domingo, 20 de noviembre de 2022

Un futuro que ya está aquí.


En este año 2022,
aprovechando que hace cuatro días (el 16 de noviembre) fue el centenario del nacimiento del escritor portugués, Premio Nobel de Literatura, José Saramago, y con la que está cayendo de todo tipo, se imponía releer algo de su obra antes de que acabe el año, y elegí para ello La caverna (la pérdida del empleo) que, con las dos novelas anteriores Ensayo sobre la ceguera (la pérdida de la vista) y Todos los nombres (la pérdida del nombre), forma un tríptico en que el autor deja escrita su visión del mundo actual. Si se tuviera que hacer una sinopsis del libro, hablaríamos de una pequeña alfarería frente a un centro comercial gigantesco. Un mundo en rápido proceso de extinción, otro que crece y se multiplica como un juego de espejos donde no parece haber límites para la ilusión engañosa. Todos los días se extinguen especies animales y vegetales, todos los días hay profesiones que se tornan inútiles, idiomas que dejan de tener personas que los hablen, tradiciones que pierden sentido, sentimientos que se convierten en sus contrarios En este sentido, una familia de alfareros comprende que ha dejado de serle necesaria al mundo. Como una serpiente que muda de piel para poder crecer en otra que más adelante también se volverá pequeña, el centro comercial dice a la alfarería: «Muere, ya no necesito de ti». Una impresionante parábola sobre el mundo actual y sobre el verdadero significado del cambio, una crítica feroz a la sociedad urbana consumista que, por desgracia, va desplazando a la vida rural, un oficio tradicional condenado a desaparecer, un gran centro comercial que te esclaviza y te atrapa,… y una sorpresa final insospechada (que no se desvelará aquí, claro). Me merece respeto la literatura de Saramago y la idea de la obra es brillante, criticar la globalización y el poder de los grandes centros comerciales en perjuicio de lo artesanal y el pequeño establecimiento, encarnándolo en un alfarero que de repente se encuentra sólo inútil en un mundo donde ha servido dignamente. Saramago nos pone, como siempre, en el disparadero. Con su habitual agudeza, nos habla de un mundo que lamentablemente es el nuestro, de personas que pierden su valor en la sociedad porque sus profesiones se van quedando obsoletas, animales que irremediablemente se extinguen y desaparecen de la tierra, la aparición de emporios y multinacionales sin alma que engullen y arrasan con todo... En fin, la destrucción del hombre en espíritu y forma.Enfrentarse a la prosa de Saramago, a la profundidad de su pensamiento, a su dominio del lenguaje siempre supone un placer inmenso y una fuente de sabiduría, aunque también (¿por qué no decirlo?) un cierto dolor de cabeza. Nunca destaca este autor por el ritmo o el suspense de su relato, pero en esta ocasión, esa ausencia casi total de historia llega a su máximo extremo. No es la mejor novela para iniciarse en el genio portugués, pero sí para deleitarnos en ella, es un libro en el que no pasan grandes cosas, al menos en apariencia, pero en el que en realidad pasa mucho, lo que ocurre es que debemos ser capaces de captarlo nosotros mismos, de leer entre líneas1. La lectura de este libro requiere conocimiento y comprensión literaria, una obra que contiene mucha filosofía.


