sábado, 13 de abril de 2024

Teatro para el pueblo.

 


Tal día como hoy, el 14 de abril de 1931 se instaura en España la Segunda República tras la deposición del Rey Alfonso XIII por las Cortes Generales, y ese mismo día, en 1936, en Barcelona, hace su última presentación el grupo de teatro "La Barraca", creado por Federico García Lorca y por el escritor y cineasta Eduardo Ugarte Pagés, exiliado después en México (¡ojo!; no es el último acto de La Barraca, celebrado poco tiempo después en el Ateneo de Madrid, con El caballero de Olmedo, de Lope de Vega, sólo unos días tras el alzamiento de los rebeldes). Sobre la primera efemérides se han vertido y continúan vertiendo (a favor y en contra) ríos de tinta, por lo tanto, fijémonos hoy en la segunda, posiblemente igual de trascendente aunque a otra escala. La Barraca, grupo ambulante de teatro universitario creado poco antes de Navidad de 1931, tenía como objetivo llevar el teatro clásico español a zonas con poca actividad cultural de la península ibérica, tan alejadas de los núcleos donde bullían los componentes que hicieron de este periodo uno de los momentos culturales y artísticos más ricos de nuestra historia reciente, la Edad de Plata,.pese a que sus entusiasmados componentes no podían imaginar hasta qué punto su trabajo iba a ser criticado "como instrumento de propaganda" del Gobierno, y muy pronto, las críticas se convirtieron en sabotajes organizados por grupos universitarios de ultraderecha; se desarrolló de modo complementario con el Teatro del pueblo, dirigido por Alejandro Casona1, dentro del proyecto de las Misiones Pedagógicas2 creadas por Manuel Bartolomé Cossío3, a partir de las misiones ambulantes diseñadas por el ministro republicano y amigo de García Lorca Francisco Giner de los Ríos, y El Buho, teatro universitario no itinerante de Valencia, a cuya cabeza estaba Max Aub4. Los años en La Barraca fueron una época de creatividad excepcional para Lorca, que terminó su Poema del cante jondo y una obra teatral, Así que pasen cinco años. También empezó a escribir los primeros poemas de Diván del Tamarit, inspirados en la poesía árabe, estrenó una obra que había sido censurada anteriormente, Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín, y Bodas de sangre, uno de sus dramas rurales en el que se presentan de forma arquetípica las manifestaciones de las pasiones humanas como el amor, el sexo, la violencia y la muerte, y que recibió un éxito rotundo lo cual le proporcionó a Lorca por primera vez una remuneración considerable y fama internacional. Federico García Lorca fue un verdadero hombre de teatro. Defendió la idea de que en tiempos duros y difíciles, como los del fascismo, el teatro era el arte más valioso para comunicarse con el público e influir en la sociedad. Es el suyo un teatro plástico en el que lo visual es tan importante como lo lingüístico. Este teatro innovador de Lorca renovó el teatro español. Para Federico todo era teatro, y sobre todo la vida y lo que ella contiene, desde lo más cómico hasta lo más trágico, pues son pocas las personas que la viven sin máscara ni sombra de ningún tipo. La Barraca para mí es toda mi obra, la obra que me interesa, que me ilusiona más todavía que mi obra literaria, como que por ella muchas veces he dejado de escribir un verso o de concluir una pieza, entre ellas Yerma, que la tendría ya terminada si no me hubiera interrumpido para lanzarme por tierras de España, en una de esas estupendas excursiones de “mi teatro”. Las líneas generales de esta empresa, en la que García Lorca puso todo su empeño y su vida, siguiendo los principios del teatro más antiguo, del clásico, convirtieron a “La Barraca” en un verdadero carro de Tespis, en una compañía similar a las de los cómicos de la legua, por su espíritu de convivencia y solidaridad, según expresó el propio Lorca en varias entrevistas que le hicieron durante aquellos años. Sin duda alguna, la experiencia de “La Barraca” fue la que más le ilusionó, y por ella dejó de trabajar en otros proyectos.


