Por razones que seguramente, no vienen al caso, conozco de cerca (decir que ciertas cosas
tan delicadas como a las que nos referiremos las conocemos “bien”, además de inexacto
– hay cosas que nunca se conocen “bien” – roza sin pretenderlo el terreno de la presunción)
a personas que, por su profesión (hay que quitarse el sombrero ante determinadas
profesiones/vocaciones), tratan con admirable dedicación y esfuerzo personales de
mejorar/mantener la calidad de vida de personas, en general, mayores, afectadas por
enfermedades que las conducen a ese cruel proceso sin marcha atrás que es el progresivo
deterioro de sus facultades físicas y/o mentales, proceso del que estos profesionales son
testigos de primera fila (convendréis conmigo en que decir en este escenario que son
“testigos privilegiados” chirría). Sí, sí, ya sé que es parte de su profesión, pero…
En el campo de las enfermedades neurodegenerativas, que es el que identifica el párrafo
anterior, mucho se ha hablado del papel del cuidador (aunque, ciertamente, muy poco se ha
hecho para entenderlo/acompañarlo/ayudarlo, pero eso es otra, e indignante, historia), la
persona (estadísticamente, mujer) a la que, de repente, le “ha caído la china” que le
condiciona la vida en todos sus aspectos, y no tanto del profesional que, en definitiva, junto
con el cuidador, se erige en auténtico soporte y asidero del enfermo, siendo, además una
evidencia que, en esos casos, el profesional/terapeuta de hoy se ve como un mediador entre
el paciente y los sistemas de salud, mediación que se puede ver atravesada por conflictos
éticos que exigen haber sido abordados ampliamente durante su proceso de formación a un
nivel similar, quizá, que los contenidos puramente técnicos y clínicos. Como observador externo, a los terapeutas se les ha asignado la responsabilidad “ilustrada” de lograr, mediante los poderes de la razón y del conocimiento, personas, ya que
no saludables, socialmente ajustadas y felices en sus relaciones interpersonales. En el
marco de esta filosofía “de la normalidad”, plagada de ambivalencias y sutilezas, el poder
del terapeuta se ha sustentado en la certeza de que él posee un conocimiento y una actitud
para ponerlos en favor del bienestar de su paciente, y como consecuencia de lo cual el
paciente asume una posición sumisa y de espera frente a la cura. Pero hoy, particularmente
en el tratamiento de pacientes de enfermedades con componente neurológico, ante la quiebra
del ideal "ilustrado", basado en la búsqueda de soluciones perfectas, atemporales, y la
defensa de posturas omniscientes a partir del uso de la razón, el poder del terapeuta va por
otros caminos; ya no es el portador de verdades absolutas sobre la salud y antes que un
curador, el terapeuta de hoy se representa como un mediador armónico entre distintos
saberes y poderes, entre ellos los del propio paciente combinados con los que otorgan la
identidad cultural, la educación, el uso de la tecnología y ¿por qué no? el mercado. Por todo ello, los expertos coinciden en señalar que la relación terapeuta-paciente es el eje
central del modelo en salud y que los profesionales de la salud deberán adaptarse a ella,
debiendo por tanto generarse, a través de la formación en valores, las actitudes que les
permitan entablar, si fuere necesario, un nuevo tipo de relación terapeuta-paciente, más
igualitaria, en la que los pacientes son conscientes de su derecho a la información en todo
momento, a la autonomía, y no aceptan de quienes los atienden actitudes paternalistas o
autoritarias. Estas reflexiones, paralelamente, ponen frente a la necesidad de buscar las maneras para
que los profesionales de la salud obtengan una comprensión explicativa y valorativa, que
ayude a la interpretación y crítica de las razones causales de su trabajo. Porque estas
reflexiones no pasan de ser un posicionamiento teórico previo correspondiente a la etapa
formativa del terapeuta y, por extensión, del profesional de la salud. El grave escollo
emocional y sus consecuencias se produce después, en el trato con el paciente y la atención
humana sin dejar de ser profesional de sus carencias y/o deterioro.
