domingo, 21 de mayo de 2023

La Historia, sí... ¿y la gente?



¿Quién extrae el cobre, el zinc, el cobalto, el oro y el carbón? ¿Quién hace crecer los granos de soja y cacao? ¿Quién hace el silicio? ¿Quién cocina la cena? ¿Cuáles son sus relaciones y fuerzas de producción? (Peter Linebaugh,1)


Con esto de la pandemia de nunca acabar por el Covid-19 es inevitable pensar en cómo será escrita su evolución dentro de unos años; lo que es seguro es que, en el mejor de los casos, será mera estadística, sin mencionar para nada las historias de la gente, que es quien ha sufrido directamente y que realmente ha sido la protagonista y héroe en algunos casos. Es más, precisamente en la pandemia, no se puede olvidar el espectáculo bochornoso, rayano en el ridículo, de las comparecencias diarias de los responsables del gobierno ante esta grave situación, arropados, no por expertos científicos o médicos sino por altos mandos del ejército, la policía y la Guardia Civil, debidamente uniformados y circunspectos,… como si los virus se combatieran a cañonazos. De hecho, esto es algo a lo que nos tiene acostumbrados la historia oficial, alimentada habitualmente y encarnada por victoriosos hechos de armas sin acordarse “de los de abajo”. La «historia desde abajo», promovida por intelectuales como E.P. Thompson y Christopher Hill2, modificó el modo de entender la historia (siempre desde una perspectiva de izquierda, claro; la historia para la derecha es otra cosa). La historiografía, con ella, asumió rigor y compromiso político, a la vez que evidenció que ciertas visiones «desde arriba» omitían a actores populares trascendentales para comprender el pasado y el presente. La mirada desde abajo muestra, como ninguna otra, que la historia académica no puede, ni debe, escribirse desde la neutralidad; quizás por eso, como enfoque, la historia desde abajo ha logrado sobrevivir al ocaso de su tradición teórica, fuertemente ligada a las disputas político-intelectuales de la Guerra Fría que enmarcaron su surgimiento, y aún es capaz, con una vitalidad que trasciende la melancolía de los anaqueles, de dar cuenta de los proyectos políticos emancipadores que se alzaron en los últimos siglos. Los cambios globales en el mundo del trabajo y los desplazamientos ideológicos podrían haber horadado este modo de pensar la historia. Sin embargo, sus actualizaciones han mantenido viva a esta corriente que hace historia «al ras del suelo».



Para echarle un vistazo nos apoyaremos, no en historiadores, sino en en el libro Los de abajo, del médico y escritor (la política vino después) mejicano Mariano Azuela González (1873-1952). El libro es una suerte de etnografía literaria de las huestes revolucionarias en la Revolución Mejicana, pero es también la parábola de una desesperanza; la representación de «los de abajo» era casi tan rupturista como su contexto de producción (relatos de su experiencia como médico de campaña). La casta indómita, generosa e incomprendida que evoca el autor bien podría estar integrada por los muertos cuyo recuerdo demandó Walter Benjamin3 en sus Tesis sobre el concepto de Historia o por los constructores invisibles a los ojos de aquel obrero de los versos de Bertolt Brecht4 que solo encontraba césares y reyes en su libro de historia. También podría estar conformada por el campesino ludita que rescató Edward.Palmer Thompson de la «prepotencia de la posteridad» o por los levellers y los diggers sobre los que escribió Christopher Hill en El mundo trastornado. El ideario popular extremista de la Revolución inglesa del siglo XVII . Ya como enfoque, detrás de las inconformidades de Benjamin o Brecht, ya como tradición teórica, en las plumas de alto vuelo de Thompson y Hill, la mirada desde abajo expresó, desde sus comienzos, una disconformidad con la forma de narrar y de pensar el devenir histórico. Thompson lo planteó contundentemente en su ensayo History from below [Historia desde abajo] que, según el historiador y profesor emérito de la Universidad de York Jim Sharpe, puso la historia desde abajo en la «jerga común de todos los historiadores»: allí criticaba el lugar que la historiografía británica había deparado a la «gente común», solamente «presentada como uno de los problemas que el gobierno ha tenido que manejar». En este punto, el compromiso político de Thompson no distaba mucho de las intenciones que habían animado las intervenciones de Benjamin o Brecht en el período de entreguerras: la disciplina histórica, antes que compendiar la historia de los grandes hombres y sucesos, debía procurar la redención de los oprimidos, de los invisibles, de los muertos.


Ese compromiso político convertido en tradición teórica, al decir de Harvey Kaye, a través de la pluma de los historiadores marxistas británicos incumbía directamente al oficio del historiador, que debía prescindir de la derivada política como premisa explicativa del proceso histórico y abstraerse de los modelos que consideraban el devenir histórico sólo como un desarrollo de modos de producción. En su lugar, la investigación debía ir en busca de la cotidianeidad, los hábitos e imaginarios de la «gente común»: anteponer la explicación histórica a los modelos prescriptivos, saludar sus actos resistentes pero sin silenciar los momentos de conformismo. En resumen, la investigación debía iluminar el rol de «los de abajo» como actores y ese conocimiento de «los de abajo», entonces, posibilitaba la transformación de las víctimas vencidas en actores conscientes de la historia. La disciplina histórica transmutaba y se convertía en una herramienta política indispensable, ofreciendo una mirada emancipadora alternativa en tiempos en que la bipolaridad de la Guerra Fría era presentada como única posibilidad explicativa. La prescripción revolucionaria se volvía, en los renglones escritos por los marxistas británicos, investigación empírica, conocimiento situado y explicación histórica. Estos planteamientos prefijaron buena parte del sentido de los desarrollos posteriores de la historia social durante las décadas de 1970 y 1980, y despertaron ecos cada vez más críticos en la de 1990, a medida que comenzaban a leerse intensivamente en las universidades. Ahora bien, si los escritos «clásicos» sobre historia desde abajo tenían interlocutores claros en el contexto de la Guerra Fría, más trabajoso resulta dilucidar qué herramientas aporta hoy este modo de interpretar, y escribir, la historia.


