viernes, 17 de mayo de 2024

Memoria y recuerdos.

 


Ayudar a tu madre a hacer tortitas cuando tenías tres años... montar en bici sin ruedas pequeñas... tu primer beso... ¿Cómo conservamos recuerdos vívidos de acontecimientos de hace mucho tiempo? Los sucesos que han marcado nuestras vidas, que se han experimentado con alta implicación emocional, no suelen recordarse exactamente como fueron, el ser humano tiende a recordarlos de otra forma, incluso maquillando esas partes de su historia vital para hacerlas más positivas de lo que fueron. Parece comprobado que tendemos a recordar con más facilidad las vivencias que resultan más emocionales. La emoción incrementa nuestra capacidad de recuerdo. Desde el momento en que nacemos, nuestros cerebros se ven bombardeados por una enorme cantidad de información sobre nosotros mismos y el mundo que nos rodea. Entonces, ¿cómo retenemos todo lo que aprendemos y vivimos? Mediante la memoria; los humanos retenemos tipos de recuerdos diferentes durante periodos de tiempo diferentes. Los recuerdos a corto plazo duran segundos u horas, mientras que los recuerdos a largo plazo duran años. También tenemos una memoria funcional que nos permite retener algo en nuestra mente durante un periodo limitado si lo repetimos. Por ejemplo, cuando se repite una y otra vez un número de teléfono para recordarlo, estamos utilizando la memoria funcional. Según su etimología, la palabra “recuerdo” proviene de “re” que significa de nuevo, y “cordis” que se traduce como corazón, es decir, vendría a significar “pasar nuevamente por el corazón”, lo que tenía mucho sentido en la antigüedad, porque ubicaban la mente en el corazón. Así, un recuerdo sería volver a sentir en la mente un hecho del pasado. El recuerdo es una capacidad de la memoria, que nos permite almacenar informaciones, retenerlas y devolverlas al presente. Lo importante de un recuerdo es la emoción o emociones que genera en el individuo. Por ejemplo: a veces, un olor te puede evocar un hecho vivido en el pasado. En muchos sentidos, nuestros recuerdos nos hacen ser quienes somos, son nuestra esencia como seres humanos. Pero para que esos recuerdos perduren necesitan de la memoria, un concepto que a pesar de ser conocido por todos, desconocemos en profundidad y, en el fondo, hace referencia a una capacidad mental cuya función es codificar, almacenar y recuperar información. Es decir, nos permite guardar en nuestro interior experiencias tales como sentimientos, sucesos, imágenes o ideas. En definitiva, cualquier elemento que pertenece a nuestro pasado. Se trata de una función del cerebro que resulta esencial para nuestro aprendizaje y, por tanto, para nuestra supervivencia. Gracias a ella podemos adaptarnos mejor a las necesidades de nuestro entorno. La memoria aún alberga muchos misterios. ¿Con qué precisión están codificados los recuerdos en los conjuntos de neuronas? ¿Cómo de generalizada es la difusión de las células que codifican un recuerdo dado en el cerebro? ¿Cómo se corresponde nuestra actividad cerebral a nuestra forma de experimentar recuerdos? Algún día, estas áreas de investigación activas podrían aportar nueva información sobre las funciones cerebrales y sobre cómo tratar afecciones relacionadas con la memoria. La memoria nos ayuda a reconocernos a nosotros mismos en el pasado, y nos permite gestionar mejor determinadas situaciones sobre las que hemos adquirido una experiencia, pero,¿pueden los recuerdos malos convertirse en buenos? ¿nos engañamos hasta el punto de maquillar nuestra propia historia vital? ¿es posible darle otro significado a recuerdos que marcaron nuestro pasado?


En definitiva,
¿se pueden inventar los recuerdos?, porque la capacidad para recordar u olvidar información es, ciertamente, uno de los más asombrosos mecanismos de la mente y hay momentos en los que se puede llegar a dudar de la ”veracidad” o mejor dicho, la precisión de los recuerdos. Aquello que se recuerda, ¿en realidad ha sucedido? Quizás no como se piensa. pues está demostrado que un mismo evento no es narrado de la misma manera por dos personas, lo que se debe a que el cerebro toma la información (hechos, percepciones, emociones y experiencias pasadas) para formar una imagen “más o menos” aproximada a lo que ocurrió ya que el cerebro no sabe distinguir entre una situación ficticia y una verdadera; la capacidad del cerebro para recordar ciertos aspectos y olvidar otros, es asombrosa. Los recuerdos están llenos de emociones. Según nuestro punto de vista, una fiesta puede haber sido estupenda o aburrida, mientras que para otros puede que esto no haya sido así. También puede llenar un espacio que ha quedado vacío en la memoria con invenciones; es decir, puede crear una situación o un momento “de cero”; es decir, sin ningún dato vivido en realidad sino entre los recursos que ha almacenado durante años. Para el cerebro, la imaginación puede ser tan verosímil como los hechos. Por ello, es posible que se ”confunda”, sin darse cuenta. En consecuencia, algo imaginario puede llegar a dejar la misma ”huella” que aquello que sí fue real. Los recuerdos pueden ser producto de aquello que se experimentó a través de los sentidos o bien, creaciones de la mente. Al pensar en una anécdota del pasado, después de cierto tiempo, resulta imposible determinar qué sucedió y qué no. Los recuerdos no son ”copias fieles” de la realidad de forma que si bien muchos de los aspectos que narramos en una historia pueden ser verdaderos siempre habrá algunos falsos. Y ¿de dónde los toma la mente? De otras experiencias, de lo que vemos en la televisión, de lo que pensamos, de lo que nos dicen, de lo que leemos, etcétera, puesto que el cerebro recibe información de los cinco sentidos, las emociones, pensamientos, opiniones y experiencias. Por ello, los datos que llegan a la mente no pueden ser totalmente ‘ciertos’. Además, la mente selecciona qué “mensajes” serán usados para un recuerdo u otro. Incluso puede haber datos que se empleen para más de una anécdota. La buena noticia de todo esto es que, los falsos recuerdos son una señal de que el cerebro está sano y que funciona como corresponde.

