jueves, 22 de julio de 2021

Morir en soledad, vuelta atrás en la pandemia y cómics


¿Vuelta a la casilla de salida en la pandemia? Hace unos días supimos que, según hizo público 
la Universidad estadounidense Johns Hopkins, de referencia en estos asuntos, y con datos 
contrastados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), desde el inicio de la pandemia 
que estamos sufriendo, se han registrado en todo el mundo más de 185 millones de casos de 
infección por coronavirus Covid-19 y 4 millones de muertes (de ellos, 4 millones y 81.000 
respectivamente en España) mientras los gobiernos, hemos de pensar que con la mejor 
intención, no paran de dar palos de ciego en un continuo ejercicio de ensayo/error y en un 
agravamiento/levantamiento sin tregua de restricciones que crea cada vez mayor confusión y 
desconfianza. Está demostrado que la vacuna, por sí misma y siendo importantísima, no es 
solución milagrosa, como nos recuerda el fabricante Pfizer-BioNTech, que pedirá autorización 
para uso de emergencia de una tercera dosis de su vacuna con el objetivo de ofrecer una 
mayor protección ante la variante delta del virus (la más contagiosa y agresiva de las 
mutaciones registradas hasta ahora; se estima que las mutaciones del virus, cada vez peores, 
se producen en su mayoría por las “alegrías” de pensar que lo malo ya ha acabado con la 
vacuna, tomando “inmunidad ante el virus” - que, recordemos, se adquiere en su caso 
semanas después de la vacunación – por  “invulnerabilidad ante todo”, se baja la guardia y se 
facilita la transmisión de la enfermedad), y con el argumento de que los anticuerpos de una 
persona aumentan de cinco a diez veces después de una tercera dosis. 

 
La pandemia, además y según la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico 
(OCDE) ha dejado en los países industrializados a 22 millones de personas sin empleo, siendo 
los sectores más afectados el de los jóvenes y el de las personas poco cualificadas, y eso sin 
mencionar la catástrofe en el terreno psicológico y de salud mental que se espera (ya se 
observa) en la situación en muchas personas. Y ahora sabemos que esta pandemia de 
coronavirus que ha afectado, y afecta, a todo el planeta pudo evitarse (o al menos, minimizar 
en mucho sus consecuencias) y no habría sido necesario tener que lamentar millones de 
muertes y afrontar las graves consecuencias económicas y sociales. Es la principal conclusión 
del informe elaborado por expertos independientes para la OMS, que critican la actitud de los 
principales líderes mundiales. Habría bastado actuar antes. El informe señala febrero de 2020 
(!!!) como el mes de las oportunidades perdidas, cuando los países prefirieron esperar a actuar 
(claro que, en honor a la verdad, sensibilidad social ante el problema entonces, ninguna; eran 
los días de la rechifla insensata contra Catalunya, esta vez a cuenta de las tímidas 
cancelaciones de participantes en el Mobile World Congress, a celebrar en Barcelona, debido a 
la propagación de un virus desconocido aparecido en la lejana China). Los protocolos de la 
OMS se vieron superados, por ejemplo, a la hora de recomendar cierres rápidos de fronteras. 
Esa medida fue descartada en varios países como España en las primeras semanas porque se 
entendía que sólo retrasaba levemente los acontecimientos. Ahora se sabe que ganar tiempo 
es vital. "Cada día cuenta", dice el informe. 

 

