domingo, 12 de septiembre de 2021

Maracas y azar.


Septiembre de 1939, ahora se cumplen años, y no del histórico por muchos motivos 
(Catalunya, Chile, Estados Unidos,…) día 11, que también. El primero de abril de ese mismo 
año 1939 se había publicado un bando militar que daba fe del triunfo de la sublevación, de la 
que la cabeza visible es el General Francisco Franco, contra el legítimo gobierno de la 
República, que se daba por acabada una guerra -in-civil (“La guerra ha terminado”, decía el 
bando) y empieza la represión oficial. Barcelona, además, a partir del 26 de enero de 1939, 
fecha en que fue tomada por las tropas franquistas, empezó a vivir una nueva etapa, hecha de 
misas de campaña, represión, fusilamientos y encarcelamientos, exaltaciones religiosas y 
españolización (no son opiniones; está documentado). El nuevo Ayuntamiento, dirigido por 
Miguel Mateu Pla, se apresuró, con máxima diligencia y espíritu de servicio a los vencedores, 
a limpiar la cara a la ciudad: la ruina de los bombardeos italianos y franquistas fue 
discretamente recogida; las grandes plazas y avenidas de la ciudad se convirtieron en altares 
al aire libre para mostrar la expiación y el arrepentimiento de la ciudad roja y separatista; se 
acogió con los brazos abiertos inmediatamente a los nuevos “amigos” —nazis alemanes, 
fascistas italianos, colaboracionistas franceses—; se pagaron todas las facturas de las visitas 
del conde fascista Galeazzo Ciano y, evidentemente, del Reichsführer Heinrich Himmler1 
 
En ese escenario y en esas fechas, llega por casualidad a Barcelona, y a España, quien 
después dejará huella como popularizador del bolero, del cha-cha-chá y otros ritmos caribeños: 
el cantante cubano Antonio Lugo Machín, más conocido, simplemente, como Antonio Machín. 
Estando actuando en París,se produjo la invasión de Polonia por Hitler en ese septiembre de 
1939 y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial y él, que era cubano y mulato, y su amigo 
Napoleón Zayas, saxofonista, caradura, dominicano y también mulato, decidieron alistarse 
para ir a luchar contra los nazis, pero ya en la cola para alistarse se lo repensaron y corrieron 
a coger el primer tren que encontraron, que resultó que iba hacia Barcelona. 

 

Si hemos de repasar su biografía, Antonio Machín (Antonio Lugo Machín, como decimos, 
según los documentos) nació en Sagua la Grande (Villa Clara, Cuba) y era el noveno hijo de 
los dieciséis que tuvo el orensano José Lugo con su esposa negra cubana, Leoncia Machín. 
El duro trabajo en el campo no dejaba mucho tiempo para la música y la poesía, por lo que la 
temprana vocación de Antonio por la canción se vio frustrada por su padre; lo más que 
consiguió fue que le permitiera cantar en el coro de la iglesia. Parecía que su futuro estaba 
orientado a un oficio tradicional pero tras probar como agricultor, albañil, camarero y aprendiz 
de sastre, decidió dar la espalda al futuro diseñado por su padre y tomó el rumbo de su 
vocación. A los 22 años se trasladó a La Habana. Sus primeros pasos en la capital cubana 
tampoco fueron esperanzadores. Con una mano delante y otra detrás, trabajó en lo que pudo 
para procurarse el sustento hasta que conoció al trovador y guitarrista Miguel Zaballa, con 
quien forma un dúo con el que de bar en bar, sacaban para ir tirando,; consiguieron, no 
obstante, actuar en una emisora de radio. Allí les oyó cantar Don Aspiazu, que se prendó de 
la voz de Machín y lo fichó para la orquesta del Casino Nacional, entonces el mejor salón de 
La Habana, donde se convirtió en el primer cantante negro en una orquesta de blancos. Y allí, 
en el Nacional, Machín se agarró por primera vez a las que serían sus compañeras para toda 
la vida: las maracas. En 1930, se trasladó con la orquesta de Aspiazu a Nueva York, donde 
Frank Sinatra daba sus primeros pasos y donde triunfaban las orquestas de Xavier Cugat y 
Madriguera, consiguiendo su gran éxito con «El manisero» del que vendió un millón de discos 
y logró el respaldo norteamericano. Más tarde, logró el mejor contrato de su vida, con el 
Casino de París y, como ya hemos adelantado, Antonio Machín vino a España en septiembre 
de 1939, cuando los nazis se disponían a invadir su amado París.

