martes, 1 de noviembre de 2022

Un paseo instructivo y ameno.


En 1874 tuvo lugar en Moscú una exposición de pinturas y proyectos arquitectónicos del artista ruso, arquitecto, escultor y pintor Viktor Hartmann, fallecido un año antes e íntimo amigo del compositor Modest Mussorgski y de un grupo de jóvenes artistas que aspiraban a la creación de un arte puramente ruso del que estuviera eliminada cualquier influencia extranjera. Por aquel entonces, Mussorgski estaba finalizando su ópera Boris Godunov, (que sólo conseguiría estrenar de mala manera y tras arduas revisiones, debido a las numerosas objeciones a su puesta en escena, realizadas desde el famoso Teatro Mariinski, de San Petersburgo). Mussorgski tradujo musicalmente esas pinturas en unos términos bien diferentes a lo que en el resto de Europa se consideraba por entonces como «música programática». El resultado fue una colección de piezas para piano (en 1922 el compositor vasco-francés Maurice Ravel dio forma a la versión orquestal que hoy conocemos) titulada como Cuadros de una exposición, partitura que fue recibida con enorme estupor por un público que no acertaba a descubrir el enorme talento de un compositor genial aunque muy criticado por los excesos alcohólicos que le impedían una mayor concentración creativa (la imagen más conocida de Mussorgski es la del retrato que le pintó Ilya Repin, con su aspecto de borracho). De hecho, músicos como Rimski-Korsakov y Glazunov dedicaron grandes esfuerzos por suavizar las asperezas musicales de la producción de Mussorgski en base a rectificar e instrumentar unas partituras que, paradójicamente, han resultado ser mucho más completas, vehementes e imaginativas en su ruda versión original. En realidad, no todo lo que recoge esta exposición son cuadros, sino que también hay bocetos de cosas tan dispares como un cascanueces, un proyecto arquitectónico para un concurso y los figurines de un ballet y, a pesar de ser la obra más famosa e interpretada de Mussorgski, pese a la pintura de vivos colores que transmite la partitura, incluso en su versión original pianística, la contemplación de los citados cuadros puede llegar a defraudar al oyente, y es que ni la cabaña de Baba-Yaga era tan aterradora como nos la describió el compositor, ni tampoco la Gran Puerta de Kiev resultaba tan espectacular. A pesar de su deteriorado estado, a causa del alcoholismo, Mussorgski sintió el último y más encendido arrebato de creatividad de su vida, que ya no volvería a experimentar de igual manera en sus últimos años. Tan sólo mes y medio después de visitar la exposición se puso manos a la obra, concluyendo únicamente en veinte días una suite para piano, compuesta por diez piezas, entre las cuales se intercalaba una suerte de interludio titulado “Promenade” (título que Mussorgski omite en algunos momentos en la partitura), que constituye una transición entre cuadro y cuadro, como si se musicalizase el tiempo empleado por el visitante de la galería en recorrer la distancia entre las distintas obras. Aquí recordaremos, de toda la obra, el fragmento Il vecchio castello (sí, en italiano), pieza cuyo motivo inspirador se ha perdido aunque Mussorgski decía que recreaba un castillo medieval, con un trovador cantando frente a él una canción; se sabe que una de las acuarelas que figuraban en la exposición de 1874 representaban un castillo italiano. Ese detalle y el hecho de que el título de la pieza esté en italiano parece confirmar que se trata de esa obra. Sin embargo, no se puede olvidar en los Cuadros lo dedicado a La cabaña de patas de gallina (Baba-Yaga). Baba-Yaga es una especie de bruja, perteneciente al folklore eslavo y muy presente en sus cuentos y leyendas; la imaginación popular la situaba residiendo en una cabaña apoyada sobre dos gigantescas patas de gallina, que le permitía desplazarse por toda Rusia. La pieza es de las más elaboradas de la suite, y La gran puerta de Kiev: con motivo del atentado fallido contra el emperador Alejandro II en abril de 1866 en San Petersburgo, se convocó un concurso para erigir una puerta monumental en Kiev. Sin embargo, la puerta nunca llegó a construirse.

 

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