El estrés en el personal de la salud es, sobre todo, el resultado de la combinación de una
labor de intensa responsabilidad con una disponibilidad y entrega continuamente abierta a
las necesidades de los enfermos. Así, la salud mental requiere una especial atención, debido
principalmente a que existen diferentes factores que limitan el desarrollo personal y del
trabajo de los profesionales, entre ellos los puramente laborales, la atención a individuos
enfermos de diferentes perfiles actitudinales que, por otra parte, en ocasiones enfrentan crisis,
el sentimiento provocado por la muerte de algún paciente, las crecientes demandas de las
personas que no quedan satisfechas con los servicios recibidos. Dichos factores actúan
directamente sobre el individuo, provocando un malestar emocional que puede manifestarse
en fuertes cargas negativas, estrés e insatisfacción entre otras, lo cual puede generar,
paradójicamente, una deficiente calidad de la atención hacia el enfermo y en el profesional
de la salud puede producirse un estado de agotamiento por estrés, también llamado
Síndrome del Burnout1, estado emocional que acompaña a una sobrecarga de estrés y
que eventualmente impacta la motivación interna, actitudes y la conducta. La mejor
traducción para burnout es “estar quemado” o "fundirse", y también se le ha denominado
"Síndrome de agotamiento por estrés"; se trata de un fenómeno que no es nuevo, afecta a
muchas profesiones (en todas las profesiones y actividades laborales existen presiones y
situaciones estresantes que pueden generar diferentes síntomas que afecten a la persona,
no sólo en el ámbito laboral, sino también en su vida cotidiana: estrés de la competitividad
en empresarios y directivos; estrés de la creatividad, en escritores, artistas e investigadores;
estrés de la responsabilidad y entrega, en médicos, enfermeras, asistentes sociales y
cuidadores; estrés de las relaciones, en profesores, funcionarios y vendedores; de la prisa,
en los periodistas; del miedo, en los trabajadores de alto riesgo y fuerzas del orden, y del
aburrimiento, en trabajos parcelarios, mecánicos, rutinarios y monótonos...) y se ha descrito
como agotamiento emocional, disconfort somático, sentimientos de alienación, pérdida de
motivación y sensación de fracaso, siendo producto de excesivas demandas de energía,
fuerza y recursos. Desde un plano teórico, y ciñéndonos a los profesionales de la salud, el estrés, paso previo
al burnout, está originado por una combinación de variables físicas, psicológicas y sociales.
Son profesionales en los que inciden, especialmente, aspectos como la sobrecarga laboral,
trato con usuarios problemáticos, contacto directo con la enfermedad, el dolor y, en ocasiones
extremas, la muerte, ocasionalmente falta de autonomía y autoridad en el trabajo para poder
tomar decisiones, cambios tecnológicos rápidos y bruscos, etc. Un análisis pormenorizado de esos aspectos estresores permite identificar cuatro niveles:
1.- en el nivel individual, la existencia de sentimientos de altruismo e idealismo lleva
a los profesionales a implicarse excesivamente en los problemas de los pacientes, y
convierten en un reto personal la solución de los mismos. Consecuentemente, se
sienten culpables de los fallos, tanto propios como ajenos, lo cual redundará en bajos
sentimientos de realización personal en el trabajo y alto agotamiento emocional. 2.- en el plano de las relaciones interpersonales, las relaciones con los pacientes y con
los compañeros, de igual o diferente categoría, cuando son tensas, conflictivas y
prolongadas, van a aumentar los sentimientos de quemarse por el trabajo. Asimismo, la
falta de apoyo en el trabajo, cuando ocurre, por parte de los compañeros o por parte de
la dirección de la organización son fenómenos característicos de estas profesiones que
aumentan también los sentimientos de “quemarse” por el trabajo. 3.- desde un nivel organizacional, los profesionales de la salud suelen trabajar en
organizaciones que responden al esquema de una burocracia profesionalizada e inducen
a problemas de coordinación entre sus miembros, sufren la incompetencia de los
profesionales, los problemas de libertad de acción, la incorporación rápida de
innovaciones, y las respuestas disfuncionales por parte de la dirección a los problemas
organizacionales. Todo ello se convierte en aspectos estresores del tipo de ambigüedad,
conflicto y sobrecarga de rol. 4.- por último, en el entorno socio-profesional, se encuentran como desencadenantes
las condiciones actuales de cambio social por las que atraviesan estas profesiones (por
ejemplo, la aparición de nuevas leyes y estatutos que regulan el ejercicio de la profesión,
nuevos procedimientos en la práctica de tareas y funciones, cambios en los programas
de educación y formación, cambios en los perfiles demográficos de la población que
requieren cambios en los roles, aumento de las demandas cuantitativa y cualitativa de
servicios por parte de la población, pérdida de estatus y/o prestigio, etc.). Sin embargo, no es bueno generalizar, y menos en temas tan delicados como éste. No es
igual, dentro de los profesionales de la salud, la exposición al riesgo de burnout de un médico
“de consultas”, cuyo contacto con el paciente es puntual o, a lo sumo, discontinuo, que la de
un terapeuta, cuyo contacto es continuado, y en el que, cuando se trata del escenario que
originaba estas reflexiones, debe asistir, sin exteriorizar emociones y sin que repercuta en su
profesionalidad, al gradual e inexorable deterioro de las facultades del paciente.
