viernes, 24 de mayo de 2024

Cid o sidi....

 


Dice la Wikipedia que
Rodrigo Díaz (hacia 1048-1099) fue un líder militar castellano que llegó a dominar al frente de su propio ejército el Levante de la península ibérica a finales del siglo XI, consiguiendo conquistar Valencia y estableciendo en esta ciudad un señorío independiente desde el año 1094 hasta su muerte; su esposa Jimena Díaz, lo heredó y mantuvo hasta 1102, cuando pasó de nuevo a dominio musulmán. De origen familiar aristocrático asturleonés, pese a su leyenda posterior como héroe nacional español (y más concretamente de Castilla) o cruzado en favor de la Reconquista, a lo largo de su vida se puso a las órdenes de diferentes caudillos, tanto cristianos como musulmanes, luchando realmente como su propio amo y por su propio beneficio, por lo que el retrato que de él hacen algunos autores es similar al de un mercenario, un soldado profesional, que presta sus servicios a cambio de una paga. Se trata de una figura histórica y legendaria de la Reconquista, cuya vida inspiró el más importante cantar de gesta de la literatura española, el Cantar de Mio Cid. Ha pasado a la posteridad como "el Campeador" ("experto en batallas campales") o "El Cid" (del árabe dialectal, sīdi, "señor"). Hasta aquí la cita. Rodrigo Díaz fue alzado a la categoría de mito a partir del célebre citado Cantar de mio Cid, que dibuja un héroe de conducta ejemplar: desterrado por su rey, recupera el favor del monarca, quien lo destierra de nuevo; sin embargo, a pesar de tales condenas, siempre injustas, nunca se enfrenta a su soberano, Alfonso VI; por el contrario, siempre intenta recuperar la buena voluntad del monarca. Esta imagen del Cid, positiva y sin fisuras, pasó a diferentes crónicas medievales que incorporaron los hechos narrados en el Cantar. Según esta óptica, nuestro personaje se mereció la fama que tiene por ser un caballero perfecto, un vasallo ejemplar, un campeón de la Cristiandad. Pero la visión del Cid acuñada por el Poema se compadece mal tanto con el Rodrigo soberbio que aparece en el romance de la Jura de Santa Gadea1 como con la realidad histórica de los desencuentros entre el soberano y su vasallo, que terminaron en dos destierros. El Cantar de Mío Cid trata de la honra perdida de un héroe, y contiene una dura crítica a la alta nobleza en beneficio de la nobleza adquirida por meritocracia, que era a la única a la que podían acceder los que no estaban dentro del circuito de la aristocracia de la época. Este icono de radical racialidad, diestro repartidor de leña certificada, paladín en la lucha contra los infieles descarriados, súbdito trabucaire, terror de turbantes, carnet de identidad de una concepción nacionalista metida con calzador; hizo otras muchas cosas que le dieron fama imperecedera sin necesidad de que se le presentara como un infalible remedio de botica contra las veleidades de los que pensaban a España de una manera diferente.


