jueves, 2 de septiembre de 2021

Hoy, la Jamancia.


Todos los hechos acaecidos en el pasado pueden guardar enseñanzas (para quien las quiera ver y seguir, por supuesto) por lo que todas las efemérides, debidamente detalladas y explicadas en su contexto, deberían recordarse y conmemorarse. Pero, ¿esto es así siempre o el recuerdo se limita a lo “políticamente correcto”? Pues veamos; por ejemplo hoy, 2 de septiembre, pero de 1843, hace 178 años, la ciudad de Barcelona es tomada por los rebeldes, comenzando la revuelta conocida como la
Jamancia (en puridad, la revuelta en sí había empezado el 13 de agosto, después de la caída del gobierno de Espartero, pero la toma de Barcelona es el 2 de septiembre), la primera revuelta popular contra el estado, la primera revolución federalista y verdaderamente democrática de la historia peninsular. En aquel episodio revolucionario se enfrentaron las clases populares de Barcelona contra los representantes de las oligarquías políticas y militares españolas emplazadas en Catalunya. Ese fue un levantamiento que anticipó la ruptura que en Europa produjeron las revoluciones de 18481 (la oleada revolucionaria que acabó con la Europa de la Restauración. Iniciadas en Francia se difundieron en rápida expansión por prácticamente toda Europa central - Alemania, Austria, Hungría - y por Italia. Aunque su éxito inicial fue poco duradero, y todas ellas fueron reprimidas o reconducidas a situaciones políticas de tipo conservador, su trascendencia histórica fue decisiva. Quedó clara la imposibilidad de mantener sin cambios el Antiguo Régimen, como hasta entonces habían intentado las fuerzas contrarrevolucionarias de la Restauración); burgueses liberales se levantaron apoyados por los mismos trabajadores y gentes humildes que después pasaron por las armas. Vencido el carlismo, el absolutismo ya no era la amenaza: el proletariado pasaba a ocupar ese lugar.


Para ponernos en antecedentes, en 1840, un Decreto Real legalizó el asociacionismo obrero y en Barcelona nació la
Asaociación Mutua de Obreros de la Industria Algodonera, el primer sindicato del país. Las condiciones de vida en una ciudad que se industrializa constreñida dentro de las viejas murallas no podía ser más asfixiantes y cada vez más duras, el hacinamiento era cada vez mayor, y por si fuera poco a esta insalubridad se sumaban problemas como el desempleo, los salarios de miseria, jornadas extenuantes… y algunos restos del Antiguo Régimen. Si bien la burguesía había logrado acabar con las trabas feudales que le dificultaban enriquecerse, impuestos como los que gravaban los productos que cruzaban la muralla, seguían en pié. Quien más lo sufría era quien más ajustado tenía el salario para garantizar su supervivencia y la de su familia. En noviembre de 1842 se produjo una revuelta que tiene como detonante la negativa de un grupo de obreros asociados a pagar el impuesto cuando volvían de una merienda campestre de domingo. La discusión con los guardias de la muralla terminó con un obrero detenido. Acto seguido se organizó una protesta frente al Ayuntamiento, donde se produjo un choque armado con el Ejército, lo que desató un levantamiento que se extendió por toda la ciudad. La situación se trató de “encauzar” por parte de sectores liberales que formaron una Junta Revolucionaria, que aglutinaba a industriales y burgueses moderados y progresistas (al parecer, incluso algún miembro de la conocida familia Güell), sector social que dirigía la Milicia Nacional que se había negado a disparar al pueblo.

El origen de la Jamancia, pues, es que era un movimiento de base popular - básicamente obrera - y de ideología democrática, federalista y republicana que se oponía al gobierno jacobino del liberal Espartero (que, el año anterior, había ordenado el bombardeo de la ciudad de Barcelona2) y de su sucesor en el gobierno, y a la cultura de corrupción de las oligarquías de Madrid, representadas por la entonces exregente (tras la muerte de Fernando VII), Maria Cristina de Borbón. El nombre de jamancia (del romaní jamar, comer3) aludía despectivamente a los miembros de los batallones de voluntarios (batallones de la blusa4) que probablemente se habían apuntado para comer gratis y cobrar la paga de cinco reales, un nombre que se basa en los cánticos de los sublevados en los que se amenazaba con comerse a sus enemigos de clase y también por el principal motor del movimiento, el hambre. Los jamancios eran los antecesores directos de los obreros que protagonizaron la huelga general revolucionaria de 1909 (la Semana Trágica) y el estallido libertario de 1936 (la guerra -in-civil). Su ideario mezclaba reivindicaciones laborales con propuestas protofederales. 


