domingo, 26 de septiembre de 2021

Los iberos, esos antepasados desconocidos.


Os cuento. Hace un tiempo publiqué en este blog una entrada con unas memorias 
sobre un hecho concreto (el de Giribaile) que, en el fondo, no pretendían sino ser un 
modesto acto de desagravio a la figura de Georges Servajean (geólogo y director de 
unas excavaciones arqueológicas llevadas a cabo hace medio siglo en el poblado 
ibérico y oppidum de Giribaile, en la provincia de Jaén), injustamente tratado por ciertos 
personajes defensores (?) de nuestro pasado y sus huellas (o, al menos, eso dicen en 
sus diatribas). Esta iniciativa tuvo sus consecuencias en lo personal; por un lado, 
gracias a la magia de las Redes Sociales, esa entrada en el blog permitió recuperar 
cierto contacto (que hay que valorar muy positivamente), condicionado, obviamente, 
entre otras cosas, por la lejanía física, con el entorno cercano de Monsieur Servajean. 
Por otro, más etéreo, el episodio me alentó a recuperar información del mundo de los 
iberos, más allá del caso concreto de la experiencia en Giribaile, de la época de las 
excavaciones y posterior, y provocó las siguientes reflexiones sobre la “matrioska” (un 
enigma dentro de un misterio dentro de un secreto) que contiene a los iberos, muy 
superficiales, que comparto con vosotros.

 

En los textos de Historia de España, se acostumbra a despachar con suma ligereza los 
años de cultura ibérica en la península, citando, en el mejor de los casos, que el 
territorio estaba ocupado por tribus de iberos y de celtas que dieron lugar, en el centro 
de la península a los celtíberos, todo ello abonado por el relato épico de episodios 
como los de Viriato, Numancia, Sagunto, la revuelta menos conocida de Indíbil y 
Mandonio, y poca cosa más1; nada que ver con las páginas y páginas dedicadas a la 
subsiguiente dominación romana y, no digamos de los ríos de tinta dedicados a la 
mitificación de Castilla como crisol de lo que ahora dicen que somos. Craso error 
histórico porque la civilización ibera fue una de las más importantes de la edad del 
hierro europea durante buena parte del primer milenio a. C. y mereció la atención de 
algunos historiadores grecolatinos, pero cayó en el olvido hasta que en el siglo XVII 
comenzó a abordarse empezando por el estudio de la lengua2, y los descubrimientos 
arqueológicos de finales del siglo XIX3, rodeados de polémica (identificados, en 
principio, como visigodos, porque, a entender de los “expertos”, como se trataba de 
obras de mérito, solo podían ser posteriores a los romanos, que fueron quienes trajeron 
la civilización a España), rebasaron los círculos eruditos para ser objeto de atención 
general. Desde entonces, son muchos los datos que se han encontrado, pero aún 
quedan muchos más por averiguar. Es el rompecabezas de los íberos, un mundo 
perdido que quisimos, en Giribaile, volver a la vida.

 

Los íberos son un conjunto heterogéneo de pueblos (geográficamente, en la España 
actual, abarcaría desde los ceretanos – haciendo frontera con Francia – hasta los 
turdetanos – en la provincia de Huelva, lindando Portugal -, pasando por ilergetas, 
oretanos – donde se encontraba Giribaile -, layetanos, etc.) que, entre los siglos VI y I 
a. C, ocuparon la vertiente mediterránea de Europa, con una breve ocupación atlántica, 
entre el Algarve portugués y el Languedoc francés, por lo que la formación y la 
evolución de esta cultura son muy diversas a lo largo del territorio y responden a 
múltiples factores, entre los que cabría destacar las influencias procedentes del 
Mediterráneo oriental a través del contacto con los fenicios, en un primer término, y los 
griegos más adelante. La existencia de los iberos está atestiguada por la arqueología y 
por diversas fuentes clásicas escritas grecolatinas, pero hay que tener en cuenta que a 
menudo éstas son sesgadas, contradictorias o incluso erróneas y que, mayoritariamente, 
hacen referencia al último periodo de esta cultura. Los iberos, pues, a diferencia de los 
romanos, los godos, los árabes,…, que vinieron con propósitos bélicos, para dominar 
un territorio y sojuzgar a su gente (lo de extender la cultura viene después), ya estaban 
aquí, tras las grandes migraciones, posiblemente del Asia Central, de cientos de años 
antes. Ganaron fama en el Mediterráneo, según las crónicas, por su destreza en la 
lucha4, pero sus intercambios comerciales, sistemas de escritura y arte demuestran 
que fueron mucho más que guerreros. 
 

