicaron en 1914 pero hoy, un siglo después, la teoría tiene plena vigencia y se puede verificar su eficacia en múltiples casos de todo tipo, entre los que descuellan, con diferencia sobre los demás, los de los políticos, quizá porque al afectarnos sus decisiones en nuestro día a día nos fijamos en que, en determinados políticos (¡elegidos por votación, lo que cabe interpretar que ha sido por confianza a su persona!) el YO (que se presume firme y sólido) queda permanentemente diluido y oculto por LA CIRCUNSTANCIA cambiante y voluble en función, habitualmente, de intereses partidistas. Obviamente, a poco que se revise la evolución política y social de los últimos años, se encuentran dicotomías a espuertas de "circunstancias" que se contraponen al "yo" que las lidera, pero por un ejercicio de facilidad de análisis nos fijaremos sólo en el partido político Ciudadanos representado casi en exclusiva por su factótum Albert Rivera, más asequible para este acercamiento que los partidos con historia en  los que su yo resulta más repartido en la multicefalia de su liderazgo.

Que nadie piense que estas líneas pretenden ser una crítica a C's; en una formación política, como en muchas otras cosas, la crítica o el aplauso tiene mucho de subjetivo en función del cumplimiento o no de las expectativas personales creadas en cada uno por las acciones/no-acciones llevadas a cabo. No, estas líneas no pasan de ser sino un vistazo superficial para verificar la vigencia de las ideas de Ortega.
Lo primero: el YO. Hay que recordar, para poder realizar un análisis mínimamente razonable, qué es C's y quién es quien asume su imagen, indisolublemente unidos hoy persona-marca, Albert Rivera. El hoy partido político Ciudadanos nació en 2006 como continuación del movimiento Ciutadans per Catalunya, auspiciado por una serie de personajes de relevancia pública (Francesc de Carreras, Arcadi Espada, Albert Boadella, Félix de Azúa, entre los más conocidos), sin declaración de adscripción ideológica y con el único objetivo de convertirse en estandarte del anticatalanismo como contrapunto al entonces naciente catalanismo en forma de desapego y "alentado" por el recurso del PP a un Estatut d'Autonomía que había superado toda la tramitación legal para su aprobación. El "apoyo" a C's, de ámbito catalán (coherente con su objetivo único de anticatalanismo militante), desde Madrid se produjo ya en 2006 tras la publicación en los medios de la capital de una agresión, no suficientemente aclarada aún hoy día, a Arcadi Espada, por radicales catalanistas el mismo día del acto de su presentación como partido, En cuanto a Albert Rivera, se cuenta que fue su entonces profesor, Francesc de Carreras, quien lo convenció para presentarse a los comicios catalanes por C's, con una originalidad: que la publicidad del partido se basó en la foto del propio Rivera desnudo; obtuvo escaño y, poco a poco se ha ido convirtiendo en el alma de C's, que no se concibe hoy disociado en ningún aspecto de él, lo que facilita nuestro análisis, por supuesto.

Lo segundo son LAS CIRCUNSTANCIAS. Una vez que el partido, tras su éxito progresivo en Catalunya (desplazando realmente al PP) decidió dar el salto a la política nacional, advirtió que había de aportar algo más que anticatalanismo para ser creíble y, quizá sin proponerselo en cuanto a teoría, difundió como leit-motiv de su actuación el regeneracionismo orteguiano, personificándolo en la figura de Mariano Rajoy, de quien abominó solemne y recurrentemente en público, en campaña y fuera de ella. Este hecho le permitió llegar a un pacto cerrado y excluyente con el PSOE para conseguir la investidura de Pedro Sánchez como Presidente del Gobierno. Por razones que caen fuera de este análisis, la investidura fracasó y, tras unas nuevas elecciones, C's consideró sin ningún rubor echar por tierra su preconizada hasta el minuto anterior demonización de Rajoy y apoyarlo ahora como antes hizo con el PSOE, en las antípodas.

Una de las muchas preguntas que suscita esa demostración de volubilidad es ¿por que los sesudos y reputados analistas la consideran normal, cuando parece evidente que una de las dos decisiones debe estar en contra de su YO? Una posible respuesta (sin calificar por ello a los analistas) se halla al recordar que C's nació sin ideología, más allá de su anticatalanismo, lo que, sobre el papel, le permite negociar con todo el arco parlamentario (excepto con quienes bautiza como "radicales comunistas" y "separatistas", por voluntad propia). Otra cosa es que alguien (sesudos analistas incluidos) haya creído que no tienen ideología o, peor aún, que, pese a la actual reserva del partido a identificarse, se defina en su 2º congreso como formación de centro-izquierda ¡y se lo crean, y lo publiquen así una y otra vez los medios hasta que la ciudadanía lo crea también! Sin entrar en honduras, es difícil mantener que una formación de centro-izquierda use triquiñuelas legales para no condenar en sede parlamentaria los crímenes del franquismo, o no votar a favor de la Ley contra la violencia de género, o plantee en su programa medidas económicas que los propios liberales tacharían de más radicales que las suyas, o...

Para finalizar, (ya hemos repetido que no se pretende hacer un análisis político que, seguramente sería más complejo y jugoso, sino una simple evaluacion de la validez o no de las ideas orteguianas), y volviendo a Ortega, se cumple cabalmente su teoría de que la circunstancia puede maquillar el yo, pero no anularlo, como se demuestra en el caso que analizamos al observar que su única seña de identidad firme, su anticatalanismo, permanece inalterable hasta el punto de que le condiciona absolutamente en lo que dice y hace y le hace plantear sin reparos las líneas rojas que vea necesarias para coartar las libres decisiones de sus posibles socios en ese terreno.

Será interesante repetir un ejercicio de análisis como el actual dentro de unos años, cuando el YO haya perdido su ambigüedad y las CIRCUNSTANCIAS hayan de estar más alineadas con ese YO. Claro, que también puede ser que la indefinición lo conduzca a la disolución (no sería el primero: recordad recientemente Unió Democrática de Catalunya o Unión Progreso y Democracia)

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1Se conoce como regeneracionismo el movimiento intelectual que medita objetiva y científicamente sobre las causas de la decadencia de España como nación a raíz, en particular, de la pérdida de las últimas colonias. No hay que confundirlo con la llamada Generación del 98 que, pese a compartir igual pesimismo, lo expresa en forma más literaria, subjetiva y artística. El principal representante del regeneracionismo fue el aragonés Joaquín Costa con su lema «Escuela, despensa y doble llave al sepulcro del Cid»
La palabra «regeneración» está tomada del léxico médico, como antónimo de «corrupción», y expresa una expectativa política en la que se vierte la vieja preocupación patriótica por la decadencia del país que se sitúa ya en el siglo XVIII con el reformismo borbónico pero su desarrollo a fines del siglo XIX es una consecuencia directa de la crisis del sistema político por la alternancia de partidos, que había proporcionado al país una falsa estabilidad basada en su triunfo en las Guerras Carlistas que era ilusoria y se sostenía sobre la base de una gran corrupción política que impedía visualizar la efectiva miseria del pueblo y el mal reparto geográfico de los bienes, el caciquismo, el pucherazo electoral y el triunfo de una oligarquía económica y política, que, además, se había adueñado de prácticamente todo el suelo productivo del campo español mediante tramposas desamortizaciones que generaron improductivos latifundios, creando mano de obra barata en una extensa clase de jornaleros hambrientos.

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