“Los recuerdos son una forma de aferrarte a las cosas que amas, las cosas que eres, las cosas que no quieres perder”.

-Anónimo-


El valor de los recuerdos positivos es uno de los principales elementos de estabilidad, un refugio con una capacidad extraordinaria para protegernos. Decía Pío Baroja que “En buena parte somos la prolongación de nuestro pasado; el resultado de un recuerdo“. En este sentido, el cerebro es un órgano capaz de almacenar, ordenar y priorizar todos nuestros recuerdos. De hecho, aunque esté superada, en psicología se utilizó durante muchos años la metáfora del ordenador para hablar del cerebro, y en especial de la memoria. Una memoria que no es otra que la ciudad de las remembranzas. Los psicólogos indican que todos nuestros recuerdos tienen una relación muy estrecha con las emociones, por eso somos capaces de experimentar nuevamente las emociones originales cuando los volvemos a situar en el foco de nuestra atención. Un recuerdo agradable puede devolvernos esa paz interior perdida, restaurar esa autoestima lastimada. Por contra, si esa experiencia vivida se traduzca en un recuerdo amargo, lo último que querremos será rememorarlo. Aquello que recordamos de nuestra vida cotidiana y de nuestro pasado es el resultado de un conjunto de decisiones de nuestro cerebro, conscientes o inconscientes, para establecer unos mecanismos, más o menos efectivos, y así filtrar la gran cantidad de información que recibe; la mezcla de emociones con recuerdos tiene un papel adaptativo a nuestro entorno, la memoria nos prepara para futuras situaciones.

“A veces no conoces el verdadero valor de un momento hasta que se convierte en memoria“.

-Dr. Seuss-


La memoria permite dar significado a todo lo que percibimos, a la vez que nos permite adquirir nuevos conocimientos y aprendizajes. Para que una nueva información pueda mantenerse en nuestro cerebro y podamos recuperarla cuando la precisemos, es fundamental que se cumplan adecuadamente las distintas fases de la memoria que, en esencia, son tres: una primera de registro, codificación o adquisición, la segunda de almacenamiento y consolidación de la información y la tercera de recuperación o evocación. Conocer las fases de la memoria puede ayudarnos a ser más conscientes de cómo tratamos la información cuando queremos retenerla, algo que podemos poner en práctica a través de juegos o actividades. Una forma de clasificar los recuerdos es según el tema del recuerdo y si se es consciente de él. La memoria explícita, también denominada memoria declarativa, consta del tipo de recuerdos que se viven de forma consciente. Algunos de estos recuerdos son hechos o «conocimiento general», como cuál es la capital de Portugal (Lisboa) o la cantidad de cartas en una baraja española (40). Otros son acontecimientos vividos en el pasado, como un cumpleaños de la infancia. La memoria implícita, también denominada memoria no declarativa, se construye de forma inconsciente, incluye recuerdos procedimentales que tu cuerpo utiliza para recordar destrezas que has aprendido. ¿Sabes tocar un instrumento o montar en bici? Es gracias a tu memoria implícita. Los recuerdos implícitos también pueden moldear las respuestas inconscientes de tu cuerpo, como salivar al ver tu comida favorita o ponerte tenso cuando ves algo que te da miedo. En general, es más fácil crear recuerdos explícitos que implícitos pero los recuerdos implícitos perduran más fácilmente. Cuando aprendes a montar en bici, es improbable que olvides cómo hacerlo. Para comprender cómo recordamos las cosas, es de gran utilidad estudiar cómo olvidamos, por eso los neurocientíficos estudian la amnesia, la pérdida de recuerdos o la capacidad de aprender pues nuestros recuerdos no están almacenados en un único lugar del cerebro, sino que diferentes áreas de este forman y almacenan tipos de recuerdos distintos y podrían participar procesos diferentes en cada uno. Desde un punto de vista médico/morfológico, la memoria está estrechamente relacionada con el hipocampo, pero cabe señalar que son varias las regiones del cerebro que influyen en el proceso. Resulta interesante mencionar que el significado de las palabras se almacena en el hemisferio derecho, los recuerdos de la infancia se conservan en el córtex temporal o que los lóbulos frontales se hacen cargo de la percepción y el pensamiento. Así, cuando evocamos un recuerdo, muchas partes de nuestro cerebro se comunican rápidamente entre sí, entre ellas regiones de la corteza cerebral que procesan información importante, regiones que gestionan la información cruda obtenida mediante nuestros sentidos y una región denominada lóbulo temporal medial que parece coordinar el proceso.

“En el futuro es posible que se puedan desarrollar métodos que ayuden a las personas a recordar los recuerdos positivos con más fuerza que los negativos”.

Susumu Tonewaga, Premio Nobel de Medicina y Fisiología 1987.





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