Si por algo se caracteriza la Segunda República es por la creación de una conciencia popular orientada a la posibilidad de acceso a la educación para la población; la intelectualidad, junto con la cultura obrera, articulan la culturización y modernización del país fuera de las escuelas y las universidades. Y el teatro es una de las formas más eficaces para conseguir ese objetivo, pues tiene el poder de llegar a todos mediante la palabra en acción. Por eso, el gobierno lanzó dos proyectos escénicos: el Teatro del Pueblo y la Barraca. El nombre de «Barraca», según Lorca, fue escogido porque el primer grupo de estudiantes que reclutó tenía la idea de inaugurar un local en Madrid a modo de barraca donde se ofrecerían las representaciones, muchas de ellas títeres, y aunque el proyecto no continuó de esta forma, todos se encariñaron con el nombre. La imagen emblemática de la compañía integra la máscara, símbolo del arte de Talía, y el carro de Tepsis, encargado de abrirse camino allá donde fuera. Los componentes habían sido reclutados mayoritariamente en las aulas de la Universidad Central de Madrid y debían compaginar sus estudios con su afición por el teatro, que los hacía recorrer España de un extremo al otro. Se presentaron numerosos estudiantes a la convocatoria para actores de La Barraca y fueron seleccionados por Ugarte, Lorca, asesorados por el criterio de los catedráticos Pedro Salinas y Américo Castro. El hecho de que hubiera mujeres en el grupo, suponía en aquella época un problema importante, que se convertía a veces en una grave dificultad aunque la oferta era tan exigua que ningún candidato fue rechazado. Algunas de las mujeres que vivieron esta hermosa experiencia nos legaron después un grato recuerdo de ella, en precisos escritos llenos de amenidad, ya sea de “La Barraca” en sí ya de su entusiasmado y enérgico director. La Barraca se sostenía entre la tradición y la vanguardia; entre el respeto a los autores del pasado y el afán por incorporar los novísimos lenguajes artísticos; el teatro universitario venía a renovar la escena española desde una perspectiva propia y ejercía una doble labor: rescataban los clásicos del olvido y se los mostraban a quienes habían sido privados del teatro. Nosotros queremos representar y vulgarizar nuestro olvidado y gran repertorio clásico, ya que se da el caso vergonzoso de que, teniendo los españoles el teatro más rico y hondo de toda Europa, esté para todos oculto; y tener encerradas estas prodigiosas voces poéticas es lo mismo que cegar las fuentes de los ríos o poner toldos al cielo para no ver el estaño duro de las estrellas. Y como eran tiempos difíciles, y las pasiones más bajas comenzaban a manifestarse entre españoles de diferentes bandos ideólogicos, temiendo el poeta granadino que su proyecto fuera juzgado solamente en términos políticos, trató de atajar desde el principio tales juicios: Nuestro primer propósito era desenvolvernos sólo en ambientes universitarios. Después hemos ido al campo, y hemos encontrado allí tanta cordialidad y comprensión -quizás más- que en las capitales. Todo esto, a pesar de las imputaciones canallescas de los que han querido ver en nuestro teatro un propósito político. No; nada de política. Teatro y nada más que teatro..Ante la cuestión de si el pueblo estaba o no preparado para presenciar clásicos, quizá demasiado complejos para su conocimiento, Lorca lo tenía muy claro: Hay millones de hombres que no han visto teatro. ¡Ah! ¡Y cómo saben verlo cuando lo ven! Yo he presenciado en Alicante cómo todo un pueblo se ponía en vilo al presenciar una representación de la cumbre del teatro católico español: ¡La vida es sueño! No se diga que no lo sentían. Para entenderlo, las luces de toda la teoría son necesarias. Pero para sentirlo, el teatro es el mismo para la señora encopetada como para la criada. No se equivocaba Molière al leer sus cosas a la cocinera.


En 1936 todo se vino abajo. Los componentes de “La Barraca” y sus responsables habían contado probablemente con el silencio expresado por la derecha española, silencio cerril, a decir de Antonio Machado, que sacó sus garras en cuanto tuvo la menor ocasión. Y era además la derecha provinciana y caciquil, de la que tanto sabía el andaluz universal. Enseñar al pueblo, instruirlo, era el mayor desafío, la mayor bofetada para ellos, una vejación que no han perdonado jamás a lo largo de la historia. Lorca es asesinado en agosto y Manuel Altolaguirre asume la dirección de La Barraca, que se adapta a la guerra y ofrece funciones para los soldados del frente. En 1937 el Gobierno de la República trató de reorganizar la compañía, una labor demasiado difícil: algunos miembros habían caído, otros se encontraban ya en el exilio y algunos se habían reconvertido al nuevo régimen. Aún así, en agosto de ese mismo año tuvieron lugar algunas representaciones. El bando sublevado también tuvo su propia compañía: un grupo de intelectuales y artistas vinculados a Falange Española forma La Tarumba y representaron -curiosamente- algunas de las funciones que La Barraca había incluido en su repertorio tiempo atrás.