 
Y ya tenemos aquí el personaje; en Rambla de Catalunya, 24, en Barcelona, donde ahora hay 
un hotel, estaba la sala de boleros Shanghai, el primer lugar donde actuó Antonio Machín 
cuando llegó a Barcelona, entonces un salón de baile donde las chicas enseñaban todo lo 
que podían, de baile se entiende, a cambio de módicos vales, mientras Machín amenizaba las 
veladas por 25 pesetas diarias. Al llegar a Barcelona se llevó la primera gran decepción de su 
vida: esperaba un gran recibimiento, dado su éxito internacional, pero aquí no le conocía 
nadie, y tuvo que aceptar lo primero que se le ofrecía. Machín, que ya tenía 36 años, había 
tenido una vida alocada hasta entonces, había triunfado en Nueva York, de donde se fue 
hacia París, dicen que persiguiendo las piernas interminables de la bailarina Delita que, una 
vez olvidada, dio paso a una francesa, Line, con la que realizaría una gira por Suecia y con la 
que estuvo a punto de instalarse en Estocolmo, pero el frío le hizo volver a París. De nuevo en 
la Ciudad de la Luz, el artista frecuenta la bohemia de Montmatre. Fue aquel un periodo del 
que nunca quiso hablar y al que la guerra habría de poner punto final. 

 

El cantante, sobreviviendo en Barcelona, pues, para colmo, los falangistas cerraron el 
Shanghai “por inmoral” y Machín, arrastrando a Zayas y su saxofón, decidió echar toda la 
carne en el asador y viajó a Andalucía, donde cosechó el mayor fracaso de su vida. Lo perdió 
todo y estuvo a punto de tirar la toalla. En 1942 se  independizó, montó sus propios 
espectáculos y empezó a grabar discos y a ser conocido del gran público. En 1943, en Sevilla, 
donde se afincaría, conoció a la que sería su esposa, María de los Ángeles Rodríguez, con 
quien tendría una hija. Hay que decir que, en esa época, las caras negras que se veían a este 
lado de los Pirineos no debían de ser más de 10 o 12. Negritos, que se les llamaba, solo había 
en las huchas con las que los niños postulaban para las misiones y, salvo una minoría de 
intolerantes, los mismos que siguen hoy haciendo mucho ruido y que no era otra cosa que la 
excepción que confirmaba la regla, todo el mundo simpatizaba con ellos. En pocos años, 
Machín llegó a ser tan adorado como las reinas de la copla y demás géneros autóctonos. Se 
decía que cantaba con el corazón en los labios. Siempre moviendo sus maracas, éstas 
acabarían inspirando el lenguaje popular. Hombre de mundo y antiguo bon vivant, su elegancia 
era la que se estilaba en La Habana colonial.

 
Pero volvamos a su relación con Barcelona. Sin duda, el momento más importante de su 
carrera lo tuvo en 1947 cuando estrenó «Angelitos negros» (recordados recientemente en este 
blog a propósito de la eclosión del movimiento Black Lives Matter) en el hoy desaparecido 
Teatro Novedades, de la calle Casp de Barcelona, frente al Teatro Tívoli, en donde tuvo que 
hacer ¡¡cinco bises!! de la canción. Oída por Machín la versión de la canción en la voz más bien 
grave, con un sonido aterciopelado y redondeado, e impecable técnica vocal de la mexicana 
Toña la Negra (Antonia del Carmen Peregrino Álvarez), hizo la suya propia, que sería, 
seguramente, el primer gran éxito de la industria discográfica española; entre 1947 y 1950 se 
vendieron 47.000 discos, un auténtico récord si se tiene en cuenta que en esa época en 
nuestro país la economía dependía de las cartillas de racionamiento y apenas quedaba un 
duro (hoy diríamos "un euro") para «dispendios en tocadiscos o «pick up» («picús», se decía 
en castizo). A partir de ese momento la carrera de Machín en España fue imparable. Una 
larga trayectoria que se prolongó por más de 35 años. 
 

Barcelona, junto con Sevilla, fueron sus lugares preferidos de nuestra geografía, pero cantó 
una y otra vez en todas las plazas. «En todas partes encontré y encuentro aplausos que 
nunca agradeceré bastante». En sus palabras, «Siempre soñé con la tierra de mi padre (...). 
De pequeño, le oía con frecuencia contar las bellezas de los paisajes gallegos», y aunque 
vino con el propósito de quedarse únicamente mientras durara la guerra, para volver con la 
paz a París, el amor que le inspiró España fue inmediato y acabó viviendo en España más que 
en ningún otro lugar. Temas como Dos gardenias, Somos, Madrecita o Angelitos negros fueron 
a dar alegría al proverbial aburrimiento de la España franquista. Ya al final de sus días, 
mientras sus boleros empezaban a dejarse de escuchar, pudo ver cómo se le convertía en un 
rey del camp2 nacional, pero recogieron el testigo cantantes como Moncho, en castellano, y 
Núria Feliu, en catalán, figuras destacadas del bolero en esta comunidad, y eso no fue casual 
pues existe en realidad una influencia directa de Machín en la cultura musical catalana. Reflejo 
de esa comunión es el monumento que se le dedicó en 1981 en la plaza Vicent Martorell, del 
barrio de El Raval, muy cerca de la plaza del Bonsuccés, donde tenía un piso en el que, al 
parecer, pensaba ir a vivir cuando le sorprendió la muerte en Madrid en 1977. En el medallón 
con su efigie sobre un monolito irregular, clavado en el suelo en un parterre, puede leerse 
Antonio Machín, marfil en el verso, en la rosa seda, en el alma oro

