jueves, 2 de febrero de 2023

De la mina, de todas las minas, "La costumbre de morir...".



Tres nombres artísticos (Rosa Mar, Maya y Rosa María Lobo, por orden cronológico), tres estilos y una sola, y espléndida, aunque hoy desconocida, voz, dulce pero vibrante. Esta frase podría definir la larga carrera discográfica de la asturiana Rosa María García Lobo, nacida en 1945 en Boo, una pequeña localidad del concejo asturiano de Moreda de Aller, una vida en la mina musical, una vida particularmente dura y azarosa (muy orgullosa de ser de esa tierra que adoro y de ser familia de mineros. Yo misma me siento muy minera. La gente de la mina es muy especial. Me acuerdo cuando me despertaba de la cama, muy niña, con el sonido del trote de las mulas y miraba por la ventana y veía a los mineros yendo a trabajar. Y cómo se me encogía el corazón al oír a veces la sirena a lo lejos porque algún minero se había quedado atrapado en la mina….) La joven cantante Rosa Mar (primer nombre), más o menos influida por el imperante estilo ye yé, que había grabado dos EP como fruto de sendos triunfos en modestos festivales radiofónicos de su Asturias natal, viaja a Madrid acompañada por su hermano y se enrola en la compañía de variedades de Antonio Machín. Todos alaban su magnífica voz, pero ningún sello importante parece interesarse por contratarla. Solo su férrea voluntad impide que abandone definitivamente la actividad musical. La gran fama la esperaba en Madrid: empezó cantando por las mañanas en Radio Madrid, con José Luis Pécker y Juan de Toro, recibió clases de canto y repertorio del maestro Augusto Algueró y pronto se convertiría en un rostro habitual en los festivales nacionales. En el de Benidorm de 1968, ya como Maya (segundo nombre), quedó a tan sólo un punto de obtener la victoria, que terminó por conseguir un joven Julio Iglesias. «Julio me decía: "Rosa, tengo que ir a todos los festivales contigo porque me das suerte"», recuerda entre risas la cantante. Ese mismo año graba su primer álbum, Maya, con influencias de la música hispanoamericana, y en especial de Atahualpa Yupanqui. Recorrió gran parte de Latinoamérica con sus canciones de la mano de Horacio Guarany y Atahualpa Yupanqui, con los que, según cuenta, aprendió mucho. «Sólo tengo palabras de elogio para ellos». En palabras de la cantante, “Atahualpa fue mi padrino artístico. Recuerdo en la presentación de mi primer disco sus elogios ante la prensa diciendo que nadie como yo había interpretado y sentido su música y su poesía como yo lo hacía, a pesar de ser asturiana y no tener raíces ni conexiones argentinas. Él solía venir a verme actuar a un sitio llamado El Rincón del Tango, en la calle Jardines (cerca de la Gran Vía), donde cantaban también Alberto Cortez, Carlos Acuña, Betty Missiego… A mí me anunciaban como “Maya, el ángel que canta”. Hacíamos tres pases por noche. Y Atahualpa venía y yo flipaba como un coyote al verlo, y él siempre se quedaba encantado de oírme. Luego me invitaba a comer al día siguiente manitas de cerdo que le gustaban mucho en un restaurante cerca de allí llamado La Estrella… Era un hombre de una gran sabiduría y ternura”. En 1978 dará por finalizada su carrera como Maya para renacer al año siguiente transformada en una cantante melódica. De Maya y su época folk nos quedan las canciones de Yupanqui y otros autores sudamericanos, su voz de cristal, sus blusas floreadas, sus vestidos de inspiración campesina y la seriedad de un trabajo que puso en boca de los jóvenes de los primeros 70 los cantares de los viejos guitarreros rurales. Después llegaría Rosa María Lobo (tercer nombre), cantante melódica, y ese ya sería otro cantar. La canción con la que recordamos hoy a Maya está incluida en su segundo sencillo de esta época, una canción plena de sentimiento, de sentimiento triste que homenajea a sus paisanos que se dejaron la vida en el carbón, algo que ella conoció desde niña y en la que pone su corazón. Este disco se asomó con timidez a las listas de ventas y sirvió para el objetivo de afianzar una trayectoria que en esta ocasión había nacido con buenos augurios.



 

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