martes, 17 de julio de 2012

Boletín nº 15.- Ciclos económicos y crisis



LOS SUEÑOS DE FARAÓN

La lectura de los clásicos siempre es recomendable por varias razones: por el propio placer de la lectura, por las enseñanzas que aporta y porque nos permite frecuentemente reflexionar y comparar ideas, puntos de vista y soluciones en problemas que, pese a ser a veces de rabiosa actualidad, se descubre que se han presentado en otras épocas y se han abordado de formas que hoy nos parecen, cuando menos, originales. O no…

Dentro de esos clásicos ocupa un lugar destacado, por múltiples motivos que no analizaremos, la Biblia y, dentro de ella, las narraciones del Antiguo Testamento desde el punto de vista sociológico

Y acudimos hoy a la Biblia, concretamente al capitulo 41 del Génesis, del que extractamos la historia que sigue:

Dos años más tarde, el faraón tuvo un sueño: Estaba de pie junto al río Nilo cuando, de pronto, del río salieron siete vacas hermosas y gordas que se pusieron a pastar entre los juncos. Detrás de ellas salieron otras siete vacas, feas y flacas, que se pararon a orillas del Nilo, junto a las primeras. ¡Y las vacas feas y flacas se comieron a las vacas hermosas y gordas!
En ese momento el faraón se despertó. Pero volvió a dormirse, y tuvo otro sueño: Siete espigas de trigo, grandes y hermosas, crecían de un solo tallo.Tras ellas brotaron otras siete espigas, delgadas y quemadas por el viento solano. ¡Y las siete espigas delgadas se comieron a las espigas grandes y hermosas!
En eso el faraón se despertó y se dio cuenta de que sólo era un sueño. Sin embargo, a la mañana siguiente se levantó muy preocupado, mandó llamar a todos los magos y sabios de Egipto, y les contó los dos sueños. Pero nadie se los pudo interpretar.
……
El faraón mandó llamar a José, (que)…se presentó ante el faraón, quien le dijo:
—Tuve un sueño que nadie ha podido interpretar. Pero me he enterado de que, cuando tú oyes un sueño, eres capaz de interpretarlo. ….En mi sueño, estaba yo de pie a orillas del río Nilo. De pronto, salieron del río siete vacas gordas y hermosas, y se pusieron a pastar entre los juncos. Detrás de ellas salieron otras siete vacas, feas y flacas. ¡Jamás se habían visto vacas tan raquíticas en toda la tierra de Egipto! Y las siete vacas feas y flacas se comieron a las siete vacas gordas. Pero, después de habérselas comido, no se les notaba en lo más mínimo, porque seguían tan feas como antes. Entonces me desperté. Después tuve otro sueño: Siete espigas de trigo, grandes y hermosas, crecían de un solo tallo. Tras ellas brotaron otras siete espigas marchitas, delgadas y quemadas por el viento solano. Las siete espigas delgadas se comieron a las espigas grandes y hermosas.

José le explicó al faraón:
—En realidad, los dos sueños son uno solo. …Las siete vacas hermosas y las siete espigas hermosas son siete años. Se trata del mismo sueño. Y las siete vacas flacas y feas, que salieron detrás de las otras, y las siete espigas delgadas y quemadas por el viento solano, son también siete años. Pero éstos serán siete años de hambre…. Están por venir siete años de mucha abundancia en todo Egipto, a los que les seguirán siete años de hambre, que harán olvidar toda la abundancia que antes hubo. ¡El hambre acabará con Egipto! Tan terrible será el hambre, que nadie se acordará de la abundancia que antes hubo en el país. .. Por todo esto, el faraón debería buscar un hombre competente y sabio, para que se haga cargo de la tierra de Egipto. Además, el faraón debería nombrar inspectores en todo Egipto, para que durante los siete años de abundancia recauden la quinta parte de la cosecha en todo el país. Bajo el control del faraón, esos inspectores deberán juntar el grano de los años buenos que vienen y almacenarlo en las ciudades, para que haya una reserva de alimento. Este alimento almacenado le servirá a Egipto para los siete años de hambre que sufrirá, y así la gente del país no morirá de hambre.