Saramago, (el nombre es, al parecer, una broma del registrador, que hizo fortuna
y se mantuvo, al inscribir su nacimiento) hijo de campesinos iletrados, cursó algunos años en un colegio industrial, pero no terminó los estudios, y mucho menos fue a la universidad. Fue un trabajador de fábricas, un peón en el andamiaje, un rostro más entre los millones que nada podían hacer por su futuro más que rogar no ser despedidos para poder seguir teniendo techo y comida. Ese bagaje es parte de su obra. Fue un autor que creyó en el rol del artista como cronista comprometido de su época, un pesimista contradictorio que creía en la capacidad de los humanos, un “comunista hormonal”, un ateo, un intelectual que desafiaba las formas, que no temía enfrentar a la iglesia o los sistemas políticos con la pluma a través de una lógica precisa y cruel, que aseguraba que el sistema educativo actual “más que formar abogados o ingenieros...” debería tener como gran tarea”formar personas”, y lamentaba que sus colegas hacían una literatura “que ni siquiera era light“ sino que no tenía”nada adentro”. A la isla canaria de Lanzarote -que se encuentra más cercana a Africa, que a Europa- llegó con su tercera mujer, la española Pilar Del Río, para quedarse luego de que en 1991, su novela El Evangelio según Jesucristo no pudo participar en un concurso literario europeo ya que la obra, según el gobierno portugués, “ofendía las creencias del pueblo”. Pero aquellos años fueron los más fructíferos quizá, José Saramago habitó un paisaje lunar, despojado, una isla donde los volcanes habían borrado tiempo atrás todo atisbo de vida rural, a la que llamaba “el callejón del viento”, donde podía deambular tranquilo y escribir, lejos de los ruidos, lejos de las luces. Y lo hizo de manera furiosa, reflexiva, creando enormes alegorías y metáforas, con textos con una potencia simbólica inaudita, que una vez comenzados eran máquinas que nunca se detenían, de las que no se puede bajar tampoco. Obras como Ensayo sobre la ceguera, Todos los nombres, La caverna, El hombre duplicado, Ensayo sobre la lucidez, Las intermitencias de la muerte, El viaje del elefante y Caín. Y Saramago fue en sí una isla. Leerlo es recorrer los límites de nuestro entendimiento, visibilizar las costas de bella apariencia pero que pueden ahogarnos, que se presentan apacibles en la rutina y que bajo su manto, en realidad, protegen misterios y peligros que se nos escapan.


Para entender a Saramago, nada mejor que acudir a él mismo; ya en 1986, en La balsa de piedra, Saramago realiza su primera gran crítica al estado de las cosas en Europa. En la novela, la península ibérica se separa del resto del continente y navega hacia la deriva, al mismo tiempo que un grupo de personas comienza una búsqueda espiritual a partir de vivir situaciones extraordinarias, mágicas algunas. Allí se exponen los intereses camuflados, las miserias, los miedos, los deseos y también los sueños. En una entrevista de 2002, comentó: “Yo creo que hoy se está necesitando un debate mundial sobre la democracia, y quizá si lo hiciéramos nos daríamos cuenta de que esto que estamos viviendo y que llamamos democracia, no lo es. Es una pura falacia, es una falsedad, nada de lo que está pasando hoy en el mundo, en los países que se declaran democráticos, tiene que ver con la auténtica democracia. Se ha vuelto evidente que el poder real es el poder económico. El problema central es que el poder se escapó de las manos de los ciudadanos. No se escapó, se lo quitaron. Lo hicieron al organizar el mundo de forma tal que la economía debilita la capacidad política de los ciudadanos de intervenir en la sociedad que es la suya, de las que ellos son parte. Lo que pasa en el mundo, la publicidad, el discurso político, el mensaje, todo trabaja para que ganen ellos y nos movilicemos sólo para comprar un coche. Pienso en cómo el sistema canaliza la energía de un ser humano, su imaginación, su capacidad creadora para convertirlo en un comprador. Cuántas transformaciones llegarían si toda esa energía se concentrara en mejorar el mundo…” Saramago se hizo de la nada. Creció en un ambiente totalmente adverso y construyó una obra profunda, donde se dejó la piel para alertar sobre la necesidad de un cambio. Fue un intelectual poético, honesto, incluso cuando no tenía nada para decir. Una isla literaria, que como su balsa de piedra, creó a la deriva. Y que, a pesar de considerarse un pesimista nunca perdió la fe: “Los pesimistas son los únicos que tienen motivos para querer cambiar el mundo”.