Pero, si hay un aspecto que nos ha cogido a todos con el paso cambiado ha sido, en los 
momentos más duros, la necesidad/obligatoriedad de morir sólo, sobre lo que reflexionaremos, 
a poder ser, sin pasión. Si bien el alcance de la actual pandemia no tiene antecedentes en la 
historia moderna de la humanidad, no es la primera vez que las emergencias de salud pública 
priorizan la seguridad colectiva y que el bienestar individual pasa a un segundo plano. En este 
caso, sin embargo, la amenaza que supone el Covid-19 se ha visto incrementada a causa de 
la elevada tasa de contagio hasta el punto de amenazar con colapsar los servicios sanitarios. 
Esta situación sin precedentes ha puesto de manifiesto una serie de necesidades hasta ahora 
ocultas que requieren ser tratadas con prioridad. Una de las urgencias más sensibles y 
excepcionales de esta pandemia es el fallecimiento en soledad de personas enfermas, 
concretamente, en un contexto hospitalario, lo que se debe al estricto protocolo de aislamiento 
de pacientes, una medida implementada desde las fases más tempranas de la pandemia. El 
desconocimiento inicial de la infección junto con los primeros contagios de profesionales 
sanitarios por falta de Equipos de Protección Individual (EPIs) adecuados precipitó el miedo 
generalizado ante una amenaza de alcance imprevisible. Ante esta situación, la respuesta de 
los centros hospitalarios fue el cierre de puertas como medida preventiva y la priorización de los 
profesionales.

 

El protocolo de aislamiento de pacientes infectados es eficaz en la prevención de contagios y 
protege eficientemente al personal sanitario. Sin embargo, se trata de una medida 
implementada como primera respuesta ante el desconocimiento inicial del virus y previa a 
otras medidas de prevención eficaces como el uso de EPIs adecuados. Además, es 
incompatible con el respeto a la muerte digna y a la libertad del paciente de decidir cómo 
quiere pasar sus últimos momentos de vida. La situación excepcional que estamos 
atravesando no justifica por sí sola el abandono de los derechos de los pacientes al final de 
vida ni la desatención de sus deseos. Negar el acompañamiento de pacientes terminales no 
debe ser en ninguna circunstancia la recomendación sanitaria a seguir. No obstante, existen 
herramientas y maneras de evitar la soledad del enfermo terminal asumiendo un riesgo 
mínimo de propagación del virus.

 
Todos los pacientes tienen derecho, en teoría, a estar acompañados en la fase terminal de 
sus vidas por familiares, conocidos, representantes o incluso personas ajenas que puedan 
ofrecerles auxilio espiritual; siempre de acuerdo con las preferencias del paciente y siempre 
que no suponga un riesgo para la salud de este último. Es un derecho universal que se incluye 
en las bases de los cuidados paliativos que constituyen un sistema de apoyo tanto para el 
paciente como para la familia. Garantiza el cumplimiento de los derechos fundamentales de las 
personas, entre el que se encuentra un final de vida en su forma más digna y optimiza su 
bienestar   No solamente se refiere a la mejora de la calidad de vida evitando el sufrimiento 
físico, sino del alivio de su malestar psicosocial y espiritual. La muerte, incluso en los 
ambientes sanitarios, constituye un tabú social que contrasta con el tratamiento mediático 
trivial que recibe. La cultura occidental tiende a olvidar la muerte también en los contextos 
sanitarios en que se tiende a ocultar a los ojos de los demás pacientes, moribundos o no. 
Desconocemos mucho acerca de cómo mueren las personas y de qué manera desearían 
hacerlo, por lo que es difícil saber cuáles son los tipos de atención física, espiritual o 
psicológica óptimos. En un contexto de pandemia como el actual es todavía más fácil 
ampararse en el bien colectivo, la urgencia de la situación o la carencia de recursos a la hora 
de relegar a los enfermos para quienes ya no hay nada que hacer. Sin embargo, este 
incumplimiento de las bases del cuidado paliativo del enfermo no hace más que agravar el 
impacto psicológico tanto desde la propia experiencia como por parte de las personas más 
cercanas. El paciente, al serle denegados recursos para afrontar la muerte, percibe su 
integridad emocional amenazada. Dicha amenaza despierta una impotencia que puede 
amplificar la intensidad o presencia de sus síntomas y estado de salud general, lo cual, a su 
vez, acentúa la falta de control sobre la situación y aumenta de nuevo el sufrimiento.

 
Obra de Juan Giménez.