O sea, que en el antiguo Egipto también había crisis…. que podían solucionarse con previsión y sentido común. Ya ha llovido desde el tiempo de la historia que narra la Biblia, pero la pregunta surge al albur de ella: ¿Podría haberse anticipado de alguna forma la crisis actual y sus consecuencias, evitando la situación actual?


Los ciclos económicos
El pasaje de la Biblia reproducido viene a recordarnos una verdad inmutable: a toda época de prosperidad le sigue otra de penurias, y al revés. Ciertamente, cuando la vida y su tiempo se guiaban por la agricultura, el clima, las lluvias, las sequías, y todos los fenómenos relacionados con el tiempo atmosférico tenían una importancia fundamental para la bondad (o no) de las cosechas y no había ninguna duda de que lo que hoy llamaríamos el ciclo económico era un simple reflejo del ciclo climático.
A medida que la sociedad ha ido evolucionando, los ciclos económicos han ido dependiendo de otros factores además de los climáticos, pero cualquier estudiante de primer curso de Ciencias económicas sabe que, con unas variables u otras que afecten a su composición  y análisis, los ciclos económicos existen sin ninguna duda; el problema es que es difícil establecer cuándo empiezan y cuando acaban, y lo que es peor: casi siempre por motivos de rentabilidad u oportunidad políticas, nadie es capaz de tomar las medidas oportunas en la fase alcista del ciclo, como sí que hizo el Faraón de la historia de la Biblia.
Por la dependencia total de la agricultura de las economías modernas, ha de admitirse que los ciclos se relacionan con toda la actividad, por lo que debemos dar por válida como definición de ciclo económico la que expresaron en 1946 Mitchell y Burns, que, recordemos, dice que “Los ciclos de los negocios o comerciales[1] son un tipo de fluctuación en la actividad económica organizada principalmente en empresas lucrativas: un ciclo consiste en expansiones que tienen lugar prácticamente a la vez en muchas actividades económicas, seguidas por recesiones, contracciones y recuperaciones igualmente generales que confluyen en la fase de expansión del ciclo siguiente; la secuencia de cambios es recurrente pero no periódica; en duración, los ciclos de los negocios pueden variar desde poco más de un año hasta diez o doce años; no son divisibles en ciclos más cortos de carácter similar con amplitudes parecidas”.
De forma general, en la vida de cada ciclo que se repite (aunque no con una duración uniforme, como ya se ha apuntado), se pueden observar unas fases comunes que, no obstante, permanecen en permanente discusión entre los expertos acerca de su precisión y alcance real:
  • Auge: Es el momento más alto del ciclo económico en el que, paradójicamente,  se producen una serie de rigideces que interrumpen el crecimiento de la economía, propiciando el comienzo de una fase de recesión.
  • Recesión: Es la fase descendente del ciclo que origina una caída importante de la inversión, la producción y el empleo. De forma genérica, una crisis es una recesión particularmente abrupta.
  • Depresión: Es el punto más bajo del ciclo: corresponde con un alto nivel de desempleo y una baja demanda del consumo en relación con la capacidad productiva de estos bienes.
  • Reactivación: Es la fase ascendente del ciclo originada por una renovación del capital, que tiene efectos multiplicadores sobre la actividad económica generando una fase de crecimiento económico y por tanto de superación de la crisis. Cuando la actividad general supera el punto de auge del ciclo inmediatamente anterior, la economía está nuevamente en expansión.