La Jamancia se desarrolló estando bien reciente la insurrección que, entre noviembre de 1842 y febrero de 1843 tuvo lugar también en Barcelona, y que fracasó sin haber conseguido extenderla al resto de España ni haber dado solución alguna a la crítica situación que atravesaban los estratos más bajos de la sociedad de aquel momento, a los que la Junta revolucionaria asumía la protección de “
todas las clases laboriosas y productivas (…) justicia para todos sin distinción de clases y categorías”, algo que la burguesía no estaba dispuesta a llegar. Del fracaso de esta revolución, las clases populares aprendieron a no confiar en la burguesía, por lo que la rebelión barcelonesa de la Jamancia, prolongó los enfrentamientos de clase producidos en los últimos días de su antecesora, cuando la Junta permitió la confiscación de los bienes de aquellos burgueses que habían abandonado la ciudad aterrorizados por los bombardeos. El mensaje de las coplas entonadas por los jamancios, son una muestra de sus reclamaciones hacia el derecho al trabajo y la igualdad ante la ley, y así se publicó. Fue la jamancia el último de los disturbios producidos en Barcelona entre 1836 y 1843, conocidos como bullangas5. 81 días permaneció Barcelona en pie contra el Gobierno. Además de las barricadas hubo un famoso y frustrado intento en octubre de asalto a la fortaleza de la Ciutadella, en la que se había refugiado el capitán general de Cataluña, Arbuthnot, abandonando la ciudad y el fuerte de las Dressanes, lleno de armamento. 


En esto, había llegado a Barcelona, como brigadier/gobernador en sustitución de Espartero, contra quien se había rebelado, el general Prim y el ejército, comandado por él, quizá el político español más destacado, con Cánovas, del siglo XIX español -ambos asesinados-, sitió a los levantiscos, que eran algo así como la última entrega de los «sans-culotte» franceses o la vanguardia de lo que décadas después se desataría en Cataluña. Prim, al grito de «
o caixa o faixa» -o ataúd o fajín de general: o victoria o muerte-, bombardeó sin piedad a los rebeldes, que al final fueron más víctimas del hambre de que la acometida militar. Como hiciera un año antes Espartero, y ante el peligro que la revuelta suponía para la monarquía de la reina- niña Isabel II, el recién ascendido brigadier Prim decidió asediar la ciudad por tierra y por mar, mientras abría fuego desde Montjuïc, la Ciudadela, la Barceloneta y Gracia, de forma que el ejército español, siguiendo órdenes de los generales Prim6 y Milans del Bosch, tiraría más de 12.000 bombas que causarían trescientos muertos, hasta conseguir la capitulación, la rendición de Barcelona y el fin momentáneo del sueño de una España justa, democrática y federal. La ciudad sufrió una terrible hambruna, pero aguantó tres meses bajo el fuego artillero. Entre septiembre y noviembre de 1843 fueron destruidas o afectadas un tercio de las casas de la ciudad y se produjeron grandes desperfectos en su fachada marítima. Hay que decir que las élites industriales (de ideología liberal y federalista), asustadas por el cariz que tomaban los acontecimientos, cambió de bando, y si bien inicialmente se mantuvieron al margen, pasadas las semanas, tomaron partido por la represión española. 

Una bomba que no explotó se exhibe en una casa del barrio de Gràcia.

