miércoles, 18 de enero de 2023

Para escuchar...



A diferencia del largo tiempo invertido en la mayor parte de sus obras de envergadura, el Cuarteto para cuerdas No 2 en Re mayor de Alexander Borodin (1833 – 1887) fue compuesto durante unas cortas vacaciones de verano en agosto de 1881. Borodin había conocido a la pianista Ekaterina Protopopova hacía veinte años, durante una pasantía en Heidelberg como científico. Casados en 1883, quiso rendir homenaje al hallazgo de su amor de dos décadas con el cuarteto que se iba a convertir en el más importante de los únicos dos que compuso para el género. Breve es la música de cámara que escribió Borodin. Reducida también es la lista completa de su corpus. Hijo ilegítimo de un príncipe ruso, el autor de las populares Danzas Polovtsianas accedió a una educación privilegiada que le permitió desempeñarse gran parte de su vida como profesor de química en las academias de medicina en San Petersburgo. De modo que la música fue siempre su vocación secundaria, lo que no le impidió formar parte del célebre Grupo de los Cinco, formado, además de por él, por Cesar Cui, Mili Balakirev, Modest Mussorgsky y Nikolai Rimsky-Korsakoff, que cambió la historia musical rusa y del resto del mundo, Borodin era, en realidad, químico. Y además, un químico de los mejores de su época, que se formó en los mejores laboratorios occidentales, como Heidelberg, por ejemplo.
Descubrió (y describió) una serie de reacciones y procedimientos químicos en el campo de los aldehídos, reacciones y procedimientos químicos que hoy llevan el nombre de otros químicos franceses o alemanes… es lo que tenía investigar en la apartada Rusia del Siglo XIX: lo que ocurría allá apenas tenía repercusión donde de verdad se cocía la ciencia del momento. No sé si esto le disgustaba al bueno de Borodin, elegante, filántropo y bohemio, pero el caso es que disfrutaba siendo un compositor dominical, como se refería con sorna a sí mismo. Sus obligaciones durante el resto de la semana le impedían dedicarse a su pasión: apenas podía tocar el violonchelo con sus amigos, con lo que le gustaba, y menos aún componer. Como consecuencia, su producción musical es patéticamente escasa: un par de preciosas (y muy rusas, por cierto) sinfonías, una tercera sinfonía incompleta, pues falleció antes de poder terminarla, que fue rematada y orquestada por Glazunov, una ópera (pero ¡qué opera!: El Príncipe Igor, uno de los iconos de la ópera rusa, por no decir EL icono), que también dejó inconclusa a su muerte y que fue terminada también por Glazunov y por otro de los integrantes de los Cinco: Nikolai Rimsky-Korsakoff, un poema sinfónico (En las Estepas de Asia Central), un par de cuartetos de cuerda, un par de quintetos, una sonata… Y poco más. El Grupo de los Cinco, dicho sea de paso, no veían con buenos ojos la música de cámara. El tercer tiempo, andante, llamado Notturno, del Cuarteto para cuerdas No 2, es el que ha hecho popular al cuarteto y cautivado a un amplio público. Numerosas versiones proliferan en los más diversos círculos de arte; incluso en 2006 un cortometraje de animación de los Estudios Disney hizo uso íntegro del célebre andante. Ese tercer movimiento comienza con el cello desgranando una maravillosa melodía que es acompañada en la distancia por el resto de los instrumentos… luego es el violín quien toma la misma melodía dos octavas más agudo, acompañado de nuevo por los otros tres instrumentos. Es un prodigioso canto de amor… y muy pocas veces se ha escuchado algo semejante. Más adelante, la decoración cambia. Son ahora los violines quienes entonan una escala ascendente (en staccato, es decir, que las notas ascendentes no están ligadas entre sí, sino que tienen un brevísimo silencio entre ellas), que es contestada una y otra vez el uno por el otro, con entradas de la viola… las dos melodías, la inicial y este segundo tema, de pronto se mezclan, se unen y se convierten en una única melodía. Genial, nuestro buen Borodin. Con qué economía de medios nos hace oír prácticamente a una orquesta entera, ¿verdad?



 

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