Sin embargo, más interesante para el propósito de análisis de este boletín es acercarnos a la teoría austriaca[2] de los ciclos, que relaciona el crédito bancario, el crecimiento económico y los errores de inversión masivos que se acumulan en la fase alcista de ciclo, explotando con la burbuja y destruyendo valor.
Lamentablemente, habremos de convenir en que todo indica que la escuela de Viena se ha basado en la situación actual para corroborar su teoría, ya que ésta afirma que una expansión “artificial” del crédito, es decir, no respaldada por ahorro voluntario previo y mediante la manipulación a la baja de los tipos de interés, tiende a aumentar la inversión y a crear un falso auge económico, dado que los precios relativos han sido distorsionados por la mayor masa de dinero circulante en la economía. Estas inversiones, que no hubieran sido emprendidas de no ser por la mencionada distorsión, sobreutilizan los bienes de capital acumulados, desviándolos a proyectos no rentables -si hubiera imperado el tipo de interés de mercado- y tarde o temprano producirán sobrevaloraciones en algún o algunos activos. Tales burbujas inevitablemente acaban estallando. Cuando la emisión de nuevos medios fiduciarios cesa, las tasas de interés artificialmente bajas se acomodan en su verdadero nivel de mercado, generalmente muy superior al establecido por los bancos centrales dada la escasez de bienes de capital, lo que corta de raíz el flujo de crédito barato, y las inversiones que parecían rentables con precios inflados ahora dejan de serlo: la crisis estalla y se efectúa la natural liquidación de las inversiones erróneas[3]

No parece necesario profundizar en el estudio de los ciclos económicos para notar que, efectivamente, la evolución del problema, ahora tan estudiado en sus más mínimos detalles, obedece a razones que, para los economistas (en los que cabría incluir tanto a los banqueros como a los asesores de los gobiernos) deben darse por sabidas. Parece razonable, por lo tanto, encaminar la reflexión hacia el terreno en el que cabe analizarse si la teoría austriaca es eso, teoría explicativa o, por el contrario, puede haber habido con ella suficientes elementos de juicio en los momentos previos al estallido de la actual crisis como para haber tomado unas medidas que, a la vista está, no se han tomado. 