El contexto externo de alarma social tampoco resulta inocuo para los pacientes ingresados, 
sino que suma desconcierto y pérdida de control a la ya existente ansiedad y miedo causada 
por la sensación de abandono, lo que tiene un coste en el bienestar psicológico de los 
enfermos, mucho mayor en aquellos casos en los que no hay pronóstico de recuperación; hay 
sentimiento de invalidez y miedo originado por el enfrentamiento inevitable de la muerte. Sin 
duda se trata de una combinación de factores que agravan la situación de vulnerabilidad del 
enfermo por Covid-19, pero hay que reconocer que esta vulnerabilidad siempre es/ha sido así, 
con o sin pandemia. Es más, mirado sin apasionamiento, la reacción personal ante la evidente 
inminencia de la muerte en el hospital, nada tiene que ver con sus causas clínicas, sino, en el 
fondo, con la propia persona y, aunque parezca un sarcasmo, con su actitud vital. Un ejemplo: 
Juan Giménez, excelente dibujante argentino (suya es la serie La casta de los Metabarones
con el chileno Alejandro Jodorowsky como guionista), residente desde 1992 en Sitges 
(Barcelona, España), regresó días antes de su fallecimiento a la provincia argentina de 
Mendoza, para morir donde había nacido, ya infectado por coronavirus, del que falleció en el 
Hospital Central de la Ciudad de Mendoza. Vale, en este caso era por Covid pero no todo es 
Covid. ¿Hubiera variado algo en su decisión si el mismo pronóstico de NO recuperación 
estuviera fundamentado en otra enfermedad? ¿hubiera tenido la misma repercusión al 
saberlo el público?

 
Mira por dónde, con el caso de Juan Giménez, hemos aterrizado en el mundo de los cómics; 
pues sigamos en él para nuestras reflexiones de que el mundo no se acaba (aunque, para 
quien le toque, obviamente sí se acaba) con esta pandemia. Recordemos, hablando de 
cómics y sin hacer demasiada historia, que, en España, se produjo una auténtica explosión en 
la producción de historietas concretamente tras la muerte de Franco (con unas cotas de 
libertad, por cierto, inimaginables hoy, cuarenta años después) gracias a la iniciativa de 
editores como Josep Toutain y con autores que hoy forman parte del olimpo de los cómics 
(algunos reconocidos y multipremiados, particular y tristemente en el extranjero) como Carlos 
Giménez, Esteban Maroto, Pepe González, Adolfo Usero, Josep Maria Beà, Luis García, 
Fernando Fernández,  Ivá, Ja, Víctor de la Fuente, Antonio Hernández Palacios, Ventura y 
Nieto, Enric Sió, etc. La saturación del mercado fue pronto evidente, agravada por una 
recesión económica internacional que encareció el precio del papel y por el auge de nuevos 
medios de entretenimiento, como los videojuegos. Poco a poco, las antiguas revistas en papel 
son sustituidas por publicaciones electrónicas así como por multitud de blogs, con una nómina 
de autores/dibujantes, obviamente, renovada.

 
Obra de Richard Corben.

Pero, a lo que íbamos; el paso del tiempo es inexorable, con o sin pandemia, y de las figuras 
históricas citadas, nos han dejado Antonio Hernández Palacios, Pepe González, Fernando 
Fernández, Enric Sió, Ivá y otros. ¿Por el virus Covid-19? No, pero igualmente nos han dejado, 
síntoma evidente de que no todo es pandemia. Hace unos meses falleció uno de los grandes, 
el estadounidense Richard Corben, con un particular e inconfundible estilo en su obra; pues 
bien, la primera pregunta, ciertamente morbosa, que suscitaba la noticia de su desaparición 
era indefectiblemente de si había sido víctima del Covid, y al saberse que no, que había muerto 
como consecuencia de unas complicaciones médicas aparecidas después de someterse a una 
operación de cirugía del corazón, parece que su desaparición dejaba de contabilizarse, y no 
sólo en las estadísticas de la pandemia, era de “otra competición”, como si la soledad obligada 
al interno, el sufrimiento y la sensación de abandono no fueran los mismos, sea el que sea el 
diagnóstico médico, en aplicación de unos estrictos protocolos comunes. Al final, no todo es 
Covid, aunque, ciertamente en estos momentos, la lucha es para que nada sea Covid. No 
rehuyamos nuestra responsabilidad a nivel personal.

 

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