En un principio, los pueblos ibéricos vivían en comunidades tribales, personas 
relacionadas con lazos de parentesco, teniendo un antepasado común que bien podía 
ser real o supuesto. Es decir, si bien en muchos casos todos eran familia, otros podían 
creer en la existencia de un hombre muy anterior a ellos a quien se le atribuía haber 
sido el fundador de un linaje o una casta que bien podía ser pura leyenda y mitología. 
Pero con el paso del tiempo estos pueblos fueron organizándose en torno a ciudades, 
lo que supuso implantar nuevos tipos de vínculos, y llegados a este estadio, la 
estructura tribal evoluciona a una sociedad puramente urbana, siendo la ciudad el 
núcleo básico de la sociedad ibérica más desarrollada. Estas ciudades tenían alta 
densidad demográfica y parece que tuvieron lugares en los que intercambiar bienes. 
Tenían plazas públicas cuya función era idéntica a la de los foros de las ciudades 
romanas, algo bastante llamativo que nos permite saber que entre los iberos, al menos 
los que vivían en ciudades, existía una conciencia pública materializada en forma de 
un mercado. Las familias tendrían sus objetos y bienes preciados en sus casas, pero 
también podían vender y comprar manufacturas.

 

Los íberos trabajaban la tierra. Su actividad agrícola era sobre todo el cultivo extensivo 
del olivo y la viña, que se cree que fueron introducidos a través de sus contactos con 
los fenicios. También cultivaban cereales, aunque habían diferencias según la zona, 
habiendo más de este tipo de cultivos cerca de los ríos, sobre todo en el Ebro, el 
Segura y el Guadalquivir. Entre las frutas que también cultivaban estaban las granadas, 
las cerezas y las manzanas. En cuanto a la ganadería, los iberos explotaban todo tipo 
de animales, entre los cuales no podían faltar los caballos, las ovejas, los toros, los 
bueyes y los asnos. También cazaban, aunque era una práctica más común cuando se 
tenía que satisfacer las necesidades momentáneas de la población. Además de la 
agricultura y la ganadería, la tercera actividad económica más importante era la minería 
y la metalurgia. Sus tierras eran muy ricas en minerales, entre ellos oro y plata, además 
de cobre, hierro y plomo. Estos pueblos aprendieron a trabajar los metales a través de 
los fenicios y con ellos fabricaban armas y herramientas para trabajar la tierra. Por 
último, tenemos el comercio. Los íberos establecieron múltiples rutas comerciales con 
los pueblos de la época y, para hacer que los intercambios fueran más justos y ágiles, 
adoptaron la moneda, originalmente griega pero también llegaron a acuñar una propia. 
Sin duda, una parte importante de la economía del mundo ibero fueron los intercambios 
comerciales primero con fenicios y griegos y después con cartagineses; mercadeaban 
con metales, cereales, aceite y vino a cambio de productos de lujo para sus élites 
(cerámicas decoradas, telas, joyas...). Los contactos con estas culturas permitieron 
desarrollar las técnicas alfarera y escultórica iberas.

 

Una de las cosas que llama la atención de los iberos es que se trató de un pueblo 
alfabetizado que poseía escritura propia. En total, se conocen aproximadamente un 
par de millares de inscripciones, en monedas, cerámicas, objetos de prestigio, estelas 
funerarias y láminas de plomo pero pocas poseen una extensión amplia que posibilite 
un análisis filológico detallado, y ninguna forma parte de un texto bilingüe que aporte 
pistas para su desciframiento, al permitir comparar el ibero con alguna lengua conocida 
de la época, como el fenicio, el griego o el latín. Y es que la lengua ibera tiene una 
peculiaridad, aparte de su origen desconocido: sabemos cómo leerla y pronunciarla, 
pero no cómo traducirla... al menos, no todavía. El desciframiento de su fonología se 
realizó en 1922, cuando se identificó como una escritura mixta, en parte alfabética (las 
vocales) y en parte silábica (consonantes oclusivas). Sus trece signos alfabéticos y 
quince silabogramas se escribían de izquierda a derecha (como nosotros).

 

Por lo que respecta a la religión, se conocen los nombres de los dioses Betatum, Neitin, 
Sestum y Salaecom y se sabe que existía la creencia en una diosa-madre primigenia  
(¿tomada, quizá de la Astarté fenicia?), tal como era frecuente en muchas culturas del 
Mediterráneo precristiano, y se sabe que estaban familiarizados con el El (dios-padre de 
los fenicios), el Zeus griego, etc.; los sacrificios tuvieron gran relevancia en su religión, a 
diferencia de los templos, no muy significativos, toda vez que no son muchos los que 
se conocen, pero los lugares de culto sí son muy numerosos. En las zonas urbanas 
podemos encontrar alguno de esos pocos templos, capillas domésticas y santuarios 
empóricos, donde tenían lugar los intercambios comerciales bajo la protección de los 
dioses; los santuarios estaban situados cerca de las ciudades pues fuera del recinto 
urbano se encontraban los templos supraterritoriales, vinculados a grandes territorios y 
no a una única población.