La Barraca fue, para el niño grande que siempre fue Federico, como un juguete deslumbrante que un Gobierno generoso puso en sus manos, y al que el poeta se entregó con toda su capacidad de entusiasmo comunicable. Pero con esta experiencia Federico pretendía demostrar también otras cosas. Y en concreto, aplicar al teatro sus teorías personales (como él mismo había expresado en múltiples ocasiones), que abarcaban también otras facetas artísticas, de alcance renovador y vanguardista. De lo que puso García Lorca en esta experiencia, tan cara para él, sólo puede entenderse comprendiendo lo que el autor granadino pensaba del teatro, y de la verdadera y única finalidad del teatro, en el que él ponía alma y duende. . “La Barraca”... Eso es algo muy serio... Ante todo es necesario comprender por qué el teatro está en decadencia... El teatro, para volver a adquirir fuerza, debe volver al pueblo, del que se ha apartado... El teatro es además cosa de poetas... Sin sentido trágico no hay teatro... Y del teatro de hoy está ausente el sentido trágico... El pueblo sabe mucho de eso. Y a continuación cuenta la anécdota de unos niños de Granada que apedrearon a un grupo de teatro porque no comprendían la obra representada por ellos, y sigue diciendo Lorca: El pueblo sabe lo que es el teatro... Ha nacido de él... La clase media y la burguesía han matado el teatro y ni siquiera van a él, después de haberlo pervertido... Fue entonces cuando comprendiendo eso resolvimos entre estudiantes devolver el teatro al pueblo...

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1Alejandro Rodríguez Álvarez, conocido como Alejandro Casona (1903 – 1965), comediógrafo autor de un teatro de ingenio y humor que mezcló sabiamente fantasía y realidad. Por razón de edad, y pese a la singularidad de su obra, cabe vincular a Alejandro Casona con dramaturgos como Max Aub o Enrique Jardiel Poncela y con el grupo poético del 27; además de Federico García Lorca, varios de sus miembros, como Pedro Salinas, Rafael Alberti o Miguel Hernández, cultivaron ocasionalmente el teatro. Al inicio de la confrontación fratricida se trasladó a México en primer lugar y, posteriormente se estableció de forma definitiva en Buenos Aires, desde donde cosechó un gran éxito internacional.

2Las Misiones Pedagógicas fueron un proyecto de solidaridad cultural patrocinado por el Gobierno de la Segunda República desde las plataformas del Museo Pedagógico Nacional y la Institución Libre de Enseñanza. Creadas en 1931, se desmantelaron al final de la guerra (in)civil. Las Misiones Pedagógicas, que incluían el Teatro del Pueblo, se encargaban de difundir la cultura general, la moderna orientación docente y la educación ciudadana en aldeas y villas y territorios olvidados de España, con especial atención a los intereses espirituales de la población rural; también se procuró interesar a la sociedad en la conservación y el acrecentamiento del Patrimonio Histórico. Entre los “misioneros” que participaban en las actividades organizadas se encontraban escritores, maestros, o actores.

3Manuel Bartolomé Cossío (1857-1935), pedagogo e historiador del arte. Dentro de la Institución Libre de Enseñanza, fue ahijado y sucesor de Francisco Giner de los Ríos. Director del Museo Pedagógico Nacional y presidente de las Misiones Pedagógicas, fue quizá la figura más eminente de la pedagogía española en el periodo de 1882 a 1935, año de su muerte.

4Max Aub Mohrenwitz (1903-1972) fue un escritor español, nacido en París, de origen francés y alemán. Tras la guerra civil española se exilió en México, país del que tomó la nacionalidad y en el que vivió hasta su muerte. En diciembre de 1936 fue enviado como diplomático a la legación española en París, puesto desde el que gestionó el encargo y la compra del Guernica de Picasso para la Exposición Internacional de París del año siguiente. En enero de 1939 se exilió a Francia y se instaló en París, donde ultimó el rodaje de Sierra de Teruel y comenzó la redacción de Campo cerrado. En 1940 lo internaron tras ser denunciado como comunista, lo desterraron a Marsella, en 1941 fue detenido de nuevo y deportado a Argelia, donde compuso su estremecedor libro de poemas Diario de Djelfa.

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