domingo, 1 de enero de 2023

El oficio de historiador.


Casualidades. Estos días de haraganeo he reencontrado un libro, casi olvidado, del historiador Marc Bloch1, que viene a confirmar la idea, vertida recurrentemente en este blog, de que la historia es la narración de unos hechos de tal manera que justifiquen políticamente el presente
(¿alguien duda, por ejemplo, de que los hechos del actual conflicto Rusia-Ucrania serán explicados de forma diferente en la Historia rusa que en la ucraniana?). El libro en cuestión, al que dedicaremos nuestras reflexiones de hoy, publicado en castellano hace treinta años2 por la editorial mexicana Fondo de Cultura Económica, con el título de Apología para la historia o el oficio de historiador. El libro es fruto de una mentalidad consagrada al estudio de la historia que fue malograda por la guerra. Su autor, prisionero de guerra, fue fusilado por la barbarie nazi en 1944 y no pudo ver impresa su obra, escrita en un campo de concentración. A partir de la pregunta de un niño dirigida a su padre, «papá, explícame para qué sirve la historia», Bloch escribe una verdadera introducción a la filosofía de la historia, esencial para la comprensión de esta ciencia que "estudia a los hombres en el tiempo".y se plantea el problema sobre la utilidad de la historia, la legitimidad de esta disciplina observando que, en principio, antes que el deseo de conocimiento y que la pretensión de constituirse como obra científica, la historia produce una atracción: distrae y produce placer. Sin embargo, este atractivo no basta para justificarla y legitimar el esfuerzo intelectual que requiere. La utilidad se relaciona con la tendencia a buscar en la historia una guía para la acción y se postula que el valor de una investigación no se mide, al contrario de lo que postulaban los positivistas, según su capacidad de servir a la acción, y que, por lo tanto, este sentido pragmático de la historia no puede confundirse con su sentido propiamente intelectual, que es el vinculado con la legitimidad: la historia se legitima más allá de su utilidad, en función de su rigurosidad y su capacidad de establecer relaciones explicativas entre fenómenos para comprenderlos mediante una clasificación racional y una inteligibilidad progresiva, que le permitan constituirse así como disciplina científica. Pero la historia no es la ciencia del pasado, porque el pasado, constituido por una serie de fenómenos no contemporáneos al historiador que no suelen tener un carácter común, sin delimitación previa, no puede ser objeto de un conocimiento racional y constituir una ciencia. No basta con contar acontecimientos sólo unidos entre sí por la circunstancia de haberse producido aproximadamente en el mismo momento: de los múltiples acontecimientos pasados interesan al historiador sólo aquellos que se unen a sus preocupaciones específicas en función de la historia problemática que se realiza. La historia estudia la obra de los hombres; es la ciencia de los hombres en el tiempo: . la historia quiere aprehender a los hombres. Quien no lo logre no pasará jamás, en el mejor de los casos, de ser un obrero manual de la erudición. Allí donde huele la carne humana, sabe que está su presa. Tampoco se puede explicar a una sociedad por el momento inmediatamente anterior al que vive (dado que hay una transferencia de pensamiento entre generaciones muy alejadas, que se manifiesta más claramente en las transferencias facilitadas por escritos, que constituyen a continuidad de una civilización), ni por los movimientos de ideas o sensibilidad más cercanos en el tiempo. Hay una crítica a la historia que se limita a la corta duración: no alcanza con estudiar las reacciones de los hombres frente a las circunstancias particulares de un momento, es preciso estudiar al pasado (en la larga duración) para comprender al presente -pero sin pretender realizar una justificación del mismo-, dado que la ignorancia del pasado compromete el conocimiento del presente y la misma acción: Una experiencia única es siempre impotente para discriminar sus propios factores y, por lo tanto, para suministrar su propia interpretación. El historiador no es (no debe ser) un anticuario, porque no limita (no debe limitar) su campo de estudio al pasado, sino que estudia (debe estudiar) también el presente a fin de comprender el pasado, estudia lo viviente. Esto ocurre porque hay una solidaridad de edades en la que la inteligibilidad del presente depende del pasado, y la del pasado, del presente. La incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado. Pero no es, quizás, menos vano esforzarse por comprender el pasado si no se sabe nada del presente.