¿Es o no es para recordar la efemérides? Salvadas todas las distancias que se quiera, el modelo recuerda a la que se está armando ahora y aquí, porque en las protestas del 11-5, de quienes rodean el Congreso y de los antidesahucios hay mucho de profesionalidad, aunque el grueso de la tropa vaya de buena intención. Si algo ha quedado claro en los últimos tiempos, al menos en España, es que las protestas no sirven absolutamente para nada. Los interlocutores o están, en el caso de las multinacionales, a miles de kilómetros de distancia o sencillamente en el anonimato de la sociedad global o debajo de la mesa en el caso de las políticas nacionales y autonómicas. Es perfectamente inútil desgañitarse aun teniendo razón. Así las cosas, la jamancia asoma las orejas. El caso es despejar la gran incógnita, que subsiste: ¿a quién beneficia la miseria, que se ha demostrado origen de otras situaciones?

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1Aunque las revoluciones de 1848 fracasaron formalmente, su experiencia influyó poderosamente en las ideologías obreras del siglo XIX, a saber: la aparición de las ideas socialistas, por obra de Carlos Marx, que en su célebre obra «El capital», revolucionó los conceptos de capital, trabajo y riqueza, dando así origen a las llamadas luchas de clases (entre el Capitalismo y el Proletariado), agudizadas en los tiempos actuales,; las ideas socialistas han influido, grandemente, en la conquista de derechos favorables a la clase trabajadora;; la vigorización del anhelo nacionalista y de unificación de algunos pueblos.

2Baldomero Espartero, príncipe de Vergara, duque de la Victoria, duque de Morella, conde de Luchana y vizconde de Banderas, todos los títulos en recompensa por su labor en el campo de batalla, fue el que dijo aquello de: “Para que España vaya bien hay que bombardear Barcelona cada 50 años”. Y a fin de demostrar su teoría, en 1842 los cañones de Montjuïc se pasaron 13 horas disparando contra la ciudad.

3Hoy queda el rescoldo popular del verbo romaní/gitano “jamar” sólo en viejos chistes, como aquel que asegura que, si eres pobre, “jamás jamarás jamón”.

4El uniforme de estas tropas improvisadas consistía en blusa de trabajador, alpargatas, barretina con una calavera plateada en la cabeza, correaje de cuero y una paellita de latón prendida en el pecho como una medalla.

5Se conoce como “bullanga” cualquier alteración o alboroto popular que comporta crítica y oposición a la autoridad. La .prensa madrileña, en su afán por desprestigiar la revuelta, escribía despectivamente sobre el batallón de la jamancia, afirmando estaba “compuesto en su mayor parte de la escoria de los pueblos vecinos a ésta (Barcelona), de procesados criminalmente, de gitanos, de extranjeros afiladores de navajas y tijeras, de menores de edad, de viejos y de algunos licenciados”, para terminar concluyendo: “¿Se creerán esos majaderos jamancios que por sí solos podrían arrostrar una invasión extranjera, solo con mostrar la sucia sartén y parrillas (distintivos menospreciados de su uniforme) con que intentaban freír y asar a las tropas, y demás combatientes sometidos al legítimo gobierno, y con cuyos chismes pintados pusieron pies en polvorosa en San Andrés y Mataró, huyendo despavoridos a los primeros disparos?”.

6Este genio en el arte militar y en la política española, consiguió hacerse perdonar por los barceloneses el haberles bombardeado sin piedad durante tres meses seguidos y quedarse tan ancho. Forma junto al general Espartero la curiosa bicefalia de militares que, a pesar de arrasar la ciudad, fueron homenajeados por ella. En premio a sus servicios, en 1870, tras su asesinato en la madrileña calle del Turco, el Consistorio barcelonés decidió ponerle una estatua ecuestre, destruida en 1936 y reconstruida por el escultor Frederic Marés, en recuerdo de su participación en el derribo del cuartel de la Ciutadella y su reconversión en parque. El monumento se parece mucho al que tiene dedicada en la plaza del General Prim de Reus, su ciudad natal, solo que en actitud mucho menos triunfal. Los misterios de Barcelona deberían incluir a este joven coronel de 29 años que se hizo famoso al unirse con su amigo Lorenzo Milans del Bosch al golpe de Estado contra Espartero de mayo de 1843. Los liberales progresistas, principales promotores del pronunciamiento, prometieron de todo a los barceloneses, y estos les creyeron. Pero en agosto, cuando comprobaron que solo había sido una estratagema para hacerse con el poder, el ala más radical del republicanismo catalán estalló en la revuelta de la Jamancia.

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