En los últimos años, los debates sobre la historia desde abajo se concentran en dos puntos centrales de su desarrollo previo: los actores estudiados y la escala propicia para hacerlo. En cuanto a lo primero, los análisis se dirigen a problematizar aspectos centrales de este modo de entender la historia y detrás de la pregunta ¿quién está abajo?, este (re)enfoque de la historia desde abajo complejiza la imagen del todo social, más allá de la dicotomía entre patricios y plebeyos, o entre burguesía y proletariado. Además, otras intervenciones de la última década se preguntan por la posibilidad (y deseabilidad) de transcender la demarcación socioeconómica en favor de incluir a las mujeres en el «abajo» de la sociedad patriarcal. El giro espacial, que suplantó en algunos casos la lucha de clases por la lucha de los lugares lleva, por ejemplo, a que se desatienda la lucha de clases como motor de la historia y se discuta la misma noción de «cultura popular»: ¿se precisa una derrota previa para la reconstrucción desde abajo? ¿Debe esta cultura, para ser considerada popular, haber sido invisibilizada?. Ciertamente, estas preguntas marchan en sintonía con la advertencia premonitoria que oportunamente había lanzado el extinto historiador británico de origen judío Tony Judt a fines de la década de 1970, sobre los riesgos de una historia desde abajo despolitizada, que llevara a la fragmentación de la comprensión histórica y transformara una mirada de la acción (acción política de sus escritores) en una suerte de antropología cultural retrospectiva y nostálgica.


La oposición “arriba–abajo” constituye un criterio de orientación social que, en último extremo, se origina en el ámbito religioso y escolar. La traducción de dicha oposición a la lógica política se basa en tres factores: por un lado, los paralelismos estructurales entre la cultura religiosa y ciertos elementos característicos de la militancia política; en segundo lugar, por el contexto político que permitió la identificación de "los de abajo" con el pueblo; y finalmente, la particular oferta en el mercado de las juventudes de izquierdas, al permitir la mayor eficacia militante sin menoscabo de las expectativas depositadas en la consagración intelectual a la que estaban llamados. Cuando le preguntaron a Azuela para quién había escrito Los de abajo, el escritor no dudó: «Salíamos con los jirones del alma que nos dejaron los asesinos. ¿Y cómo habríamos de curar nuestro gran desencanto, ya viejos y mutilados de espíritu? Fuimos muchos millares y para estos millares “Los de abajo” (…) será obra de verdad, puesto que ésta fue nuestra verdad». Justamente hoy, en un presente en el que es menos imaginativo pensar el fin del mundo resulta aún más apropiado sumergirse en la reconstrucción histórica de las luchas de nuestro pasado y arrebatar, desde el suelo, las verdades humanas del fresco catastrófico que paralizó al ángel de la historia.

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1Historiador estadounidense especializado en la historia británica, la historia irlandesa, la historia del trabajo y la historia del Atlántico colonial. Es miembro del Midnight Notes Collective, con la escritora feminista Silvia Federici y el filósofo marxista Georges Caffentzis.

2Edward Palmer Thompson es, quizás, uno de los historiadores que más aportó al estudio de los movimientos sociales de fines del siglo XVIII y de principios del XIX con su obra La formación de la clase obrera en Inglaterra [The Making of the English Working Class], ejemplo de lo que la historiografía ha denominado “historia desde abajo”. Influyó decisivamente en el pensamiento marxista británico, separándolo del europeo y dándole carácter propio, dentro de lo que se conoce como socialismo humanista.

John Edward Christopher Hill fue un prominente historiador británico, de tendencia marxista. Junto con muchos otros historiadores marxistas formaron el Grupo de historiadores del Partido Comunista., pero pronto quedó descontento con la carencia de democracia interna del Partido Comunista, dejándolo en 1956 (año de la invasión soviética de Hungría), después del rechazo de uno de sus informes.

3Walter Bendix Schönflies Benjamin fue un filósofo, crítico literario, traductor y ensayista alemán de origen judío que se suicidó en Portbou (España) donde había llegado huyendo de los nazis. Criticó sin piedad a Hitler, a la teoría fascista, a la hipocresía de la democracia burguesa y al capital financiero e industrial alemán que apoyó al nazismo como forma de contrarrevolución preventiva contra los socialistas. Intentó conciliar el marxismo con su herencia cultural judía y con las tendencias artísticas vanguardistas.

4Eugen Berthold Friedrich Brecht, conocido como Bertolt Brecht fue un dramaturgo y poeta alemán, uno de los más influyentes del siglo XX. Un día después del incendio del Reichstag por parte de los nazis, Brecht con su familia y amigos abandonan Berlín y huyen a través de Praga, Viena y Zúrich a Skovsbostrand, cerca de Svendborg, en Dinamarca, donde el autor pasó cinco años. Libros suyos fueron quemados por los nacionalsocialistas. Todas las obras de Brecht están absolutamente ligadas a razones políticas e históricas y tienen un sobresaliente desarrollo estético. Brecht desarrolló una nueva forma de teatro que se prestaba a representar la realidad de los tiempos modernos, y se encargó de llevar a escena todas las fuerzas que condicionan la vida humana.

 

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