Hace tiempo ya que la idílica objetividad neutral y omnipotente del científico se ha convertido en un mito sólo conservado por los defensores de la “ortodoxia” científica, normalmente una minoría, pero una minoría hegemónica cuyo discurso sirve para autolegitimar y conservar su posición; y lentamente las jóvenes generaciones de investigadores están descubriendo la capacidad y potencialidad de estas ciencias para la transformación del presente, con todas las dudas y problemas teóricos, prácticos, éticos y políticos que ello conlleva. Bloch, si bien hubiera rechazado de pleno este tipo de ideas pública y académicamente,
seguro que dudaría en su intimidad intelectual ya que:el esfuerzo de abstracción, el rechazo del juicio moral mismo, la exclusión de todo finalismo no significan para Marc Bloch una huida hacia adelante ante los problemas que plantea la sociedad de su tiempo. Según Bloch “es necesario comprender el pasado a partir del presente así como comprender el presente a la luz del pasado”..El autor aprovechó su reclusión para reflexionar con lucidez y agudeza sobre su oficio de historiador y plasmó sus meditaciones en un estilo bello y sencillo, mas de gran profundidad psicológica. Su amigo Lucien Febvre rescató su manuscrito para la posteridad. He aquí, pues, un sugestivo estímulo para el pensamiento y una lección de rigor científico. En plena Segunda Guerra Mundial y en la Francia de Vichy, Bloch elaboró desde la clandestinidad una de las más apasionadas, hermosas y sofisticadas defensas del trabajo del historiador y del valor de la historia, convertida ya en un clásico. Pero lejos de ser un elogio acrítico, es también una denuncia del peso de la herencia que había dado forma a la historia hasta el momento, como la del positivismo y sus excesos o de la ciega resistencia a incluir otras disciplinas —tales como la economía, la psicología, la sociología o la lingüística— en sus investigaciones, reivindicando así una visión integral de la historia. Un alegato que formula una nueva y sólida concepción del oficio de historiador, atendiendo a las múltiples motivaciones y eventos causales que intervienen en el desarrollo de los acontecimientos históricos. A través de una rigurosa reflexión, Bloch indaga en el trabajo intelectual del historiador con sus fuentes y herramientas, y en cómo puede diseñar y establecer un método crítico —racional y sistemático— en sus investigaciones. El resultado es una de las visiones más renovadoras e influyentes sobre la historia escrita, en un momento donde esta parecía descomponerse sin control, pero donde Marc Bloch supo hallar las claves para defender su autonomía y legitimidad.


Apología para la historia...
es una reflexión sobre la historia como la ciencia social más antigua. En el libro, Bloch diserta sobre la palabra Historia, aludiendo a que ciertos sociólogos la relegan al último escalón de las ciencias humanas, allí donde van todos los hechos que no pueden analizar racionalmente. Sin embargo, la Historia es para Bloch un concepto muy importante, repleto de significados. Así pues, comenta que le parece inapropiado decir que “la historia es la ciencia del pasado”. El pasado es un espacio sin límites que no puede ser objetivo, ya que no es factible deducir un conocimiento racional de un conglomerado de asuntos unidos solo porque ocurrieron en un mismo momento. Bloch piensa que los historiadores del pasado hicieron sus memorias así, con el mismo nivel descriptivo de una percepción infantil, pero que ya es viable establecer categorías mucho mejor. A lo largo del libro nos da algunos ejemplos de cómo las disciplinas se mezclan para explicar circunstancias que, al fin, pueden ser consideradas problemas históricos. Para Bloch, el fin último de los estudios históricos es, y es muy explícito en ello, comprender; “para decirlo todo, una palabra es la que domina e ilumina nuestros estudios: ‘comprender’ esta idea le sirvió como ataque a la “historia historizante” que no buscaba comprender, sino sólo describir. Esta comprensión equivale también a mantener, en el papel, una posición neutral con el presente ya que se trata de comprender, pero no juzgar, bajo un paraguas de “búsqueda de verdad”, de objetividad respaldada por los hechos documentados, es decir, bajo esta óptica, el autor rechaza la Historia como ciencia transformadora, sino sólo como ciencia comprensiva..


