martes, 28 de mayo de 2024

Cantante y cineasta y viceversa.



Hoy, 28 de mayo, sería el cumpleaños de un cantor y cineasta de nombre casi desconocido que, según sus propias palabras, «Cuando me muera los diarios argentinos van a decir ‘murió el famoso director de cine’, pero los diarios latinoamericanos dirán que murió el autor de ‘Ella ya me olvidó'». Efectivamente, Leonardo Favio tenía la sensación de que su música, instalada en el inconsciente colectivo popular desde los sesenta con canciones-himno como «Ella… ella ya me olvidó, yo la recuerdo ahora» –nombre completo de la mítica canción con la que lo recordamos–, «Fuiste mía un verano» y «O quizás simplemente le regale una rosa», quedó relegada frente a su obra como cineasta. Fuad Jorge Jury Olivera, más conocido por su sobrenombre artístico Leonardo Favio nació en Luján de Cuyo, Mendoza, Argentina. Fuad, su nombre de pila, es de origen libanés (su padre Jorge Jury Atrach vino de Siria a los 16 años) y significa “corazón”, nada menos. Nació en un barrio pobre y complicado, donde soportó el abandono de su padre, pasó gran parte de su infancia internado; conflictivo, siempre escapó o se le expulsó. Una serie de pequeños robos le llevó incluso a la reclusión carcelaria, estudió un tiempo como seminarista y más tarde intentó en la Marina: duró poco y se marchó con el mismo uniforme con el que sirvió a pedir limosnas en Retiro. Su madre, escritora de radioteatros, solía conseguirle "bolos". De pequeño aprendió a tocar guitarra cuando tenía ocho años, con un zapatero chileno que le enseñaba las canciones de Atahualpa Yupanqui a cambio de trabajo. El hambre de aquel pibe de la calle, con una infancia llena de privaciones, transitada en distintos reformatorios, hogares transitorios y hasta el Penal, va a estar presente a lo largo y a lo ancho de todo su arte. Decía Oscar Wilde que en el arte, como en el amor, la fuerza siempre está dada por la ternura y ternura es la palabra que mejor define al Leonardo Favio artista: al cantante, al cineasta y al compositor, pero antes que todo eso, ternura es la palabra que describe de pies a cabeza al Leonardo Favio ser humano. Era un trovador extraño y magnético; su fraseo íntimo podía permanecer flotando sobre una melodía como un mantra calmo, neutro, hasta desembocar luego en una apoteosis dramática, un cuadro hiperrealista de una escena melancólica, dolorosa y romántica como la de un adiós. A diferencia de Sandro, su contrapunto varonil, que era de una intimidad exaltada por el hedonismo de sus letras, el caso de Leonardo Favio era de una austeridad contenida, una expresividad reservada, representaban dos escuelas: Sandro es la escuela de los hombres que lloran y Favio es la escuela de los hombres que no pueden llorar. Peronista, Leonardo Favio militó por las ideas de Juan Domingo Perón e hizo un filme monumental sobre él. Durante la dictadura militar, la música fue su refugio, prohibido por el gobierno de facto, en 1977 partió al exilio, vivió en México y regresó en 1979 esperando que le renovaran su pasaporte; cuando lo consiguió viajó a Colombia y allí se quedó por diez años. Las canciones románticas fueron su sello de fábrica –historias de folletín que tenían la marcación del radioteatro–, donde su registro barítono y de vuelo bajito, le daba otra cercanía con el público, era una estrella en la tierra. Encapsuladas en la métrica de esas baladas de tres minutos, anidaba la angustia existencial, la alegría, la esperanza del ascenso social, la tierra prometida del peronismo que ya formaba parte de la mitología de la cultura popular, y la grandilocuencia del amor, que era su propia revolución, no solo concentró sus canciones más populares sino las que definieron su estilo y el sonido de su época: la influencia del Mayo Francés, la chanson, Los Beatles, la brumosa melancolía rioplatense, la canción de autor de Joan Manuel Serrat, y un nuevo tipo de balada pop costumbrista, con una tristeza atravesada en su voz, como un nudo en la garganta. Leonardo Favio grabó 16 discos. No solo habló del amor, sino que profundizó su mirada social y costumbrista. “Mis canciones hicieron milagros, hablan idiomas que yo ignoro. Han sido traducidas al francés, al hebreo... ¿Cómo no voy a amar la profesión de la canción o cómo voy a renunciar a ella que me permite seguir en la pelea?”. No le gustaba que le dijeran artista, prefería que lo llamaran trabajador de la cultura. El “Juglar de América”, exponente de la canción sincera y un cineasta de otro planeta. Dejó un legado enorme, entre ellos la coherencia.


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