 
Aunque el mundo ibérico aceptó muchos influjos culturales del Mediterráneo oriental, lo 
hizo adaptándolos a sus propias necesidades ideológicas, una característica de las 
culturas con un carácter definido. Los importantes beneficios económicos que obtenía 
Cartago de su relación con el mundo ibero no tardaron en generar las envidias de Roma, 
de modo que ésta buscó la menor de las excusas para desencadenar una serie de 
enfrentamientos que, a duras penas, le permitieron librarse del único competidor de 
talla existente en el Mediterráneo occidental. A partir del siglo III a. C., la llegada de la 
cultura romana a la península dio comienzo a un importante proceso de aculturación 
que acabó con la cultura ibera y con sus miembros convertidos en romanos. 
Aprovechando el triunfo final de los romanos sobre el general cartaginés Aníbal en la 
batalla de Zama, y el aplastamiento de las últimas revueltas iberas, Roma triunfó en el 
campo militar y en todos los ámbitos; a partir de entonces, el Derecho será romano, la 
cultura, latina, la religión, la de Júpiter, y la lengua, el latín: nace en la Historia la 
Hispania romana ocultando, incluso, las raíces iberas de los lugares (antes que la 
Barcino romana fue la Barkeno ibera, antes que la imperial Tarraco, capital de la 
provincia romana Hispania Citerior, la ibera Kesse-Tarakon, etc.)

 

Hay más, mucho más, naturalmente, para quien quiera profundizar, que se va 
descubriendo en las investigaciones, pero dejémoslo en este somero acercamiento a 
raíz del interés despertado en Giribaile. Una reflexión final: la actuación de los romanos 
con la cultura ibera no es un caso aislado, sino que aparece como una constante a lo 
largo de los siglos de una debilidad (sí, debilidad) humana que hace aniquilar todo lo 
que tiene que ver con el vencido militarmente: su lengua, su cultura, su religión,… Eso 
pasó con las culturas precolombinas de América (del sur y del norte), los aborígenes 
australianos, además de la mayoría de países de lo que hoy es Europa y Asia.

 
Pero eso merece otras reflexiones. 
 
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1No deja de resultar llamativo el hecho de que se haya prestado más atención a darle vueltas a enigmas como Tartessos o la Atlántida que a investigar lo que desconocemos de nuestros antepasados auténticos.

2En realidad, nuestro conocimiento de la existencia de los iberos viene de lejos. La primera vez que aparecen mencionados es en la Ora maritima (Las costas marítimas) del poeta Rufo Festo Avieno, un texto del siglo IV, que se supone basado en un itinerario doscientos años más antiguo escrito por marinos de Massalia (la moderna Marsella). Según el poeta latino, los iberos son las gentes que habitan la costa mediterránea de Hispania , claramente diferentes de las gentes del interior, que, a su decir de romano, estaban menos “civilizadas”. Curiosamente, pese a que el de Avieno fue un texto muy leído en España durante el Renacimiento –las referencias romanas daban caché histórico al por entonces país más poderoso del mundo–, la identificación arqueológica de la cultura ibera solo se produjo a finales del siglo XIX.

3El primer gran hallazgo vinculado al mundo ibérico se produjo a mediados del siglo XIX en el Cerro de los Santos (Montealegre del Castillo, Albacete), donde aparecieron cientos de esculturas en piedra, sobre todo damas oferentes, que en un primer momento no se supo ubicar desde un punto de vista cultural. Además de objetos originales también hubo falsificaciones, algunas de las cuales, incluso, se exhibieron en las exposiciones universales de Viena (1873) y París (1978), lo que generó una gran polémica y afectó la credibilidad del hallazgo posterior de la Dama de Elche en La Alcudia. Sin embargo, el arqueólogo e hispanista Pierre Paris, autor de Ensayo sobre el arte y la industria de la España primitiva, supo valorarla y enseguida la compró para el Museo del Louvre, y fue también el primero en divulgar a escala europea la existencia de esta cultura.

4Parece que guerrear era una actividad estacional de los iberos que tenía lugar durante la temporada de buen tiempo en primavera-verano. Se ha de descartar que fuera la guerrilla el método preferido de combate, pues ya antes de la llegada de los cartagineses se produjeron enfrentamientos entre unidades cerradas. Las potencias mediterráneas reclutaron grupos de combatientes iberos como auxiliares de sus unidades por su arrojo, e incluso los romanos, con los que guerrearon con frecuencia, no entendían que un pueblo tenido por inferior y salvaje demostrara tanta disciplina y lealtad jerárquica en el combate. Por cierto, en cuanto a armamento, hay que señalar que la famosa falcata ibérica no es sino uno de los cuatro tipos de espadas conocidas y utilizadas por los iberos.

 

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