Muchos claroscuros hay en la vida del Cid, y se debe a la tensión de una manipulación por agrandar una figura que no necesitaba de tanto manoseo. Desde la nobleza, al principio de manera imperceptible y más tarde pisando fuerte, poco a poco, fue emergiendo la figura de un infanzón anónimo, de carácter indomable y levantisco. El ascenso social del Cid encierra contradicciones en el sentido probable de que el autor del famoso Cantar pone el acento en su dudosa procedencia plebeya, cuando en realidad pertenecía a una familia de condestables. Es en los enfrentamientos a tumba abierta entre los dos hermanos -Alfonso VI, rey de León y Sancho II de Castilla-, cuando se producen las primeras líneas de la leyenda que lo catapultaría a la fama. Cuando muere Sancho a las puertas de Zamora durante el asedio de la misma, el Cid queda huérfano de su mentor y mejor amigo, y al alcanzar Alfonso VI su objetivo de anexionarse Castilla en esa extraña carambola del azar, cuenta la leyenda, que el Campeador, en Santa Gadea, allá por el año del Señor de 1072, le obliga a jurar tres veces sobre su posible implicación en la muerte de Sancho. Esta fabulación creada posteriormente, en el siglo XIII, a pesar de su enorme fuerza dramática y de que se ha mantenido viva en el imaginario popular, no deja de ser una licencia épica que da una fuerza incontestable al Cantar, pero que en su esencia no deja de carecer de fundamento alguno; atendiendo a las fuentes más próximas, Rodrigo se integró en la corte de manera correcta y sin estrambotes. Los reyes cristianos en aquel tiempo y, en el caso que nos atañe, los de León, tenían como vasallos a las taifas de Granada y Sevilla, y El Cid, siguiendo el mandato de su rey, fue a cobrar el tributo estipulado a Sevilla, mientras ésta estaba enredada con la taifa de Granada. Por aquel entonces, el Conde de Nájera, García Ordoñez, era el “cobrador” enviado a su vez por Alfonso VI para aligerar las arcas granadinas, y ocurrió lo que tenía que ocurrir, que ambos “cobradores” se liaron a mamporros y el conde vino a dar con su osamenta contra una piedra que estaba por allí, quedando sumido en profundas reflexiones. Nuestro héroe le echó el guante 'ipso facto' y el noble leonés, muy agraviado por el desenlace del lance, juró vengar tan magna ofensa. Y así fue… En el año 1081, cuando el rey Alfonso se encontraba batallando por tierras toledanas sin la ayuda de Rodrigo, los musulmanes atacaron por sorpresa Gormaz (Soria) y obtuvieron una importante victoria, logrando un cuantioso botín. Cuando la noticia llegó a oídos de Rodrigo Díaz, sin esperar órdenes del rey, reunió a su ejército y penetró en el reino toledano en busca de los culpables. La actuación de Rodrigo en Toledo, ciudad de la que retornó trayendo consigo hasta 7.000 cautivos entre hombres y mujeres, interfirió en los planes que tenía el rey Alfonso para anexionar este territorio sin necesidad de la violencia. A modo de castigo, el monarca desterró al caballero, pero esto no conllevó la pérdida de sus bienes personales. El caso es que el Cid, a raíz de esta “movida”, sale del Reino de León por la puerta de atrás y con una cohorte de caballeros y soldados fieles pone rumbo a un destino incierto. Tras ser rechazados los servicios de Rodrigo Díaz por los condes de Barcelona, Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II, el de Vivar decidió ayudar a al-Muqtadir, rey de Zaragoza, en la lucha que mantenía con su hermano al-Mundir, rey de Lérida, Tortosa y Denia, y que contaba con el apoyo de los condes de Barcelona y del monarca Sancho Ramírez de Aragón. Rodrigo Díaz derrotó a Berenguer Ramon II en Almenar en 1082 y cerca de Morella a al-Mundir y al monarca aragonés en 1084. Fue en este período cuando recibió el sobrenombre de el "Cid"2, derivado del vocablo árabe sid, que significa "señor". Mucho se le ha reprochado al Cid su conspicua conducta al aliarse con los hijos del islam, pero hay que recordar, que la coyuntura geopolítica de la península ibérica en aquel tiempo era lo más parecido a una corrala de barrio. Las diferencias religiosas y en ocasiones el comadreo, estaban a la orden del día y, a la hora de determinar el 'leit motiv' de las actuaciones, muchas veces se imponía lo prosaico en perjuicio de criterios más elevados, lo que hacía muy difícil identificar al enemigo del amigo. Pero la apoteosis de este elemento central de nuestro pasado llega cuando dirigiendo una enorme tropa de desarraigados cristianos y musulmanes, mercenarios y compañeros de armas más allá de sus diferencias religiosas, se convierten en un huracán incontenible y arrasan el levante mediterráneo.


Pero un hecho trascendental cambiaría la historia de la península Ibérica: un gran ejército almorávide, procedente del Sahara, atravesó el estrecho de Gibraltar, profesaban una interpretación rigorista del islam y estaban dispuestos a imponerla a sangre y fuego. Alfonso VI solicitó ayuda al Cid para atacar a los almorávides que sitiaban la fortaleza de Aledo en Murcia, pero el encuentro entre las tropas de Alfonso y del Cid, que debía producirse en la zona alicantina de Villena, no llegaron a encontrarse. El Cid montó su campamento en Elche y allí supo que el rey Alfonso, furioso por no haber recibido la ayuda solicitada, lo había declarado traidor, máxima deshonra para un caballero con consecuencias terribles: la pérdida de todos sus bienes y el destierro. A partir de este momento, el Cid, convertido en un caudillo independiente, siguió actuando en Levante guiado por sus propios intereses, haciéndose con el protectorado de todo Levante. Al-Qadir, rey de las taifas de Toledo y Valencia, pagaba impuestos al Cid, quien usurpaba así los pagos que antes habían pertenecido a Alfonso VI. El Cid derrotó a la coalición que formaron al-Mundir y Berenguer Ramón II, a los que derrotó en Tevar, expulsando al conde catalán de la zona levantina.