 

En cuanto a su relación con la capital andaluza, es curioso comprobar los vínculos que ya 
desde su juventud cubana, y sin conocer todavía la ciudad andaluza, Machín tuvo con Sevilla. 
Muchos años después, el cantante se casaría con una cordobesa afincada allí. Aún en su 
época de albañil en La Habana, cuando acaban en el tajo, Antonio y José Martínez (un 
capataz de obra sevillano), todo un noctámbulo, frecuentan los cafetines, tabernas y quioscos 
de la ciudad. El sevillano, un figura en dichos ambientes, introduce en ellos a Machín. Más 
aún, el día que el artista le dice que quiere dejar la espátula para cantar, es Martínez quien le 
presenta a un amigo guitarrista, Miguel Zaballa, «la mejor voz de segundo de la trova cubana», 
quien no dudó en asociarse con Machín. La reputación del dúo fue creciendo entre los señores, 
cuyas fiestas animaban. Más casualidades: a finales del siglo XIV surgen en Sevilla las 
primeras hermandades asociadas a colectivos étnicos marginados, como el de los esclavos 
negros y así nació en 1393 la Hermandad de Los Negritos de la mano del cardenal Gonzalo de 
Mena, que creó un hospital para negros con el objetivo de acoger a todas aquellas personas 
enfermas o de avanzada edad que eran expulsadas por sus 'amos' porque, desgraciadamente, 
ya no les eran útiles. Ahí, en esa ubicación de extramuros, es donde está hoy situada la capilla. 
En el siglo XX la hermandad abrió sus puertas a la familia de un cubano mulato universal, 
Antonio Machín. Él y su hermano Juan fueron miembros de esta cofradía hasta su muerte. 
Las maracas de Machín y sus angelitos negros acompañarán para siempre a la Virgen blanca 
de la Cofradía de Los Negritos, ya que, como tributo, una de las marchas procesionales más 
célebres de esta imagen arranca con los primeros compases de esta famosa melodía del 
cantante cubano. También Sevilla, como Barcelona, aunque años más tarde, en 2006, le rinde 
homenaje con una escultura de bronce (con sus maracas), erigida en la Plaza de Carmen 
Benítez, junto a la Iglesia de San Roque y frente a la Capilla de Los Negritos, cerca de la que 
fue vivienda familiar.
 

 
 
Y todo empezó por casualidad en el mes de septiembre (como ahora) del año que se dio por 
acabada en España la guerra (in)civil, y cuando empezaba en Europa la Segunda Guerra 
Mundial.




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1Otro día, hoy no toca, recordaremos la rocambolesca búsqueda por parte de este personaje nada menos que del Santo Grial (el Cáliz de Cristo) ¡en Montserrat! La abadía de Montserrat, esculpida entre los dentados peñascos del macizo homónimo, llegó a oídos del Reichsführer-SS a partir de las recientes investigaciones que afirmaban que una antigua canción folclórica catalana era la prueba irrefutable de que el Santo Grial descansaba en dicho templo. La composición popular hablaba de una «fuente de vida» oculta en el castillo original sobre el que se edificó la abadía posteriormente, razón más que suficiente para movilizar a toda su camarilla hasta Barcelona, ya que «indudablemente», esa fuente era el mismo Cáliz de Cristo. Los desconcertados monjes que habitaban el recinto sagrado, asistieron atónitos al despliegue de la parafernalia nazi a las puertas del templo, que con Himmler a la cabeza, había venido a llevarse lo que aquellos hombres de Dios supuestamente ocultaban. Ante tan desconcertante visita, Andreu Ripoll, el único religioso capaz de hablar alemán, le aseguró que no había ningún Grial en su templo, o al menos, que ellos supieran. Así pues, con las manos vacías, Himmler no tuvo más remedio que aceptar una nueva derrota en la única guerra que sabía librar: la guerra mágica.

2El camp es una corriente artística relacionada con las formas del arte kitsch, considerado como una copia inferior y sin gusto de estilos existentes que tienen algún grado de valor artístico reconocido. Suelen identificarse sus cualidades atractivas bajo los parámetros de la banalidad, la vulgaridad, la artificialidad, el humorismo y la ostentosidad .

 

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