Marc Bloch se definía a sí mismo como historiador de profesión y soldado como resultado de las circunstancias; vivió activamente los dos grandes conflictos bélicos del siglo XX. Por algunos pasajes de su obra se deduce su contexto inmediato, al enorgullecerse de haber vencido en la Gran Guerra, pero dejando en duda el resultado de la contienda que en ese instante está sucediendo. En la Primera Guerra Mundial llegó a ser capitán y al final de la contienda se le condecoró con la Legión de Honor. En la Segunda, tras la derrota francesa de 1940 frente a las tropas de Hitler, Marc Bloch se refugió en la Francia no ocupada y, pese a disponer de oportunidades para huir a Estados Unidos, decidió incorporarse a la Résistance. En 1944, tras ser detenido en Lyon por la Gestapo, fue torturado y fusilado. Tenía entonces 57 años. Conocer las circunstancias vividas por Marc Bloch es interesante para valorar su compromiso personal con la democracia y con la historia. Hasta el final no dejó de escribir e investigar. Es fácil imaginarlo garabateando este libro sin apoyo de documentación, debido a su difícil situación. Probablemente es por eso que a veces refiere citas de memoria, pidiendo excusas porque no las recuerda de manera literal, como cuando dice “Creo que fue Renan quien escribió un día (cito solo de memoria y me temo que con inexactitud)…” Verosímilmente, cuando escribía este libro contaba con poco material bibliográfico para consultar. Debemos comprender que el objeto de la historia es la humanidad. De tal modo, Marc Bloch añadirá una definición personal del concepto: “La historia es la ciencia de los hombres en el tiempo”, y explicará que el tiempo es el plasma donde se bañan los acontecimientos y permiten su legibilidad y comprensión. El presente es la esencia a la cual los historiadores deberían atender de modo cardinal, puesto que un historiador debe estar pendiente de la actualidad y amar las cosas vivas: para comprender el pasado, primero hay que comprender el presente. En definitiva, explorar los nuevos caminos que la Historia puede potencialmente desarrollar, incluida la transformación social (del presente histórico), en todas sus variantes, con todos sus problemas y con todos sus debates, fue uno de los ejes sobre los que pivotó la obra y el pensamiento de Bloch que bien podemos leer en la Apología para la Historia… , libro quizá superado e inocente en muchos aspectos pero que, como todo clásico, merece su lectura y su revisión, cuestión que no se puede afirmar para todas las obras. Y es que, como afirmó Bloch, “la historia, no lo olvidemos, es todavía una ciencia que se está haciendo”. En síntesis, Bloch se niega a hablar de un fenómeno histórico fuera de su propio contexto, y esta última reflexión le sirve para reivindicar la importancia fundamental de analizar relacionalmente el presente y el pasado, no sobreponer uno sobre otro, no analizar los hechos aisladamente, denuncia dos problemas medulares en la subestimación del análisis continuo entre el presente y el pasado: por un lado, suponer que los cambios en las sociedades humanas se dan tan rápido y radicalmente que no haría falta establecer conexiones entre periodos muy largos de tiempo, y segundo, creer que la evolución humana es una suma de breves transformaciones, cada una de las cuales sucedió aisladamente en limitados periodos de tiempo. El aviso que hace Bloch es unir el estudio de los muertos con el de los vivos, reconocer que el oficio del historiador debe poseer la facultad de aprehender lo vivo, ¿pues qué es la historia sino el estudio de la vida?

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1Marc Bloch (1886 - 1944) fue un historiador francés especializado en historia medieval. Junto con Lucien Febvre, fundó y editó la que hoy es revista Annales d'histoire économique et sociale, que determinaría para siempre la disciplina de Historia e inauguraría la célebre Escuela de los Annales. Durante la ocupación alemana de la Segunda Guerra Mundial, tuvo que abandonar la revista y logró una de las pocas excepciones para mantenerse en el oficio público pese a su origen judío. Más tarde se unió a la resistencia francesa, donde ocupó un destacado puesto, sin dejar nunca de escribir e investigar, pese a los recursos limitados de los que disponía. Fue finalmente apresado, torturado y fusilado por la Gestapo en junio de 1944, poco después del desembarco aliado en Normandía. Hoy en día es reconocido como uno de los intelectuales franceses más influyentes de la primera mitad del siglo XX, con obras tan relevantes como Los reyes taumaturgos, Los caracteres originales de la historia rural francesa, La sociedad feudal y La extraña derrota.

2La primera traducción al castellano de los años cincuenta del siglo pasado fue dee Max Aub. Algunas ediciones en castellano optaron por llamar al libro, simplemente, Introducción a la historia, en tanto otras se acercan más al original en francés Ápologie pour l’Histoire ou Métier d’historien, que se podría traducir como Apología para la historia o la profesión del historiador. Es importante valorar cómo, efectivamente, Bloch reflexiona en el texto sobre el oficio del historiador y trata de responder a las preguntas ¿para qué sirve la historia? o ¿por qué nos dedicamos a hacer historia?

 

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