Pero poco le duraría el éxito a este guerrero, encumbrado a la categoría de héroe por la historia, la literatura y derecho propio. Cinco años después de gestionar eficazmente el Reino de Valencia, pasaría a mejor vida este prohombre castellano que causó el mayor 'totum revolutum' en la historia militar de la península y cuya memoria dejó una huella imborrable durante generaciones. "
In Hispania apud Valentiam Rodericus comes defunctus est de quo maximus luctus christianis fuit et gaudium inimicis paganis". Así recogía el Cronicón Malleacense3 la muerte del Cid Campeador el 10 de junio de 1099, cuando, según cuenta la leyenda, en lo alto de las almenas que defendían la ciudad de Valencia fue atravesado por una flecha perdida (aunque lo más probable es que muriera por causas naturales). El guerrero que se enfrentó a castellanos y árabes por igual, se hizo grande luchando junto a su espada en diferentes batallas y la gloria le llegó años antes de su muerte. A la muerte del Cid, su esposa, Jimena, mujer de vigoroso carácter, prolongó la resistencia local antes de rendirse al empuje musulmán, abandonó Valencia con los restos de su esposo, que estaban en la Seo de Valencia y los enterró en el monasterio de Cardeña para posteriormente, y tras muchas vicisitudes, ser enterrado junto a ella en la catedral de Burgos, donde hoy puede visitarse su tumba. Y al cabo de dos siglos, el altivo Cid del romance se había impuesto en la imaginación popular al sumiso Rodrigo del Cantar. Y en ello estamos.

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1En el romance se mantiene un tono altanero por parte de Rodrigo, quien se dirige al monarca de esta forma: «Villanos te maten, rey, / villanos, que no hidalgos; [...] sáquente el corazón vivo, / por el derecho costado, / si no dices la verdad / de lo que te es preguntado: / si tú fuiste o consentiste / en la muerte de tu hermano». Alfonso, que se siente humillado, acaba por desterrar durante un año a su soberbio vasallo, quien le espeta entonces altivamente: «Tú me destierras por uno, yo me destierro por cuatro». En la Primera crónica general compuesta por orden de Alfonso X el Sabio a mediados del siglo XIII, la dureza inicial del tono empleado por el Cid suscita en Alfonso el desamor hacia su vasallo, hasta el punto de desterrarlo. Sin embargo, se nos dice que «al cabo fueron amigos: así lo supo merecer el Cid». No es extraño que en la Crónica, promovida por Alfonso X, la jura acabe felizmente: un monarca no podía aceptar desplantes como el que sufre el rey en la Jura. Éste pudo haber sido el origen del Cantar, tal vez compuesto en el entorno real para ofrecer un contrapeso a la imagen del monarca humillado que transmite la Jura. En aquel poema épico –que justamente empieza cuando Rodrigo abandona Burgos camino del destierro, al frente de su mesnada–, Rodrigo es desterrado no porque la exigencia del juramento haya ofendido al rey, sino por la intervención de malos consejeros, lo que deja a salvo la figura del monarca y el prestigio de la Corona.

2El sobrenombre o apodo de "Campeador" no aparece con esta forma en ningún documento en vida del Cid. Únicamente su forma latina "Campidoctor" figura en su carta de dotación a la catedral de Valencia en el año 1098 y se repite en la ampliación de la misma que hizo Jimena, su viuda, en 1101. El himno latino titulado Carmen Campidoctoris, un poema de finales del siglo XII, es el único texto medieval que menciona expresamente la manera en la que Rodrigo obtuvo el sobrenombre de Campeador: luchando en combate singular. El término campeador se suele relacionar más con campear o combatir en campo abierto, lo que, como revela el mismo Carmen Campidoctoris, se aplicaba tanto a los combates individuales de tipo judicial como a las batallas campales entre dos ejércitos. Dado el amplio historial bélico de Rodrigo Díaz, el mismo término servía para identificar al héroe en los inicios de su carrera en las armas como en su apogeo, lo que podría justificar que él mismo emplease ese sobrenombre hasta el final de sus días. El documento fechado en 1097 y recientemente descubierto en la colección conocida como Becerro Galicano y custodiado en el monasterio riojano de San Millán de la Cogolla explica uno de estos duelos sin apenas dejar lugar a la duda cómo funcionaba el procedimiento aunque posteriormente, la acumulación, en la trayectoria de Rodrigo Díaz, de victorias en lides campales añadiría por sí sola al término el sentido más general de campeador.

3Recogen también noticias de Rodrigo ciertos Anales y Cronicones: Cronicón Burgense, Anales Compostelanos, Anales Toledanos Primeros, Poema de la Conquista de Almería y Crónica Najarense; también, las crónicas árabes de Ben Bassam y las de Ben Alcama, y dentro de la historiografía romance, la Crónica General, Crónica de Castilla, Crónica de Veinte Reyes, el Cronicón de Cardeña, y otros documentos.

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