Si hemos de echar un vistazo a las razones de fondo que propician el burnout, hemos de
convenir en comenzar por la personalidad y forma de vida del terapeuta, ya que suele ser
uno de las causas más relevantes. Las personas muy retraídas o con tendencia al aislamiento
son más proclives al agotamiento, que los extrovertidos o los que tienen una red social que
les brinda contención, afecto y les permite renovar energías. Lo mismo ocurre con aquellos
que tienen una vida personal pobre e insatisfactoria o no logran obtener gratificación de sus
relaciones interpersonales. Las relaciones satisfactorias con la familia y los amigos suele
mitigar y proteger a los terapeutas del estrés laboral. Aquellos profesionales que son
excesivamente idealistas y dan “su vida” en la profesión, los que priorizan las necesidades
de sus pacientes sobre las suyas, los que se sobreinvolucran con los pacientes
transformándose en la persona más importante de sus vidas, también son proclives a sentir
agotamiento. Finalmente, los terapeutas competitivos, impulsivos, agresivos,
malhumorados,... y los que buscan intimidad, cercanía y tienen necesidad excesiva de darse
a los pacientes son más propensos al agotamiento. Aparte, claro, si se presentan cambios
significativos o situaciones de crisis vitales por las que atraviesa un terapeuta como la
enfermedad o muerte de un ser querido, una ruptura sentimental, un accidente o enfermedad
personal pueden aumentar el riesgo de sufrir burnout cuanto más prolongado e intenso sea
el tiempo que dure la crisis. Prescindiendo aquí (pero sin olvidar) la influencia que pueden tener en la aparición de un
proceso de burnout en el terapeuta los aspectos meramente laborales como horarios,
retribución, clima de trabajo, etc.,el factor más estresante a considerar son las características
y conductas de los pacientes que atiende. El complejo manejo de los pacientes con características problemáticas genera dilemas éticos, legales y afectivos muy intensos en los
profesionales. También la hostilidad y agresividad de los pacientes (capítulo aparte sería el
citar las presiones que ejerce el entorno, particularmente familiar, y especialmente - aunque no
siempre - cuando el enfermo es un niño) es otro factor difícil de manejar; ya sea que esta se
exprese de forma directa, en casos de ataques verbales o conductas agresivas, o en forma
indirecta, como rechazos sistemáticos de cualquier sugerencia o intervención, descalificaciones
o rupturas frecuentes del encuadre (faltar a las sesiones, pagar irregularmente, reticencia a
irse luego de haber terminado la sesión, llamar por teléfono constantemente o a cualquier
hora, etc.) que demuestran una clara desconsideración. Los abandonos del tratamiento o las
conclusiones precipitadas son consideradas como una situación difícil de manejar y a veces
puede ser un golpe a la autoestima profesional y generar reacciones de fracaso, desilusión,
traición o desagradecimiento. También los pacientes apáticos y sin motivación suelen
desgastar a los terapeutas. En general los pacientes con depresiones graves, trastornos de
la personalidad, conductas psicopáticas, impulsivas, excesivo desapego o hipersensibilidad
pueden generar agotamiento. Y lo mismo cuando se trabaja con pacientes terminales o con
sus familiares, en cuidados paliativos o en situaciones de crisis vitales graves .
Finalmente, no pueden echarse en saco roto los aspectos sociales: en algunas ocasiones
las expectativas sociales pueden hacer que ciertas personas idealicen a los terapeutas
creyéndolos seres superiores, que tienen toda la vida resuelta, idea que puede conjugarse
con un sentimiento de ayuda mesiánico por parte del terapeuta de querer resolverle la vida a
todo el mundo y pueden sentirse frustrado por no conseguirlo. Por el contrario, algunas
personas condenan o desvalorizan socialmente a los terapeutas juzgándolos como inútiles o
personas que se abusan y sacan provecho de la debilidad y sufrimiento ajeno. (las
situaciones de crisis socioeconómica, como la que estamos viviendo, genera también un
fuerte impacto en cuanto a la dificultad económica de los pacientes y la agudización de sus
problemáticas y por otro lado la afectación directa que por ello también sufre en su vida
privada el terapeuta). En definitiva, puede afirmarse que “el agotamiento es resultado de la interacción entre los
rasgos de la personalidad del terapeuta, las características de los pacientes, los factores
laborales y los aspectos sociales. El estrés y la insatisfacción del terapeuta asociados con
estos factores precipitan el desencadenamiento del burnout, cuando se alcanzó niveles altos
y continuos como para destruir la motivación del terapeuta y su sentido de compromiso con
el paciente.”2 Dando por buena esta hipótesis, y admitiendo que estas líneas en este blog no pretenden
erigirse en lugar de comentarios técnico-clínicos sobre el problema sino en punto de
encuentro para algunas reflexiones no eruditas sobre el mismo, no entraremos en el análisis
de sus fuentes, formas de manifestarse, síntomas, alcance o recomendaciones para
combatirlo (todo ello interesantísimo, sin duda) sino que nos permitiremos, tan sólo, deducir
que la persona, ante el riesgo de burnout, únicamente puede actuar sobre los rasgos de su
propia personalidad, ya que el perfil del paciente, los factores laborales y los aspectos
sociales quedan fuera de su ámbito de actuación.