Volvamos a la novela. ¿Os suena de algo “El mito de la caverna” de Platón? Por si acaso os pillo distraídos os pongo un poco al día. Es una especie de metáfora que Platón nos narra en el libro VII de su obra “La República”, en la que explora la diferencia existente entre el conocimiento que nos proporciona la razón y el que nos llega a través de los sentidos, uno imperceptible a simple vista y el otro aparentemente obvio. En la narración Platón nos explica como en un espacio cavernoso se encuentran desde su nacimiento varios hombres, encerrados y atados con cadenas, lo que les impide volver la cara y solo pueden mirar hacia adelante. Tras ellos hay la luz de un fuego que arde y que proyecta las sombras de otros prisioneros que transportan mercancías a través de un camino situado en un plano más alto. Los prisioneros que solo pueden mirar hacia una dirección lo único que perciben del mundo exterior son esas sombras. Y eso es lo único que ellos pueden ver y percibir del mundo. El filósofo nos plantea qué es lo que sucedería si de repente pudiesen volver las cabezas. ¿Cuál sería su realidad? ¿La que han conocido desde que nacieron o lo nuevo que ven?. Pero y si sacaran al exterior a uno de esos hombres y viera la luz del sol. ¿Volvería a su vida anterior tras haber conocido y comprendido el mundo de fuera? Pero si este hombre volviera a la caverna a liberar a sus antiguos compañeros ¿sería capaz de convencerlos? Probablemente no, no solo se burlarían de él sino que incluso tal vez intentarían matarlo. La idea, más o menos, es que lo que llega a nuestros sentidos no tiene porque ser la realidad absoluta y siempre podremos descubrir una realidad ajena a lo que vivimos en este momento. Esta explicación viene a cuento de algo, y es que la novela está inspirada en este mito. El gran centro comercial que Saramago critica es la caverna. Un lugar con sus propias reglas que marca la vida de sus ciudadanos, donde sus habitantes viven en un lugar frio y sin personalidad, sin poder ver el sol ni las estrellas. 'La ausencia de comunicación es total en un centro comercial', señaló el premio Nobel, 'donde el comprador no necesita intercambiar ninguna frase con el dependiente, a diferencia del diálogo inevitable que se establece en una tienda pequeña. Pero, junto a esa circunstancia, el único espacio público del mundo de hoy es un centro comercial. Antes las gentes se reunían en las plazas o en los jardines, pero ahora ya no son lugares seguros. Los grandes almacenes son, a la vez, las nuevas catedrales y las nuevas universidades. No tengo nada contra estos establecimientos, pero sí contra una forma de espíritu autista de consumidores obsesionados por comprar'. El trabajo esclaviza el espíritu y anula la personalidad. Pero para poder entenderlo mejor hay que leerlo. A la vez es una gran crítica a la sociedad consumista; los negocios tradicionales van desapareciendo a la vez que la sociedad consumista evoluciona a pasos agigantados. Son las grandes superficies las que marcan las tendencias y deciden nuestras necesidades. Incluso hace una comparativa del centro con Dios que tiene el poder de elegir. 'La amenaza constante hoy es perder el puesto de trabajo y eso condiciona la intervención pública de mucha gente que se autolimita. No desprecio la tarea de los sindicatos, pero van poco más allá de pedir un 0,5% más de aumento de sueldo, mientras las multinacionales lo dominan todo', dice Saramago. Las novelas de Saramago son únicas y siempre merece la pena leerlas. Impregnada ésta de su esencia nos cuenta como los tiempos cambian y las personas debemos o dejarnos llevar o luchar por lo que queremos. Como siempre el estilo de Saramago no es fácil de digerir para el lector poco acostumbrado, quizás demasiado para el lector que tome uno de sus libros por primera vez cuyo estilo tan peculiar puede llegar a agobiar. Narrado en tercera persona su prosa es densa y elaborada. Como suele hacer, no utiliza guiones en los diálogos sino que separa las frases por comas, y carecen de signos de exclamación e interrogación. El narrador omnisciente utiliza el presente para narrarnos los acontecimientos pero frecuentemente se cuestiona lo que ha de suceder o incluso se aventura en pequeñas conjeturas y reflexiones. En esta historia hay sueños y esperanza pero también desilusión y pesar. Quizás, repetimos, no es la novela más apropiada para empezar a leer al genio portugués pero, si uno ya lo conoce, seguro que se siente muy a gusto con los personajes y la historia de la alfarería. Es una lectura muy recomendable y, como el mismo Saramago dijo: “La caverna ha sido escrita para que la gente salga de la caverna”.

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1Como dice el mismo Saramago, “...Leyendo se acaba sabiendo casi todo, ...No sirve la misma forma para todos, cada uno inventa la suya, la suya propia, hay quien se pasa la vida entera leyendo sin conseguir nunca ir más allá de la lectura, se quedan pegados a la página, no entienden que las palabras son sólo piedras puestas atravesando la corriente de un río, si están allí es para que podamos llegar a la otra margen, la otra margen es lo que importa, A no ser, A no ser, qué, A no ser que esos tales ríos no tengan dos orillas sino muchas, que cada persona que lee sea, ella, su propia orilla, y que sea suya y sólo suya la orilla a la que tendrá que llegar,...”

 

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