La historia de repite

Históricamente pueden citarse numerosas crisis económicas, que no empiezan con la que se da como aldabonazo de salida que es la de 1929; mucho antes, ya en 1637, se produjo el crack del precio de los tulipanes y, entre otras menos llamativas, la inmobiliaria de Florida, en 1920. Como motivo de análisis desde el punto de vista de la economía moderna, sí que puede afirmarse que la primera es la Gran Depresión de 1929, pero, a partir de ese momento, y sin ánimo de ser exhaustivos, pueden recordarse las originadas por las posguerras española y mundial, en 1940 y 1946, la del petróleo de 1973, la de la reconversión industrial en España en 1980, la burbuja financiera de Japón de los años 80, el crack bursátil de 1987, la representada por las sociedades de ahorro y préstamo de Estados Unidos en 1991, la producida en España en 1993 por la finalización de la Expo y las Olimpiadas, la del “efecto tequila” del México de 1995, la de los “tigres” asiáticos en 1996, el estallido de la burbuja de las punto-com en 2000, el corralito argentino en 2001, la derivada de la recesión encarnada por el caso Enron en los Estados Unidos de 2001 y, finalmente, la iniciada en 2007 con el estallido de la burbuja inmobiliaria y las hipotecas sub-prime.
Si nos fijamos en la secuencia de fechas de la relación, es fácil notar que las crisis son cada vez más frecuentes, si bien es cierto que, con la excepción de la actual, la solución llega en poco tiempo; es decir, deteniéndonos en la situaciones desencadenadas en la economía estadounidense (por aquello de verlas con más desapasionamiento), las “minicrisis” previas a la actual conviven con un período que aún seguía siendo alcista, es decir, que el crecimiento económico iniciado con Greenspan durante el mandato de Ronald Reagan se mantenía a pesar de las crisis del 91 o del 2001. Deberá convenirse, entonces, que habrá que buscar otras razones, aparte de las puramente económicas, que justifiquen la permanencia de la situación iniciada en 2007 y, aún hoy día, sin síntomas claros de finalizar.
Sólo un apunte sobre esas razones adicionales: en los años del “España va bien”, en los que nuestros gobernantes se permitían dar lecciones de economía a Alemania, pasó desapercibido un informe a cargo de un equipo de investigadores liderado por Díaz Ripollés en el que se documentaba, entre otros excesos “del ladrillo” que el volumen de edificación de obra nueva de sólo el municipio de Estepona (Málaga) era superior al de toda la provincia de Madrid. Aún admitiendo las previsiones optimistas de llegada de turistas a la Costa del Sol, el dato en sí (dejando de lado el núcleo argumental del informe, centrado en el blanqueo de capitales a través de operaciones inmobiliarias) debería haber aportado más cautela que otra cosa, y eso no sucedió, entre otras razones porque los ayuntamientos entraron en una espiral de delirios de grandeza para cuya financiación necesitaban los ingresos de impuestos provinentes de la construcción, ya que no había otros que pudieran crecer. Es entonces cuando entra en escena un elemento nuevo, de menor entidad hasta ese momento, y suficientemente estudiado hoy, que es el fenómeno de la corrupción[4], no sólo en España, sino como mecanismo distorsionador de la economía en todo el mundo y en todas las crisis.
Llegados a este punto, si se intenta profundizar en las razones de la crisis introduciendo parámetros no estrictamente económicos, podría caerse en la tentación de analizar situaciones cercanas que, por lo mismo, pueden tener un sesgo interpretativo importante y dar la sensación de que se pretende juzgarlas. Nada más lejos de nuestro propósito que el del estudio desapasionado de lo que entendemos por crisis y sus componentes hasta hoy. Por ello nos referiremos a crisis ocurridas en tiempos cercanos en la economía USA a fin de preservar la objetividad que permita a cada lector de estas líneas extraer sus propias conclusiones, y así nos limitaremos a recordar las crisis de las sociedades de ahorro y préstamo de 1991, la recesión encarnada por el caso Enron y los inicios de la actual.
Por lo que se refiere a la crisis de 1991, una primera aproximación inclinaría a deducir que su origen fue solo la liberalización, en 1982, de la actividad de las sociedades americanas de ahorro y préstamos (S&L), equiparándolas a los bancos y ampliando su ámbito más allá del que tenían como casi único, que eran las hipotecas, pero lo que a veces se olvida en el análisis es que, permitiendo un abanico más amplio para la captación de operaciones, el Estado permanecía como garante de los depósitos. La liberalización creó oportunidades impensadas y alejadas del criterio ortodoxo de los economistas y, lo que es más importante, hizo de guía de actuación para personas que, amparándose en el ejemplo de estas sociedades, que ya no valían nada (lo que valía era la garantía del Estado), descubrieron una operativa que, por desgracia, se extendió rápidamente, como fue la emisión de bonos basura , en volúmenes desproporcionados, de sociedades que se pretendía comprar (¿recordáis el sonado caso de Michael Milken, representativo de esta época?). No es de extrañar la frase, que hoy se nos antoja premonitoria, que dijo David Sands, del Departamento de Contabilidad Estatal, ante el Comité de prácticas bancarias del Senado (en 1991, recordemos):”Tengo la firme convicción de que la confianza que inspira en estos momentos el sistema bancario es nula”