Aunque suene a tópico, para prevenir el riesgo de exposición al estrés y posible burnout
posterior, valen las “recetas” de medidas ya conocidas, también para otros propósitos, y
están estrechamente ligadas a la calidad de vida: es importante hacer ejercicio regularmente,
puesto que rápidamente reduce los valores del estrés y mejora el estado de ánimo; por otro
lado, comer bien, incluyendo frutas y vegetales, evitar el alcohol y la cafeína y dormir entre
7 y 8 horas regularmente mejoran sensiblemente los estados de estrés; los ejercicios de
relajación o de meditación también permiten regularlo, y es fundamental tener tiempo libre
para uno mismo y mantener una red de amigos y familiares. Sólo un apunte en el plano laboral, aunque quede fuera de la actuación personal, y es que
los empresarios deben tomar conciencia de los gastos y pérdidas económicas derivados del
agotamiento profesional: el incremento del absentismo, la baja productividad y los accidentes
profesionales, entre otros, repercuten negativamente en la rentabilidad económica de las
empresas. Las nuevas tendencias (pese a que en algunos entornos parece aún que sean
ciencia-ficción), lejos de predicar la hiperactividad y la búsqueda del éxito rápido, defienden
la calma y la lentitud. Correr tanto no es sinónimo de hacer muchas cosas, ni mucho menos
hacerlas bien. El uso reposado del tiempo es bueno para la salud individual, social y
empresarial.
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1La
Organización Mundial de la Salud (OMS) define el estrés como «el
conjunto de reacciones fisiológicas que prepara el organismo para
la acción», y, por definición, no tiene por qué ser
siempre negativo. El Burnout, para la misma institución, es una de
las maneras que tiene de progresar el estrés laboral; es un proceso
progresivo con un cuadro polifacético y evolutivo. Puede empezar
con cambios psicológicos que van incrementando su intensidad, desde
el descontento y la irritabilidad hasta los estallidos emocionales,
y afectan a los sistemas físicos y psíquicos fundamentales para la
supervivencia del individuo. La lista de síntomas físicos y
psicológicos que origina este síndrome es extensa. Pueden ser
leves, moderados, graves o extremos. En general, se trata de un
agotamiento emocional y un proceso de despersonalización y de
escasa realización personal. Se atribuye al psicólogo
estadounidense Herbert Freudenberger el ser, en 1974, el primero en
haber utilizado el término para hacer referencia al proceso de
vacío emocional y el agotamiento físico que padecían personas
relacionadas con la atención de pacientes con adicciones.
Luego fueron Christina Maslach y Susan
Jackson quienes extendieron este concepto a diversos grupos
profesionales, poniendo el acento de sus investigación en tratar de
determinar la etiología y las formas en que la misma se desarrolla,
describiendo concretamente .el burnout como «un síndrome de
estrés crónico que se manifiesta en las profesiones de servicios
caracterizadas por una atención intensa y prolongada a personas que
están en una situación de necesidad o de dependencia»
.También realizaron investigaciones tendentes a identificar los
factores preventivos y terapéuticos del burnout.
Posteriormente, los investigadores A. Pines,
E. Aronson y D. Kafry ampliaron el concepto de burnout a otras
profesiones que también requieren una gran demanda psicológica y,
actualmente, algunos autores afirman que el burnout puede afectar a
todas las personas que desempeñan profesiones que exigen entrega y
compromiso. Sin embargo, existen estudios a nivel internacional que
muestran las profesiones de la salud, que tienen una implicación
personal o una relación constante y directa con otras
personas/pacientes, como las más expuestas a presentar el burnout
con claros factores de riesgo para padecerlo, siendo los más
importantes falta de tiempo libre, necesidad de estar siempre
disponible, falta de sueño (consecuencia general de “llevarse el
trabajo a casa”) y gran preocupación de equivocarse en el
diagnóstico o terapia a aplicar.
2James
D. Guy, “La vida personal del psicoterapeuta: El impacto de la
práctica clínica en las emociones y vivencias del terapeuta”.
Paidós. Barcelona, 1995..
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