La crisis representada por el caso Enron, en 2001 también tiene razones aparentes y otras de fondo: las aparentes quedan definidas por la coincidencia del boom bursátil inmediato anterior, pero las reales tienen un alto componente de actitudes corruptas realizadas por el sencillo método de llevar al extremo la contabilidad creativa. En efecto, Enron descubrió que podía inflar legalmente la cifra de beneficios (con la consiguiente alegría de los accionistas) aplicando simplemente la valoración actual a proyectos futuros, pero esto, que para la producción y venta de energía sea posible, se volvía extraordinariamente complejo si el proyecto incluía también inversiones tangibles en industria, toda vez que era necesario algo tan simple como invertir para llevar a cabo realmente el proyecto. Para soslayar esta menudencia, Enrono recurrió a estrategias ilícitas que le permitían mantener los altísimos dividendos y retribuciones de sus directivos, lo que, en definitiva, condujo a destapar el tinglado. A la vista de la situación, la  gente acabó harta de los mercados financieros y (en 2001, recordemos también) los inversores mostraron nítidamente su rechazo a los escándalos contables y de corrupción, causa principal de su retirada del mercado bursátil. El problema de fondo, sin embargo, visto desde hoy, es que, entonces, volvieron la vista al mercado inmobiliario, para cuyo valor no hay que confiar en los contables.
Precisamente eso, el valor de los inmuebles fue el desencadenante visible de la crisis iniciada en 2007: en un escenario en el que desde mediados de la década de los noventa hasta el mismo año 2007 los precios de la vivienda se dispararon en una espiral que era imposible de contener, se propició que la especulación con la compraventa de inmuebles se extendiera sobre la base del eterno incremento del valor de los mismos, es decir, se alentó que se comprara hoy, aún sin saber si se disponían de medios para comprar, porque el objetivo era vender mañana y obtener las ganancias inmediatas del incremento de valor del inmueble. Además, esa época coincidió con un período de dinero barato que daba la sensación de que el poder adquisitivo tenía una elasticidad asombrosa. No importaba la solvencia del peticionario sino el valor de la garantía, y los préstamos hipotecarios subprime se convirtieron en moneda corriente para las entidades financieras. Pero había más: las mismas entidades que formalizaban las hipotecas no tenían confianza en sus propios productos y lo que buscaban era deshacerse de ellos cuanto antes en forma de productosd “estructurados” y quedarse, simplemente, con la rentabilidad que ofrecían, de forma que, lo que empezó como un posible problema económico se convirtió en un problema que afectaba a la sociedad en general porque, con la inoperancia de las autoridades de supervisión, se crearon unos paquetes encadenados de productos financieros vacíos de contenido que se habían usado como garantía de operaciones en prácticamente todo el mundo y entre todas las entidades.
El cómo estalló todo ya es historia reciente y no finalizada: el determinar dónde está todo el dinero que se ha volatilizado aparentemente y el razonar por qué la solución (en todos los países) sigue siendo acudir al contribuyente medio, ya forma parte de análisis diferente, pero sólo con lo dicho queda de manifiesto que las crisis tienen siempre un origen no solo económico; es como si, en la historia del faraón con la que iniciábamos este boletín, a la hora de acumular las reservas en las épocas de bonanza, se hubiera permitido que alguien “distrajera” esas reservas y, llegado el momento de la necesidad, se descubriera que alguien ha echado mano de ellas pero, para solucionar el problema, simplemente se exigiera austeridad a todos los demás.

 




[1] Con matices en este punto a la definición de Burns y Mitchell, ya que el ciclo además de comercial es también financiero, productivo y empresarial
[2] Desarrollada por economistas de la Escuela de Viena, con aportaciones en la predicción de crisis venideras, pese a que la teoría no es predictiva sino explicativa de, entre otros, Ludwig von  Mises y su discípulo Friedrich von Hayek.
[3] Nicolás Cachanosky: “Teoría austriaca y el problema del ciclo económico”
[4] Algunos analistas introducen también la variable de mala fe en los negocios, como George Akerlof y Paul Romer en “Looting: the economic underworld of bankruptcy for profit”. El fenómeno, sin embargo, no es nuevo, toda vez que ya Galbraith en su estudio de 1955 sobre el crack del 29 en Estados Unidos reconoce la naturaleza cíclica de la mala fe en la economía.

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